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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

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EL PENSAMIENTO DE J. RATZINGER
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS, responsable del área teológica de Cristianisme i Justicia

ECLESALIA, 26/07/05.- Quisiera ofrecer una aproximación periodística al pensamiento del nuevo papa, por si sirve a creyentes o no creyentes, que quizá no saben a qué atenerse a partir de lo que oyen, y tampoco están obligados a leer su extensa obra. Voy a sistematizar unos textos tomados de El nuevo pueblo de Dios. La mayoría son comentario al Vaticano II. Los sistematizo en seis capítulos de actualidad, más aquello que los fundamenta.

1.- El cristiano. Para explicar la identidad cristiana combina Ratzinger dos respuestas que otros se empeñan en contraponer: "La primera dice: el que tiene la caridad lo tiene todo. Eso basta de manera completa, simple y absoluta... El 'sacramento del hermano' aparece aquí como el único camino suficiente de salvación, el prójimo como la 'incógnita de Dios', en que se decide el destino de cada uno. Lo que salva no es que uno conozca el nombre del Señor (Mt 7,21); lo que se le pide es que trate humanamente al Dios que se esconde en el hombre" (p. 391).

El problema de esta respuesta tan exacta es que "nadie tiene realmente la caridad (cf. Rom 3,23). Todo nuestro amor está una y otra vez corroído y deformado por el egoísmo". Precisamente por eso "aquí viene la segunda respuesta del Nuevo Testamento que dice: sólo una cosa es menester, que abramos las manos y aceptemos el regalo de Su misericordia. Este movimiento de abrirse para recibir el regalo del amor representativo del Señor lo llama Pablo 'fe'...". Esta respuesta deja claro que hay una fe de actitud que es anterior a la fe de contenidos (una "fe antes de la fe" la llama Ratzinger) que: "es lo contrario de aquella actitud que los antiguos llamaban hybris, la negación de la propia complacencia y de la justicia a fuerza de brazos" (p. 392).

Por eso, "el Nuevo Testamento dice a la par que 'la caridad por sí sola basta' y que 'sólo la fe basta'... Ambas afirmaciones juntas expresan una actitud de salir de sí mismo, en que el hombre comienza a dejar a las espaldas su egoísmo y avanza en dirección al otro. Por eso, el hermano, el prójimo, es el verdadero campo de prueba de esta disposición de espíritu; en su "tú" viene al hombre de incógnito el "tú" de Dios (p. 393).

De ahí brota una conclusión fundamental: "no se es cristiano para sí mismo sino para los otros, o más bien: sólo se es [cristiano] para sí mismo cuando se es para los otros" (397).

2.- La iglesia. De acuerdo con esa visión del cristianismo, lo primero que debe saber la Iglesia es que "es falsa, ante todo, la divinización del sistema y de las instituciones. Ni el sistema ni la observancia de un sistema salvan al hombre; sólo lo salva lo que está por encima de todos los sistemas y lo que representa la apertura de todos los sistemas: el amor y la fe " (p. 394).

De aquí se sigue que: "como signo del amor divino, la Iglesia... no puede ser círculo esotérico, sino que es esencialmente un espacio abierto... una realidad dinámica" (p. 399). Precisamente "el no estar ligada a una forma de este mundo, le da fuerza para dirigirse a todo el mundo" (p. 422). Observaciones muy importantes ante la tarea actual de desoccidentalizar al cristianismo.

Por ser así, "lo que necesita la Iglesia de hoy y de todos los tiempos no son panegiristas de lo existente, sino hombres... que amen a la Iglesia más que a la comodidad e intangibilidad de su propio destino". Pues "la verdadera obediencia no es la obediencia de los aduladores... que evitan todo choque y ponen su intangible comodidad por encima de todas las cosas" (p. 292). Por eso pregunta Ratzinger si el que no haya gente que se atreva a hablar con libertad "es signo de mejores tiempos o signo de un menguado amor al que no se le quema ya el corazón por la causa de Dios en este mundo... un amor que se ha hecho romo y no se atreve ya a abrazar el sufrimiento por la amada" (p. 290).

Con este mismo amor se preguntaba él si a la Iglesia de hoy "no habrá que reprocharle que, por exceso de solicitud, declara demasiado, reglamenta demasiado; y tantas normas y reglamentos han contribuido más bien a abandonar el mundo a la incredulidad que no a salvarlo de ella... En otras palabras: que a veces pone harto poca confianza en la fuerza victoriosa de la verdad.., se atrinchera en seguridades externas en lugar de confiar en la verdad que vive en la libertad y no necesita de tales precauciones" (p. 294-95).

Ratzinger sabe también que una de las tareas de hoy es descentralizar el papado: "La Iglesia, que es el pueblo uno de Dios, se compone de los muchos pueblos de este mundo que... aportan la riqueza de sus diversos dones a la ciudad única y escatológica de Dios... La Iglesia única se compone de muchas 'iglesias' en los lugares y regiones del orbe, y sólo la variedad de las iglesias que mantienen la mutua comunión en el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz, constituye la unidad cumplida de la Ecclesia catholica" (p. 423). Esta tesis "lleva a la intuición concreta de la mutua responsabilidad de las iglesias particulares entre sí: la responsabilidad por los miembros no es asumida únicamente por la cabeza (con la que en este caso se significa al papa y a la iglesia principal de Roma), sino también por los miembros mismos, es decir, que las iglesias particulares asumen la responsabilidad de unas para con otras" (p. 424).

3.- El mundo. El Vaticano II pidió a la Iglesia una triple apertura: "a las fuentes, a los otros cristianos y a los interrogantes de la humanidad entera" (321). Por ello, "la Iglesia debe hablar, pensar y ser de manera que los otros puedan percibir y entender la palabra que les dirige" (p. 318).

Ratzinger insiste con frecuencia en que el esquema bíblico de la fe en el judeocristianismo es el de "los pocos por los muchos (o por todos)". De acuerdo con eso "el mundo debe ser aceptado y respetado como tal por la Iglesia... por la sencilla razón de que la Iglesia no es Cristo". Por eso "no es posible entenderla como fin en sí misma, sino que pertenece esencialmente al orden de los medios... Por eso, la autoridad eclesiástica no puede suplir la pericia en los órdenes respectivos de la realidad, sino únicamente reconocerla... Tampoco puede suplir la competencia científica de la teología, sino que debe también reconocerla y darla por sentada como tal" (p. 330).

4. La teología. Una palabra pues sobre la teología. En primer lugar, "el mensaje cristiano se propone siempre en lenguaje humano... en un repensar la palabra divina dentro de lo humano; no se propone nunca en su absoluta e incontaminada pureza divina... En el kerygma [mensaje transmitido] hay siempre algo que en realidad no es kerygma sino una elaboración humana". Por eso "se impone en cada época la escucha paciente de lo que la humanidad sabe de hecho" (327).

Precisamente por eso, "casi todos los documentos [del Vaticano II]" muestran una apertura que sobrepasa la que Ratzinger llama "teología de encíclicas: una forma de teología en que la tradición parecía lentamente estrecharse a las últimas manifestaciones del magisterio papal". Frente a eso la voluntad del Concilio fue: "no mirar las fuentes [cristianas] únicamente en el espejo de la interpretación oficial de los últimos cien años, sino leerlas y entenderlas en sí mismas,... escuchar los interrogantes del hombre de hoy como tales y partiendo de ellos repensar la teología y, por encima de todo esto, escuchar la realidad, 'la cosa misma', y aceptar sus lecciones" (p.318-19). Por ello, una enseñanza del magisterio eclesiástico "que naciera del miedo al riesgo de la verdad histórica o al riesgo de la realidad misma, sería cabalmente una teología apocada, una teología de poca fe desde su punto mismo de partida" (p. 320).

5.-La reforma litúrgica. No caben aquí las respuesta que da Ratzinger a los empeñados en volver al latín en la liturgia. Pero sí podemos notar que derivan de una determinada concepción de ésta: "el culto divino más auténtico de la cristiandad es la caridad" (346). Por esta razón, "la liturgia no tiene por fin llenarnos, entre temor y temblor, del sentimiento de lo santo, sino enfrentarnos con la espada tajante de la palabra de Dios: no tiene por fin procurarnos y un marco bello y festivo para el recogimiento callado y la meditación, sino introducirnos en el "Nosotros" de hijos de Dios y, con ello, en el anonadamiento de Dios que descendió hasta lo ordinario... (p. 341). Y esto significa que "para la reforma litúrgica se requiere una gran capacidad de tolerancia dentro de la Iglesia... El soportarse mutuamente... la anchura de la caridad, son los únicos medios que pueden crear el espacio en que el culto cristiano madure en verdadera renovación" (p. 346).

6.- las religiones de la tierra. Pero no sólo espacios para el culto: también para la convivencia entre: "Para el cristiano de hoy se ha hecho algo inconcebible que el cristianismo, más exactamente la Iglesia católica, sea el único camino de salvación; con ello se ha hecho problemático desde dentro el absolutismo de la Iglesia... Que todos los hombres 'buenos' se salvan es hoy.. evidente". Y ello por una razón que brota de la más antigua tradición cristiana: "la salvación del hombre consiste en ser amado por Dios, mas para el amor no hay ningún título jurídico, ni se apoya tampoco en excelencias morales o de cualquier tipo" (pp. 367-69).

"Las religiones del mundo se han convertido en interrogante que se le plantea al cristianismo, que debe repensarse ante ellas en su pretensión y recibir así... por lo menos un servicio de purificación " (p. 402).

Todo lo expuesto se fundamenta en lo que significa Jesucristo y lo que Él revela de Dios. Veámoslo para concluir.

7. Jesucristo y Dios.

7.1. En su Introducción al cristianismo había escrito Ratzinger que "la persona de Jesús es su doctrina, y su doctrina es él mismo". Pues bien: sobre esa persona escribe ahora: "la orientación existencial de Jesús, su verdadera esencia, se caracteriza por el 'a favor de'. Si la salvación consiste en hacernos como él, en tal caso debe presentarse concretamente como participación en ese a favor de" (p. 396). Ratzinger retoma aquí, para hablar de Jesucristo, el término teológico de "pro-existencia", que proviene del protestante D. Bonhoeffer ("Jesús el hombre para los demás") y del católico de Alemania Oriental H. Schürmann; y que es también fundamental por ejemplo en la cristología de Jon Sobrino.

7.2. "El primer gran ensayo de una teología cristiana, el discurso del diácono Esteban en Hch 7... hace ver que Dios no está de parte de la institución, sino del lado de los que sufren y son perseguidos a lo largo de toda la historia; y demuestra la legitimidad de Jesucristo cabalmente por insertarlo en la línea de los perseguidos, de los profetas de la historia" (p. 279).

Como conclusión, he aquí una presentación de la fe que es fiel y abierta al diálogo. Quizá alguien arguya que esta visión es del Ratzinger "joven" que hoy ha cambiado de modo de ver. A eso caben dos respuestas: es difícil pensar que haya cambiado precisamente en los textos aquí citados, porque casi todos ellos son comentarios al Vaticano II (por eso los elegí); y no se le hace un favor a Ratzinger diciéndole que ha abandonado al Vaticano II. En segundo lugar: en el caso de que el hoy Benedicto XVI ya no piense así, sigue siendo verdad que cuando pensaba así, era un teólogo católico autorizado, muy reconocido y totalmente ortodoxo. Por tanto, es absolutamente legítimo profesar esas opiniones en el seno de la Iglesia. Eclesalia 26 de julio de 2005.

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