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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

Reflexiones

torrente III

torrente III

¿A QUIÉN ORAMOS? III
La mal llamada intercesión
JAIRO DEL AGUA, jairoagua@gmail.com

ECLESALIA, 08/04/09.- Tengo que confesar que, cuando oigo hablar de intercesión, me chirrían todos los goznes. Interceder, en nuestra preciosa lengua española, significa "hablar en favor de otro para conseguirle un bien o librarlo de un mal".

Cuando intercedemos por otro nos comportamos como si Dios fuese un potentado, que no conoce a nuestro colega, y "se lo recomendamos" para que le haga algún favor. Estamos rebajando a Dios a la estatura de un “poderoso hombrecillo” y a nuestro amigo a la condición de “desconocido” en vez de “hijo”. ¡Qué dos errores tan enormes! Si estuviéramos seguros de que Dios es Padre, que nos conoce y cuida uno a uno (“hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” – Lc 12,7), que se vuelca permanentemente por mí y por el otro, nos daría vergüenza recomendar a alguien a su propio Padre.

Por eso no creo en la oración de intercesión. A lo más que llego es a musitar con rubor: “Señor que aprenda a acogerle, amarle y apoyarle como Tú lo haces”. Tampoco creo en la intercesión de los santos o de la santa Madre. No necesitamos intermediarios, recomendaciones, ni enchufes. (Aquí algunos me mandarán a hacer puñetas, pero les animo a seguir leyendo).

Dios nos quiere más que todos ellos juntos porque su amor es infinito y el de ellos finito. No necesita que nadie se lo recuerde tirándole de la manga. La gran ayuda de los santos y de la Madre es su ejemplo. Son las montañas del horizonte que nos ayudan a orientarnos, los indicadores que jalonan y animan nuestro camino. A veces necesitamos besar el indicador agradecidos, incluso descansar a su sombra, pero es de necios agarrarse al indicador y dejar de caminar. Tan necio como intentar beber del cartel que te señala la Fuente. Tan necio como confundir al lazarillo con la Luz.

El origen de la intercesión me parece verlo -un caso más- en las adherencias judías del cristianismo y especialmente en el principio de expiación: “la Justicia siempre exige reparación”. O expías tú o expía otro por ti. O ruegas tú o ruega otro por ti. Hay que saturar al Poderoso con méritos, reparaciones y súplicas para conseguir borrar su enfado y que nos sea propicio. No hemos asimilado el rostro del Padre revelado por Cristo. No le hemos hecho caso: “a vino nuevo, odres nuevos” (Mt 9,17), por eso hay tanto Evangelio vertido por el suelo. Nos mantenemos atados al temor, a la medida, al "diente por diente". No nos hemos abierto al Dios Amor, al Dios Padre y Madre que nos busca insistentemente. Todavía pensamos que hay que enviarle poderosos emisarios, personalidades influyentes, repetidas solicitudes, para doblar su brazo y obtener su favor.

Yo entiendo la intercesión a la inversa: Es el Padre el que nos llama, el que nos envía mensajeros y lazarillos que nos despierten y orienten. Nuestra Madre, los santos y cuantos nos quieren bien interceden ante nosotros con su ejemplo y sus palabras. Cuando nos acercamos a ellos nos gritan por dónde se regresa al Padre, nos convencen de la certeza de su amor. Nos repiten: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2,5), por ahí se llega. El favor de Dios está garantizado. No es necesario que nadie le empuje para que salga a buscarnos. Él siempre nos espera en el camino con los brazos abiertos y la mesa puesta. No lo digo yo -mero copista- lo afirma el Evangelio.

Nuestro Dios, el de Jesús de Nazaret, el de la “parábola del hijo pródigo” (Lc 15,20), no necesita intercesores. ¿Nos lo creeremos algún día? El mismísimo Señor en su despedida nos lo dejó bien claro: “Yo no os voy a decir que rezaré por vosotros al Padre, porque el mismo Padre os ama, ya que vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios” (Jn 16,26).

Por tanto ni intercesión, ni intercesores. Desde que lo he descubierto, mi relación con la Madre y los santos es más cercana, más fluida, más amorosa. Ya no les pido, ni siquiera les hablo, les escucho y con ellos adoro: “Glorifica mi alma al Señor y salta de júbilo…” (Lc 1,46). Me he dado cuenta que la oración no consiste en "pedir" sino en "abrir" a quien está deseando entrar.

Cuando se trata de orar por otro ya no "intercedo" -pretensión fatua- sino que me dejo empapar de fraternidad, amor, ayuda… hacia esa persona o grupo. Ahora sé que “el mismo Padre les ama”, no necesitan influencias. Cuando "vivo" el amor a una persona y se lo cuento al Señor, no consigo nada especial del Cielo. Sólo consigo que mi amor se ensanche, crezca y se oriente a esa persona concreta. Si esa persona está presente en mi vida, sin duda notará mi amor en múltiples detalles (trato, sonrisa, apertura, paz, escucha, apoyo, etc.). ¡Mi oración ha sido eficaz! ¡He ayudado al otro! Si esa persona está ausente, la fuerza de mi amor le llegará secretamente. Las vivencias espirituales se transmiten a más velocidad que la luz. Si la telepatía -por ejemplo- está demostrada, ¿cómo no creer en las energías espirituales?

Cuentan que las lágrimas de santa Mónica conmovieron a Dios y le concedió la conversión de su hijo Agustín. ¡Totalmente falso! Fue el amor y la insistencia de una madre lo que movió al hijo a abrirse al Dios que su madre reflejaba. Y, ya se sabe, en cuanto Él encuentra un resquicio… nos inunda. Disparata quien afirma que “arranca” favores a Dios. Nada hay que arrancar, lo tenemos todo preconcedido porque Él está pirrado por nosotros. Somos nosotros los que tenemos que “arrancarnos” para caer en sus brazos.

Pretender “transformar” o “conmover” a Dios para que nos sea favorable es un tremendo error y una infantil idolatría. Somos nosotros los que debemos transformarnos en “su imagen y semejanza” y conmovernos ante el bien que evitamos y el mal que promovemos o no frenamos. El éxito de la oración se recoge en esta sencilla ecuación: oración = transformación. Cuando decididamente busco que el bien me inunde, estoy creciendo yo y llamando al corazón del otro. Si abre, mi oración será eficaz también para él. Cuando la oración hace crecer el bien en mí, redunda en el retroceso del mal en el otro. Cuando ambos nos sumergimos en el Bien, la oración nos convierte en racimo que madura al Sol. Es la "comunión de los santos", "vencer el mal con abundancia de bien" (Rom 12,21).

La oración por otro no es un triangulo: yo suplico al Cielo para que ayude al otro. Más bien es una conexión horizontal entre yo y el otro. Se parece a ese infantil juego del agua en el que cargamos nuestros globos o juguetes en el mar y nos empapamos con algazara. El frescor y la caricia del agua nos empuja a sumergimos con alegría en el inmenso Mar cercano, siempre abierto y disponible.

De alguna forma, los que leéis estas mis "cuentas de conciencia" sois mi racimo. El Sol lo tenemos asegurado. Falta que nosotros nos dejemos transformar en alimento dulce, nutritivo, embriagador, y nos lo transfiramos. La oración -toda clase de oración- o es transformante o no es nada. Por eso es esencial preguntarse: ¿A quién estoy orando? ¿Con quién conecto? ¿Con el lejano “ídolo cicatero” al que pretendo arrancar algún favor? ¿O con el Dios Torrente cuyo amor gratuito se está volcando permanentemente sobre mí?

Insistiré una vez más: Nuestro Dios no necesita mediadores, ni influencias, ni expiaciones, ni holocaustos, ni sacrificios. Somos nosotros los que necesitamos despertar de nuestra inconsciencia, de nuestro aletargado sueño, de nuestro complejo de esclavos. Nuestro Dios es un Torrente, una Catarata infinita, la Atmósfera que nos da vida. Vivimos por Él, con Él y en Él, llamados por nuestro nombre, deseados, esperados, amados y abrazados... Nuestra tragedia es que no lo creemos, que huimos, que vivimos escondidos como miserables cuando somos herederos enormemente ricos. Es realmente una tragedia, una enorme tragedia de la que podemos y debemos despertar.

Termino mis reflexiones sobre la “oración de petición”. Dios dirá si he de continuar. Mientras tanto, mi oración -hecha amor que desea apasionadamente el bien de cada uno- os acompañará siempre. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

nos corresponde

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LOS CRISTIANOS ANTE LA CRISIS ECONÓMICA, ¿QUÉ PODEMOS HACER?
FORO DE PROFESIONALES CRISTIANOS DE MADRID, profesionalescristianos@aol.es

ECLESALIA, 07/05/09.- Con este título, Profesionales Cristianos convocó una Foro de debate en Madrid el pasado día 20 de Abril. El ponente fue Pedro José Gómez Serrano, Profesor de Economía Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense y colaborador del Instituto Superior de Pastoral. Os ofrecemos un resumen de su aportación y del debate posterior.

Diagnóstico

La crisis acabará, dijo, porque, “no hay mal que cien años dure…” y porque la economía se comporta cíclicamente y habrá una recuperación igual que ha habido una caída. Después de diez años de crecimiento sostenido. Además, en una época de globalización, nadie se libra, como estamos viendo, pero igual que el contagio es más fácil también lo es el reforzar la coordinación internacional, y así estamos viendo ya esfuerzos de cooperación que esperemos que continúen en el futuro. Con todo, toda crisis conlleva graves costes sociales, el paro de forma especial, cuyos efectos nefastos sobre las familias y los trabajadores se prolongarán a medio plazo, aún cuando se inicie la salida de la crisis

En España la crisis tiene características peculiares, para bien y para mal. Aunque no hemos sido inmunes, hemos estado más protegidos de las hipotecas basura que otros países por los controles financieros existentes. Pero la crisis ha coincidido con la explosión de la burbuja inmobiliaria, que nos ha llevado a construir cinco veces más casas que la media de nuestro entorno. Además, otra debilidad es que somos poco competitivos: los nuevos socios comunitarios resultan más baratos que nosotros en cuanto trabajo poco cualificado; y, por otro lado, no estamos suficientemente adelantados en alta tecnología para rivalizar con los países más adelantados.

Pero tenemos también algunas de nuestras fortalezas: somos el cuarto país del mundo en recibir inversión directa, mantenemos un ahorro alto, tenemos algunas empresas punteras, (en energía eólica o solar, por ejemplo) y, aunque insuficiente, hemos aumentado bastante la inversión en I+D.

Posturas ante la crisis

La salida de la crisis será fruto de un esfuerzo conjunto; aunque el gobierno tiene importantes responsabilidades, no es el único agente o actor: viene a ser como el jinete que monta un caballo, que puede dirigirlo bien o mal, pero para ganar es preciso que el caballo de la economía –empresas, banca, fuerza de trabajo, etc.- esté en forma.

Para orientarnos en el debate ideológico y económico actual, hay que saber cuales son las propuestas que se apuntan desde cuatro corrientes de pensamiento: la neoliberal, la conservadora, la socialdemócrata y la alternativa.

El pensamiento neoliberal, dominante mucho tiempo - hoy menos - antepone la libertad a la igualdad, la iniciativa privada al estado, y propone no intervenir, en la fe de que el mercado se regulará a sí mismo; cree que la riqueza debe de ir a quien se la trabaja y en ese convencimiento olvida a los menos favorecidos.

La visión conservadora equilibra más la ecuación libertad-igualdad y no niega el papel del estado aunque cree que algunos de sus servicios los debe de ejecutar la iniciativa privada que gestiona mejor; propone ciertos recortes sociales, endurecer los controles económicos e intervenir los bancos, pero sólo de forma provisional, si fuera necesario.

La postura socialdemócrata defiende la intervención del estado para poner límites al mercado, propiciar la igualdad de oportunidades y mejorar el reparto de la riqueza; en tiempos de crisis, el estado debe de gastar más, aunque se endeude, para ser el motor de la recuperación, invirtiendo sobre todo en nuevas tecnologías, obra pública, medio ambiente y protección social, sectores que crean mucho empleo.

La postura alternativa, finalmente, la de los movimientos antiglobalización, por ejemplo, tiene un valor profético y de denuncia en su crítica al capitalismo, aunque la debilidad de los movimientos que la defienden la hacen más inviable; proponen nacionalizaciones, un apoyo decidido al tercer sector y a la protección del medio ambiente.

¿Qué podemos hacer?

Hecho el diagnóstico y situadas las posturas de unos y otros (lo que agradeció mucho un público poco experto en economía), quedaba la gran pregunta que nos convocaba y que centró el debate: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué nos toca hacer a los cristianos desde la sensibilidad de Jesús, que ha de ser la nuestra?

Varias pistas: analizar la realidad con sus ojos, tratar de preguntarnos qué haría Él, cual sería su preocupación, nos ayudará a ver la realidad de otro modo. Luego, cabe actuar en tres niveles: en el nivel estructural, aunque las soluciones están en manos del gobierno, la banca y los agentes económicos, debemos de sumarnos al debate ciudadano sobre las salidas de la crisis, aportando nuestra visión en todos los foros posibles: no menospreciar el aparente poco valor de cada una de esas acciones que va creando opinión pública.

En el terreno comunitario, nos corresponde sobre todo acoger y acompañar a las víctimas de la crisis en todas las maneras posibles, sumándonos al esfuerzo, económico y humano de las instituciones y grupos que las atienden. La Iglesia no tiene los recursos ni la capacidad para resolver un problema de esta magnitud, pero sí puede, como Pedro ante el tullido que pedía limosna, ofrecerle lo que tenía: la curación en nombre de Jesús. Si no podemos aspirar a curar, como el apóstol, podemos ofrecer lo que tenemos, no sólo el dinero, también el apoyo para recupera la autoestima. Misericordia y profecía deben de ir de la mano: más allá de la ayuda inmediata, se trata de realizar gestos de curación que tengan un valor profético, porque avanzan un futuro de justicia. No hay profetismo sin rechazo de la injusticia y sin capacidad de despertar la esperanza. En este sentido, sobre el valor profético de los pequeños gestos, se recordó que tal vez Obama no sería presidente de EE.UU. si muchos años antes una valiente mujer negra no se hubiera negado a levantarse en un autobús ante un blanco, desencadenando un movimiento que llega hasta hoy.

Finalmente, en el terreno personal, nos corresponde de forma especial pensar dónde estamos poniendo nuestro dinero, preguntarnos qué ayuda nos corresponde aportar y ponerla en práctica. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

torrente II

torrente II

¿A QUIÉN ORAMOS? II
Beneficios de la oración de petición
JAIRO DEL AGUA, jairoagua@gmail.com

ECLESALIA, 30/04/09.- Me había quedado en que la oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros, como afirma rotundamente san Agustín. ¿Contradice eso al Evangelio? En él se lee claramente: "Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque el que pide recibe; el que busca encuentra, y al que llama se le abre" (Lc 11,9).

Para empezar, esas palabras me parecen una preciosa llamada a la constancia. Nada se construye sin permanecer en el proyecto. No se puede llegar sin permanecer en el esfuerzo de caminar. Quien pide, busca o llama está identificando sus aspiraciones, sus objetivos, y es lógico pensar que estará dispuesto a poner los medios para alcanzarlos. Lo confirma la "parábola del juez injusto" (Lc 18,1). Otra lección magistral sobre la perseverancia y NO un retrato del rostro de Dios, en nada parecido a un juez injusto y comodón.

La súplica tiene además otras ventajas:

1.- Reconocemos a Dios, su existencia, su superioridad, su cuidado.

¿Qué gritamos instintivamente cuando tenemos un dolor o un disgusto? ¡Ay madre! Aunque ella no esté, incluso aunque haya muerto. Llamamos instintivamente a nuestro apoyo, nuestro auxilio, nuestro amor. Eso nos consuela y sostiene sicológicamente.

Cuando una parturienta grita no es que pida nada, puesto que está rodeada de sus cuidadores y tal vez de su esposo. Grita por el esfuerzo de alumbrar una vida. Es el instintivo desahogo, el impulso para su esforzada aventura. Algo parecido ocurre cuando suplicamos a Dios: “Gritamos mientras empujamos”. Quien invoca se hace consciente de esa Presencia invisible que nos rodea, nos tutela y nos impulsa desde dentro. Él conoce, mejor que nadie, nuestra sicología y por eso nos dice “pedid”, agarraos, cógete de mi mano y… camina.

2.- Reconocemos nuestras necesidades (limitación, pobreza, fragilidad, ceguera, inconstancia…) y nuestras aspiraciones (deseamos ser buenos, generosos, pacíficos, justos, fuertes, sabios...).

Eso es un gran avance porque nuestra vida suele estar embarrada en la inconsciencia y sólo las necesidades instintivas nos son evidentes. El identificar nuestras aspiraciones y necesidades es el primer paso para poner los medios y actuar. El más importante: mantener el rumbo. La oración nos recordará que no estamos solos, que Él rema a nuestro lado, nos sostiene, nos ilumina, nos abraza y nos protege siempre, siempre, siempre.

3.- Reconocemos las necesidades de los otros y nuestra aspiración a colmarlas. Así expresamos nuestra solidaridad, nuestro cuidado, nuestro amor gratuito. Eso abre el corazón, amplia nuestra mirada, pone nombre a la ayuda y nos predispone a actuar.

La "oración de petición", cuando la vivimos bien, nos pone en nuestro sitio: Seres pequeños y limitados pero llamados a la inmensidad. Oscurecidos pero en camino hacia la luz. Temerosos pero a la conquista de seguridad. Apretados por el tiempo pero con vocación de eternidad. Sumergidos en los vaivenes de la vida pero abrazados por la paz en nuestro mismo centro.

La súplica nos alienta, nos motiva, nos sumerge en las aspiraciones profundas, nos ayuda a conocernos, a acercarnos al tesoro interior. Quien aspira -por ejemplo- a ser pacífico pedirá paz. Con esa petición estará descubriendo y alimentando la paz de su interior que clama por crecer y manifestarse. Podría afirmarse: “Dime qué pides y te diré quién eres”.

En síntesis, la eficacia de la oración -de toda oración- se manifiesta en estos tres movimientos: actuar frente a lo remediable, aceptar lo que no tiene solución y dejarse envolver, es decir, dejarse acoger, amar e impulsar por esa Madre Dios que nos habita y sostiene. Nadie conoce los planes divinos, se nos van mostrando a medida que caminamos: “Mis planes no son vuestros planes, ni vuestros caminos mis caminos” (Is 55,8). Pero lo que nos da seguridad, paz y gozo es sabernos dando pasos de regreso al Padre, estar convencidos de que "todo es para bien de los que aman al Señor" (Rom 8,28). Eso es realmente lo que "recibiréis" y no exactamente el objeto de vuestro capricho, necesidad o congoja. Se explicita en este otro pasaje: "Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16,24).

Las consecuencias de la oración son alegría, paz interior e impulso para actuar, y no necesariamente que el niño apruebe o te toque la lotería. En realidad nos está diciendo: "abridme y os saciaré", equivalente al "estoy a la puerta y llamo..." (Ap 3,20). (Cuando uno se decide a abrirle de verdad, la “oración de petición” decae y pierde casi todo su sentido. Entonces rezas “Señor ten piedad” pero en realidad estás sintiendo “Señor abrázame”. Y en verdad que te sientes “abrazado” y “abrazándole”).

Estoy hablando, por supuesto, de la oración de petición interiorizada, sentida, personalizada. La otra, la rutinaria, distraída o interesada, sirve para muy poco o para nada. Y, por supuesto, la superstición es pura imaginación baldía (cadenas de fotocopias o PPS, comerse o coleccionar imágenes, los fetiches religiosos, los milagros garantizados, las canonizaciones a la carta, etc.). Hacer “oración de petición” es zambullirse en el regazo del Padre y dejarse sentir su misericordia, su cuidado, su amor. Como el grano de trigo se hunde en la madre Tierra para descubrir su potencial de vida, así el ser humano necesita sumergirse en el corazón de Dios, sentirse ínfimo y efímero ante su Creador, para poder abrirse a su impulso de Vida.

Cuando pedimos: ¡Señor ten piedad!, no es para arrancarle a Dios la piedad. Es para sentirnos pequeños y abrirnos a la piedad que el Padre nos regala permanentemente. Necesitamos ponernos de rodillas y suplicar, gemir, llorar… No para conseguir nada, sino para abrirnos al Torrente que nos regenera, fortalece y alimenta, para sentirnos protegidos por el abrazo de Dios. “Nunca es más grande ni más fuerte el ser humano que cuando está de rodillas ante su Hacedor”. Para eso es el “pedid y recibiréis”. Lo que no niega otros efectos que “se os darán por añadidura” (Mt 6,33).

Por desgracia, muchos cristianos pretenden conseguir de Dios lo que ellos mismos no quieren hacer, lo que no se esfuerzan por conseguir. En realidad pretenden chantajearle, negocian con Él, intentan manipularle: Si me concedes esto, empezaré a ser bueno. Si me curo, no volveré a fumar. Si me concedes dinero, empezaré a trabajar. Si me das, me pongo en camino… Cuando el proceso humano es el inverso: Si te pones en camino llegarás, si cambias de vida te irá mejor.

Finalmente conviene advertir que la "oración de petición" sólo es la bocamina. Habrá que adentrarse en la "oración de impregnación" -otros le dan nombres distintos- para alcanzar lo mejor de nosotros mismos, nuestras riquezas interiores, nuestro "santa santorum". Porque sólo en lo profundo se produce el encuentro y el abrazo con el Dios que nos inunda. Quien se conforma con la "oración de petición" (habitualmente oración vocal) se ha sentado al borde de la bocamina sin llegar a tocar los tesoros de su yacimiento interior.

Trataré en el próximo artículo de un tipo de súplica sobre la que me han preguntado: la intercesión. En mi opinión desvirtúa el verdadero rostro de Dios. Lo someteré a vuestra consideración. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


- - -> “¿A QUIÉN ORAMOS? I”

torrente I

torrente I

¿A QUIÉN ORAMOS? I
Errores en la oración de petición
JAIRO DEL AGUA, jairoagua@gmail.com

ECLESALIA, 21/04/09.- Un amigo mío me confesaba: De niño aprendí que "orar es levantar el corazón a Dios para pedirle mercedes"; de mayor he comprendido que "orar es fabricar `mercedes´ para ofrecérselos a Dios". Tras el chiste, hay mucha teología de la buena.

En nuestro subconsciente late la idea de que Dios está en las alturas y hay que alcanzarle con esforzadas oraciones para que nos haga llegar su favor desde allá arriba. Estoy convencido de todo lo contrario: Dios es la cercana luz que quiere traspasar nuestras oscuras barreras y atraernos a sus brazos. Somos nosotros los que tenemos que dejarnos alcanzar y no a la inversa. Es Él quien llama "con gemidos inenarrables" (Rom 8,26) a su desorientada y amadísima criatura: “Estoy a la puerta llamando: si me oís y me abrís, entraré en vuestra casa y comeremos juntos” (Ap 3,20). Sólo hay que abrir y dejarle pasar.

Habitualmente pretendemos que nuestra oración mueva a Dios y nos resuelva los problemas, mientras nosotros esperamos el favor o el milagro sin utilizar nuestros dones, sin saber siquiera que los tenemos. Con demasiada frecuencia acudimos a la oración de petición sin acertar a pasar de ahí o, lo que es mucho peor, sin percatarnos de que oramos a los ídolos. Citaré algunos, sólo como ejemplo:

- El dios de la manga, al que imaginamos en el Olimpo, distraído, absorto en sus cosas, incluso encolerizado por nuestros pecados. Y necesitamos llamar su atención, tirarle de la manga, para que se acuerde de nosotros y nos escuche: ¡Eh, que estamos aquí, auxílianos! O como decimos en las preces litúrgicas: "Te rogamos, óyenos". Pero los problemas no se resuelven e inconscientemente nos vamos convenciendo de que es sordo. Incluso hay quien habla del "silencio de dios", también es mudo.

- El dios grifo, que nosotros abrimos a nuestro antojo con la oración y se cierra automáticamente cuando no nos acordamos de pedir. Sólo obtendremos el líquido deseado si apretamos el botón o giramos la llave. Si no responde a nuestra petición, pensamos que es un mal grifo, que está seco o que otros -más buenos- le han agotado.

- El dios negociador, al que ofrecemos algún sacrificio, alguna promesa, alguna vela, a cambio de la deseada concesión. Negociamos de mil maneras para conseguir aquello que deseamos. Negociamos incluso con nuestro dolor: si me disciplino o uso cilicio o camino de rodillas, seguro que le conmuevo.

No nos damos cuenta de que ésos son dioses falsos, ídolos, que ni ven, ni oyen, ni entienden. El Dios verdadero sólo quiere nuestro bien y nuestra felicidad sin precio alguno, totalmente gratis. Basta con que lo busquemos por el camino correcto y nos dejemos inundar porque “mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30).

Hace poco leí en la portada de una revista católica algo que me estremeció: "Un milagro arrancado a Dios a base de oración". ¿A qué "dios de granito" ora esa gente? ¿Cómo es posible pensar que hay que alcanzar la mano de Dios con escoplo y martillo? Yo creí que estas cosas no podían siquiera pensarse en nuestra Iglesia, y mucho menos publicarse.

El Dios en quien yo creo declara abiertamente: “encuentro mis delicias con los hijos de los hombres” (Pro 8,31). Nos creó con todos los recursos, nos ha dado preciosos dones, que debemos descubrir y explotar. Somos nosotros los que hemos de movernos, conocernos, hacer fructificar nuestros talentos, los que Él nos regaló cuando nos pensó desde la eternidad. Nuestro Dios, normalmente, no nos da peces, sino que nos proporciona la mejor caña (nuestros dones personales) y nos enseña a pescar (con su vida, su palabra y sus luces puntuales). Decía Martin Luther King: "Dios, que nos ha dado la inteligencia para pensar y el cuerpo para trabajar, traicionaría su propio propósito si nos permitiese obtener por la plegaria, lo que podemos ganar con el trabajo y la inteligencia".

Y en Mateo se lee: "No todo el que dice: ¡Señor! ¡Señor!, entrará en el reino de Dios, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial... El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se echaron sobre ella; pero la casa no se cayó, porque estaba cimentada sobre la roca. Y todo el que escucha mis palabras y no las pone en práctica se parece a un hombre insensato que ha construido su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se precipitaron sobre ella, la casa se cayó y se arruinó totalmente" (Mt 7,21).

Son por tanto las obras, las actitudes, la “decidida decisión de volver al Padre" lo que hará nuestra vida sólida como una roca y exitoso el camino de regreso. Nuestra apertura interior a su llamada, la andadura decidida y esforzada hacia sus brazos, es lo que conseguirá colmar nuestros anhelos. No el palabreo rutinario e interesado.

Juan nos advierte: "Todo lo que pidamos, Él nos lo concederá porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada" (1Jn 3,22). Es decir, el resultado está ligado a la aceptación de su maternal cuidado, de su amor gratuito. Lo mismo que la luz y el calor están asegurados para quien se expone al sol. Mateo insiste: "Al rezar, no os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes de que vosotros le pidáis" (Mt 6,7).

No, nuestro Dios no es un grifo, ni un buhonero de feria con el que se pueda hacer cambalache. Sería un dios muy pequeño. Nuestro Dios es un torrente que se vierte permanentemente sobre nosotros. ¿Qué hacer para obtener su agua? Abrirse, ensanchar el recipiente, vaciarse de estorbos, reconstruir las grietas. Si no, estarás bajo el Torrente pasando sed o recogiendo tu pequeñísima medida o perdiendo al instante lo recibido por tus múltiples ranuras...

Afirmaba san Ignacio: "Haz las cosas como si todo dependiera de ti y confía en el resultado como si todo dependiera de Dios". Y san Agustín es todavía más rotundo: "La oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros" (Carta a Proba).

Cuando hablo o escribo estas cosas siempre hay alguien que pregunta: ¿Entonces por qué dice el evangelio "pedid y recibiréis"? En el próximo artículo mi modesta respuesta. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

impulsar

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UNA EUCARISTÍA MÁS FRATERNA
BORIS VÁSQUEZ CARBONELL, coach humanista, borisvasquezc@gmail.com
PERÚ.

ECLESALIA, 14/04/09.- La dimensión de memorial en la Eucaristía es clave para interpretarla adecuadamente. Hacer memoria tiene que ver con la identidad cristiana y su actualización responsable en diferentes contextos. La Eucaristía apunta a un hecho irrepetible de salvación y a una plenitud futura. Peligro constante será aislar las palabras de la institución y el sacrificio histórico de la Cruz sin actualizar al Cristo “pro nobis”. Cuando esta memoria se degrada entonces surge el ritualismo pomposo pero vacío que realiza un sacrificio meramente formal que no toma en cuenta el hesed, mispá o sedaqah bíblicos (Rafael Aguirre, “La Cena de Jesús. Historia y Sentido”). La Eucaristía es símbolo de vida compartida, ofrenda por amor, y donde no existe esto se hace rito sacral y vacío. Por eso, tiene que ser celebrada por una comunidad de fe, de discípulos que luchan por una sociedad más justa, fraterna y solidaria. Igualmente esto apunta a celebrar de manera connatural a la experiencia cotidiana, teniendo en cuenta los contextos y haciendo las adaptaciones correspondientes en el ritual, vestimenta, altar, templo, etc. Claramente se ve que la Eucaristía no es un servicio religioso puesto a disposición del público para repartir automáticamente la gracia sino que tiene una dimensión fraterna-social insoslayable. Si no desemboca en compromisos de la comunidad la Eucaristía esta incompleta o mutilada (José María Castillo, “Eucaristía y Vida Hoy”). Entender la Eucaristía como banquete común que acoge a todos por igual, otorgando dignidad, fraternidad, superando egoísmos y desigualdades nos permitiría actualizar la praxis de Jesús, sus parábolas, el contexto de la Cena, las apariciones en Emaús, la experiencia de las primeras comunidades (1Cor 11), etc, es decir, hacer presente el proyecto de fraternidad del Padre que quiere reunir a sus hijos dispersos. Esto se expresa -o debe expresarse-sacramentalmente en cada Eucaristía (Manuel Díaz Mateos, “El Sacramento del Pan”).

Si en nuestra Pastoral tendríamos más presentes estas líneas de interpretación nuestras comunidades lograrían centrar su espiritualidad no tanto en la parte externa de los ritos solemnes, la liturgia bien planteada y la exégesis bien lograda sino en la celebración de la vida con la esperanza cierta de ser llevadas a plenitud por el Padre. Algunas veces, nos perdemos en la tensión por celebrar estrictamente la rúbrica litúrgica y lograr la exégesis académica, muy importantes por cierto, pero que no motivan a vivir comunitaria y éticamente la vida cristiana. Tal vez si nos centráramos en el misterio de la Muerte y Resurrección actualizado en cada celebración, deduciendo los compromisos concretos de fraternidad y asumiendo el gozo de vivir un banquete común que no margina a nadie, podríamos impulsar una verdadera vivencia de la Iglesia que Jesús quiere en nuestro contexto social. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

prepararé la cena

prepararé la cena

Escenas tras la muerte de Jesús
SIMEÓN CON NICODEMO
Entre el pavor y la esperanza
PACO BARCO, pacolina@telefonica.net
SEVILLA.

ECLESALIA, 09/04/09.-CLEOFÁS.- Pero, entra Simeón, ¿de dónde tanta honra para la casa de mi maestro Nicodemo?

SIMEÓN.- Hola Cleofás ¿está Nicodemo? Me he acercado pero mis piernas ya no sostienen a este viejo y cansado cuerpo,

CLEOFÁS.- Pasa, pasa y siéntate. Enseguida aviso a Nicodemo, se alegrará mucho al verte. Él y yo te contaremos las nuevas de nuestro Señor Jesús. Pero anda, siéntate que enseguida traigo la aljofaina con el agua.

SIMEÓN.- Eso había oído. Decían las mujeres que os habíais encontrado con el Maestro y que él os abrió los oídos.

NICODEMO.- ¡Bendito seas, Simeón! Pensaba pasar por el Templo para verte.

SIMEÓN.- Hola Nicodemo, estoy ansioso por las noticias, ¿es verdad que encontrasteis a Jesús en el camino de Emaús?

Yo ya era viejo cuando nació. En su presentación al Templo di gracias a Dios porque me había permitido conocer al Mesías. Después le seguí junto a muchos, entre ellos, vosotros. El había dicho que destruiría el Templo, que este no es lugar de oración sino cueva de ladrones y que a Dios hay que santificarle en espíritu y en verdad. Ahora acaba de morir como un maldito, en la cruz, ¿dónde iré? Los que le seguían han huido y sólo algunas de las mujeres andan por las calles y pronuncian su nombre sin miedo.

Yo soy muy viejo ¿puedo seguir confiando en él o he de volver a esperar a otro? Ahora, ¿qué he de hacer?

Dicen algunos que Jesús vive, ya lo había dicho María Magdalena y nadie la creíamos. Ahora hablan que tú y tu discípulo Cleofás habéis vuelto de Emaús transformados; vuestro miedo ha desaparecido y proclamáis, a la luz del día, que ha resucitado. ¿Es ahora cuando manifestará su reinado?

NICODEMO.- Ayer noche, cuando llegamos, busqué a Simón, pero nadie supo darme norte de su paradero, incluso algunos decían que había vuelto a Galilea. Tampoco a Santiago pudimos encontrarlo. Hoy por la mañana, en casa de María, la madre de Juan, el conocido como Marco, aquella mujer que siguió al Maestro desde que le salvó la vida cuando querían lapidarla por adultera, hemos estado con Santiago, Juan, los de Zebedeo y Zaqueo que nos hablaron que Simón comió la noche anterior en casa de Zacarías y de Isabel, la prima de María, María, la madre de nuestro Maestro y su hijo Santiago. También estaban María la de Santiago, Juana y María Magdalena.

¿Te parece bien que esta noche comamos todos en tu casa? Todos te quieren y además no levantaremos sospecha ante el Sanedrín porque saben que son muchos los hombres piadosos que buscan tus sabios consejos.

SIMEÓN.- Prepararé la cena. Precisamente había acordado con las mujeres que nos veríamos en casa y allí pasaríamos el sábado. Necesito aclararme. Hay quien dice que Jesús, el que se aparece como resucitado, es el mismo, el Hijo de la María que todos conocemos, pero a la vez uno muy diferente, otro, y que nos dice que esperemos, en oración y compartiendo todo lo nuestro, la fuerza del Espíritu que nos mandarán su Padre y él

NICODEMO.- Simeón ¿te acuerdas cuando nos decía venid a mi los que estáis cansados, los aturdidos y confundidos porque yo soy el camino, yo soy la vida? No lo dudes, Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Pero confía, mañana hablaremos y rezaremos juntos, tenemos todo el sábado para nosotros. La Paz sea contigo

SIMEÓN.- La Paz sea contigo. Me voy a casa que se ha hecho tarde ¿Podría acompañarme Cleofás?, ya necesito apoyo para caminar. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

regalado

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ASUMIR RIESGOS CON MUCHO AMOR
MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@wanadoo.es

ECLESALIA, 07/04/09.-“…A uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad (…)Al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene”. (Mt 25,14-30)

A cada uno le dio según su capacidad. Dios da y no pide a nadie nada que no esté capacitado para entregar. Lo que recibimos es para ponerlo a trabajar, para donarlo, hacerlo crecer, desprendernos de ello: darlo gratis, como gratis lo hemos recibido. Nada, de lo que realmente vale, se tiene en propiedad. Todos hemos recibido dones, no importa la cantidad… el don es para entregarlo; si se guarda, se pudre. Pero el hecho mismo de dar, entraña riesgos.

Hace unos meses, una persona me dijo: “Hay que asumir riesgos con mucho amor…”. Me quedé con esta frase que sonó en un contexto de conversación en el que comentábamos los grados de implicación en la vida, en el compromiso coherente que cada uno ha de hacer desde sí, ante Dios y hacía los demás.

Efectivamente darse entraña un riesgo, en cierto modo, desestabiliza, nos hace sentir la intemperie, por eso entiendo lo de asumir riesgos con mucho amor. El amor es como un colchón blandito donde caer y volver a levantarse; es como los estabilizadores que se ponen en las caravanas para que, el viento y los socavones, no las saquen de la carretera o vuelquen. Y, efectivamente, darse nos deja a la intemperie porque es salir de uno mismo. El amor actúa como manta en las bajas temperaturas, impermeable cuando caen chuzos de punta, agua fresca en los días más tórridos y betadine para las heridas del camino.

El reparto de dones es generoso. Dios hace una entrega total: se da a sí mismo y como es amor, ese es el primer don regalado y creo que de ese don parten todos los demás.

Da igual la cantidad recibida porque la capacidad de amar con el mismo amor que Dios ama es el talento que todos recibimos. Desde ahí cualquier riesgo puede ser asumido pues “una vida donada, entregada, ofrecida, jamás se pierde, siempre se la reencuentra en Aquel que es la Vida”. (Abad cisterciense Bernardo Olivera)

Será bueno no enterrar el amor que Dios nos da pues es la forma más real de enterrarnos en vida. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

convicción

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Homilía del 24 de marzo en la capilla de la UCA
ÓSCAR ROMERO, OBISPO Y MÁRTIR
Monseñor en el hospitalito a solas con Dios. En catedral con su pueblo. En medio del pueblo y en su defensa hasta el final
JON SOBRINO, jsobrino@ cmr.uca.edu.sv
EL SALVADOR.

ECLESALIA, 02/04/09.- En muchos lugares se está celebrando el XXIX Aniversario del asesinato-martirio de Monseñor Romero. El sábado 21, en una vigilia popular. Hoy a las 12:00, en una misa en Catedral, presidida por el arzobispo José Luis Escobar, y a las 5:30 en otra misa en la Cripta, presidida por Monseñor Rosa. Ahora, en esta eucaristía le recordamos en la Capilla de la UCA. Le pedimos que nos bendiga. Le pedimos también que nos anime a ser una universidad como él la quería, y a convertirnos cuando, por acción o por omisión, no lo somos. Y le pedimos que profesores, administrativos, trabajadores y alumnos siempre recuerden su nombre, le recuerden y le honren.

Para hacerlo hoy presente entre nosotros, he elegido dos lecturas. El evangelio es el del buen pastor, pues la universidad, con todo lo que tiene, conocimientos y recursos, debe pastorear de manera universitaria al pueblo salvadoreño. Debe alimentar ante todo a las mayorías hambrientas de pan y de trabajo, de justicia y de verdad. Y debe defenderlas de los mercenarios, los poderosos de todo tipo, que no las apacientan sino que, muchas veces, las devoran, como denunciaba el profeta Oseas. Y en esa defensa la universidad debe correr riesgos como el buen pastor. Muy bien nos lo recuerdan nuestros compañeros aquí enterrados.

La segunda lectura nos dice quién es ese buen pastor: Jesús de Nazaret. En palabras bellas y bien pensadas se dice de él que “pasó haciendo el bien, curando a los oprimidos”. Y se añade, a modo de confesión, lo que no solemos tener tan en cuenta: “que Dios estaba con él”.

Ahora queremos recordar al Monseñor Romero buen pastor, a partir de tres cosas muy suyas: el Hospitalito, la Catedral y su caminar con el pueblo, defendiéndolo, hasta el final.

1. En el Hospitalito a solas con Dios

Es sabido que, nombrado arzobispo, la oligarquía quiso ganárselo y le ofreció un palacio episcopal con las habituales comodidades mundanas. Pero Monseñor lo rechazó y se fue a vivir a una modesta habitación junto al hospital de La Divina Providencia. Allí recibió, muchas veces de noche, a personas de todo tipo. Allí preparaba los sábados sus homilías dominicales. Y allí sobre todo, como Jesús junto al lago o en el huerto, oraba al Dios que ve en lo escondido. Contaba la hermana Teresa que a altas horas de la madrugada a veces veía luz en las habitaciones de Monseñor, y le llevaba un zumo de naranja. Lo encontraba rezando.

En el hospitalito Monseñor Romero vivía solo y sin seguridad en tiempos de graves riesgos. Las personas más cercanas eran mujeres, enfermas de cáncer incurable, pobres todas ellas, con la angustia añadida de no saber qué sería de sus hijos una vez muertas ellas. Monseñor -tan indiferente a honores mundanos- confesó que le hubiese gustado ganar el premio Nobel de la paz de 1978 para, con el importe del premio, aliviar la suerte de las mujeres enfermas.

Sólo Dios que ve en lo escondido sabe bien quién era el Monseñor del Hospitalito y qué significaba Dios para él. Pero algo podemos barruntar. Poco antes de su muerte, en los momentos más difíciles del pueblo salvadoreño, Monseñor les habló de “Dios”:

“Ningún hombre se conoce mientras no se ha encontrado con Dios. Quien me diera, queridos hermanos, que el fruto de esta predicación fuera que fuésemos a encontrarnos con Dios” (Homilía del 10 de febrero de 1980).

Y a estas palabras más reflexivas, añadió otras más entrañables. Con humildad decía: “mi más íntimo deseo es que yo no sea un estorbo en el diálogo de ustedes con Dios”. Y con gozo añadió: “me alegra mucho cuando hay gente sencilla que encuentra en mis palabras un vehículo para acercarse a Dios” (Homilía del 27 de enero de 1980). Sin sectarismo alguno, sino con sincero respeto a todos, dijo que “sin Dios no puede haber liberación” (Homilía del 2 de marzo de 1980). Y con Dios, consolaba a la gente: “Dios va con nuestra historia. Dios no nos ha abandonado” (Homilía del 9 de diciembre de 1979).

A todos, también UCA e Iglesia, nos pregunta y nos invita Monseñor a “estar a solas con Dios”. Y a quienes no mencionen ese nombre les pregunta e invita a estar a solas, indefensamente y en entrega total, con aquello bueno que vean como último: la compasión, la justicia, la verdad. “A solas”. Sin poder ir más allá.

2. En Catedral con su pueblo

El Monseñor de Catedral es más conocido. Es el Monseñor de las homilías, de los pobres y de las víctimas, de los horrores de la represión y de la esperanza de justicia. Es el Dios de las organizaciones populares, de los sacerdotes perseguidos y asesinados, de los innumerables mártires, sin que Monseñor dejara a ninguno de ellos y de ellas sin nombre. Es el Dios del pueblo salvadoreño. Quienes tuvimos la suerte de escucharlo lo recordamos muy bien. Vamos a citar algunas palabras suyas, pero quizás lo más importante es saber cómo preparaba las homilías -honda lección para la Iglesia, la UCA, los medios, y todas las instituciones y organismos que quieren servir al pueblo. La víspera de su asesinato dijo Monseñor:

“Le pido al Señor, durante toda la semana mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento”(Homilía del 23 de marzo de 1980).

De ahí surgía la denuncia y la profecía, y por surgir del dolor y clamor del pueblo iban más allá de declaraciones éticas o de la doctrina social:

”Yo denuncio, sobre todo, la absolutización de la riqueza. Éste es el gran mal de El Salvador: la riqueza, la propiedad privada como un absoluto intocable. ¡Y ay del que toque ese alambre de alta tensión! Se quema”. “Vivimos en un falso orden, basado en la represión y el miedo”. “El robar se va haciendo ambiente. Y al que no roba se le llama tonto”. “Se juega con los pueblos, se juega con las votaciones, se juega con la dignidad de los hombres”. “Estamos en un mundo de mentiras donde nadie cree ya en nada”. Y como un Amós o un Miqueas decía: “esto es el imperio del infierno”. La exigencia es como ser Iglesia y universidad de ciencia y de profecía.

En los últimos meses Monseñor Romero fue todavía más duro, si cabe, en decir la verdad. Y la razón era la compasión; la verdad estaba a favor del pueblo, que muchas veces sólo tenía la verdad en su favor. De ahí que la denuncia profética subió de tono. Pero es importante recordar también unas palabras, llenas de honradez y muy de Monseñor, que ojalá todos las tengamos presentes: “hay que comenzar por casa”.

“Todo el que denuncia debe estar dispuesto a ser denunciado y, si la Iglesia denuncia las injusticias, está dispuesta también a escuchar que se la denuncie y está obligada a convertirse… Los pobres son el grito constante que denuncia no sólo la injusticia social, sino también la poca generosidad de nuestra propia Iglesia” (Homilía del 17 de febrero de 1980).

3. En medio del pueblo y en su defensa hasta el final

Monseñor se mantuvo firme en la compasión y en la denuncia, sin componendas. Su compasión y su profecía no fueron flor de un día, ni fueron palabras política y eclesiásticamente correctas. En la sociedad no encontró facilidades, por decirlo muy suavemente, pero tampoco encontró facilidades en la Iglesia en cuanto institución jerárquica; a veces todo lo contrario. Se mantuvo firme, y hasta el último momento defendió a las víctimas, aun sabiendo que él podía ser la próxima. Y así fue.

Monseñor Romero tomó en serio las palabras de Puebla. A los pobres Dios “los ama y los defiende”. Lo primero le llevó a desgastarse en una pastoral a favor de la justicia, la esperanza y la vida de los pobres. Lo segundo a enfrentarse con quienes los oprimían y reprimían. Puso a su Iglesia en esa dirección de defensa y enfrentamiento, de modo que, sin intenciones idealistas, llegó a ser una “Iglesia de los pobres”. Eso significó riesgos y enfrentamientos. “Por defender al pobre la iglesia ha entrado en grave conflicto con los poderosos de las oligarquías económicas” (Discurso de Lovaina, 2 de febrero de 1980. Ya antes había constatado las consecuencias, y emitió un juicio que nunca se emite, desorbitadamente evangélico: “Sería triste que en una patria donde se está asesinando tan horrorosamente no contáramos entre las víctimas también a los sacerdotes. Son el testimonio de una Iglesia encarnada en los problemas del pueblo” (Homilía del 24 de junio de 1979).

Hasta el día de hoy, en un mundo mal llamado de globalización y que en realidad vive en trance de cruz, que pretende quitar aristas al horror de la realidad y silencia a millones de crucificados -en Irak, en el Congo, en Gaza, en Haití-, hacer presente a Dios en la historia es seguir a Jesús cargando con la cruz. No con una cruz abstracta y sin historia, sino concreta, salvadoreña. “Cristo es Dios majestuoso que se hace hombre humilde hasta la muerte de los esclavos en una cruz y vive con los pobres… así debe ser nuestra fe cristiana” (Homilía del 17 de febrero de 1980). Monseñor lo intuyó desde el principio. En Aguilares el 19 de junio de 1977 comenzó la homilía con estas palabras: “a mí me toca ir recogiendo atropellos y cadáveres”. Palabras para la UCA, para la Iglesia y para todos.

Monseñor mantuvo la defensa de su pueblo hasta el final, y con ello la esperanza. Dos eran sus pilares, como lo intuyó Ignacio Ellacuría: Dios y el mismo pueblo. Sin ninguna rutina, en las horas más trágicas de El Salvador no se cansó de repetir el Emmanuel. “Dios va con nuestra historia. Dios no nos ha abandonado. Ningún cristiano debe sentirse sólo en su caminar, ninguna familia tiene que sentirse desamparada, ningún pueblo debe ser pesimista, aun en medio de las crisis que parecen más insolubles”. Es el “consolad, consolad a mi pueblo” de Isaías. Y a ese pueblo le dio dignidad. “Ustedes son el divino traspasado” dijo en Aguilares a unos campesinos aterrorizados, el día que fue a celebrar la eucaristía cuando los soldados, un mes después de haberlo tomado y ocupado, abandonaron el pueblo. El Monseñor que decía: “esto es el imperio del infierno” decía también: “sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor”.

Las amenazas iban en aumento. En su última homilía confesó: “Esta semana me llegó un aviso de que estoy en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana”. Y automáticamente, como si se hubiese convertido en segunda naturaleza, Monseñor puso su muerte en relación con la salvación del pueblo: “que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad”.

Y en relación con el pueblo, en un supremo esfuerzo para impedir mayores atrocidades, pronunció las palabras finales de su última homilía, hito insuperable en la historia del país, de la Iglesia y de cualquier lugar donde quede un rastro de humanidad.

“En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!” (23 de marzo de 1980).

Nunca antes se habían escuchado semejantes, ni nunca después se han vuelto a escuchar. Fueron recogidas con un estruendoso aplauso, nunca antes escuchado ni nunca después vuelto a escuchar:

Con la muerte de Monseñor no murió su palabra. Pocos días después de su asesinato, en una misa celebrada en la UCA, el Padre Ellacuría dijo: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”. Las hemos repetido muchas veces, y hoy nos volemos a preguntar: ¿es verdad? Sí, y en muchos lugares. Baste recordar algunas cosas de estos días.

El 2 de marzo, Noam Chomsky, prominente pensador estadounidense, luchador de causas nobles, muchas de ellas “perdidas”, acosado de muchas formas por los poderes establecidos, acababa de cumplir 80 años. El diario El País le hizo una entrevista sobre temas conocidos profesionalmente por el autor: la situación de la política internacional, los medios, internet… Pero, rompiendo la lógica de la profesión, la entrevista termina con una pregunta personal: “A su edad, ¿qué le hace seguir luchando?”. Y esto es lo que dijo:

“Imágenes como ésa [Chomsky indica un cuadro que cuelga de su despacho en el que se ve al ángel exterminador junto al arzobispo Romero y seis intelectuales jesuitas asesinados en El Salvador en los ochenta por los escuadrones de la muerte]. Uno de mis fracasos es que ningún estadounidense sepa qué significa ese cuadro”.

El 15 de marzo algo muy nuevo ocurrió en El Salvador. El partido Arena, que nunca había pronunciado oficialmente el nombre de Monseñor Romero – pienso que por miedo y por una especie de insuperable parálisis fonética, perdió las elecciones. Por el contrario, el vencedor, Mauricio Funes sí lo pronunció. Analistas hay y habrá que juzguen sobre convicciones e intenciones. Pero remitirse a Monseñor Romero en ese momento y presentarlo como lo más entrañable que ha producido y tiene este país, indica que Monseñor Romero sigue vivo.

En la vigilia del 21 de marzo, durante la marcha y ante Catedral, muchos salvadoreños y salvadoreñas, sintieron una vez más la presencia de Monseñor. Con sentido humano y cristiano -y con exquisito sentido teológico- no expresaron esa presencia, al menos no en lo fundamental, porque tuvieran ahora en sus manos “más poder”, sino que la expresaron en un sentimiento de dignidad, esperanza y alegría. Con Monseñor podían seguir trabajando y caminando. Y celebrando la vida.

[El día 26 de marzo por primera vez en la historia del país se instauró un tribunal de justicia restaurativa para que, tras el desentenderse de tanto crimen, por vileza o por la ley de amnistía, el Estado reconozca su culpa y pida perdón; para que las víctimas recuperen dignidad; y para que después de muchos años se de pasos de reconciliación. En los esfuerzos denodados de muchos profesionales por instaurar el tribunal, y sobre todo en la palabra de los testigos, familiares de las víctimas y a veces víctimas ellos mismos, en la dignidad, el alivio, la mano tendida que expresaban esas palabras, Monseñor Romero pasaba por El Salvador].

Terminamos por donde comenzamos. Estamos en la Capilla de la UCA. Les invito a todos a hacer realidad aquello a lo que, ante Monseñor, se comprometió el Padre Ellacuría cuando, en 1985, la UCA le otorgó un Doctorado Honoris Causa.

1. Una auténtica inserción en la realidad nacional, lacerada, casi herida de muerte, sacudida hoy por diez asesinatos al día, sin ceder a la tentación de distanciarnos de ella, y menos, como si fuera beneficioso para la excelencia académica.

2. No caer en la neutralidad falaz y concretar el bien común desde el bien de las mayorías pobres y oprimidas, de las víctimas; es decir, hacer una opción libre por los pobres de este país y mantenernos firmes en ella.

3. Tras la guerra, propiciar y defender de todas las formas posibles una paz verdadera, los derechos humanos y la reconciliación real; frenar el desangramiento del país y trabajar para que no sean necesarias las migraciones inhumanas.

4. No cejar en la esperanza de construir un futuro mejor, más humano y humanizado. Especialmente, devolver palabra, consuelo, dignidad y reparación a las víctimas. Y dejarnos salvar por ellas.

5. Que no se tambalee sino que se robustezca la inspiración cristiana que movía todo el actuar de Monseñor Romero. El Monseñor que vivía de la fe en Jesús mueve a dar la vida por los que sufren como hemos leído en el evangelio.

Pidamos a Dios que esta universidad con humildad y con decisión, con convicción y con gozo sea fiel seguidora de Monseñor Romero. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Jon Sobrino
24 de marzo, 2009