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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

comida y cena 2/2

COMIDAS Y “CENA DEL SEÑOR”
JUAN LUIS HERRERO DEL POZO, teólogo; herrero.pozo@telefonica.net
LOGROÑO (LA RIOJA).

- - -> Segunda parte ( primera parte publicada el 09/02/06 )

2. La “Cena del Señor”

ECLESALIA, 13/02/06.- Sobre una treintena de líneas en las que los Evangelios sinópticos y Pablo recogen, con ligeras variantes, el texto estereotipado de la práctica cristiana de la “fracción del pan” en las primeras comunidades se ha levantado un monumental y complejísimo constructo teológico. Un milagro de reconstrucción de una catedral a partir de unas pocas docenas de viejas piedras. Siempre he encontrado una especial dificultad en explicar la eucaristía sobre todo a los niños, al tener que partir de una acción litúrgica extraña y absolutamente incomprensible. En este breve texto voy a intentar presentar su núcleo sustancial.

¿Quiénes son los beneficiarios directos de este Sacramento? Los creyentes que formamos la pequeña asamblea. ¿Qué tenemos derecho a esperar del principal sacramento? Se nos ha dicho que nuestra salvación, llamémosla en lenguaje moderno liberación integral que, obviamente, se halla vinculada a Jesús en alguna dimensión sustancial de su ser salvador.

Entendido de la forma más simple y sin alejarnos de nuestra realidad humana ¿qué es lo que, de modo general, más sana y libera a la persona? El amor, sin lugar a dudas. El amor bien entendido equilibra la psicología individual y asegura la convivencia social, a nivel de los grupos cercanos (familia, trabajo, amigos, comunidad cristiana…) como de la humanidad entera. En el ejercicio de este amor queda incluido automáticamente lo que denominamos amor de Dios, si existe, seamos o no conscientes de ello.

Supuesto que los cristianos hemos elegido “seguir” a Jesús como camino de verdad que da vida (Camino, Verdad y Vida) ¿cómo vivió el amor aquel profeta galileo? De él sólo conocemos lo que impactó al grupo de discípulos que le siguieron durante un par de años: Jesús se encontró en medio de unas poblaciones compuestas mayoritariamente de gente totalmente marginal y aquejada de todo tipo de dolencias fruto de la pobreza severa. Se conmovieron sus entrañas y, decididamente, tomó partido por este pueblo y se dedico sin descanso a aliviarlo. Las autoridades civiles y religiosas, responsables de la situación, se ofuscaron hasta el extremo por la denuncia de Jesús y acabaron con su vida. Jesús murió, por la coherencia de su amor, por vivir como vivió entregado a los pobres. Sus discípulos, superado el trauma de un fracaso inesperado y aborrecido (tardaron mucho tiempo en representar el instrumento del asesinato) acabaron descubriendo en esa muerte en cruz la culminación de su vida, concreción de su amor, y, de rechazo, la más fiel transparencia del amor del mismo Dios.

Tales acontecimientos de la vida y muerte de Jesús fueron interpretados por los discípulos, a la luz de la experiencia de la resurrección, como el gran testimonio del estilo de vida a adoptar: vivir amando aún a riesgo de muerte. Acontecimientos y sentimientos de la vida del Maestro que rumiaban juntos cada vez que se sentaban (o se reclinaban) a la mesa. Las comidas eran el lugar y clima privilegiados de sus encuentros ‘recordando’ al maestro.

Lo habían sido cuando vivían juntos. Basta repasar la frecuencia y relevancia que revisten las comidas comunes en los relatos evangélicos. No necesitaban inventar ningún nuevo ceremonial de ‘memoria’, sólo seguir con las costumbres anteriores. Aunque no hubiera existido históricamente una cena con especial diseño de despedida, no era preciso ser muy creativos (y los orientales lo son) para volcar en la última que recordaban toda la carga de vivencias, reinterpretadas en su espíritu a la luz de los últimos decisivos acontecimientos. No necesitan inventar ninguna liturgia especial, sólo seguir comiendo juntos, sirviendo a los más necesitados alimento y recuerdo como hacía Jesús (‘en memoria mía’). Compartiendo el alimento (‘fracción del pan’), y un poco de vino de vez en cuando, se recreaba el clima de amor más propicio para revivir y apropiarse el espíritu de Jesús. Compartir el pan era, sin artificio alguno, hacerlo presente entre los hermanos en el servicio de unos a otros. Es lo que subrayará medio siglo después Juan con el lavatorio de los pies en sustitución del texto tradicional, sin duda por contrarrestar el talante jerárquico naciente. El texto tradicional (el llamado de la ‘institución’, de Pablo y de los sinópticos) era ya un estereotipo extendido. Los elementos básicos de toda comida, el pan y el vino, la vinculaban de modo explícito tanto a la muerte de Jesús como a la imagen jesuánica del banquete escatológico. Hasta 1ª Corintios y probablemente después durante un tiempo, la fusión entre comida común y celebración cristiana principal no ofreció ninguna dificultad: era la costumbre, algo obvio por la identidad de sentido antes subrayada. La pérdida de éste llevó a abusos, surgieron diversas interpretaciones de la celebración, se coló la idea judeo-pagana de sacrificio, se desligaron comida y ‘cena del Señor’… Es conocida la historia hasta llegar a nuestras misas aburridas, incomprensibles, minuciosa y hieráticamente fijadas y vigiladas por Roma.

Resumiendo podemos decir ya en términos teológicos modernos: Todo sacramento es una acción simbólica mediante la cual indicamos lo que está ocurriendo y queremos celebrar desde la fe. Ya en el mismo plano humano, al comer juntos en actitud convivial estamos haciendo surgir en nuestro afecto fraterno el amor que es “único” (Ratzinger), es decir, estamos haciendo presente a quien mejor transparentó a Dios que es amor (Deus caritas est). En la misma proporción en que nuestra comensalidad es sincera y profunda es “eucarística” y, en esa medida, puede ser compartida por todos, creyentes y no creyentes. Cuando queremos celebrar la fe de una manera especial, al igual que hacemos en circunstancias especiales de la vida, acompañamos el ágape de gestos, palabras y lecturas más explícitamente alusivas que ponen de relieve la profunda dimensión que puede adquirir la comensalidad, el comer juntos ‘en el Señor’. Es claro que cada uno penetra en esa dimensión según su medida. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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