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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

Reflexiones

riquezas

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EL SENTIDO DEL ESTUDIO
En la festividad de Santo Tomás de Aquino
JUVENTUD ESTUDIANTE CATÓLICA

ECLESALIA, 29/01/10.- Los miembros de la Juventud Estudiante Católica, al celebrar la fiesta de Sto. Tomás de Aquino, nuestro patrono, queremos manifestar ante la Iglesia y la sociedad española el sentido del estudio que estamos descubriendo y al que aspiramos.

A nuestros compañeros estudiantes les invitamos:

- A trabajar juntos por un ámbito estudiantil participativo, solidario y humanizador en el que vivamos desde el protagonismo y la acción.

- A los que compartís la fe con nosotros, os invitamos a buscar caminos que nos ayuden a unir nuestro ser creyente y estudiante, fe y cultura.

A nuestros profesores les sugerimos:

- Que nos ayuden a caminar por nosotros mismos y nos adentren en un modo de conocer y aprender que nos haga más personas y más maduros.

- Deseamos unas relaciones que sean constructivas, que a ellos les lleven al gozo de enseñar y a nosotros al gozo de aprender.

A la Iglesia le regamos que:

- Que busque en todo proceso y acompañamiento de jóvenes la conexión estudio y Evangelio , de manera que este pueda ser vivido y entendido como una experiencia de fe y de Dios.

- Inicie a la participación y la corresponsabilidad – en el compromiso en el medio escolar- haciendo protagonistas de los procesos a los propios sujetos que los viven.

- Convoque, acompañe y aúne a los cristianos que estamos en medios estudiantiles, especialmente en la universidad, para que seamos verdaderos testigos del resucitado en ella.

A la sociedad española y a todos sus políticos le pedimos que:

- Las personas sean el centro de su quehacer social y político, y lleguen a una verdadera ley de educación consensuada por todos para todas las etapas.

- Avanzar en una educación integral que nos ayude a salir del fracaso escolar que va mucho más allá de las calificaciones, y tiene consecuencias de exclusión y marginación, así como la frustración personal que acaba en desesperación y violencia.

A los espacios estudiantiles, Escuelas, Institutos y Universidades:

- Le insistimos a que realmente se organicen desde la vida y potenciando lo que nos ayuda a crecer como personas en todas las dimensiones. Deseando que nos ayuden a ser protagonistas de nuestro estudio para que lleguemos realmente a aprender, emprender, sorprender, comprender y reprender.

- En las universidades nos preocupa especialmente lo referente al proceso de convergencia europea. No nos gustaría que echáramos el vino nuevo en odres viejos, necesitamos odres nuevos que realmente nos lleven a una pedagogía que sea personal, social, y nos lleve a ser personas insertadas críticamente en medio del mundo. Un aprendizaje integral que nos unifique en una ética de personas que tienen metas e ideales y que no sólo quieren incorporarse al mundo, sino transformarlo para que quepamos todos en dignidad e igualdad, que nos ayude a creer y construir nuestra máxima de que otro mundo es posible.

Apostamos por un sentido universal y católico del estudio:

- Un estudio solidario frente a un estudio individual.

Deseamos un estudio en el que entren los otros, un estudio que lleve al intercambio de descubrimientos de ideas, con un planteamiento de solidaridad, para que nadie se quede atrás. Un estudio en el que antepongamos las necesidades del otro por encima de mis propios deseos, en el que yo me deje afectar por los otros y lleguen a dolernos como parte de nuestra propia realidad, un estudio comunitario, solidario.

- Un estudio indiferente o un estudio crítico.

Queremos realizar un estudio crítico, un estudio contrastado con otras fuentes de saber. Un estudio encarnado, que nos llevará a estar comprometidos con la realidad social, buscando la relación existente entre mis materias y los problemas que encontramos alrededor.

- Un estudio liberador.

Optamos por un estudio que nos ayude a formarnos como personas, un estudio en el que nosotros seamos los protagonista. Queremos un estudio liberador de cara a los demás cuando dejemos que estos nos interpelen y nos duelan.

- Un estudio esperanzado.

En el medio de la crisis, no queremos que nuestro estudio nos lleve a ser agentes de desesperanza, personas conformistas que transmitan que otro mundo (u otro estudio) no es posible. Un estudio esperanzado es aquel que nos hace ver oportunidades en nuestro estudio, sobre todo de cara a trabajar en la transformación de aquello que nos esclaviza.

- Un estudio desde y para el servicio.

Buscamos un estudio que ayude a descubrir donde estamos llamados a realizar nuestra labor personal (vocación), en el que un criterio decisivo sea dónde y cómo vas a poder servir más y mejor a los otros, y todo eso a la vez que tú mismo vas siendo más persona.

Nuestras últimas palabras quieren ser de agradecimiento porque nos sentimos agradecidos por la riqueza del estudio y por todos aquellos que lo hacen posible.

Movidos por la fe queremos culminar nuestro proceso siendo personas maduras, críticas, participativas, comprometidas y universales, es decir. “Universitarios”. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

aprendizaje

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LECCIONES DE LAS RUINAS
KOLDO ALDAI, coordinacion@foroespiritual.org
ZUBIELKI (NAVARRA).

ECLESALIA, 21/01/10.- Olfateamos con sus perros, arañamos con sus uñas el polvo de la destrucción, clamamos al mismo y limpio Cielo. Somos muchos a pie de las ruinas en Puerto Príncipe y alrededores. Las voces se van apagando bajo el peso inmenso de los escombros, voces llamadas a despertar en otros mundos, en otros firmes más seguros que no destartalan tsunamis, ni terremotos; en otras dimensiones donde los techos no crujen y el cemento es más liviano. Muchas voces bajo las toneladas de ruinas se han ido extinguiendo, pero a nosotros nos queda su eco, su recuerdo. A ese eco, que ya no es de este mundo, contestamos y prometemos que la tragedia no será en balde, que venceremos la distancia y el olvido, que venceremos el propio y hundido egoísmo.

Tras esos hilos de voz estamos buena parte de la humanidad. El peso de las ruinas, la magnitud de la destrucción nos han vuelto a unir, esta vez en un grado hasta el presente no conocido. La tragedia de Haití nos ha permitido sentirnos corazón con corazón en el socorro de los hermanos del país caribeño. Toca sacudir más que nunca nuestros bolsillos. Sólo cada quien sabe el techo máximo de su desembolso, a qué cifra puede aspirar, cuántos euros podrá poner en el volante bancario, dinero vital que será auxilio, agua, comida… para quienes han sufrido todos los azotes imaginables.

Siempre habrá quien sentencie el adverbio “tarde” desde cómodos micrófonos. En realidad nunca es pronto cuando hay corazones que aún laten bajo los escombros, pero hay obstáculos insalvables hasta que la excavadora se puede poner delante de la edificación en ruinas. Palés de ayuda internacional estaban ya sobre el terreno, cuando sólo habían pasado unas horas de la tragedia. No es tampoco la hora de la desconfianza. Olvidemos segundas intenciones con tanto dolor aún estallando. Obama no va a la isla a quedarse y sin embargo qué expliquen quienes vierten sospechas poco fundadas, cómo se mantiene un orden imprescindible, cómo se garantiza la seguridad, cómo se reparte una ingente ayuda humanitaria sin presencia de soldados.

Pese a la dureza y la magnitud del golpe, no convendrá olvidar que hay un aeropuerto desvencijado sobre el que no paran, aún con el riesgo de la maniobra, de aterrizar aviones de todas las naciones. Las más diversas banderas hondean en la gran explanada donde se ordenan los campamentos improvisados. El dolor por la devastación general ha traído ya su recompensa en forma de fortalecimiento de la unidad humana.

Naves solidarias de todo el mundo ponen rumbo a Puerto Príncipe. Aviones con sus panzas cargadas de esperanza aterrizan masivamente en el epicentro de la desgracia. Nuevamente es el sufrimiento lo que nos hace sentirnos humanidad. Son catástrofes de uno u otro signo las que nos hacen constatar en alguna medida “el somos uno”, “el juntos podemos”. ¿Así por cuánto...? ¿Hasta cuándo el aprendizaje entre las ruinas de desastres o batallas? Quizás es llegado ya el momento de ser proactivos en favor de la unidad humana y no sólo reactivos.

¿Y si por fin tomáramos la delantera al dolor? ¿Y si nos atreviéramos a sentirnos humanidad sin que ningún cataclismo azote ninguna costa, y si nos atreviéramos a hermanarnos sin que tristes titulares asalten las cabeceras de los medios…? ¿Y si nos atreviéramos a ser una huma-unidad sin sorteo de calamidades, sin que los cadáveres se agolpen en ninguna arena, en ningún asfalto...?

Mañana no sean tantos ecos acallados, tantos escombros para por fin hermanarnos. El mayor reto humano no es el cambio climático, por gravísimo que se manifieste este problema, el superior desafío lo sigue constituyendo la conquista de mayores cotas de unidad y armonía en la diversidad. A partir de una más permanente y estable colaboración será posible encarar nuestros retos globales más fácilmente. Es preciso atreverse. Se nos han dado todos los medios para empezar a fraguar el más elevado de todos los sueños, la fraternidad humana. Ya no es necesario pasar tantos trances para poder abrazar por fin el supremo ideal.

Las lecciones se desparraman entre los cascotes. Toda terrible experiencia colectiva otorga, cuanto menos, su aprendizaje. Ya aprendimos a arañar juntos los escombros, arañemos ahora también juntos el futuro para que los techos no se desmoronen y la miseria tampoco cunda bajo ellos. Arañemos juntos la aurora de una humanidad unida en el desastre, pero sobre todo unida en medio de la vida; juntos en las ruinas, juntos levantando las ciudades desplomadas, juntos testimoniando una nueva era de justicia y solidaridad por siempre en la tierra. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

aquí y ahora

aquí y ahora

ESCUCHAR Y EXPERIMENTAR
Navidad 2009
Mª MAGDALENA BENNASAR, cym@espiritualidadintegradoracristiana.com
BILBAO (VIZCAYA).

ECLESALIA, 29/12/09.- Son días de bullicio, de compromisos, también de acusar más los males: las enfermedades, las ausencias; parece que se remueve el pasado porque son fechas para re-cordar que, como sabemos, es re-vivir las experiencias, que no siempre han sido fáciles, o que las sentimos distantes y añoramos y también idealizamos el pasado…

Algo así nos puede pasar con la realidad de fe que celebramos: a lo largo del Adviento se nos habla de la promesa de la llegada del Mesías, del que nos libera, del que nos trae la salud, esa salvación de los males, sobre todo emocionales, muchos de ellos causa de los físicos. De alguna manera llega Nochebuena y Navidad y podemos sentir que de nuevo, nada ha ocurrido, y la Liturgia no es que lo arregle mucho.

La añoranza del Mesías, del Amor, es patente en el mundo, en la sociedad, en nuestras vidas. Añorar es, diccionario en mano: recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de alguien o algo muy querido.

Ojala esta Navidad no se quede en pena de ausencias…

La comunidad cristiana nos pone delante de los ojos textos que eran su ancla de salvación y sujeción ante cualquier embate, interno-emocional o externo-ambiental-social.

Deseo compartir ese texto de Isaías 62, 1-5 que encabeza el tiempo de Navidad. Te invito a que lo leas despacio, varias veces, subrayando en tu corazón-emociones, las palabras que te mueven por dentro. No tiene desperdicio. La comunidad sabe de las añoranzas de promesas y experiencias. La comunidad cristiana primitiva se encuentra sin Jesús, ahora sólo les queda el Cristo de la fe, y añora su amor humano, entre ellos, su llamarles por su nombre, su invitarles a salir a pescar, sus palabras de justicia para los más desafortunados, su trato, su gesto, su palabra, su olor, el tono de su voz, su mano en el hombro, su abrazo de ánimo, su danza con ellas y ellos, sus veladas y sobremesas escuchando, sobre todo esa experiencia personal que a cada una/o le levanta, le endereza, le devuelve las ganas de ver y de oír…

La comunidad añora a Jesús, le recuerda con pena y nostalgia y por eso ponen delante de sus ojos esos textos poéticos que les hacen entrar en contacto con la cueva interior, donde residen nuestras ausencias y añoranzas y donde nos resistimos a entrar porque duele y huele. Se nos olvida que el secreto de experimentar la justicia, la salvación, el Amor, está en conectar con mi cueva, entrar y adorar porque allí está el Amor, la niña/o, el dolor o ausencia que hará posible que El venga, llegue, nazca.

¿Cómo ocurrirá esto? Pues, a mí me ocurre cuando soy capaz de escuchar y experimentar desde mi cueva, que me llama por mi nombre, que yo (y la comunidad cristiana) soy su favorita, que lo que pesa no es el sentirme abandonada de tantos y tantas que me engañaron con su aparente amor, sino desposada por el Amor y la Justicia y eso produce alegría honda y ganas de compartir ese Amor y esa Justicia humilde y liberadora…

Cuando oigo esto en mi cueva, a pesar del dolor y olor… se hace de día, entra el sol que es El, por eso celebramos el 25 día de nacimiento del sol, y mi vida junto con la de la comunidad que lo experimenta es salvada de la eterna añoranza. Por eso entiendo que es aquí y ahora Navidad, aquí y dentro y porque trabajo ese dentro me sale, lo comparto y lo disfruto.

Feliz, no más nostalgia, feliz presente en tu cueva, escuchando la voz del Amado, y compartiendo esa calidad de justicia y solidaridad y evangelización. Os invito a danzar esa alegría de encontrar tu cueva Habitada. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

- - -> Para más información: www.espiritualidadintegradoracristiana.com

colorido

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GLOBALIZAR EL AMOR
FELIPE MANUEL NIETO FERNÁNDEZ, párroco de Cristo Salvador, flipelolo@hotmail.com
MADRID.

ECLESALIA, 28/12/09.- Hace unos años cayó en mis manos un libro de Zigmunt Bauman titulado “Amor líquido”; la obra viene con un subtítulo de los que descorazonan, reza así: “Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos”. Bauman defiende que la moneda de cambio más poderosa del fenómeno de la globalización es la frenética dinámica de consumo y que la sociedad de mercado se ha encargado de transportarlo al mundo de nuestros vínculos personales, hasta el punto de degenerarlos al tratar al otro, ya sea amante o prójimo, como una mercancía más de la que te puedes desprender, desechar o desconectar con cierta facilidad.

Este análisis que se ofrece sobre el amor me deja inquieto e insatisfecho, sobre todo en estos días de Navidad donde tanto nos empeñamos en transmitir mensajes de paz y felicidad, no solamente a nuestros seres queridos, sino a todos nuestros semejantes. Convencido estoy de que celebrar el nacimiento de Jesús no es un mero recordar, sino que vienen en nuestro auxilio los efectos salvíficos de su primera venida: nuestro corazón se esponja, nos abandonamos a la esperanza y con María queremos que su Hijo entre en cada uno de nosotros para saberlo entregar a quién más lo necesite.

¿Cómo mantenerse firme en esta convicción? ¿Se puede seguir pensando que el amor “sólido” tiene alguna posibilidad? Creo sinceramente que sí, pero para ello hay que apostar por la globalización del amor afrontando desde la fe un triple desafío, para fortalecer el sentimiento común de que la humanidad es una familia que tiende a ser verdaderamente una.

No creemos solamente con el corazón, que siente, y la cabeza, que razona. También creemos con la imaginación y la fantasía. Sin ella no somos casi nada, con ella fortalecemos la esperanza y toma colorido la realidad. Es con ella y por ella como conseguimos acercarnos a lo que el mismo Jesús nos dice a través de su palabra. Él usó la imaginación para hablarnos del Reino cuando lo compara con una semilla (Mc 4, 26), con un tesoro escondido (Mt 13, 44), con un banquete (Mt 22, 2), con un amo que llega de sorpresa a su propiedad (Mt 24, 50)... Tenemos que aprender a usar la imaginación en toda la vida, para creer, para orar, para amar, para abrir el espíritu y no conformarnos con las pocas luces que, a veces, nos da el pensamiento a la hora de entender, para más tarde actuar en la realidad.

Por eso necesitamos ser creativos, pero no como una manera de ser "originales" en las "formas" que usamos para hacer visible a los hombres y mujeres de hoy que somos signos de lo que ha de venir, sino como un valor que puede hacer operativa la facultad de hacer esto mismo desde la imaginación, es decir, alcanzar desde ella un seguimiento creativo de Jesús que nos conduzca a transformar el mundo. La creatividad es un potencial extraordinario; nos permite ver que para acercar a la gente a Jesús quizá tengamos que abrir un boquete en el techo para que cure a un enfermo (Lc 5, 19), o derramar un frasco carísimo de perfume para que nos perdone (Lc 7, 37), o chillar aunque todos nos manden callar (Lc 18, 38), o incluso abrirnos, a empujones, paso para que todos puedan tocar a Jesús (Lc 8, 44).

Por último, audacia, o de otra forma más fuerte, atrevimiento, que es la capacidad para perderle el respeto a ciertos miedos que paralizan nuestra acción. Tenemos que alcanzar una presencia que nos haga desafiar la realidad como la insistente cananea con sus pretensiones (Mt 15, 27) o como el inoportuno vecino pidiendo pan a altas horas de la noche (Lc 11, 5). Osadía como la de Jesús que le condujo a la cruz por puro amor para con los más pobres, marginados y pecadores. Nuestra presencia en el mundo como bautizados, si quiere ser algo, tiene que convertirnos en audaces porque, si nos deja como estamos, e incluso, en mejor lugar a los ojos de los hombres, nuestro compromiso con el amor no va a pasar de “liquido”.

Una tarea, un tripe reto se nos presenta en estos días y siempre, ¿cómo conseguir ser signos visibles del reino para globalizar el amor? Por mi parte, sé que las Comunidades Cristianas no van a cejar en conseguirlo y en cierta medida lo adelantan con su compromiso en todas las áreas de formación, celebración y acción. ¡Feliz Navidad y “Sólido” Año Nuevo! (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

consideramos

consideramos

POBREZA, CRISIS y NAVIDAD
COMUNIDADES CRISTIANAS POPULARES DE ZARAGOZA, jlardid@hotmail.es
ZARAGOZA.

ECLESALIA, 22/12/09.- Las Comunidades Cristianas Populares de Zaragoza, queremos trasladar a la sociedad nuestra opinión sobre la situación actual, en que la pobreza y el futuro incierto afectan cada día a más personas, producto de una crisis que no sólo es financiera sino de todo un modelo económico. Lo hacemos en un marco navideño de luces y guirnaldas utilizadas como maquillaje para la crisis y manipulación de la esencia de la Navidad.

Consideramos que es necesario centrar la atención en las personas que están siendo victimas de las crisis. La situación económica afecta a toda la sociedad, pero de manera muy especial a quienes menos tienen, a las personas más desprotegidas. Ahí están quienes han perdido su empleo y no se resignan a vivir de subsidios; los inmigrantes, en los que se basa buena parte de nuestra calidad de vida, las mujeres, especialmente las que tienen cargas familiares e intentan sobrevivir desde la economía sumergida; los jóvenes, cegados cuales luciérnagas por los focos del consumo y la inmediatez, y hoy sufriendo el desempleo y la baja cualificación, que dificultará más su integración laboral y social.

Y otras personas que cada uno tenemos presentes, porque es importante que pongamos rostro a estas situaciones de precariedad vital. Un catorce por ciento de los aragoneses (185.769 personas) viven por debajo del umbral de la pobreza. Sólo este dato nos debería llevar a una seria reflexión, (y acción), sobre la sociedad que estamos construyendo.

Pero ni está es la única crisis ni la sufrimos solos. La “crisis financiera” no hace sino evidenciar otras crisis más profundas del actual modelo económico, sobre las que se quiere pasar de puntillas pero que condicionan la vida de miles de millones de personas (de hecho dos terceras partes de la humanidad viven en permanente crisis).Nos referimos a la crisis alimentaria, a la falta de agua potable, al despilfarro energético y a la sobreexplotación de los recursos de nuestro planeta.

Como muestra, ahí están los datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas, según los cuales hemos conseguido un record vergonzante: este año hay en el mundo más personas hambrientas que nunca, serán más de 1.020 millones y mientras la ayuda humanitaria se sitúa actualmente en "un mínimo histórico", su nivel más bajo en 20 años.

Lo más sorprendente, e indignante, es que según ese organismo, con "menos del 1%" de las inyecciones económicas que han hecho los gobiernos para salvar al sistema financiero global, se podría resolver el desastre de millones de personas que son víctimas de la hambruna.

Estas crisis no son un hecho natural o casual. Son las consecuencias de una economía que en vez de centrarse en el beneficio de la sociedad y las personas ( que era su finalidad original), se ha centrado en la acumulación, en la riqueza en sí misma, en la especulación, sin importar las consecuencias personales, medioambientales o planetarias; creando una situación realmente injusta, para hoy y para el futuro. Un ejemplo: según la OCDE, entre 1995 y 2005, las empresas españolas aumentaros sus beneficios en un 73%; los costes laborales crecieron un 3,7%; y los salarios perdieron un 4% de poder adquisitivo.

Las Comunidades Cristianas Populares de Zaragoza, consideramos que este tiempo de Navidad es un buen momento para la reflexión y la acción. Como creyentes celebramos que Dios se hace presente en este mundo con una opción preferencial por los pobres (fue a unos pastores a quienes primero se les anunció y quienes acudieron a acompañar a Jesús, nacido en un simple establo). Hoy, esa opción por los pobres y sencillos, continúa siendo elemento central a la hora de abordar la situación de crisis.

No compartimos la actual deriva de la celebración de Navidad, como tiempo de consumo y despilfarro, expresión de ese modelo económico basado en el individualismo y el consumo desaforado; insostenible e injusto. Sólo hace falta ver la publicidad de algún centro comercial “Estas navidades no te prives de nada”, o “Lujo para todos”. De ahí la necesidad de revisar nuestra actitud ante la crisis y reafirmar nuestro compromiso con las victimas, pues parece que hay mucho interés en que realmente nada cambie.

En estos momentos es imprescindible, reflexionar y hacer propuestas, pensando en las causas que han generado la situación actual. No basta con operaciones de maquillaje. Se trata de salir de la crisis financiera, pero sin olvidar que el problema central es cómo resolver los problemas de la humanidad. Por ello las soluciones han de tener presente lo concreto y local, pero también al conjunto de la humanidad, desde una visión del bien común, de las personas de hoy y también de las que vendrán, y eso pasa por resituar el papel de la economía, dando prioridad al trabajo sobre el capital y a la economía real sobre la especulativa.

Navidad es tiempo de Esperanza, por eso queremos impulsar nuestras actuaciones para contribuir a lograr esa sociedad más justa, a la que aspiramos. Tenemos una responsabilidad como ciudadanos, de exigir soluciones pensadas globalmente, con actuaciones concretas, sin pérdidas de derechos. Es fundamental tomar conciencia de nuestro protagonismo socio-económico; y concebir la participación ciudadana como un derecho irrenunciable. La democracia económica no puede ser responsabilidad exclusiva de las instituciones públicas ni de los políticos. Nosotros y nosotras hacemos economía todos los días. Se trata de actuar en consecuencia con nuestros valores. Es con nuestro dinero, poco o mucho, en el que se sustentan determinadas prácticas bancarias que consideramos injustas y que es preciso cambiar.

Es tiempo de tejer alianzas, desde la responsabilidad social de las personas. Cada uno tiene su papel que desempeñar; es preciso volver a insistir en la participación ciudadana en las distintas organizaciones y plataformas sociales; pues la salida a la crisis o pasa por lo comunitario, lo social y la cooperación, o estaremos abocados a su repetición.

Desde Comunidades animamos a profundizar en otro estilo de vida y de consumo. Frente a la tentación de que nada cambie y siga la fiesta del consumo esta la opción de planteamientos más austeros y solidarios, “vivir sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir”, pues mientras sigamos viviendo como vivimos, otros seguirán muriendo como mueren. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

traslado

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UNO DE TANTOS
‘El único rumbo válido es el seguimiento del evangelio’
JAVIER MENDOZA, mendozajimenez@apa.cnsr.es

ECLESALIA, 21/12/09.- Me dirijo a las 131 sacerdotes y religiosos con cargo pastoral en la diócesis de Guipúzcoa. También a la Dirección y Consejo de Redacción de Eclesalia que ha difundido a sus lectores habituales, entre los que me encuentro, el artículo titulado “Disconformidad y desaprobación. Ante la designación del nuevo obispo de la diócesis de Guipúzcoa".

Soy Javier Mendoza, Cristiano y antes que eso y mas importante, un ser humano, “uno de tantos”, vaya, que es lo mas bonito que se dijo de Jesús de Nazareth (Pablo de Tarso), que vino a salvar a todos, no sólo cristianos, no sólo curas, que los firmantes hablan de su “condición” de sacerdotes y religiosos de la diócesis de Guipúzcoa y de responsabilidad. Ya me gustaría una autodefinición un poco mas amplia, un poco mas abierta, un poco menos sectaria, un poco menos localista: en definitiva, un poco mas humilde, que humildad es andar en verdad (esto es de otro vasco, ese sí un número uno, Miguel de Unamuno, que no necesitó a otros 130 para manifestarse).

Sin otro ánimo que buscar la verdad y no la razón de las cosas (también de Unamuno, véase su diario íntimo) y en la certeza de que vosotros, sacerdotes y religiosos de la diócesis de Guipúzcoa sois hijos (¡esa si que es una buena condición!) y por tanto hermanos míos, os digo, con respeto, pero con firmeza, lo que sigue y que pretende responder al vuestra carta del pasado 14 de diciembre, punto por punto:

- El único rumbo válido es el seguimiento del evangelio, que no necesariamente coincide con la vida eclesial de vuestra diócesis. Y no quiero entrar en detalles de los que se puede escribir una enciclopedia mayor que el Espasa.

- La comunión es una base fundamental. Comunión con el ser humano, con la iglesia universal, a través de las comunidades y de sus pastores… algo un poquito mas grande que el sentir de “vuestra” (que parciales y sectarios estos planteamientos) iglesia diocesana y sus organismos pastorales (vaya, otra vez la jerarquía), que los organismos pastorales a que os referís no se refieren ni alcanzan a los “unos de tantos” que pueblan ese amado País Vasco o Euskadi, que a mí me gusta más llamar así.

- No es bueno juzgar conciencias, y juzgáis a Munilla de desafecto y falto de comunión con las líneas diocesanas. Otra vez las líneas vuestras. Tuvieron mas respeto, consideración y confianza en Jesús de Nazareth en El Salvador, cuando nombraron obispo a Monseñor Romero ¡Y quien lo iba a decir! ¡La que armó!

- Y digo monseñor Romero, donde puedo decir Arrupe (¡Otro vasco universal, que fuerte!) o Ellacuría (vasco tú, oye) o Tomás Moro (este, inglés, pero con un talante que parece de ahí). Incluso Pedro, si el primer Papa, un traidorazo a Jesús de Nazareth que obtuvo, de sus compañeros una segunda oportunidad ¿no? ¿O se había equivocado antes el Maestro? ¿No sabía que iba a salirle rana? Pero para eso hay que tener confianza y esperanza en que el espíritu actúa. No os olvidéis. Y es que sin El, no podemos hacer nada. De nada.

- Si la coherencia con vuestra líneas pastorales os lleva al empecinamiento en juzgar conciencias, si vuestra fidelidad al Vaticano II os lleva a adheriros a una línea pastoral sectaria, por favor y por amor a la Verdad, cambiad de línea pastoral. Esa no parece acorde con aquel que puso al hombre por encima del sábado y que se juntaba y disfrutaba con gentes de mal vivir y era criticado por ello. Hay que fastidiarse, que hay que leer las entrelineas del evangelio y entender que Jesús pisó poco el templo, la diócesis, las líneas pastorales de la época y el estilo habitual (menos mal, que si no hubiera sido así no estaríamos todos, Munilla, vosotros y yo mismo justificados por lo que somos y no por nuestros logros, líneas, fidelidades y otras jarandajas).

- Efectivamente ahora decís la verdad: no os va a falta el apoyo de tantos y tantos creyentes. El mío lo tenéis también. Pero no son momentos de incertidumbre, lo es la vida misma, que la creación entera “gime con dolores de parto”. Siempre. Y no sólo ahí. Mirad Chad, Somalia, Ruanda, Cuba… Os pido por favor que reconsideréis, que esperéis (contra toda esperanza, como Abraham) y que a la gente con vuestra entrega (sin duda es total) le añadáis un poco mas de aceptación, de diálogo, de esperanza, de confianza en Munilla, en el Espíritu. Así, siendo sal y luz alabarán a Dios.

Inicié esta reflexión diciendo lo que soy, cristiano de a pié, uno de tantos. A lo que añado mi amor por la Iglesia (pecadora, está claro), por ese maravilloso país, Euskadi, por su cultura, por tantos vascos ilustres y otros anónimos, en el fondo vascos, universales, que trascienden los límites de lo local y que lo que esperan, como agua de mayo son mensajes de ánimo, de esperanza y de confianza en el ser humano, sueño de Dios y a los que aburren los planteamientos tan cortitos como el que ahora os propongo rectifiquéis. Manifiesto finalmente mi simpatía por los que saben rectificar, cambiar el paso (hasta Jesús de Nazareth lo cambió con la Cananea, lo que le hizo crecer) y mis mejores deseos para Munilla, que si supera este trago, llegará. Sin duda llegará. Que la fonte está escondida. Es de noche, pero la fonte, mana. Sin duda. Es la fe en Jesús. A todos mucho ánimo.

Y a la Dirección y Consejo de Redacción de Eclesalia, mi apoyo, mi agradecimiento por la línea habitual y mi autorización de que se de la difusión que considere oportuna a esta carta abierta, que creo que recoge el sentir de muchos. Y ruego se de traslado al menos a Munilla, al que deseo acierto y todo lo demás para que el Señor le mire con el mismo cariño que miraba a ciegos, cojos... y les hacía sanar. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Agur. Javier Mendoza

plenifica

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¡COMO UN FUEGO DEVORADOR!
GENARO SÁENZ DE UGARTE, religioso de La Salle, genarofsc@yahoo.com.ar
JUJUY (ARGENTINA).

ECLESALIA, 18/12/09.- “Pero sentía la Palabra dentro de mí como un fuego devorador… Hacía esfuerzos por contenerla y no podía” (Jr 20, 9).

La experiencia del Profeta Jeremías la viven, aquí en el Barrio Malvinas Argentinas de Jujuy, mujeres que se van abriendo, día a día, a la Palabra y se hacen familiares de ella. Experimentan que la Palabra es viva y eficaz, que la Palabra sacude y compromete, que la Palabra ilumina, que la Palabra revela y plenifica. Estas mujeres del barrio ya no pueden vivir su fe sin la Palabra, tan metida está en sus vidas, en el corazón mismo de su experiencia pastoral. Como el Profeta Isaías, también ellas pueden decir: “mañana tras mañana la Palabra me abre el oído para que la pueda escuchar con corazón de discípulo…” (Isaías 50, 4). Y de esta manera, cada día dejan que la Palabra resuene en lo que viven. Cada día se dejan impregnar por la suavidad y la fuerza de la Palabra. Así, y gracias a la Palabra, va cambiando en estas mujeres la manera de entender la fe en Jesús. Van sintiendo que sus palabras, sus gestos y sus compromisos de fe están impregnados de ese ‘fuego devorador’, ese ‘fuego’ que cambia la frialdad de ciertos lenguajes, de ciertos ritos y de ciertas tradiciones religiosas. Es como si resonara en su corazón la Palabra mismo de Jesús: “He venido para traer fuego sobre la tierra” (Lucas 12, 49) Para estas mujeres es la ‘tierra’ de su cultura, de sus vínculos familiares, de sus relaciones en el barrio, de su compromiso en las CEBs, de sus luchas, de sus búsquedas, de su misma interioridad… Todo, en ellas, está invadido y fecundado por la Palabra. Estas mujeres saben, también, que al ‘fuego’ se lo mantiene encendido y se lo alimenta. Unas veces pueden arrimar simples leñitas, las ramitas de lo cotidiano. Sienten, entonces, que el calor invade hasta los momentos más pequeños e insignificantes de su existencia. Con frecuencia el fuego absorbe y elimina los ‘desperdicios’ que quieren hacer desaparecer pero no siempre se animan. El fuego de la Palabra transforma la mentalidad de fe y la vivencia de las prácticas religiosas. El fuego de la Palabra es capaz de dar un significado nuevo a las exigencias vitales que nos interpelan con el impacto de las nuevas corrientes culturales. Estas mujeres saben que a ese ‘fuego devorador’ es necesario arrimarle regularmente los troncos sólidos y firmes que permitan la lenta y constante combustión de la experiencia pastoral para que el calor de la fe inunde y se mantenga a lo largo de lo que se vive. Ellas también saben que ese ‘fuego’ se transforma en ‘palabra de fe’, cálida y cercana, en el diálogo sereno y realista con las vecinas cuando se busca construir en el barrio una vida más digna y solidaria.

Mujeres como Adriana, Emma, María Ester, Nelly, Olga, Quintina, Sara… no se contentan con la reunión semanal de su respectiva CEBs. En los últimos meses están pidiendo tiempos nuevos para interiorizar, estudiar y compartir la Palabra. Piden tiempos más frecuentes, más profundos, más densos. Piden, sobre todo, tiempos más espirituales. A medida que pasan los días, van sintiendo la necesidad de entrar, más y mejor, en el misterio mismo de la Palabra. Ya no se contentan con escucharla de manera esporádica y exterior a lo que viven. Quieren poner en el ‘fogón de la Palabra’ la densidad de sus vidas, de sus búsquedas, de sus dolores, de sus alegrías, de sus esperanzas. Saben que la vida de fe en sus familias y en el barrio se vuelve más y más exigente. Hay cambios culturales que ‘reducen a cenizas’ algunas de las mentalidades y de las prácticas religiosas tradicionales. Saben que, cuidando el arraigo fecundo de la Palabra en sus vidas, todo lo que experimentan cobra nuevo sentido. Ven, con alegría, cómo desaparecen de sus vidas algunos de los miedos ‘tradicionales’ de su cultura: miedo al mal, a la equivocación, al fracaso, al pecado, al dios que condena… Las raíces de la Palabra son, en ellas, cada vez más firmes, sólidas, vitales. Es eso lo que buscan afianzar en los tiempos nuevos que le dedican al estudio compartido y a la interiorización de la Palabra.

La familiaridad con la Palabra les ayuda a superar un lenguaje religioso muchas veces inoperante porque se queda en un estadio más moralista que iniciador en la fe. Suele ser un lenguaje más individualista que fermento de Comunidad. Los numerosos “hay que”… de cierto lenguaje de fe, no superan la insistencia en el cumplimiento. Distraen, más bien, de la búsqueda de las aguas profundas en las que abrevar una vida de fe más lúcida, interiorizadora, comprometida y exigente. Estas mujeres quieren hacer realidad en sus vidas la Palabra de Jesús: “Si alguien tiene sed, que venga a Mí y beba… De su seno brotarán ríos de agua viva!” (Juan 7, 37-38). Como Jeremías, como Jesús, ellas sienten que el fuego de la fe arde sin consumir, purifica y libera, ilumina y serena. Es un fuego que revela, que abre a otra dimensión, tanto de la vida como de la fe. Esta manera de entrar en la Palabra, de gustarla y de asimilarla, produce una serie de efectos. Por un lado, suele alejar de ritos y celebraciones vacíos de contenido y de escasa significación para la vida de fe. Por otro lado, suele despertar una necesidad vital de conocer y de interiorizar la Palabra. No se trata, en primer lugar, de un conocimiento técnico, literario. Se busca ante todo un conocimiento espiritual. No hay duda de que el conocimiento técnico de la Palabra puede ayudar. Pero lo que estas mujeres buscan es entrar en un camino que las lleve al descubrimiento de la voluntad del Dios Viviente, Padre de Jesús, que llama, convoca, consagra y envía. De esta manera el corazón creyente queda transformado, plenificado. Es la espiritualidad de la comunión filial con el proyecto del Padre. Es la espiritualidad que está atenta a la vida del barrio tal cual es. Es la espiritualidad comprometida en la búsqueda de caminos de mayor dignidad y solidaridad. Es una espiritualidad más ‘laica’ que ‘religiosa’, como la vida misma. Estas mujeres ya sienten que las culturas actuales, y las que se avizoran, van a necesitare de los creyentes una ayuda eficaz para darle a la vida y a la vida de fe todo su valor para defenderla y promoverla en todas sus dimensiones. Esta experiencia de la Palabra lleva, como de la mano, a repensar y a recrear las formas tradicionales de la ‘iniciación cristiana’. Las mismas mujeres señalan, con alegría y firmeza, el carácter histórico de sus experiencias. Sienten que sus vidas se hunden en las experiencias fundantes de las generaciones creyentes de su cultura: “la fe de nuestros padres y de nuestros abuelos”… suelen decir. Ahora agregan la fe de nuestros Padres de la Historia Bíblica, tan marcados por el “fuego devorador”: Moisés (Éxodo 3, 1-6), Jeremías (20, 9), el Salmista (17/16 y 65/66), Jesús (Lucas 12, 49), la Iglesia naciente (Hechos 2, 3-4)… (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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LOS MÁRTIRES DE LA UCA. EXIGENCIA Y GRACIA
Discurso pronunciado en la Universidad de Santa Clara, California, el 5 de noviembre de 2009
JON SOBRINO, jsobrino@cmr.uca.edu.sv
EL SALVADOR.

ECLESALIA, 16/11/09.- Hace veinte años asesinaron a mis hermanos jesuitas de la UCA, a Julia Elba y Celina. Yo estaba en Tailandia, y de regreso a El Salvador tenía que pasar por San Francisco. En el aeropuerto me esperaban, con rostros impávidos, Steve Prevett y Peggy O’Grady. En las calles de San Francisco, con un parlante en la mano, Paul Locatelli condenaba los asesinatos, y Tessa Rouverol le acompañaba. Me trajeron a la universidad de Santa Clara. La comunidad me acogió como a un hermano y en ella pasé varias semanas. Al llegar me encontré con ocho cruces plantadas delante de la Iglesia. Y cuando un desalmado las arrancó, Paul Locatelli inmediatamente las volvió a plantar. Nunca lo olvidaré. Por eso, ahora tengo un sentimiento de “volver a casa”.

Sobre estos mártires quiero hablarles, con agradecimiento por lo que fueron e hicieron, pero también con la convicción de que es vital mantenerlos vivos y de que sería fatal dejarlos morir. Los mártires, ellos y ellas, nos confrontan con nosotros mismos sin escapatoria, iluminan las realidades más profundas de nuestro mundo y lo que hay que hacer con él. Tenemos que enfrentarnos a los ídolos que exigen víctimas en el tercer mundo, aunque sus raíces más hondas están en el primero, y tenemos que trabajar por revertir la historia, y salvar así a una civilización que está gravemente enferma, como decía Ignacio Ellacuría, a un mundo en trance de muerte, como dice Jean Ziegler. A los cristianos los mártires nos señalan, mejor que nada y sin temor a equivocarnos, el camino a seguir. Son los que más nos empujan al seguimiento de Jesús y mejor nos introducen en el misterio de su Dios.

En el mundo que llamamos de abundancia la palabra “mártir” produce extrañeza, incluso repulsión, pero entre nosotros -y aquí asoma la paradoja cristiana- también produce luz, ánimo y agradecimiento. Por eso no debiéramos permitir que la palabra “mártir” pierda su vigor. Debe mantenerse como referente cristiano y social insustituible para humanizar a este mundo. Exactamente como la cruz de Jesús. Por esa razón hablaré ahora sobre los ocho mártires de la UCA.

Para ponerlo en un contexto, no sólo académico, sino humano, comienzo recordando cuál fue la reacción ante sus muertes de dos personas bien conocidas. Uno, el Padre Arrupe. Cuando los mataron, estaba ya en cama prácticamente sin poder pronunciar palabra ni comunicarse. Cuenta el enfermero que, al darle la noticia, “el Padre Arrupe se echó a llorar”. Era todo lo que podía hacer, pero en el llanto el Padre Arrupe se dio a sí mismo por entero. El otro, Noam Chomsky. Al cumplir 80 años en marzo de este año, un periodista le preguntó qué le daba fuerza para continuar en la lucha. “Imágenes como ésa”, respondió. Y señaló con la mano un cuadro en el que aparece el arzobispo Romero y los seis jesuitas de la UCA.

Estos seres humanos tocan las fibras más hondas de cualquier persona honrada. Son un referente vivificante. Ciertamente los seis jesuitas. Y también Julia Elba y Celina, aunque éstas siempre nos dejan sin palabra. En ellas se hace presente el mysterium iniquitatis.

1. Quiénes fueron

La injusticia da muerte a gente inocente de formas distintas. Mata a personas como Monseñor Romero y Martin Luther King. Y lenta o violentamente, da muerte a grandes mayorías, a los campesinos de El Mozote en El Salvador; antaño a los esclavos de las plantaciones de algodón.

Los jesuitas de la UCA, mártires jesuánicos

Comenzamos con los seis jesuitas. Después de Medellín, 1968, y tocados por el sufrimiento del pueblo “se convirtieron”. Aceptaron que ser jesuita es “luchar”, no sólo trabajar. “Luchar por la fe”, y más sorprendente aún, “luchar por la justicia”. Así lo exigía la realidad y así lo dijo la CG XXXII (D 2. 2). Su muerte confirmó lo que la misma congregación había previsto lúcidamente: “No trabajaremos en la promoción de la justicia sin que paguemos un precio” (D 4. 46).

Los mártires de la UCA lo hicieron cada uno según sus talentos, y es bueno recordarlo para que todos nos podamos sentir cuestionados y animados. Permítanme detallarlo mínimamente. Ellacuría, 59 años, filósofo y teólogo, rector. Repensó la universidad desde y para los pueblos crucificados. Puso todo su peso para combatir la opresión y represión, y para conseguir una paz negociada. Segundo Montes, 56 años, sociólogo, fundador del Instituto de Derechos Humanos. Se concentró en el drama de los refugiados dentro del país y sobre todo de los que tenían que abandonarlo, los emigrantes, que entonces huían de la represión violenta y ahora del hambre y la falta de trabajo. Los visitaba en los campos de refugiados en Honduras. Ignacio Martín-Baró, 44 años, psicólogo social, pionero de la psicología de la liberación, fundador del Instituto de Opinión Pública de la UCA para facilitar que se conociese la verdad y dificultar que ésta quedara oprimida por la injusticia. Cada fin de semana visitaba comunidades suburbanas y campesinas con las que celebraba la eucaristía. Juan Ramón Moreno, 56 años, profesor de teología, maestro de novicios y maestro del espíritu, acompañante de comunidades religiosas. En Nicaragua participó en la campaña de alfabetización. Amando López, 53 años, profesor de teología, antiguo rector del seminario de San Salvador y de la UCA de Managua. En ambos países defendió a perseguidos por regímenes criminales, a veces escondiéndolos en su propia habitación. Por último Joaquín López y López, 71 años, el único salvadoreño de nacimiento, hombre sencillo y de talante popular. Trabajó en el colegio y fue el primer secretario de la UCA en 1965. Después fundó Fe y Alegría, institución de escuelas populares para los más pobres.

Fueron muy distintos, pero todos ellos fueron seguidores de Jesús y jesuitas. Es lo que nos dejan. En ellos podemos mirarnos para saber lo que debemos ser y hacer. Digamos una palabra sobre lo que fue más suyo.

Seguidores de Jesús. Reprodujeron en forma real, no intencional o devocionalmente, la vida de Jesús Su mirada se dirigió a los pobres reales, aquellos que viven y mueren sometidos a la opresión del hambre, la injusticia, el desprecio, y a la represión de torturas, desaparecimientos, asesinatos, muchas veces con gran crueldad. Y se movieron a compasión. “Hicieron milagros”, poniendo ciencia, talentos, tiempo y descanso, al servicio de la verdad y de la justicia. Y “expulsaron demonios”. Ciertamente lucharon contra los demonios de fuera, los opresores, oligarcas, gobiernos, fuerza armada, y de ellos defendieron a los pobres. No les faltaron modelos, Rutilio Grande y Monseñor Romero. Y fueron fieles hasta el final, en medio de bombas y amenazas, con misericordia consecuente. Murieron como Jesús, y han engrosado una nube de testigos, cristianos, religiosos, también agnósticos, que han dado su vida por la justicia. Estos son los “mártires jesuánicos”, referente esencial para los cristianos y para cualquiera que quiera vivir humana y decentemente en nuestro mundo. Su bautismo fue de Espíritu de sangre y siguieron a Jesús.

Con el espíritu de san Ignacio. En este punto me voy a detener un poco más pues hoy se habla mucho de espiritualidad ignaciana. Creo que nos pueden ayudar a historizar a san Ignacio ciertamente en el tercer mundo y a hacerlo útil para comprender mejor a Jesús.

El otro Ignacio, Ellacuría, hizo una relectura de los Ejercicios desde la realidad del tercer mundo. Tres puntos me parecen fundamentales, y pueden fungir como presupuestos ignacianos de la opción por los pobres y la lucha por la justicia. 1) Mirar la realidad de nuestro mundo y captarla como “pueblos que están crucificados”. Ante ellos la reacción fundamental -sin necesidad de discernimiento- es “hacer redención”. 2) Ser honrados con nosotros mismos, jesuitas, y preguntarnos “qué hemos hecho para que esos pueblos estén crucificados y qué vamos a hacer para bajarlos de la cruz”. 3) Tomar en serio -quizás lo más difícil y menos frecuente- que hay dos modos de caminar en la vida, de ser jesuitas, construir la sociedad y la universidad. Son caminos opuestos y están en pugna. Uno es el camino de la pobreza, que lleva a oprobios y menosprecios; hoy diríamos humillaciones, difamaciones, amenazas; y de ahí a la humildad, a la hondura de lo humano, a la verdadera vida. El otro es el camino de la riqueza, que lleva a los honores mundanos y vanos; hoy diríamos al prestigio entre los grandes de este mundo; y de ahí a la arrogancia, a una vida falseada, personal e institucional. En resumen, uno conduce a la salvación -humanización- y el otro a la perdición -deshumanización. Se trata de ganar o perder la vida, como dice Jesús. Y de estar dispuestos a pagar el precio.

En términos de estructuras, Ellacuría insistía en que hay que elegir entre una civilización de la pobreza -afín a una civilización del trabajo- y una civilización de la riqueza -afín a una civilización del capital. Ésta, que predomina en el mundo, ha generado una civilización gravemente enferma. Aquélla, la que hay que construir, puede revertir la historia y sanar la civilización.

Estos tres puntos: pueblo crucificado, necesidad de liberación, camino de la pobreza -más la honradez con nosotros mismos- son, en mi opinión, lo que más resplandece en la ignacianidad de los mártires de la UCA y lo que mejor explica por qué que acabaron como acabaron. En la tradición de san Ignacio ciertamente hay otras muchas cosas importantes a tener en cuenta: el “magis”, “a mayor gloria de Dios”, “en todo amar y servir”, “el bien cuanto más universal más divino” -todo lo que se menciona con frecuencia en la explosión ambiental de ignacianidad que hoy existe. Los tres puntos que hemos mencionado en mi son más fácilmente comprensibles, también por los no iniciados en ignacianidad, y ciertamente por los pobres. Y en mi opinión tienen menos peligro de perderse en el ámbito de lo conceptual e intencional. Expresan realidades claramente históricas y verificables.

En este contexto me parece oportuno recordar un hecho singular: los mártires de la UCA nunca discernieron si era voluntad de Dios permanecer en el país, con riesgos, amenazas y persecuciones, o salir. Ni se les ocurrió. Para ver cuánto de explícitamente ignaciano había en ese proceder pienso que hay que ir al primer tiempo de hacer elección: “sin dubitar ni poder dubitar” (Ejercicios n. 175). Hay que preguntarse “que movía y atraía la voluntad”. Si era “Dios nuestro Señor” comunicándose al alma, como en la formulación de san Ignacio, o si eran realidades históricas: “el sufrimiento del pueblo”, que no dejaba vivir en paz; ”la vergüenza que daba abandonar al pueblo”; “la fuerza cohesionante de la comunidad”; “el recuerdo enriquecedor de Monseñor Romero, de nueve sacerdotes y cuatro religiosas asesinadas”; incluso el “haberse acostumbrado a la persecución”. Pienso que todo ello movía la voluntad e iluminaba las decisiones y el camino a seguir. En el lenguaje de los ejercicios, en ello y a través de ello Dios estaba realmente causando el sin dubitar ni poder dubitar. Pero Dios no actuaba a través de cualquier cosa, sino de las que hemos mencionado.

El Espíritu de Dios mueve a caminar, pero su fuerza pasaba a través del pueblo sufriente. Así ha parafraseado Pedro Casaldáliga el conocido poema de Antonio Machado: Camino que uno es,/ que uno hace al andar./ Para que los atascados/ se puedan reanimar./ Haz del canto de tu pueblo/ el ritmo de tu marchar.

Así, pienso yo, discirnieron los jesuitas de la UCA. Se dejaron atraer y llevar por la realidad. Es la sinergia de Dios y del pueblo sufriente. Y no se me ocurre otra manera de explicar por qué se quedaron.

Quisiera terminar esta reflexión sobre su ser jesuitas recordando que “murieron en comunidad”. Pudo no haber sido así, y pudiera haber sido asesinado sólo Ellacuría, el enemigo principal. Pero hay una verdad importante -providencial si se quiere-, en que su muerte fuese “en comunidad”. Así había sido su vida y trabajo, con alegrías y tensiones, con virtudes y pecados, pero siguiendo una sola línea bien trazada. Y así expresaron que la Compañía está hecah de “todos”. Es “cuerpo”, no suma de individuos, algunos de ellos geniales, otros normales.

Esta comunidad de “seis jesuitas” se integró en una comunidad mayor, el cuerpo de la Compañía universal. 49 son los jesuitas que han muerto en el tercer mundo, asesinados de una u otra forma, después de la CG XXXII. Entre ellos se cuentan tres estadounidenses. Francis Louis Martiseck, 66 años, nacido en Export, Pennsylvania, muerto por arma de fuego en Mokame, India, 1979; Raymond Adams, 54 años, nacido en New York, muerto por arma de fuego en Cape Coast, Ghana, 1989; Thomas Gafney, 65 años, nacido en Cleveland Ohio, asesinado en Katmandú, Nepal, 1997.

No es infrecuente recordar “las glorias de la Compañía”, las reducciones del Paraguay, Mateo Ricci en China... Hoy, estos mártires, unos más famosos, otros menos, son la gloria de la Compañía. Y sobre todo son ellos los que mantienen a la Compañía con vida. Una semana después del asesinato del Padre Rutilio Grande el Padre Arrupe escribió:

“Éstos son los jesuitas que necesita hoy el mundo y la Iglesia. Hombres impulsados por el amor de Cristo, que sirvan a sus hermanos sin distinción de raza o de clase. Hombres que sepan identificarse con los que sufren, vivir con ellos hasta dar la vida en su ayuda. Hombres valientes que sepan defender los derechos humanos, hasta el sacrificio de la vida, si fuera necesario” (19 de marzo, 1977).

Julia Elba y Celina: el pueblo crucificado

Con los jesuitas murieron asesinadas dos mujeres: Julia Elba Ramos, 42 años, cocinera de una comunidad de jóvenes jesuitas, pobre, alegre e intuitiva, y trabajadora toda su vida. Y su hija Celina, 15 años, activa, estudiante y catequista; con su novio habían pensado comprometerse en diciembre de 1989. Se quedaron a dormir en la residencia de los jesuitas, pues allí se sentían más seguras. Pero la orden fue “no dejar testigos”. En las fotos se nota el intento de Julia Elba de defender a su hija con su propio cuerpo. Sobre Julia Elba hace unos días escuché este testimonio de una mujer que la conoció bien:

“Le digo que era muy humana porque sentía el dolor de los demás. Yo viví un tiempo en la casa de ella. Era una persona bien amistosa, sabía llevarse con los demás. Ella tenía 33 años y yo 19. Ella y yo teníamos muchas cosas en común; comenzamos a trabajar desde muy chiquitas. Ella había trabajado desde los 10 años en los cafetales […] Era una mujer muy fuerte. Siempre me enseñó a que no me dejara, que no me acobardara ante los problemas. Fue una mujer sufrida pero fuerte. Me enseñó a ser una mujer de valía, que no dependiera de los otros si no de mi misma”.

Como Julia Elba hay centenares de millones de hombres y mujeres en nuestro mundo. Son inmensas mayorías que perpetúan una historia de siglos: en la América conquistada y depredada por los españoles en el siglo XVI; en el África esclavizada ya en el siglo XVI y expoliada sistemáticamente por los europeos en el siglo XIX; en el planeta que sufre hoy la globalización opresora bajo la égida de Estados Unidos. Mueren la muerte rápida de la violencia y de la represión, y sobre todo la muerte lenta de la pobreza y de la opresión. Sin comparación posible sufren más que nadie las consecuencias de nuestros desmanes. En guerras e invasiones: Afganistán, Irak, Palestina; en el manejo de la medicina y farmacia: malaria, sida; en pésima ecología: inundaciones, desertificación, pérdidas en la agricultura; en las catástrofes naturales: la inmensa mayoría de quienes mueren en los terremotos no pueden construir casas con acero suficiente, viven en la laderas de los montes y en las riberas de los ríos, o junto a las vías del tren…

“Hay más riqueza en la Tierra, pero hay más injusticia. África ha sido llamada “el calabozo del mundo”, una “Shoᔠcontinental. 2.500 millones de personas sobreviven en la Tierra con menos de 2 dólares al día y 25.000 personas mueren diariamente de hambre, según la FAO. La desertificación amenaza la vida de 1.200 millones de personas en un centenar de países. A los emigrantes les es negada la fraternidad, el suelo bajo los pies”.

Estas palabras de Pedro Casaldáliga son del año 2006. Ni el G-7, ni el G-8, ni ahora el G-20, han hecho nada significativo para revertir esta historia. Recordar hoy los ideales del milenio es burla y ofensa a los pobres. En un año el número de hambrientos ha aumentado en cien millones, y cada cinco segundos un niño muere de hambre, asesinado, puntualiza Jean Ziegler, pues es muy posible eliminar el hambre.

Son “el siervo doliente de Yahvé” en nuestros días; “el pueblo crucificado”, lenguaje que no es usado, y que políticamente es “totalmente incorrecto”. Sus hombres y mujeres mueren inocentemente, pues no han cometido el “pecado” de Monseñor Romero o Ignacio Ellacuría, simplemente estaban allí. Mueren cruelmente, con gran frecuencia después de una vida de grandes sufrimientos. Viven y mueren anónimamente. Son desconocidos los cinco millones de hombres y mujeres que han muerto en el Congo, en una guerra fabricada para que el coltan termine en el mundo de abundancia en las megaempresas de misiles, telefonía y computación. Y mueren indefensamente. En serio, ¿quién defiende a esos pueblos? ¿Quién arriesga algo importante para bajarlos de la cruz?

Los mártires jesuánicos -algunos- son conocidos y venerados, pero no el pueblo crucificado. Peor aún, si, aun sin pretenderlo, aquéllos ocultan a éstos. Ellacuría no vivió ni murió para que el brillo de su figura opaque el rostro de Julia Elba.

Puede parecer absurdo, pero me he preguntado quién es más mártir, Ellacuría o Julia Elba, quién reproduce más la cruz de Jesús. Los mártires jesuánicos expresan mejor la decisión y la libertad para arriesgar la vida, pero expresan menos la negrura de la injusticia cotidiana, la dificultad simplemente de vivir. La muerte de las mayorías asesinadas, por su parte, expresa menos el carácter activo de lucha, pero expresa más la inocencia histórica, pues nada han hecho para merecer la muerte, y la indefensión, pues ni posibilidad física han tenido de evitarla. Esas mayorías son las que más cargan con un pecado que las ha ido aniquilando poco a poco en vida y definidamente en muerte. Son las que mejor expresan el ingente sufrimiento del mundo. Sin pretenderlo y sin saberlo, “completan en su carne lo que falta a la pasión de Cristo”. No “añaden”, como puntualizan los exegetas, pero sí “reproducen”.

Los jesuitas de la UCA no fueron asesinados por fidelidad kantiana a ideales universales de verdad y justicia, sino por defender a estos pueblos crucificados. Sin recordar a los millones de crucificados no se les entiende. Sería como pretender entender la cruz de Jesús sin recordar a los pobres desgraciados a los que ayudó Jesús en su postración y a quienes defendió de fariseos, escribas, herodianos y sumos sacerdotes.

Una última reflexión creyente. De los mártires de la UCA, unos fueron más parecidos a Monseñor Romero, los jesuitas. Otros fueron más parecidos al pueblo crucificado, las dos mujeres. Mirándolos a todos ellos y ellas en su conjunto, podemos decir que con ellos y ellas Jesús y su Dios pasaron por este mundo cargando con la cruz. Pero también hay que decir que, contra toda apariencia, en ellos y ellas pasó el Dios de la salvación. Así lo escribió el P. Ellacuría con rigor científico. Por mi parte escrito: “fuera de los pobres -y de las víctimas- no hay salvación”.

Para terminar este punto, permítanme dos breves reflexiones. La primera es que entre los victimarios, asesinos directos o constructores y gestores de estructuras opresoras, hay cristianos bautizados, a veces educados por instituciones cristianas. La segunda es que al parecer en los procesos de canonización, no saben qué hacer con los mártires jesuánicos, los mártires por la justicia. Y ciertamente en esos procesos no hay lugar para las mayorías de hombres y mujeres de los pueblos crucificados. Ojalá se repiensen estos procesos. Y, canonizados o no, ojalá la Iglesia se desviva por dar dignidad a las mayorías que han cargado con la cruz en vida y en muerte. Son los preferidos de Dios.

2. Qué piden y qué dan los mártires de la UCA

Para ellos no piden nada. Nuestra conciencia es la que nos apremia: “algo hay que hacer”. Es importante no olvidarnos de ellos, guardarles cariño y agradecimiento. También es importante trabajar y exigir que se esclarezca la verdad de los asesinatos y se juzgue a sus responsables, pues no hay modo de arreglar este mundo si la mentira, el encubrimiento y la impunidad siguen intactos. Pero no basta. Debemos dejarnos interpelar y preguntarnos qué nos piden los mártires.

En mi opinión nos piden, en virtud de ser lo que han sido, “proseguir su ser y hacer”. Y comenzar como ellos, sin temor a plantear la vida, la vocación y el trabajo en términos de con-versión, correlativa a la tarea de re-vertir la historia. Ejemplo insigne de “conversión”, de “vuelco” en el modo de ser y hacer -ya que no le gustaba que se hablara de él en término de conversión, fue Monseñor Romero. De la conversión de los mártires de la UCA -en unos lejanos ejercicios de 1969- surgieron modos fundamentales de ser y de actuar: la honradez con lo real, la misericordia consecuente sin medir costos, el trabajo por una civilización de la pobreza. Y sorprendentemente, también dejarnos salvar por los pobres.

Vamos a ejemplificarlo concentrándonos en lo que para ellos fue y exigió la universidad, aunque análogamente creo que pudiera decirse del trabajo pastoral, asistencial, de derechos humanos... Y fue una exigencia seria, pues no suele ocurrir que se asesine a jesuitas que trabajan en una universidad.

El 12 de junio de 1982 esta universidad otorgó al P. Ignacio Ellacuría un doctorado honoris causa, y al recibirlo pronunció un importante discurso. Releído hoy, aun teniendo en cuenta las diferencias de tiempo y lugar, sigue ofreciendo luz, dirección e impulso para construir una universidad jesuita de inspiración cristiana. Habrá que adaptar sus palabras creativamente, pero sería temeridad ignorarlas. Veamos brevemente algunos de sus elementos más novedosos, cuestionantes y fructíferos, citando algunas de sus palabras.

A quién se debe la universidad. Toda universidad tiene que ver “con el saber y con un determinado ejercicio de la realidad intelectual”, y en ello las universidades jesuitas no se distinguen de otras. También lo pensaba Ellacuría y exigía que el saber fuese lo más riguroso posible y que la investigación y la docencia fuesen de calidad. Esto lo damos por sentado y no vamos a insistir en ello. Pero insistía también en algo que no es tan evidente ni comúnmente aceptado. “La universidad es una realidad social y una fuerza social, marcada históricamente por lo que es la sociedad en la que vive y destinada a iluminar y transformar, como fuerza social que es, esa realidad en la que vive, de la que vive y para la que debe vivir”.

Esto lleva, entre otras, a una pregunta crucial: a quién se debe y ante quién es responsable la universidad. Condición de su existencia son una variedad de realidades y agentes sociales: los jesuitas y su tradición universitaria, la institución eclesial que, según los casos, dará su aprobación, la comunidad académica e intelectual en el pasado y en el presente, los que la hacen factible económica y financieramente -a veces políticamente-, el estudiantado… A todo esto hay que atender, pero la universidad no se debe últimamente a nada de ello. Y para responder no bastan respuestas universales o que se piensan ser conocidas de antemano.

En el caso de todo el tercer mundo, mayoría en la humanidad, distinto y antagónico a las minorías del planeta, a pesar del ideal de equidistancia que sugiere el término “globalización”, la realidad a la que se debe la universidad y a la que tiene que servir es un mundo de pobreza e ignominia, en muy buena parte un mundo de opresión y represión -y a esa conclusión se llega sin dubitar ni poder dubitar. Los medios e instrumentos de servir deben ser estrictamente universitarios, pero lo central del servicio sale de la universidad: liberar de todo tipo de opresión. En definitiva “bajar de la cruz a esos pueblos crucificados”. Sin dar prioridad a ese servicio, una universidad puede ser un centro de saber, junto a otros, más o menos competente y competitivo, pero no es una universidad de inspiración cristiana. Y no hay que darlo por supuesto pues la tentación de lo contrario siempre está al acecho.

En términos cristianos es la opción de la universidad por los pobres y las víctimas. La tarea de la universidad es lograr que “los pobres”, los que no dan la vida por supuesto, tengan vida; y que “las víctimas”, los que tienen a los poderes de este mundo en contra, estén defendidos de cualquier poder opresor. Eso lo debe hacer la universidad como un todo, haciendo el mejor uso de la razón en su docencia, investigación, proyección y comportamiento social -y sin confundirlo con la asistencia a estudiantes desfavorecidos, por benemérito que esto sea, por otros capítulos.

“Ciencia de los que no tienen voz”. Decía Ellacuría: “la universidad debe encarnarse entre los pobres intelectualmente”, lo cual en la realidad, e incluso en el concepto, es de difícil comprensión. Pero se hace más comprensible al mencionar la finalidad de tal encarnación: ”ser ciencia de los que no tienen voz, el respaldo intelectual de los que en su realidad misma tienen la verdad y la razón, aunque sea a veces a modo de despojo, pero que no cuentan con las razones académicas que justifiquen y legitimen su verdad y su razón”.

Entre nosotros en El Salvador esas palabras recuerdan a las de Monseñor Romero: “Estas homilías quieren ser la voz de los sin voz” (Homilía del 29 de julio, 1979). Y la razón era para defenderlos de los que tienen demasiado voz. Es notable que al buscar un punto de contacto entre razón universitaria y palabra eclesial, Ellacuría no incursionarse en la temática de teoría y praxis, de falibilidad o infalibilidad, duda o certeza, sino en el ámbito de la defensa de oprimidos y víctimas. Aquí la analogía entre palabra pstoral y palabra universitaria se convierte en univocidad.

Monseñor Romero prosiguió: “Por eso, sin duda, [estas palabras] caen mal a aquéllos que tienen demasiado voz”, y la Iglesia de Monseñor Romero fue duramente perseguida. Lo mismo ocurre con la razón universitaria propuesta por Ellacuría. En su discurso recordó las amenazas, ataques y persecución a la UCA en aquellos años. Lo importante, sin embargo, es su reflexión programática, válida hasta el día de hoy: “en un mundo donde reina la falsedad, la injusticia, la represión, una universidad que luche por la verdad, por la justicia y por la libertad no puede menos de verse perseguida”. Por esa razón es importante preguntarse cuánto de persecución sufre o no sufre una universidad cristiana; de parte de quién la sufre y de parte de quién recibe halagos. Y cómo se comporta ante una cosa u otra.

Cuando la razón y la palabra, universitaria o pastoral, no es light y amorfa, sino que tiene peso y aristas, es más cortante que espada de dos filos. Y entonces el mundo que se presenta como tolerante, defensor de la libertad de pensamiento y de expresión, busca defenderse de una razón compasiva y de la palabra de un Dios de los pobres. Hace cuarenta años, hasta la CIA buscó defenderse de Medellín y de la teología de la liberación, pues les daba miedo -“ponen en peligro nuestros intereses”, se decía en el informe Rockefeller. En América Latina gobiernos y fuerzas armadas asesinaron a docenas de sacerdotes, entre ellos cuatro obispos. Ese mismo miedo pueden generar las universidades a los poderosos.

Universidad “en pobreza y “sin poder”. Es lo que lo que Jesús pide a los discípulos cuando los envía a realizara la misión, es decir, a realizar una tarea. “No tomen nada para el camino”. “No sean como los señores de este mundo que oprimen con su poder”. Esto hay que historizarlo adecuada y realistamente, pero no se de ignorar eficazmente como si no tocase en nada la labor de una universidad.

En la meditación de las dos banderas san Ignacio es muy claro en que pobreza y sin poder son caminos de perfección, pero también caminos de vida, humanización. E insiste en que ambas cosas están en oposición dialéctica a la riqueza y el poder. Éste es el san Ignacio de Manresa. Después, como general de la Compañía, tuvo que historizarlo -y no fue fácil. El apostolado exigía recursos y los jesuitas entraron, como por necesidad, en relación con bienhechores. Esto les acercó al mundo de la riqueza, de los honores y del poder: reyes, damas de la nobleza, cardenales… A san Ignacio le ocupó seriamente el problema, y buscó soluciones. Un ejemplo conocido es la recomendación a Laínez y Salmerón cuando fueron como teólogos al Concilio de Trento, mundo de poder, ciertamente eclesiástico e indirectamente también civil. Y les ordenó vivir y pasar las noches en hospitales de pobres. Era una forma de vivir las dos banderas en una situación objetiva de riqueza y de poder.

Hoy, por lo que toca a servir en pobreza, se debiera alcanzar el nivel de austeridad, rechazar lujos en edificios y templos, y huir de solemnidades mundanas y vanas, aunque sea lo aceptado e incluso esperado socialmente. Y ciertamente, evitar -en comparación con pobres y clases medias bajas- desigualdades lacerantes en el modo de comportarse.

Por lo que toca al sin poder, no se debe ceder el poder que proviene del “saber”, pues de esa forma el saber queda en manos de quienes normalmente lo usan para ocultar la verdad y oprimir. Pero hay que evitar la arrogancia y el sometimiento de otros que genera el poder. Y el gusto, que más o menos conscientemente produce el acercamiento a los poderes reales, civiles o eclesiásticos.

Por lo que toca a la arrogancia, no hay mejor remedio que dejar que los pobres sean nuestra buena noticia, sobre todo cuando, sin decirlo, nos perdonan. Y asumido con humildad, mucho ayuda la persecución y el martirio.

Y una última reflexión, en forma de aclaración, sobre la “excelencia académica”. Forma parte de la tradición de la educación de la Compañía, pero cualquier maestro de la sospecha se preguntará si hoy no se está encubriendo algo al insistir en ella, y en qué consiste. Para mí el problema está en adecuar, sin discusión, excelencia académica y excelencia universitaria -y de querer acercarse a otras afamadas instituciones universitarias. Aquélla es necesaria para que exista ésta, pero no es lo mismo. Y peor aún si la insistencia en la excelencia académica llevara a que disminuya la excelencia universitaria. Ya hemos dado nuestra opinión sobre cómo se mide la excelencia de una universidad: configure a una sociedad en la línea de la verdad, la justicia, la liberación y la humanización. Para ello la academia es necesaria y sumamente importante, pero no es la finalidad última. En una universidad es instrumento esencial pero no el fin esencial.

De hecho, así ha sido en las universidades de los jesuitas. Los saberes han sido instrumentos importantes para defender la fe, para que la Iglesia tenga reconocimiento y prestigio, para elevar el nivel de conocimiento de determinados grupos sociales… Y para ello se ha necesitado excelencia académica. Pero lo que hemos propuesto va más allá. Bajar de la cruz al pueblo crucificado significa que sea posible la vida, la dignidad, la fraternidad en el mundo de pobres y oprimidos. Y además desde esta perspectiva se puede volver a retomar la excelencia académica, ahora como un elemento de la excelencia universitaria, de manera que se transforme en excelencia académica “integral”.

La razón está en que en nuestro mundo reina la falsedad, no sólo la ignorancia. Buscar la verdad no es entonces sólo hacer avanzar el saber, sino desenmascarar la mentira establecida. Predomina además la ideología, que tiene una dimensión estructural-institucional, y que quiere defender con el saber intereses muy frecuentemente injustos. La excelencia del conocimiento, en cuanto conocimiento, exige entonces conversión de la inteligencia para superar falsedad e ideología. Y eso se logra, pienso yo, cuando nos dejamos afectar, también intelectualmente, por la realidad crucificada. Y no sólo para sanar la realidad, sino para sanar nuestro conocimiento, y expandir sus horizontes. Esto cuestiona la manera ordinaria -ingenua en el mejor de los casos- de entender la excelencia académica y le ofrece una nueva dirección. El servicio universitario a la liberación de un mundo oprimido lejos de minarla la robustece.

Y no hay que olvidar que a la excelencia académica convencional ya empuja el establishment, que busca generar ideologías a su favor y graduados altamente competentes para mantener el status quo. Mucho más difícil es encontrar fuerzas y dinamismos sociales que muevan a transformar la realidad y sean asumidos por una universidad. Estos dinamismos vienen de los pobres, las víctimas, los mártires.

3. La gracia de los mártires

Hemos recordado a mártires. Su vida y su muerte son de gran dureza, y por eso mis palabras pueden sonar fuertes. Pero también es verdad que a ellos se dirigen las bienaventuranzas de Jesús. Y que para nosotros son -pueden ser- una bendición: nos animan a entregarnos a los demás y a tener esperanza, ánimo que no se encuentra, con esa fuerza, en ninguna otra parte, ni en la liturgia ni en la actividad de la academia.

En navidad decimos que en Jesús de Nazaret “ha aparecido la benignidad de Dios”. En semana santa escuchamos en boca de Pilato que ese Jesús es “el hombre verdadero”, “el que cargó con la realidad por amor a los pequeños”. De ahí el ”ecce homo”. Ambas cosas, la aparición de Dios y de lo humano en un mundo en oscuridad es una buena noticia.

Eso es lo que celebramos en este acto universitario. Los seis jesuitas de la UCA nos llevan en su fe, de la que podemos tener alguna noticia, aunque sea caminando en silencio y de puntillas. Julia Elba y Celina nos llevan en la suya, pero de manera distinta. Yo al menos, no puedo entrar hasta el fondo en su misterio. Pero Dios sí les conoce y ellos -Dios sabe cómo- nos llevan a Dios.

Y contra toda ciencia y prudencia, los mártires generan esperanza. Miles de campesinos pobres, con familiares muertos, se juntan la víspera del 16 de noviembre en la UCA para celebrar unos con otros, rezar y cantar. Jürgen Moltmann lo ha teorizado muy bien: “no toda vida es ocasión de esperanza, pero sí lo es la vida de Jesús, quien, por amor, tomó sobre sí la cruz”.

Termino. Quiero agradecer muy sinceramente a la Universidad de Santa Clara por la oportunidad que me ha dado de dirigirles estas palabras. Me han permitido hacer presente de algún modo el sufrimiento y la esperanza de un pueblo admirable y la memoria de mis hermanos y hermanas de la UCA. También quiero agradecerles el honor personal que me hacen. Me remite al cariño que me mostraron hace veinte años. Y lo interpreto como símbolo de solidaridad de esta Universidad con la UCA y con todo el pueblo salvadoreño.

Mis palabras finales son las que escribí aquí hace veinte años.

”Descansen en paz Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Matín-Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, compañeros de Jesús. Descansen en paz Julia Elba y Celina. hijas muy queridas de Dios. Que su paz nos transmita a los vivos la esperanza, y que su recuerdo no nos deje descansar en paz”. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).