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UNA EUCARISTÍA MÁS FRATERNA
BORIS VÁSQUEZ CARBONELL, coach humanista, borisvasquezc@gmail.com
PERÚ.

ECLESALIA, 14/04/09.- La dimensión de memorial en la Eucaristía es clave para interpretarla adecuadamente. Hacer memoria tiene que ver con la identidad cristiana y su actualización responsable en diferentes contextos. La Eucaristía apunta a un hecho irrepetible de salvación y a una plenitud futura. Peligro constante será aislar las palabras de la institución y el sacrificio histórico de la Cruz sin actualizar al Cristo “pro nobis”. Cuando esta memoria se degrada entonces surge el ritualismo pomposo pero vacío que realiza un sacrificio meramente formal que no toma en cuenta el hesed, mispá o sedaqah bíblicos (Rafael Aguirre, “La Cena de Jesús. Historia y Sentido”). La Eucaristía es símbolo de vida compartida, ofrenda por amor, y donde no existe esto se hace rito sacral y vacío. Por eso, tiene que ser celebrada por una comunidad de fe, de discípulos que luchan por una sociedad más justa, fraterna y solidaria. Igualmente esto apunta a celebrar de manera connatural a la experiencia cotidiana, teniendo en cuenta los contextos y haciendo las adaptaciones correspondientes en el ritual, vestimenta, altar, templo, etc. Claramente se ve que la Eucaristía no es un servicio religioso puesto a disposición del público para repartir automáticamente la gracia sino que tiene una dimensión fraterna-social insoslayable. Si no desemboca en compromisos de la comunidad la Eucaristía esta incompleta o mutilada (José María Castillo, “Eucaristía y Vida Hoy”). Entender la Eucaristía como banquete común que acoge a todos por igual, otorgando dignidad, fraternidad, superando egoísmos y desigualdades nos permitiría actualizar la praxis de Jesús, sus parábolas, el contexto de la Cena, las apariciones en Emaús, la experiencia de las primeras comunidades (1Cor 11), etc, es decir, hacer presente el proyecto de fraternidad del Padre que quiere reunir a sus hijos dispersos. Esto se expresa -o debe expresarse-sacramentalmente en cada Eucaristía (Manuel Díaz Mateos, “El Sacramento del Pan”).

Si en nuestra Pastoral tendríamos más presentes estas líneas de interpretación nuestras comunidades lograrían centrar su espiritualidad no tanto en la parte externa de los ritos solemnes, la liturgia bien planteada y la exégesis bien lograda sino en la celebración de la vida con la esperanza cierta de ser llevadas a plenitud por el Padre. Algunas veces, nos perdemos en la tensión por celebrar estrictamente la rúbrica litúrgica y lograr la exégesis académica, muy importantes por cierto, pero que no motivan a vivir comunitaria y éticamente la vida cristiana. Tal vez si nos centráramos en el misterio de la Muerte y Resurrección actualizado en cada celebración, deduciendo los compromisos concretos de fraternidad y asumiendo el gozo de vivir un banquete común que no margina a nadie, podríamos impulsar una verdadera vivencia de la Iglesia que Jesús quiere en nuestro contexto social. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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