Blogia
ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

Reflexiones

Torrente y V

Torrente y V

EL DIOS QUE ME HABLA V (y último)
El santo temor
JAIRO DEL AGUA, http://blogs.periodistadigital.com/ jairodelagua.php
MADRID.

ECLESALIA, 02/11/09.- A este artículo le faltaba un peldaño. Al fin voy a intentar subirlo. Se me quedó en el tintero “el santo temor de Dios” que creo merece alguna reflexión.

El temor es un elemento de nuestro sistema de defensa. Sin él nos estrellaríamos constantemente contra cualquier peligro. No hay más que observar a los niños. Ellos no temen hasta que desarrollan la conciencia de peligro o les contagiamos nuestros fantasmas. Al hacerse conscientes de los peligros de la vida, aprenderán a no meter la mano en la hura del alacrán (a mí me picó uno y no se lo recomiendo a nadie), a evitar un precipicio o a vigilar la cartera en el autobús. Muchos, muchísimos peligros nos acechan y es muy bueno tener temor para protegernos y espabilar nuestro cuidado.

El temor, por tanto, es bueno. Es una alarma natural, el piloto rojo que se enciende ante peligros conocidos o desconocidos. Claro que, en ese afán por proteger a nuestros hijos, los padres o la sociedad nos inventamos “hombres del saco”, “saca sangres” o “demonios” que frenen la imprudencia o el libertinaje. Nos equivocamos, porque inducimos un miedo patológico (exagerado e irreal), que merma energía y frena la capacidad de avanzar. Lo acertado sería ayudar a formar una "conciencia recta" sobre bases reales y racionales.

Por desgracia, el mayor error que hemos podido cometer es involucrar al mismísimo Dios en esta patología del miedo. Le hemos convertido en “el mayor ogro”, “el mayor peligro”, a fin de frenar nuestros barbarismos y exageradas ansias de libertad. En vez de estimular nuestras capacidades humanas (reflexión, prudencia, solidaridad, etc.) hemos creado “un monstruo” que nos apalea airado (o nos apaleará después) cuando somos malos.

Los profesionales de la religión han justificado tal fantasma defendiendo que Dios es justo y, por tanto, ha de masacrar indefectiblemente al libertario injusto. En vez de explicar que toda acción tiene sus consecuencias y que el mal siempre acarrea males. La sabiduría popular lo abrevia: “El que siembra vientos recoge tempestades”. Si me tiro por el barranco -por ejemplo- me romperé enterito sin intervención alguna del “dios castigador”. El castigo nos lo imponemos nosotros mismos (nos auto castigamos) con nuestras decisiones erradas. Es un terrible engaño colgarle a Dios el castigo, como engaño es culpabilizar a la luz de la oscuridad.

A esto hemos llegado por un proceso histórico sobre el que debemos avanzar. El “dios aterrador” surge para nosotros en el AT. Es fácilmente explicable porque, en una sociedad teocrática y primitiva, el freno decisivo estaba en “el dios de la ira, de la venganza o del castigo”. Los dirigentes judíos supieron explotar y politizar el miedo como freno al “corazón de piedra” de un pueblo semibárbaro. Posiblemente no tuvieron otro remedio.

Lo utilizaron igualmente para impulsar la obediencia ciega y el coraje conquistador. Si las órdenes procedían del “dios de los ejércitos”, sin duda la motivación sería suprema; sobre todo, si al incumplimiento se asociaba el castigo divino. La inhumana aberración de la “ley del exterminio” -por ejemplo- no hubiera sido posible sin tales condicionamientos. Es decir, los dirigentes judíos convirtieron “lo políticamente correcto o útil” en voluntad expresa de Dios. Más claro: utilizaron a Dios. No sé si consciente o inconscientemente como consecuencia de su teocracia, pero sin duda lo utilizaron.

El NT rompe con los “falsos dioses” y Cristo nos revela el verdadero rostro del Padre: el Dios Amor. Pero me temo que nuestras autoridades religiosas, inmersas en la inercia del pasado y más celosas de hacerse obedecer que de descubrirnos el rostro de Dios, han seguido utilizando -más o menos según épocas- el “miedo al monstruo”.

Es comprensible, porque el rostro de Dios es difícil de escrutar y el miedo es una herramienta eficaz para reconducir conductas. Lo hemos hecho también las familias asustando a nuestros hijos con “el coco” o con “el castigo de dios” para hacernos obedecer. Lo comprendo pero no lo comparto. No se puede imponer la religión y mucho menos bajo amenaza.

La religión (de “religare” = unir) mana espontáneamente en el fondo del ser humano, aunque algunos obstruyan ese pozo. Sólo cabe buscar dentro para descubrir al único y verdadero Dios. De ahí nacerá la adhesión-unión (religión) y el estilo de vida (moral). Mal van a apoyar esa búsqueda quienes absolutizan los libros y las opiniones de otros, sin buscar dentro de sí. Se parecen a aquel huertano que, fascinado por el precioso manantial encontrado por su vecino, le pidió unas botellas del precioso líquido para plantarlas en su huerta. Ciertamente es imprescindible contar con instrumentos y personas que nos ayuden e iluminen. Pero el trabajo de búsqueda ha de ser personal para llegar al íntimo encuentro.

Hay católicos que piensan que el apostolado consiste en construir enormes y costosos canales para hacer llegar el agua del Evangelio a todas las creaturas. Sin embargo, el sistema hídrico del propio Evangelio enseña a cavar pozos: “el agua que yo le daré será en él manantial que salta hasta la vida eterna” (Jn 4,14). En lenguaje popular: “No le des peces, enséñale a pescar”. “No le des agua, enséñale a cavar”. Pero volvamos al temor.

El error de “utilizar a Dios” para mover conductas se volverá contra los mismos que lo practican. Se verán desenmascarados y abandonados. Si además se ha cultivado el “miedo reverencial” a la casta sacerdotal (especialmente a sus líderes) para forzar respeto y obediencia, la reacción contraria de liberación será todavía más fuerte. Esto es, en parte, lo que hoy nos ocurre.

La adhesión a los religiosos se produce espontáneamente cuando su testimonio resplandece por encima de sus consignas, cuando se constata que realmente siguen el Evangelio: “y todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8). Los cristianos de hoy tenemos un hambre infinita de ejemplos, de guías coherentes, de líderes convencidos de que “hacer es la mejor forma de decir”.

No es verdadera la “religión del miedo”, ni existe un “dios colérico” que nos acosa cuando desoímos a los clérigos, ni siquiera cuando nos portamos objetivamente mal. Las consecuencias negativas de nuestra mala conducta nos llegarán sin duda, pero no por la mano de Dios. El que se vuelve ciego, por empeñarse en vivir en la oscuridad, jamás podrá decir que la causa de su ceguera fue la luz.

Estoy convencido que el Espíritu está sembrando hoy en nuestro Pueblo un ansia inmensa del Dios verdadero: el Dios Amor, que “sufre” cuando nos hacemos daño o se lo hacemos a otro, cuando olvidamos nuestra condición humana y nos arrastramos como gusanos. Pero que respeta nuestra libertad porque es un don que Él nos regaló y no nos quitará. Aunque le duela el dolor que nos traerá nuestra decisión de alejarnos de Él, como el “hijo pródigo”.

¿Entonces el temor a Dios es malo? El descrito hasta ahora sí, porque parte de falsedades. Dios nunca es un peligro ante el que haya que alertar nuestro sistema de defensa. Todo lo contrario: Dios es nuestra defensa, que actúa normalmente tras las luces de nuestra inteligencia, tras la fuerza de nuestra voluntad y tras el discernimiento de nuestra libertad.

Hay dos clases de temor: el “temor al mal” (peligro, desgracia, castigo) y el “temor a perder un bien”. El primero es una blasfemia aplicárselo a Dios. El segundo es el “santo temor de Dios”. Un cristiano, con un mínimo de vida interior, ha debido descubrir y experimentar que el camino de Dios es el camino de la felicidad (no sólo de la felicidad de “después” sino de la actual). El “santo temor” es el dolor ante la sola posibilidad de alejarse de la Vida, de equivocar el Camino (aunque sea inconscientemente), de no acertar en el correcto uso de tus dones.

Es tremendamente chocante que tengamos que aprender tantos manuales de uso (ordenador, lavadora, móvil, y un larguísimo et cétera) mientras descuidamos totalmente nuestro manual de uso como personas. ¿Quién soy? ¿Cuáles son mis piezas esenciales y mis funcionamientos correctos? ¿Cuál es mi misión en la vida?... Con toda seguridad el “santo temor” nos llevará a profundizar en nosotros mismos para aprender a “manejarnos”, para caminar el camino de la plenitud humana, que es el trampolín para saltar a los brazos del Amado.

Una enamorada nunca tendrá temor de su enamorado. Su felicidad es estar con el amado. Lo que teme la enamorada es vivir alejada de su amado. Pienso, por ejemplo, en los novios o esposos que viven a distancia por razón de su trabajo.

Desde hace muchos años repito esta jaculatoria: “Que lo haga bien, Señor, que lo haga bien”. Cuanta más oscuridad, duda, fragilidad o tristeza han asaltado mi vida, más ha arreciado esa oración. Sé que la vida es una hilatura que se va tejiendo con cada decisión, con cada paso, con cada acto. Mi miedo es no discernir y no elegir bien, causando daño propio o ajeno. Sé que mi libertad es un bólido de mil caballos de potencia. Es un gran regalo, una máquina preciosa. Pero dependerá de cómo la conduzca para que me lleve a la deseada felicidad o al macabro accidente. Por eso temo, claro que temo, equivocarme de carretera, distraerme al volante. Lo que me fue dado para llevarme a la plenitud y al gozo, temo emplearlo para mi desgracia.

Por eso bendigo el “santo temor” que me pone en camino de la fidelidad, el orden, la perfección, el equilibrio y el amor. Sé que por esos escalones se llega a los brazos del Amado. Por eso sigo repitiendo con Oliva, mi viejita amiga de la Parroquia: “No permitas que me aparte de Ti”, para que Tú seas cada vez más en mí. Amén. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

julia elba y celina

julia elba y celina

MONSEÑOR ROMERO Y TÚ
Carta a Ellacuría
JON SOBRINO
EL SALVADOR.

ECLESALIA, 25/10/09.- Querido Ellacu: Este año es el veinte aniversario de vuestro martirio y pronto llegará el treinta de Monseñor Romero. Nos toca hablar de ustedes con frecuencia, con especial responsabilidad, y también con algún escrúpulo. Ustedes, los jesuitas, son mártires bien conocidos, pero Julia Elba y Celina no tanto. Y sin embargo ellas son el símbolo de centenares de millones de hombres y mujeres que han muerto y mueren inocente e indefensamente aquí, en el Congo, en Palestina, en Afganistán, sin que nadie les haga mucho caso.

Prácticamente no existen ni en vida ni en muerte para las sociedades de abundancia. Y tampoco la institución Iglesia sabe qué hacer con tantas gentes que han muerto asesinadas. Si difícil es que canonicen a un mártir de la justicia como Monseñor Romero, mucho más lo es que canonicen a esos hombres y mujeres que han vivido y han muerto en pobreza y opresión. Y sin embargo, muchas veces te oí decir que son “los preferidos de Dios”.

Debería escribirte, pues, sobre Julia Elba y Celina, pero conozco poco de ellas. De Julia Elba sé que pasó trabajando toda su vida en las cortas, en la cocina. Y todo ello desde que tenía 10 años. No sé mucho más de ella. Sí me he preguntado “quién es más mártir, Ellacuría o Julia Elba”, y sería terrible que los mártires jesuitas hiciesen olvidar a esas dos mujeres que murieron asesinadas a 50 metros del jardín de rosas. Estos días he escrito que “Ellacuría no vivió ni murió para que el esplendor de su figura opacase el rostro de Julia Elba”. Ellacu, éste es el escrúpulo.

Pero Julia Elba y muchas mujeres salvadoreñas como ella, me perdonarán, quizás hasta se alegrarán, de que en esta carta te hable sobre nuestro Monseñor, pues no tienen celos de una persona muy querida. Y la he titulado: “Monseñor Romero y tú”. Mi intención es ayudar a las nuevas generaciones, a quienes no les sobra orientación cristiana y salvadoreña. Que sepan que una vez hubo un país y una Iglesia extraordinaria: la de Monseñor Romero. Y tú eres un mistagogo de lujo para introducirnos en su persona. Por ello, voy a recordar cómo se llevaron ustedes dos.

La gente sabe que los dos fueron elocuentes profetas y mártires. Pero me gusta recordar otra semejanza importante sobre cómo empezaron. Los dos recibieron una antorcha cristiana y salvadoreña, y sin discernimiento alguno hicieron la opción fundamental de mantenerla ardiendo. Monseñor la recibió de Rutilio Grande la noche que lo mataron. Y muerto Monseñor la retomaste tú. Es cierto que ya habías empezado antes, pero tras su asesinato tu voz se hizo más poderosa y comenzó a sonar más como la de Monseñor. A una señora le oí decir en la UCA: “desde que mataron a Monseñor, en el país nadie ha hablado como el P. Ellacuría”.

Lo que me interesa recordar y recalcar es que en El Salvador existió una tradición magnífica: la entrega y el amor a los pobres, el enfrentamiento con los opresores, la firmeza en el conflicto, la esperanza y la utopía que pasaban de mano en mano. Y en esa tradición resplandecía el Jesús del evangelio y el misterio de su Dios. No podemos dilapidar esa herencia, y debemos hacerla llegar a los jóvenes.

Los comienzos de tu relación con Monseñor Romero no fueron positivos. Al comienzo de los setenta, tú ya eras conocido como peligroso jesuita de izquierdas por tu defensa de la reforma agraria, el apoyo a la huelga de los maestros de ANDES y el análisis del fraude electoral de 1972. Pero con tu libro “Teología Política” de 1973 empezaste a tocar temas más explícitamente cristianos: salvación e historia, el mesianismo de Jesús, la misión de la Iglesia, violencia y política… Y aunque en el país no se hablaba todavía de teología de la liberación -y de cuán peligrosos eran sus defensores- los obispos se asustaron del Ellacuría teólogo que emergía con fuerza. Y le tocó a Monseñor Romero escribir una crítica de siete páginas sobre tu libro. Lo hizo en tono serio y educado, a diferencia de la crítica que llegó de un teólogo de una curia romana, llamado Garofallo. El primer encuentro entre ustedes fue un encontronazo.

Las cosas siguieron su curso. Tú con ciencia y profecía, y a veces con humor e ironía. En una pequeña revista de la UCA escribiste un breve artículo con este título: “un obispo disfrazado de militar y un nuncio disfrazado de diplomático” -los de mi generación sabrán a qué jerarcas te referías. No era tu estilo, pero sí tu convicción.

Así llegó 1976. Monseñor Luis Chávez y González, benemérito y buen amigo, después de 38 años dejaba la responsabilidad de la arquidiócesis. En ECA nos reunimos para escribir un editorial sobre tema tan importante: “quién será el nuevo arzobispo”. Apoyamos a Monseñor Rivera y nos distanciamos críticamente del que sonaba como posible candidato: el obispo Oscar Arnulfo Romero. La elección, por cierto, le salió mal al Vaticano, y más tarde escribirías que “a Monseñor Romero no se le eligió para que fuera a ser lo que fue; se le eligió casi para lo contrario”.

Llegó la conversión de Monseñor y un hondo cambio en tu relación con él. Cuando en marzo de 1977 mataron a Rutilio, tú estabas en España, y desde Madrid el 9 de abril le escribiste una carta, que llegó a mis manos por casualidad muchos años después. La publicamos en Carta a las Iglesias marzo 2006.

“Tengo que expresarle, desde mi modesta condición de cristiano y sacerdote de su arquidiócesis, que me siento orgulloso de su actuación como pastor. Desde este lejano exilio quiero mostrarle mi admiración y respeto, porque he visto en la acción de Vd. el dedo de Dios. No puedo negar que su comportamiento ha superado todas mis expectativas y esto me ha producido una profunda alegría, que quiero comunicársela en este sábado de gloria”.

Ellacu, esta carta es uno de tus textos más bellos. Le hablas a Monseñor con total verdad, y te muestras a ti mismo en facetas desconocidas para quienes sólo te han conocido como profesor y rector. Después del asesinato de Rutilio le agradeces “su valentía y prudencia evangélicas frente a claras cobardías y prudencias mundanas”, el acierto de “oír a todos, pero decidiendo lo que parecía a ojos prudentes lo más arriesgado”. Te referías a la misa única, la supresión de las actividades en los colegios católicos, la promesa de Monseñor de no asistir a ningún acto oficial… Le felicitas: “usted ha hecho Iglesia y ha hecho unidad en la Iglesia”; la mayoría del clero, religiosos y religiosas se aglutinaron alrededor de Monseñor. Y se lo vuelves a desear al final: “si logra mantener la unidad de su presbiterio mediante su máxima fidelidad al evangelio de Jesús, todo será posible”.

En la carta aparece la dialéctica evangélica e ignaciana, recurrente en ti: usted “lo ha logrado no por los caminos del halago o del disimulo sino por el camino del evangelio: siendo fiel a él y siendo valiente con él”. “No ha podido entrar usted con mejor pie a hacer Iglesia”. Yo también escribí que, aunque parecía que todo empezaba muy mal para Monseñor, toda empezaba muy bien. Y firmaste: “Este miembro de la arquidiócesis, que ahora se ve alejado contra toda su voluntad”.

Cuando regresaste en 1978 te pusiste, con entrega y devoción, al servicio de Monseñor. Escribiste para la YSAX, la radio del arzobispado, una larga serie de comentarios a su tercera carta pastoral, “La Iglesia y las organizaciones políticas populares”. Le ayudaste a redactar la parte central sobre las idolatrías en la cuarta carta pastoral, “La Iglesia en la actual situación del país”. En sus últimas semanas estuviste con él en la conferencia de prensa después de la homilía dominical, y te daba la palabra cuando le preguntaban sobre la situación política. Con él estuviste la víspera de su asesinato, después de aquella homilía irrepetible: “En nombre de Dios, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”. Y en el funeral cargaste el féretro. Se te ve en la foto con Walter Guerra, Jesús Delgado y Juan Spain.

Lo que hiciste por Monseñor no fue simplemente uno más de tus muchos servicios al país. Tampoco lo pensaste como servicio estratégico, dada la inmensa influencia de Monseñor. Monseñor Romero llegó a ser para ti alguien muy especial, distinto a como lo había sido Rahner o Zubiri. Se metió dentro de ti, y tocó tus fibras más hondas. Esa sensación la tuve desde el principio. Y se me quedó grabada para siempre en tu homilía en la misa de funeral que tuvimos en la UCA. En ella dijiste: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”.

Muchas veces he citado estas palabras, Ellacu. Son muy tuyas por la precisión del lenguaje y por el peso del concepto. Conociéndote, estabas diciendo verdad. Y una verdad teo-logal: por este El Salvador, masacrado y esperanzado,, taimado y valiente, cruel y generoso, se sintió el paso del misterio. El paso de Dios. Por eso Monseñor Romero se convirtió para ti en referente de Dios, y en principio y fundamento de tu teología. Lo voy a recordar brevemente.

Comencemos con la eclesio-logía. El “pueblo de Dios” no era un tema cualquiera, y menos cuando el Vaticano II ya estaba en declive y volvía a resurgir la jerarcología. Sobre él escribiste un artículo sistemático en 1983, pero antes, en 1981, habías escrito “El verdadero pueblo de Dios, según Monseñor Romero”. No tratabas de analizar las ideas de algún importante teólogo, sino de ir al fondo del problema desde la fuente que tenías más a mano y que te parecía la más fructífera.

Cuatro características mencionaste del verdadero pueblo de Dios: 1. La opción preferencial por los pobres, 2. La encarnación histórica de las luchas del pueblo por la justicia y la liberación, 3. La introducción de la levadura cristiana en las luchas por la justicia, 4. La persecución por causa del reino de Dios en la lucha por la justicia. No toda la novedad provenía de Monseñor, pero la más novedosa, por así decirlo, las tres últimas características, de él provenían. Al menos Monseñor Romero te hizo profundizar en ellas.

Monseñor te puso en la pista de “la Iglesia de los pobres”, la que ni siquiera en el Concilio tuvo éxito, a pesar de los deseos de Juan XXIII, el cardenal Lercaro y algunos pocos obispos. Y ciertamente te inspiró para hablar del martirio, realidad fundante para la Iglesia, como la cruz de Jesús. Varias veces citaste unas palabras escandalosas de Monseñor Romero: “Me alegro, hermanos, de que la Iglesia sea perseguida. Es la verdadera Iglesia de Cristo. Sería muy triste que en un país donde se está asesinando tan horrorosamente no hubiese sacerdotes asesinados. Son la señal de una Iglesia encarnada”. Mejor y más profundamente que con muchos conceptos Monseñor define a la Iglesia desde dos relaciones esenciales: con el destino de Cristo y con el destino del pueblo. Alguien, con buena intención, cuestionó una vez que Monseñor Romero corriera tantos riesgos, aun de su vida. Pero tú le contestaste: “eso es lo que tiene que hacer”. Y eso es lo que tú también hiciste con tu vida. La eclesiología no era un conjunto de conceptos prendidos de la realidad con alfileres, sino surgidos de ella.

En cristo-logía coincidiste con Monseñor en muchas cosas. Sólo voy a recordar una, para mí la más decisiva hoy, ciertamente en el tercero mundo, pero también en el primero: ver a Cristo en el pueblo crucificado, considerar a éste como la continuación del siervo de Jahvé. Son hoy los centenares y miles de millones de pobres, hambrientos, oprimidos, dados muerte violentamente, masacrados, inocentes e indefensos, desconocidos en vida y en muerte. Con ellos he comenzado esta carta al recordar a Julia Elba y Celina.

En 1978, en preparación para Puebla, escribiste “El pueblo crucificado. Ensayo de soteriología histórica”, en el que analizas la realidad de los pobres y víctimas como el siervo sufriente de Jahvé. En 1981, en tu segundo exilio de Madrid escribiste “El pueblo crucificado como ‘el’ signo de los tiempos”. En el primer texto recalcas su carácter salvífico. En el segundo, su carácter de revelación.

Monseñor Romero dijo en 1977 en Aguilares a los campesinos perseguidos y asesinados: “Ustedes son el divino Traspasado”. Y en una homilía de 1978 mostró su alegría porque los estudiosos del Antiguo Testamento no sabían decir si el siervo, del que habla Isaías es “todo un pueblo” o es “Cristo que viene a liberarles”.

No sé decir “quién copió a quién” o si ocurrió como con Leibnitz y Newton que descubrieron los fundamentos del cálculo infinitesimal con independencia el uno del otro. Lo que si me parece cierto es que ustedes tuvieron la misma asombrosa intuición de equipar la humanidad sufriente con el crucificado y el siervo de Jahvé. Y por lo que yo sé, sólo ustedes dos. No aparece en encíclicas ni concilios. Tampoco, normalmente, en las teologías. Y muertos ustedes, parece que no hay vigor ni rigor para hablar así de un mundo hoy está evidentemente crucificado.

Y una cosa más. En tu segundo exilio escribiste otro breve texto al que diste mucha importancia: “Por qué muere Jesús y por qué lo matan”. El título es más que muestra de ingenio. Se trata de esclarecer el sentido transcendente de esa muerte y sus causas históricas. En teología se pueden encontrar reflexiones afines, pero no así, ciertamente no con esa radicalidad, en textos oficiales de la Iglesia. Para lo primero hay que tener presente ante todo el designio de Dios. Para lo segundo hay que tener en cuenta la historicidad radical de la vida de Jesús: defensor de aquellos a quienes ofenden los poderosos. Por esa razón Jesús denunció el poder, entró en conflicto con él, perdió y fue crucificado. Esto, tan evidente, suele ser oficialmente silenciado -incluso en Aparecida, un buen documento por otros capítulos.

No lo silenció Monseñor Romero. En la misa funeral de uno de los sacerdotes asesinados dijo lapidariamente: “se mata a quien estorba”. Y los que estorbaban no eran demonios o poderes transcendentes, sino oligarcas, militares, cuerpos de seguridad, escuadrones de la muerte. Así se entiende el “por qué mataron a Jesús”, como tú preguntabas.

Termino con la teo-logía, con Dios y con tu fe. En la primera carta te escribí que tu fe en Dios no pudo ser ingenua. En 1969 hablaste en Madrid de las dudas de fe que Rahner llevaba con elegancia -y entendí que algo semejante decías de ti mismo. Creo que luchaste con Dios como Jacob, en aquellos años recios para la fe. Y a tus 47 años “se te apareció” Monseñor Romero -y uso el término “aparecer”, opthe, conscientemente, para expresar lo que en ello hubo de inesperado, destanteador, cuestionante y bienaventurado. De esto sólo se puede hablar con temor y temblor, pero pienso que en contacto con Monseñor tuviste una experiencia nueva de la realidad última, de Dios. Y creo que se notó en tu hablar sobre Dios.

He escrito que para Jesús Dios es “Padre” en quien se puede descansar, y que el Padre sigue siendo “Dios” quien no deja descansar. En Monseñor Romero, en su compasión hacia los sufrientes, su denuncia para defenderlos, el amor sin componendas viste al Dios que es “Padre” de los pobres. En su conversión, su adentrarse en lo desconocido y no controlable, en su caminar sin apoyos institucionales eclesiásticos, en su mantenerse firme llevase a donde llevase el camino viste al Padre que sigue siendo “Dios”. Y quizás en Monseñor viste también que, a pesar de todo, el compromiso es más real que el nihilismo, el gozo más real que la tristeza, la esperanza más real más que el absurdo. Así interpreto sus sencillas palabras: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”. En ellas asoma la utopía

Termino. No era la primera vez que te encontrabas con alguien que iba a influir importantemente en tu vida, como bien lo analiza Rodolfo Cardenal. Sin embargo, encontrarte con monseñor Romero significó algo distinto. Y eso distinto radica en que te encontraste con la profecía, la entrega, la bondad de Monseñor, pero sobre todo con su fe, lo que configura toda la persona. Por eso nunca te consideraste “colega” de Monseñor. Nunca te escuché, siendo tú de talante crítico, una crítica a Monseñor. Y en tu nombre y en el de la UCA, dijiste que “Monseñor Romero ya se nos había adelantado”. E insististe: “No hay duda de quién era el maestro y de quién era el auxiliar, de quién era el pastor que marca las directrices y de quién era el ejecutor, de quién era el profeta que desentrañaba el misterio y de quién era el seguidor, de quién era el animador y de quién era el animado, de quién era la voz y de quién era el eco”. Lo decías con total sinceridad.

“Monseñor Romero, un enviado de Dios para salvar a su pueblo”, escribiste. Y Monseñor te habló de lo que en Dios hay de “más acá”. Pero también te habló de lo que en Dios hay de inefable, de misterio bienaventurado, de lo que en Dios hay de “más allá”. “Ni el hombre ni la historia se bastan a sí mismos. Por eso [Monseñor] no dejaba de llamar a la transcendencia. En casi todas sus homilías salía este tema: la palabra de Dios, la acción de Dios rompiendo los límites de lo humano”. Monseñor Romero vino a ser como el rostro de Dios en nuestro mundo.

Ellacu, termino esta carta con las palabras con las que tú terminaste tu último escrito de teología. Son para los que no te conocieron, para todos los que te conocimos y especialmente para que ayuden a que la Iglesia retome su rumbo:

“La negación profética de una Iglesia como el cielo viejo de una civilización de la riqueza y del imperio y la afir­mación utópica de una Iglesia como el cielo nuevo de una civilización de la pobreza es un reclamo irrecusable de los signos de los tiempos y de la dinámica soteriológica de la fe cristiana historizada en hombres nuevos, que siguen anunciando firmemente, aunque siempre a oscuras, un futuro siempre mayor, porque más allá de los sucesivos futuros históricos se avizora el Dios salvador, el Dios liberador”. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

para comunicar

para comunicar

ES UN MOMENTO OPORTUNO
Manifiesto final de la II Asamblea de Redes Cristianas
REDES CRISTIANAS, 11/10/98,
BILBAO.

ECLESALIA, 13/10/09.- Los grupos que formamos parte de Redes Cristianas, procedentes de todo el estado español, nos hemos encontrado en Bilbao para celebrar nuestra II Asamblea. Encuentro que nos ha permitido saber quiénes somos, conocernos más y poner en común nuestras esperanzas y dificultades. Nos unen valores, sentido de la trascendencia, compromiso y trabajo en ámbitos similares. Una vez más hemos comprobado que las razones que nos impulsan a vivir estos valores en nuestros grupos nos impulsan también a compartirlos con otros grupos. Por eso creemos que es un momento oportuno para comunicar esta Buena Noticia a otros colectivos y comunidades, más allá de nosotros mismos. Porque sabemos que somos muchos más de los que creemos. Y muchos más que los que hoy nos encontramos en Redes.

Es un momento oportuno para las personas, comunidades, movimientos de base. Las instituciones, todas, sufren desde hace tiempo un imparable proceso de erosión en su credibilidad. También nosotros lo sentimos así. No esperamos demasiado de ellas. En cambio ante la soledad o la sensación de vivir en el desierto o en la frontera, y ante los retos del mundo actual, consideramos que es oportuno acompañarnos, crear espacios en los que, por pocos que seamos en cada grupo, podamos explicarnos y nos sintamos formando parte de una comunidad más grande.

Ante la rápida y progresiva secularización de nuestro entorno, es un momento oportuno para impulsar espacios en los que podamos reconocernos como creyentes. Vivimos como un hecho positivo estar en un mundo ya definitivamente laico, que define por sí mismo los criterios éticos, políticos o morales acerca de los grandes interrogantes sobre la vida, el comportamiento humano, la justicia o la paz; que defiende la libertad de conciencia como un bien para todos; que en sus actuaciones no permite ya más injerencias que las que proceden de la razón; en el que no son ya posibles más privilegios a las confesiones religiosas; un mundo en el que las expresiones públicas de la experiencia religiosa personal van quedando progresivamente difuminadas. Por eso, en medio de este saludable anonimato, es necesario promover encuentros para reconocernos y también para establecer un diálogo serio con las otras espiritualidades laicas que surgen desde la ciudad secular.

Ante la difícil situación por la que hoy atraviesa el mundo: crisis económica, paro, deslocalización de empresas, es un momento oportuno para plantear alternativas de justicia y abrir nuevos caminos de solidaridad. La liberación, que está en el núcleo de todas las religiones, es también liberación de las dificultades materiales. Compartimos el criterio del último Foro Social Mundial que proclamaba que esta crisis no deben pagarla los pobres. Vivimos en un mundo gravemente enfermo y herido. Ante tanto sufrimiento es necesario encontrarse para, desde las distintas sensibilidades, establecer puentes entre nosotros y con otros actores sociales con los que compartimos criterios y compromisos.

Es un momento oportuno por el fenómeno creciente de la inmigración. Consideramos la inmigración como una oportunidad y un reto, no como un problema. Se trata de una riqueza, del todo inédita en la historia, que de manera generalizada diferentes sensibilidades ante la trascendencia o diferentes maneras de entender y relacionarse con Dios puedan convivir en un mismo territorio. El diálogo interreligioso no se hará ya desde las jerarquías de las iglesias o en congresos de expertos, sino desde la calle, en el colegio, en la escalera, en el supermercado. En nuestros ambientes haremos lo posible para fomentarlo con naturalidad desde las mismas bases.

En los últimos tiempos hemos empezado a ser conscientes de los nuevos problemas que amenazan a la humanidad: agotamiento de recursos naturales, malversación de la madre naturaleza, la insostenibilidad de nuestro modelo de crecimiento, la opresión que de ello se deriva para los países productores de materias primas, el recurso a la violencia y a la guerra para obtener estos recursos, etc. Estamos al final de una larga ilusión fundada sobre la posibilidad de un crecimiento indefinido que a la vez es necesariamente injusto. Ante esto vemos que es momento oportuno para plantear la necesidad del decrecimiento como única alternativa para salvar el planeta y la vida de las generaciones futuras, y a decidirnos por fin por una mayor austeridad en nuestros hábitos de consumo.

Día a día aparecen en los medios de comunicación vergonzosos actos de violencia de género, desde la violencia doméstica hasta el tráfico de personas para la prostitución. Se trata de un cáncer que corrompe las relaciones humanas en su sentido más noble. Es un momento oportuno para reflexionar sobre la dignidad de toda persona como una maravillosa obra de Dios, sin distinciones de género, condición social o inclinación sexual y, si fuera el caso, denunciar a los agresores y proteger a las víctimas.

Es un momento oportuno para el debate sobre educación y la formación de las conciencias. La agitación que en este momento sufre el sistema educativo en su totalidad, desde la Educación Primaria hasta la Universidad y desde los contenidos hasta la educación en valores, es el reflejo de la importancia que las diferentes fuerzas sociales dan a la educación. Se afirma que estamos en un verdadero cambio de civilización. Ante cambios tan profundos en el sistema productivo, modelo cultural y en las relaciones personales, no queremos que el sistema educativo sea simple reproductor de la actual estructura social, al contrario, debe ser el medio fundamental que facilite el alumbramiento de una sociedad más respetuosa, más igualitaria y más libre.

Es sobre todo un momento oportuno para plantear una necesaria regeneración moral. La crisis actual tiene muchas facetas, pero probablemente su punto de partida es su vertiente ética y cultural. Contra la idea de que no hay alternativa, hay que desarrollar el imaginario social e impulsar las alternativas desde la base. Contra la incoherencia entre lo que decimos y lo que hacemos –tan frecuentemente motivo de escándalo- hay que fomentar los hábitos de la fidelidad y de la congruencia. Contra la obscenidad de la situación actual de violencia e injusticia en el mundo hay que buscar una nueva fundamentación ética de la sociedad. Todo ello significa una enorme exigencia y esfuerzo, pero sin estos componentes es imposible superar la crisis a favor de la liberación de las mayorías e incluso de nosotros mismos. Aquellos que creemos en el sentido trascendente de la persona tenemos mucho que aportar porque históricamente los valores de las religiones, se expresan a través de propuestas y comportamientos de la ética.

Al finalizar esta II Asamblea Redes Cristianas queremos proclamar una vez más que Jesús de Nazaret, su persona y su vida, sigue siendo nuestro primer referente, el principal motor también de nuestras personas y de nuestas vidas. Igual que Él en su momento, hoy nosotros en este momento de crisis queremos estar cercanos a las víctimas, no sólo en teoría o en vagos deseos sino con hechos concretos.

Es un momento especial, un momento oportuno, don de la vida, soplo del espíritu, un regalo que no podemos dejar pasar. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

- - -> Para más información: www.redescristianas.net

sufrimiento

sufrimiento

MENSAJE DEL XXIX CONGRESO DE TEOLOGÍA “EL CRISTIANISMO ANTE LA CRISIS ECONÓMICA”
Celebrado en Madrid del 3 al 6 de septiembre de 2009
MADRID.

ECLESALIA, 07/09/09.- Del día 3 al 6 de septiembre de 2009, sensibilizados ante la situación de crisis que estamos atravesando, se ha celebrado en Madrid el XXIX Congreso de Teología bajo el lema El Cristianismo ante la crisis económica. Como resumen de lo debatido en el Congreso, destacamos lo siguiente:

1. El shock sufrido en el llamado primer mundo, cuyos efectos se han proyectado inmediatamente de forma universal, como consecuencia de la crisis económica de 2008 y 2009, comparable únicamente con el histórico crack o “gran depresión” del primer tercio del siglo veinte, está haciendo que se tambalee el estado de bienestar alcanzado en las últimas décadas por un pequeño número de países privilegiados, sumiendo al resto del universo en un caos de efectos incalculables. Estos hechos suponen una prueba de fuego no solamente para los dirigentes mundiales, sino también para las conciencias de muchos cristianos, al cuestionar su nivel de solidaridad comprometida.

2. Una situación como ésta hay que contemplarla no sólo desde una óptica económica, sino desde un punto de vista sociológico y, sobre todo, con una profunda sensibilidad cristiana. Se trata de una realidad de injusticia económica excluyente de los más necesitados y vulnerables de la sociedad, que ya habitaba entre nosotros antes de 2008 y que ha explotado ahora, haciéndose patente la fragilidad de una sociedad en la que han sido trucados los valores cristianos por el enriquecimiento fácil y la ostentación sin límites, que dan origen a un estado de injusticia que ha ocasionado que los índices de desigualdad y de pobreza no solamente no se hayan reducido en los años de prosperidad y desarrollo social, sino que se han mantenido constantes a lo largo de todo este período.

3. En estos tiempos invernales en los que no solamente la economía y la política sino la fe y la ética están en crisis, es hora de solidarizarse con los colectivos más frágiles de la humanidad y recuperar algunos valores cristianos, como la opción preferencial por los pobres, así como la identificación con los mártires de la tierra, dando respuesta tanto a las demandas del tercer mundo como a las bolsas de pobreza del cuarto mundo, estableciendo así puentes de comunicación desde una sensibilidad genuinamente cristiana.

4. Si bien consideramos que el responsable de la crisis es el sistema capitalista, que permite que unos pocos se enriquezcan a costa del empobrecimiento de las mayorías populares, denunciamos la apatía y la falta de compromiso social de las confesiones religiosas, que se preocupan más por cuestiones de poder y por seguir defendiendo situaciones de privilegio en el terreno económico y social que por denunciar las injusticias de un sistema que atenaza a los sectores más necesitados. Por este motivo, entendemos que deben activarse las mejores tradiciones de justicia, igualdad y solidaridad de todas las religiones y movimientos espirituales a través de iniciativas comunes que coadyuven, desde planteamientos éticos responsables, a introducir un cambio radical en el comportamiento social.

5. En el proceso del debate abierto en el Congreso se ha evidenciado la necesidad de construir un nuevo orden mundial -político, económico, jurídico- alternativo al neoliberalismo, basado en la cooperación, la solidaridad y capaz de llevar a cabo controles efectivos del actual sistema financiero para evitar los abusos que se producen sistemáticamente. Y, a nivel nacional, que es urgente un cambio de rumbo de la política económica que beneficia a los poderosos y la puesta en marcha de políticas fiscales y sociales favorables a los sectores más desfavorecidos

6. En el terreno personal, como ciudadanos y creyentes, tenemos que dejarnos interpelar por la crisis actual y asumir compromisos concretos en los diversos niveles en los que nos movemos, renunciando al consumo irracional e insolidario, viviendo con austeridad, solidarizándonos de manera efectiva con las víctimas de la crisis, trabajando por la justicia y luchando contra la discriminación en todas su formas y manifestaciones étnicas, racionales, sexistas, sociales y culturales.

7. Como participantes del Congreso de Teología, y como expresión de nuestra identidad cristiana, hacemos nuestro el sufrimiento de una humanidad doliente, en especial de los sectores excluidos del mercado laboral, desposeídos de todo tipo de derechos sociales y clamamos por el establecimiento de una sociedad más justa y equilibrada, en la que se deje oír la voz y el llanto de los más pobres entre los pobres, los que han sido arrojados fuera del mercado laboral, habiendo sido privados de su sustento y de su dignidad. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


decidir

decidir

DE LA INDIGNACIÓN RAZONADA, A LA DESESPERANZA REALISTA
ALEJANDRO PÍRIZ MOTA, gerente de la empresa TECNYMAN SL Extremadura. alejandro.piriz@isf.es

ECLESALIA, 01/09/09.- Llevábamos tiempo en crisis. Lo dijeran los gobiernos o no. Lo que es cierto es que no siempre la hemos reconocido ampliamente, en todo su esplendor y profundidad, probablemente por encontrarnos en el cuarto de la población mundial desarrollada. Con nuestros problemas, claro, pero ajenos a la desesperación de los demás. Tan sólo ciegos a los otros tres cuartos subdesarrollados. Y cuando los telediarios nos lo han mostrado, ha sido suficiente la paulatina pero implacable naturalización de la necesaria coexistencia de ricos y pobres monetarios para silenciarla, pese a la multitud de voces y procesos críticos de diferentes procedencias a las reglas del juego desarrollistas. Ese cuarto mundial ha sobrecrecido gracias a una ávida avaricia que ha dejado en la cuneta a los otros tres. Y yo lo he disfrutado. Aunque los obviara. Aunque no fuera consciente de la desesperación silenciosa e impotente, a veces inmolada, ni siquiera de la indignación en su justa medida.

Esta crisis del desarrollismo humano ahora nos toca de cerca promovida y hasta espoleada por la dimensión económica. Hablamos, por fin, de crisis económica cuando, naturalizada y neutralizada la inequidad de los cuartos, el equilibro del bienestar y de sus pilares económicos que lo sustentaban, en acuerdo pacífico hasta el momento, no son tan fiables como pensábamos. Al menos ya no garantizan al conjunto del cuarto (antes tampoco a la mayoría) esa seguridad económica que posibilitaba el desarrollo creciente, la estabilidad, el pacto y el consenso social. En este camino, muchos otros quedaron en la cuneta, pero es fácil silenciarlos, ocultarlos, incluso menospreciarlos. Entretanto, tantas pateras, indigentes, maltratos, e historias desdibujadas, a la intemperie.

Sólo entonces suenan sirenas y alarmas. Y suenan porque las portan los que accedemos al sistema de bienestar, los que disfrutamos de los códigos, las herramientas y los medios que posibilitan que las primeras portadas se hagan eco, y entonces tengamos voz. Hasta hace poco, sonaban sirenas, claro, pero eran ruido que podíamos ecualizar. Ahora nos roza y empuja una situación que lograríamos compartir –salvando las distancias infinitas aún- con la mayoría de mujeres y hombres del planeta, los otros tres cuartos, los “sin-portadas”, pero eso no importa tanto ahora. Una situación en la que no sólo entra en crisis lo económico, porque es capaz de subrayarnos la fragilidad de lo basado en lo económico. Y esta oportunidad es escaparate de los valores que hasta ahora, en ávida avaricia, han promovido y son principio de nuestro sistema económico, desnudo de otros tan de moda como la solidaridad, la justicia, la igualdad y tantos del estilo, lejos de los modelos burbujas actuales.

Sonaban entonces conatos de indignación. Siempre han estado, pero en las páginas de sucesos. Ahora saltaban a las primeras páginas, a portada. De forma razonada, en protesta pública y en su mayor parte desorganizada contra un modelo que ahora también comienza a dejarnos leve y sutilmente fuera a los que lo disfrutábamos. El día a día en la empresa se hace duro. Los pagarés se amontonan, los primeros de mes son una mueca impotente ante la imposibilidad de las nóminas... vencimientos, devoluciones, morosidad, riesgo, eres y tantas históricas teorías en la universidad, y los libros, son ahora una realidad afilada y sangrante. Despidos, colas en los bancos y en las oficinas de desempleo, y de nuevo nuevos sin nombres del sistema, antes conocidos. Se encoge el cuarto. Y ahora portamos la indignación.

Corrillos en oficinas, en despachos, en pasillos protestando por unas amenazas que, como siempre, no han tenido una diana certera y única. ¿Bancos? ¿Gobiernos? ¿Sistema? ¿Ricos? ¿Pobres? ¿Contra quién o qué protestar? ¿Contra quién o qué indignarse, más allá de lo subjetivo? ¿A quién vapulear, y hacer culpable de la indignación? Esa falta de culpables ha sido una de las garantías del actual modelo, que ha sido capaz de amordazar responsables, y, en el fondo, cuando las soluciones no surgen por sí mismas, está siendo semilla de la desesperación. Del me cago en al no sé qué voy a hacer. De la indignación razonada, a la desesperanza realista. Del salgamos a la calle al para qué. Esta semana temblaba por la devolución de un pagaré negociado, cuando me enteré de lo que valía una paliza a un deudor solvente. Lo comentaba un buen amigo mío desesperado apurando hielos en un bar a media tarde, al lado de mi café, que sigue en pie junto al ariete de la persistencia, la indignación, y los fines de semana de trabajo incansable, los desvelos, y la tensión permanente. El paso a la desesperación lo sustenta la irracionalidad, las soluciones desvalidas y desnudas de cualquier apoyo, incluso de justificación legal. Pero la crisis económica es, en el fondo, causa y efecto de una crisis humana. De modelos de crecimiento deshumanizantes, que ahora compartimos los cuatro cuartos en la distancia y con las diferencias que imponen las prioridades en los salvavidas y medidas de rescate. Y que, desde luego, en nuestro cuarto permeabiliza las clases, los trasvases de éxito y fracaso. Es capaz, al límite, de llevar a personas de portada al lodo amortiguado, pasando por la prevaricación y el tráfico de influencias y la corrupción. De las primas millonarias, a la presunción de culpabilidad. De la falta de acceso a los derechos básicos, al olvido por la desatención, y entonces al drama y la muerte. De la indignación, a la desesperanza. Por sí solo, arropado por diferentes valores tan humanos como antagónicos. ¿Por qué siempre querremos más?

También hace poco, otro buen amigo me comentaba que, aunque desde la dirección de su empresa le plantearon sin alternativa despedir a un trabajador concreto, él decidió echar a otro por motivos que nada tenían que ver con la productividad, buceando en la realidad de ambos. Me sorprendió y gratificó su estancia en la indignación. ¿Cuánto será capaz de aguantar ahí? Velas para él. Podríamos anhelar actitudes heroicas, e incluso reprocharlas, pero en el contexto actual lo que es de barro, los pequeños detalles, son un pequeño tesoro que podemos disfrutar.

No estudié para asegurarme un buen sueldo. No pensé sólo qué ser, sino quién ser, y traté decidir (yo que podía) desde ese itinerario reflexivo en lo que supe y pude. Pero la productividad lo condiciona, y cuando los pagarés se amotinan, y el sistema no responde, los escalones racionales parecen agotarse y atascarse, y es difícil que las marchas no rasquen. Rezaré por un día en que los balances de empresas, estados y sociedades se vean condicionados por los cómos, por los modelos, y los para qué y para quién. Seguro que los diferentes cuartos entonces nos daremos la mano, nos reconoceremos, y garantizaremos el equilibrio futuro y la sostenibilidad humana de nuestro crecimiento y desarrollo.

Todo esto no es la reflexión de un colectivo, aunque pueda coincidir. Lo escribo desde mi experiencia como gerente de la empresa TECNYMAN SL, y apoyado en mi proceso vital como miembro de movimientos cristianos de acción católica y de oenegés de desarrollo. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

gestación

gestación

DE MI REALIDAD A LA REALIDAD
MARIO ADÁN MORENO MADRID, diácono, mariomoreno43@hotmail.com
CIUDAD OBREGÓN (MÉXICO).

ECLESALIA, 31/07/09.- Qué importante es que el hombre se ejercite cada día en la oración, esto es hablar con Dios y escucharlo. Sin embargo la forma tradicional de oración se concentra en mis deseos, mis necesidades, mis carencias, mis culpas, mis alegrías, en una palabra en mi realidad personal y lo inmediato a ella.

Esta forma de relacionarse con Dios no es incorrecta, pero la auténtica oración nos lanza a salir de “mi realidad” a “la realidad”, toma en cuenta los principales temas que afectan al ser humano y en su mayoría degradan su dignidad.

El compromiso evangélico nos lanza a salir del letargo y alienación que provoca la excesiva preocupación por mi bienestar, nos invita a trascender el micromundo del ego que no nos permite ver más allá de nosotros mismos.

La realidad social, política y económica exige ser convertida en materia de oración. Recordemos que Cristo se encarnó, y las múltiples víctimas del hambre, la violencia, la pobreza, la explotación, etc., son la carne de Cristo.

¿Dónde está tu hermano? Es la pregunta que debe motivar nuestra oración diaria. La situación del otro debe interesarnos, no es una situación ajena a nosotros aunque así la percibamos.

Existen comunidades enteras que viven en condiciones infrahumanas de desnutrición, falta de agua, vestido, educación, etc. No son situaciones ajenas aunque no nos interpelan considerablemente. ¿A caso no puede ser esto materia de oración? ¿O nos conformaremos con pedir mucho sólo por mí y los míos, con sentir bonito, dominar textos bíblicos, hasta impartir retiros y conferencias?

A todos nos consterna la ola de violencia que azota a nuestro País, pero, ¿cuántas víctimas, o familiares de ellas, caben en mi oración? ¿O qué tal considerar también la situación precaria de mucha gente que vive asinada en casas de lámina negra donde tienen que soportar temperaturas de hasta 50 grados? La lista es muy larga, “¡son temas trillados¡”, “¡ya mucho se ha hablado de ello¡”; este es el peligro, que se conviertan en algo cotidiano, en algo que nos resulte común y no nos asombre en lo más mínimo.

Desafortunadamente el problema radica en el deseo de poder, de ser igual a Dios, en el querer tocar el poder de Dios. Se habla en idioma diferente, el idioma del ego.

El sector económico maneja un idioma que no incluye el beneficio de todos sino el propio, el de unos cuantos. El sector político es experto en el manejo del lenguaje y la persuasión pero desgraciadamente sólo con fines de lograr el poder.

Lo más importante, ¿qué hay del lenguaje cristiano?, ¿hay propuestas y actitudes concretas de parte del cristiano por mejorar y aliviar la carne desgarrada de Cristo? ¿O es un lenguaje retórico, muy bello pero sólo complaciente?

Salir de mi realidad a la realidad es la actitud que dará a nuestro ser cristiano una verdadera dimensión. Orar desde la realidad es tomar en cuenta todas esas situaciones de toda índole que laceran la carne de Cristo, es iniciar en cada uno un proceso de gestación de los mismos sentimientos y actitudes que tuvo Cristo. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

esperanzador

esperanzador

EL CARDENAL MARTINI ENTREVISTADO POR EUGENIO SCALFARI
Publicado en el diario italiano La Repubblica *
JUAN V. FERNÁNDEZ DE LA GALA (traducción y notas), delagala@telefonica.net
EL PUERTO DE SANTA MARÍA (CÁDIZ).

ECLESALIA, 30/07/09.- El periodista, político y escritor italiano Eugenio Scalfari, a sus 85 años, ha escrito esta interesante entrevista, como crónica de su reciente encuentro con el cardenal jesuita Carlo Maria Martini. La acaba de publicar el diario La Repubblica en su sección de primera página. La traduzco del italiano como mejor sé. Al final del texto he incorporado una breve referencia informativa sobre las personas que aparecen citadas en él. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Cardenal Martini: un concilio sobre el divorcio
La Repubblica, 18 de junio de 2009

Tiene la cara más delgada, pero sus ojos, intensamente azules, la iluminan ahora mucho más. Me mira fijamente, como para reconocerme. Hace muchos años que no nos vemos, aunque sí nos hemos escuchado y hemos podido intercambiar a distancia sentimientos y reflexiones. Han pasado trece años desde aquel debate a dos voces organizado por Vincenzo Paglia (hoy consejero eclesiástico de la Comunidad de San Egidio) en el inmenso salón del Palacio de la Cancillería en Roma, ante una audiencia repleta de sacerdotes de procedencia muy diversa, con sus trajes tan variopintos: obispos de la Santa Iglesia de Roma con sotana y capelo rojo, coptos, patriarcas de la Iglesia Oriental, pastores protestantes, anglicanos... Había también, creo recordar, cuatro monjes budistas. Y muchos jesuitas, con chaqueta negra y con la mirada puesta en la realidad, que habían venido a escuchar a Carlo Maria Martini, a este compañero suyo de noviciado y de congregación, que se había convertido en cardenal arzobispo de Milán.

El tema del debate era: “La paz y el nombre de Dios” y el subtítulo: “qué puede unir hoy a católicos y laicos”. Él planteó una premisa (formular premisas es una costumbre muy suya, con idea de delimitar mejor el tema). Dijo: “No estoy aquí para hacer proselitismo, por tanto no hablaremos de fe ni de teologías, sino de ética y de convicciones”. Por mi parte, lo agradecí mucho y en cuanto comenzó la discusión nos dimos cuenta de que estábamos de acuerdo en todo, su ética era también la mía, sólo que él la recibía desde lo alto y yo desde la autonomía de mi conciencia. Los dos nos planteábamos el problema del enfrentamiento entre el sentimiento religioso y la modernidad laica y relativista.

Desde entonces, la figura del arzobispo de Milán ha sido para mí un punto de referencia y he seguido su labor pastoral directa con los creyentes y su diálogo constante con los no creyentes, su relación con el cardenal Silvestrini, con Pietro Scoppola, con la Comunidad de San Egidio y con varios jesuitas. He leído sus libros y, en particular, las Conversaciones nocturnas en Jerusalén. Y ahora el que acaba de salir, Estamos todos en la misma barca, un largo diálogo con Luigi Verzè, fundador del Hospital de San Rafael de Milán y de la universidad que lleva ese mismo nombre. Este binomio Martini-Verzè ha extrañado a muchos amigos del cardenal. El fundador de San Rafael es un personaje de notable iniciativa, pero tiene muy poco en común con Martini. ¿Por qué le ha elegido a él como interlocutor? El cardenal responde de este modo: “Don Luigi y yo somos muy diferentes, tanto en carácter como en formación; nuestras biografías son muy distintas y también lo son nuestras visiones políticas y sociales. Lo que no sé es si don Luigi y yo tenemos las mismas soluciones frente a unos desafíos que cada vez son más difíciles. Pero estamos juntos en la misma barca, la barca de la Iglesia, a pesar de todas nuestras diferencias. Nos une un gran amor a la Iglesia, una ardiente pasión por Jesucristo como Verbo encarnado, y el deseo de que la Iglesia afronte y comprenda la sociedad moderna”.

La explicación es clara, las diferencias entre los dos se notan en el libro, pero hay un objetivo común: llamar la atención de los católicos sobre problemas que ya no pueden postergarse por más tiempo. Le pido a Martini que enumere estos problemas, por orden de importancia.

“El primero, la actitud de la Iglesia frente a los divorciados, después la elección de los obispos, el celibato de los religiosos, el papel de los laicos y las relaciones entre la jerarquía eclesiástica y la política. ¿Le parecen problemas de fácil solución? ¿Podrían interesar también a un laico no creyente como usted?”.

Me mira sonriente y se reclina en la silla, que cruje y me hace temer que no esté muy firme, pero él me tranquiliza: “Es sólida, no se preocupe, soy yo, que me muevo demasiado”. La estancia en la que nos encontramos es muy sobria, una larga mesa y algunas sillas, en la residencia de los jesuitas de Gallarate. El cardenal, antes de recibirme, venía de reunirse con una cincuentena de sacerdotes llegados de los alrededores de Milán. Querían escuchar sus palabras de fe y de esperanza en medio de una sociedad cada vez menos cristiana y cada vez más indiferente. ¿Indiferente respecto a qué? le pregunto. “Ya no hay una visión única del bien. La tendencia dominante consiste en defender el interés particular y el del propio grupo. Quizá pensamos que somos buenos cristianos porque alguna vez vamos a misa o dejamos que nuestros hijos se acerquen a los sacramentos. Pero el cristianismo no es eso, no es solamente eso. Los sacramentos son importantes cuando son la culminación de una vida cristiana. La fe es importante si avanza junto a la caridad. Sin la caridad la fe se vuelve ciega. Sin la caridad no hay esperanza y no hay justicia”.

Usted, cardenal Martini, ha subrayado muchas veces la importancia de la caridad, pero quizá haga falta definir con exactitud lo que usted entiende por esta palabra. No creo que se limite a hacer el bien al prójimo. “Hacer el bien, ayudar al prójimo es desde luego un aspecto importante, pero no es la esencia de la caridad. Hace falta escuchar a los otros, comprenderlos, incorporarlos a nuestro afecto, reconocerlos, quebrar su soledad y ser su compañero. Amarlos, en definitiva. La caridad no es limosna. La caridad que predicó Jesús consiste en ser plenamente partícipes de la suerte de los otros. Comunión de espíritus y lucha contra la injusticia”.

En su libro Conversaciones nocturnas en Jerusalén dice usted que los pecados son numerosos y la Iglesia ha hecho una lista bien larga de ellos, pero, en su opinión, el verdadero pecado del mundo – usted lo dice así, si no recuerdo mal – el verdadero pecado del mundo es la injusticia y la desigualdad. Y si he comprendido bien sus palabras, la caridad consiste en luchar contra la injusticia. “Jesús dice que el reino de Dios será de los pobres, de los débiles, de los excluidos. Y dice que la Iglesia debería haber tenido por misión estar cerca de ellos. Esta es la caridad del pueblo de Dios que predicaba su Hijo, que se hizo hombre para nuestra salvación”.

Cardenal, ¿qué entiende usted por pueblo de Dios? ¿Son los laicos católicos el pueblo de Dios? “Toda la Iglesia es pueblo de Dios: la jerarquía, el clero, los fieles…” ¿Y los fieles tienen un papel activo en el gobierno de la Iglesia, en la participación, en la administración de los sacramentos, en la elección de sus pastores? “Desempeñan ciertamente una función, pero deberían ejercitarla con mucha mayor plenitud. Con demasiada frecuencia se trata sólo de un papel pasivo. Ha habido épocas en la historia de la Iglesia en las que la participación activa de las comunidades cristianas fue mucho más intensa. Cuando antes me he referido a esa creciente indiferencia, pensaba precisamente en este aspecto de la vida cristiana. Aquí tenemos una laguna, una deserción silenciosa, especialmente en la sociedad europea y en la italiana”.

¿Se refiere a la falta de asiduidad en la asistencia a los sacramentos, a la misa o a la escasez de vocaciones? “Esos son sólo los aspectos externos, no los esenciales. La esencia es la caridad, la concepción del bien común y de la felicidad común. Felicidad no sólo para nosotros, sino para los otros y no sólo en el presente inmediato, sino también para los hijos y los nietos, para las generaciones que han de venir.” ¿Y la Iglesia institucional trabaja lo suficiente en esta dirección? “Trabaja mucho, pero tendría que trabajar mucho más.”

Cardenal Martini, me gustaría plantearle una pregunta un tanto delicada. Un famoso escritor católico, Vittorio Messori, ha escrito recientemente que la Iglesia institucional, es decir, el Vaticano con su Secretaría de Estado, sus nuncios repartidos por todo el mundo, la organización de la Curia y todo eso, no puede condenar los vicios privados de los poderosos. Su cometido es propiciar acuerdos, concordatos o afrontar problemas puntuales, de poder a poder. La Iglesia estableció acuerdos con Hitler, con Mussolini, con Pinochet, con Franco, con Craxi. Si los hubiese juzgado públicamente por sus comportamientos o por su moralidad no habría podido desarrollar esa misión política que le es propia. El problema, en el peor de los casos –según Messori–, atañe al confesor, suponiendo que alguno de esos poderosos se confiese. De todos modos, el problema de la salvación afectaría sólo al clero con responsabilidad pastoral, los párrocos y los obispos que se ocupan de las almas. ¿Está usted de acuerdo con esta distinción entre instituciones vaticanas y clero con actividad pastoral? “En realidad no estoy muy de acuerdo, la distinción que hace Messori nos retrotrae a una fase en la que persistía todavía el poder temporal y el Papa era, antes que nada, un soberano; pero aquel poder, gracias a Dios, terminó y no va a ser restaurado. Y es una suerte que ya no exista. Es verdad que persiste la estructura diplomática de la Santa Sede, pero está formada por sacerdotes, cuya finalidad última es la de testimoniar el anuncio del evangelio y su contenido profético. Añado que esa estructura diplomática me parece excesivamente redundante y que se lleva gran parte de las energías de la Iglesia. No siempre ha sido así. Durante muchos siglos en la historia de la Iglesia esta estructura ni siquiera existía y en el futuro podría ser reducida de modo importante o incluso desmantelada. La finalidad de la Iglesia es dar testimonio de la palabra de Dios, del Verbo encarnado, del reino de los justos que ha de venir. Todo lo demás es secundario.”

¿Pero las Iglesias protestantes no tienen también estructuras similares? ¿No son necesarias para garantizar la libertad religiosa y el espacio público que la Iglesia necesita para difundir sus valores? “Las Iglesias protestantes no disponen de estructuras tan centralizadas y tan poderosas como la nuestra. Tienen una organización muy diferente. Son, desde este punto de vista, más débiles que la Iglesia católica, pero, en contrapartida, son más cercanas a los fieles.”

El problema que usted señala, desde luego, existe, pero ¿afecta a los obispos? Quizá la figura del Papa, que sólo se da en la Iglesia católica, sea una reminiscencia de ese poder temporal. “El Papa es ante todo el obispo de Roma. Para nosotros los católicos es el vicario de Cristo en la tierra y le debemos afecto, respeto y obediencia, pero sin olvidar nunca que la Iglesia apostólica se sostiene sobre dos pilares: el Papa y su comunión con los obispos. Recuerdo que en el consistorio previo al último cónclave, hubo un debate preliminar para dibujar una especie de perfil del futuro pontífice. Cuando me tocó a mí hablar dije que teníamos que elegir al obispo de Roma. Con eso quise decir que tenía que prevalecer la capacidad y la vocación pastoral sobre la diplomática o la teológica.” ¿Eso dijo usted? ¿Que ustedes en el cónclave iban a elegir al obispo de Roma? “¿Le parece una herejía? Sin embargo, es una constante en la doctrina y la tradición evangélica.”

Pasaba el tiempo y los temas que me hubiera gustado discutir con el cardenal Martini seguían siendo muchos. No quería cansarlo demasiado y así se lo hice saber. Pero me dijo que podíamos continuar. Había un tema que me tocaba la fibra sensible. Le comenté que, leyendo su último libro, el que ha escrito con Luigi Verzè, me había parecido captar cierta tendencia suya a proponer otro concilio, una especie de Concilio Vaticano III. ¿Es que se ha debilitado el empuje del Concilio Vaticano II? ¿Hay que retomar aquel discurso y llevarlo aún más allá? La respuesta que me dio me pareció muy innovadora y bastante imprevista. “No pienso en un Vaticano III. Es cierto que el Vaticano II ha perdido una parte de su empuje. Pretendía que la Iglesia afrontase la sociedad moderna y la ciencia, pero este afrontamiento ha sido sólo marginal. Estamos todavía lejos de haber abordado este problema y hasta parece que hemos vuelto la mirada hacia atrás más que hacia delante. Hay que retomar el impulso y para hacer esto ni siquiera haría falta un Vaticano III. Aclarado esto, sí soy partidario de otro concilio, e incluso lo estimo necesario, pero sólo sobre temas específicos y muy concretos. Me parece también que sería necesario poner en práctica lo que se sugirió e incluso lo que fue decretado ya en el Concilio de Constanza: convocar un concilio cada veinte o treinta años sobre un solo tema, o dos a lo sumo.”

Pero esto sería una revolución en el modo de gobernar la Iglesia. “A mí no me lo parece. La Iglesia de Roma se llama apostólica y no por casualidad. Su estructura es vertical, pero, al mismo tiempo, también horizontal. La comunión de los obispos con el Papa es un órgano fundamental de la Iglesia”. ¿Y cuál sería el tema del concilio que usted propone? “La relación de la Iglesia con los divorciados. Afecta a muchísimas personas y familias y, desgraciadamente, el número de familias implicadas será cada vez mayor. Habrá que afrontarlo con inteligencia y con previsión. Y hay también otro tema que un próximo concilio debería abordar: el de la trayectoria penitencial que es la propia vida. Mire, la confesión es un sacramento extraordinariamente importante, aunque hoy esté exangüe. Cada vez son menos las personas que lo practican, pero, sobre todo, se ha convertido en algo casi mecánico: se confiesa un pecado, se recibe el perdón, se recita alguna plegaria y ahí termina todo, en la nada o poco más. Hay que devolver a la confesión una esencia que sea verdaderamente sacramental, un recorrido por el arrepentimiento y un nuevo programa de vida, una relación constante con el confesor, en definitiva, una dirección espiritual.”

Nos levantamos. Me dijo que había leído mi último libro El hombre que no creía en Dios y que había encontrado algunas sintonías con su propia idea del bien común. Se lo agradecí. Me siento muy cerca de usted, le dije, pero no creo en Dios y lo digo con plena tranquilidad de espíritu. “Lo sé y no estoy preocupado por usted. A veces, los no creyentes están más cerca de nosotros que muchos devotos de simple apariencia. Usted no lo sabe, pero el Señor sí”. Estuve tentado de abrazarlo, pero, temblorosos como estamos ya los dos, podríamos haber terminado en el suelo. -EUGENIO SCALFARI

N. del T.: Sobre las personas que se citan en el texto:

Carlo Maria Martini (Orbassano, Turín, 1927): Cardenal jesuita y arzobispo de Milán (1979-2002). Tras su jubilación, se retiró a Jerusalén para retomar una de sus pasiones: los estudios bíblicos. Cercano, sencillo, optimista, crítico, abierto a la cultura y al mundo, es una de las voces más respetadas en el seno de la Iglesia. Actualmente, el Parkinson que padece le ha obligado a regresar a Italia.

Eugenio Scalfari (Civitavecchia, Roma, 1924): Periodista, político y escritor, especializado en cuestiones de economía política, a las que aplica un enfoque de carácter ético y filosófico. En Italia es el abanderado de la lucha por el laicismo, frente a cualquier intento de injerencia confesional. Diputado por Milán del Partido Socialista Italiano, en 1976 fundó el diario La Repubblica, el principal periódico italiano de información general.

Vincenzo Paglia (Boville Ernica, Frosinone, 1945): Obispo italiano perteneciente a la Comunidad de San Egidio y muy activo en el campo del diálogo ecuménico. Es presidente de la Federación Bíblica Católica Internacional.

Achille Silvestrini (Brisighella, Rávena, 1923): Prefecto Emérito de la Congregación para las Iglesias Orientales y Gran Canciller del Instituto Pontificio Oriental. Fue nombrado cardenal en 1988.

Pietro Scoppola (Roma, 1926-2007): Historiador, político y periodista italiano. Su actividad política se enmarcó en el sector más progresista de la Democracia Cristiana. Fue profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de La Sapienza en Roma.

Luigi Verzè (Illasi, Verona, 1920): Sacerdote italiano, presidente de la Fundación San Raffaele del Monte Tabor. Es el fundador de la Universidad San Rafael, del Hospital San Rafael, así como de diversas instituciones sanitarias radicadas en Milán. Se dice también que es amigo personal del presidente Berlusconi. Es coautor, junto con el cardenal Martini, de Estamos todos en la misma barca.

Vittorio Messori (Sassuolo, Módena, 1941): Periodista y escritor italiano, especializado en cuestiones religiosas. Fue el primer periodista autorizado a realizar una larga entrevista al Papa Juan Pablo II, que se publicó con el título de Cruzando el umbral de la esperanza (1994).


*El texto original italiano puede consultarse aquí.


espiritual y solidaria

espiritual y solidaria

EXPERIENCIA HUMANA ABIERTA EN CADA EUCARISTÍA
BORIS VÁSQUEZ CARBONELL, coach humanista, borisvasquezc@gmail.com
MÉRIDA.

ECLESALIA, 24/07/09.- El domingo 12 de julio estuve celebrando la Cena del Señor con mis vecinos de Mérida y el párroco mencionó la importancia de no dar vacaciones a Dios por ser verano y aprovechar para encontrarnos más profundamente con Él.

Consideré que sería una buena ocasión para revisar mi experiencia eucarística y observar si mi vida diaria estaba siendo tocada por la Presencia del Único.

Algunas veces he vivido el sacramento de un modo excesivamente mental (pensar que estoy con Dios e imaginarme creyente) o sentimental (me siento bien en-Iglesia, entonces, ya vivo la experiencia de fe) sin integrar todas las dimensiones humanas. Incluso, con un matiz individualista creyéndolo existencial y sincero.

Esta revisión de fe tiene como base lecturas antiguas de las que no recuerdo los títulos sumado a pequeñas reflexiones personales. Intenta recoger la importancia humana de los diversos momentos litúrgicos y plantearlos como una lista de cotejo para ayudar en la toma de conciencia del crecimiento espiritual y solidario.

¿Tenemos estas experiencias en cada Eucaristía?

1. Rito de entrada: Ser recibido

Dios nos recibe con los brazos abiertos, como el inmigrante que regresa a casa después de largos años y es abrazado por su familia que le ama o el hijo que estudió una beca en el exterior y regresa para ser abrazado por sus amigos de toda la vida.

2. Ser perdonado: Reconstruir la vida

No sólo sientes un peso menos ni más clara tu conciencia: Toda la vida es liberada. Como cuando estabas enfermo y luego vuelves a experimentar la salud o cuando no podías hablar porque había mucho recelo en el centro de trabajo y te encuentras con quienes puedes ser tú mismo otra vez. Es volver a ser joven, pero más maduro y más lleno de fuerzas.

3. Evangelio: Recibir Buenas Noticias

No es escuchar un texto para reflexionarlo, es evocar lo mejor del Paso de Dios entre nosotros y dar vuelta mi vida entera para tener otra perspectiva, otra energía, una nueva actitud: renovación completa. Es más que un aplauso en pie, un agradecimiento mirando a los ojos o un ascenso inesperado pero tiene ese sabor.

4. Plegaria Eucarística: Aceptación de quien soy

Es Cristo que se ofrece, es el Padre que acepta, es el Espíritu que nos une al Misterio. Somos ofrecidos como lo mejor que Cristo tiene y aceptados como lo mejor que el Padre tiene. Nada se deja de lado, todo se hace bueno. Con esta confianza asumimos la vida entera siendo hijos, con historia y significado.

5. Rito de Paz: Sentirme acompañado

Creo, siento y me comprometo a dejar que la paz sea una realidad en los que van a misa y los que no. En mi interior existe armonía, satisfacción y por eso quiero compartir al autor de toda paz.

6. Comunión: Comer juntos

Comemos con los amigos y con los que queremos que lo sean. Comida y destino van de la mano. No deseamos la soledad ni la masa sino espacios donde ser feliz sea lo normal y natural.

Si no tenemos estas experiencias, bien podrían animar un plan de vida. La decisión siempre será personal pero las consecuencias, comunitarias. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).