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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

ministerios cristianos

HOMOSEXUALIDAD Y MINISTERIOS CRISTIANOS
XAVIER PICAZA

ECLESALIA, 15/12/05.- Las recientes declaraciones del Magisterio sobre los riesgos de la homosexualidad, especialmente en relación con los ministerios, me han producido una gran tristeza, en primer lugar por lo que pueden suponer de ofensa contra los homosexuales, especialmente contra los que ejercen su ministerio honradamente, siendo homosexuales; y en segundo lugar por la falta de base bíblica de los argumentos que se aducen. Desde ese fondo, para ayudar a reflexionar a quienes estén interesados por el tema, quiero ofrecer algunas reflexiones de base, partiendo de la misma lectura de los textos bíblicos. Ciertamente, La Biblia ha condenado en general en general la homosexualidad (en el Antiguo Testamento la masculina), por considerar que ella va en contra de un orden querido por Dios y expresado en la unión del hombre y la mujer, tal como aparece en Gen 2-3. Esa condena se expresa en tres contextos principales y debe ser interpretada desde el conjunto de la revelación bíblica.

(1) Grandes relatos simbólicos. Dos relatos básicos reflejan esta condena, situándola en un contexto de polémica, en un caso contra los cananeos de la hoya del Mar Muerto (Gen 19, 1-19) en otro caso contra una ciudad perversa de la tribu de Benjamín (Jn 19). En el primer caso se trata del «crimen» de los sodomitas, que quieren acostarse con los «hombres» (=ángeles) que han venido a visitar a Lot (Gen 19,5), suscitando la ira de Dios que destruye a su ciudad; de aquí ha surgido el nombre «sodomía, sodomitas», para que identifica un tipo de violencia homosexual con pecado de los habitantes de Sodoma. En el otro caso se trata del «crimen» de los habitantes de Guibea de Benjamín, que quieren acostarse por la fuerza con el levita que va de paso, para así humillarle; pero el levita se defiende y entrega en sus manos a su → concubina, iniciándose así una serie de venganzas y violencias que llenan la parte final del libro de los Jueces (Jc 19-21). En ambos relatos se supone que la homosexualidad va en contra del orden de Dios; pero lo que el texto condena de un modo directo no es la homosexualidad en sí, sino la violencia homosexual, dirigida en un caso hacia los hombres-ángeles y en el otro hacia el levita.

(2) Las leyes contra la homosexualidad están contenidas en el Código de la Santidad, del libro del Levítico: Lev 18, 22 condena taxativamente la acción homosexualidad masculina: «no te acostarás con varón como con mujer; es una abominación; Dt 20, 13 impone la pena de muerte sobre los homosexuales: «Si alguien se acuesta con otro hombre como se hace con una mujer, ambos cometen una abominación; son reos de muerte; sobre ellos caerá su sangre». Se trata de leyes sacrales, que han de ser entendidas de la visión especial de la pureza-santidad que desarrolla el Levítico, en un contexto sacerdotal, marcado por los tabúes de la distinción y del sexo. Quien quiera traducir y aplicar directamente esa leyes en nuestro contexto, sin tener en cuenta su trasfondo antropológico, tendrá que asumir y cumplir el resto de las leyes del Levítico, tanto en lo referente a los sacrificios como a los tabúes de sangre, a la distinción de animales puros e impuros y a las diversas enfermedades y manchas, que aparecen en general como lepra. Nadie que yo sepa aboga por esa interpretación literal del Levítico, a no ser en algunos círculos «religiosos» del judaísmo. Es evidente que este tema puede y debe plantearse hoy desde unas perspectivas antropológicas y teológicas, distintas, de manera que no tiene sentido el mantener a la letra las antiguas costumbres israelitas. Sólo de esa forma hacemos justicia a las normas y leyes, por otro lado ejemplares, del Levítico.

(3) La interpretación de Pablo. Más cercano a nosotros, pero igualmente extraño y necesitado de explicación es el texto de Pablo, cuando habla del pecado de los «gentiles» que, al adorar a los ídolos, han caído en manos de sus propias perversiones (Rom 1, 18-31). No se trata de un texto normativo ni legal, en línea de evangelio, sino de una presentación retórica y apocalíptica de la situación del mundo pagano (de la humanidad) que se eleva como signo de pecado ante el Dios de la fe y de la gracia de Cristo. La condena de Pablo puede dividirse en tres partes, una de tipo más personal-individual (Rom 1, 21-23), otra de tipo más personal-sexual (Rom 1, 24-27) y otra de tipo más social (Rom 1, 28-31). Siguiendo algunas tablas morales de su tiempo, Pablo ha querido presentar un retablo de los grandes males de la sociedad de su entorno, que se fundan a su juicio en el abandono de Dios, entendido en forma de «talión teológico»: allí donde los hombres han abandonado a Dios, Dios les abandona en manos de su propia perversión, como muestra el caso de la condena de la homosexualidad: «Pretendiendo ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles... Por eso Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues aun sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Del mismo modo también los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Como ellos no quisieron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente depravada, para hacer cosas que no deben» (Rom 1, 22- 23.25-28; en esa línea, cf. 1 Tim 1, 10). Éste no es un texto de ley moral, sino de constatación apocalíptica. Pablo no dice lo que las cosas deben ser, sino lo que son. Pablo, un judío celoso, se siente horrorizado ante lo que a su juicio constituye la perversión sexual grecorromana, expresada en formas de homosexualidad no sólo masculina (como la que condenaba el Antiguo Testamento), sino también femenina, poniendo de esa forma en paralelo las afirmaciones sobre los dos sexos. Las afirmaciones concretas de Pablo son retóricas y exageradas, pues el mundo greco-romano no era sólo como él lo presenta. Por otra parte es un texto difícil de aceptar al pie de la letra, pues proviene de un entorno cultural muy distinto del nuestro. A pesar de ello, el principio y sentido básico de la argumentación paulina nos sigue pareciendo valioso, siempre que tengamos en cuenta algunas observaciones.

(a) Pablo vincula la homosexualidad con la negación de la «diferencia» de Dios, que constituye, a su juicio, la clave de todo el orden humano. Allí donde el hombre niega la «diferencia» de Dios y le identifica con una realidad de este mundo se cierra en sí mismo y corre el riesgo de volverse incapaz de aceptar las diferencias, la complementariedad de las distintas realidades, mezclando así las diversas realidades. El Dios de Pablo marca las identidades, mantiene la alteridad, la distancia, la tensión por lo diferente. Por eso, allí donde hombres y mujeres se cierran en un mundo divinizado (idolatría) ellos se vuelven incapaces de amarse como distintos, pues no pueden ya apoyarse en el Dios que es distinto, el Otro, el Infinito.

(b) Pablo condena a la homosexualidad porque piensa que ella es la expresión de un amor-de-ley, que no saca al hombre (varón o mujer) de sí mismo, sino que le cierra en un plano de talión, de manera que cada uno se busca a sí mismo en el otro, sin salir de sí, experimentar la alteridad como gracia. Por eso, cuando Pablo habla de homosexualidad está hablando en el fondo de un tipo de auto-erotismo, de unión sin complementariedad personal, sin aceptación de la alteridad que, a su juicio, está marcada por la diferencia sexual de varón y mujer. Pero de esa manera está planteando un tema que es mucho mayor que el de la homosexualidad como tal (entendida en plano físico, biológico), el tema del erotismo sin distancia personal, como una forma de buscarse uno a sí mismo cuando se relaciona con otro. Pues bien, ese es un tipo erotismo que puede darse no sólo en las relaciones homo-sexuales, sino también en las hetero-sexuales.

(c) Según eso, el tema de la homosexualidad sólo se puede plantear en línea cristiana desde su posible riesgo de negación de alteridad y gracia, relacionándolo, por tanto, con los otros dos momentos de la condena apocalìptica que Pablo dirige contra la sociedad de su tiempo, en Rom 1, 19-20 (egoísmo personal) y Rom 1, 28-31 (lucha de todos contra todos). La homosexualidad de la que habla Pablo constituye una expresión de egoísmo (uno sólo se busca a sí mismo en el otro) y de lucha universal (al buscarse a sí mismo en el otro tiene que combatir y negar todo lo que es distinto). Ciertamente, el tema resulta complejo en plano psicológico y social, de manera que es difícil ofrecer en este plano unas respuestas que agraden a todos. Pero el intento de condenar la homosexualidad física (legal) desde la antropología bíblica y en especial desde Rom 1, 24-27 (donde se asume y culmina para los cristianos lo dice el Antiguo Testamento sobre el tema) carece de sentido y acaba siendo contrario al argumento de Pablo. Condenar la homosexualidad por ley implica caer en la peor de las leyes que Pablo ha querido superar. Lo que Pablo está poniendo en juego, de un modo retórico, es la posibilidad de abrirse al otro en cuanto distinto, de tal forma que el amor no sea encerramiento en uno mismo (utilizando así al otro para egoísmo propio, en gesto de violencia, sea o no del mismo sexo), sino apertura a la diferencia interpersonal gratuita, en un camino en el que Dios puede revelarse como el Otro, el gran Distinto.

(d) En ese sentido se puede afirmar que fácticamente muchas uniones homo-sexuales (se llamen o no matrimonios) en las que se mantenga y desarrolle el principio y experiencia de la alteridad gratuita pueden ser y son más cristianos (más paulinos) que otros matrimonios hetero-sexuales en los que cada uno se busca a sí mismo en el otro, e incluso en los hijos. Partiendo de estos principios se podría elaborar también una antropología del celibato paulino (cf 1 Cor 7), que tiene un gran valor cristiano en la medida en que aparece como posibilidad de una mayor apertura al otro en cuanto otro y al Dios que es principio de toda alteridad amorosa, superando el simple nivel de la unión entre los dos sexos (hombre con mujer y viceversa, que supone el Antiguo Testamento). Allí donde el celibato es básicamente expresión de clausura en sí mismo (de auto-erotismo más o menos espiritualizado) va en contra del ideal cristiano. El ese sentido, el celibato cristiano como trascendimiento positivo (no de simple negación) del amor intersexual puede vincularse a un tipo de homosexualidad, que no se entienda como pura negación de alteridad sexual, sino como búsqueda de otros tipos de alteridad gratuita en la relación entre personas.

(e) La clave del tema no está, por tanto, no está por tanto en que la relación se dé entre personas de distinto o del mismo sexo, sino que se trata de una relación de personas, en línea de alteridad, de manera que cada uno no se busque a sí mismo en el otro, sino que busque y encuentre al otro como distinto, y en el otro la vida, el despliegue de la vida, como don de Dios y no como algo que queremos cerrar en unas formas de dominio cómico, económico, social, dentro eso que Pablo presente como idolatría o negación de Dios. Con esto no se resuelven todos los pero pueden plantearse mejor, a partir de la experiencia de la gracia. Por eso, todo lo que Pablo ha dicho sobre la condena de un tipo de homosexualidad ha de reinterpretarse desde lo que dice sobre la gracia de Dios, a lo largo de la carta a los Romanos. Por eso, entender esa condena de la homosexualidad de un modo objetivista, como algo ya resuelto al comienzo de la carta, sin llegar al final de espléndido despliegue de gracia y amor que ofrece Romanos (tal como culmina en Rom 12-13), significa negarse a leer a Pablo. Dando un paso más, hay que decir que el tema ha de entenderse desde el Sermón de la Montaña, donde Jesús no condena la homosexualidad, sino que abre unos caminos de amor en gratuidad, que valen tanto para varones como para mujeres, para homosexuales como para heterosexuales.

(f) El tema, por tanto, sigue abierto, sobre todo en un plano psicológico y sociológico, sin que los cristianos queramos imponer a la sociedad unas formas objetivas de conducta sexual que, por otra parte, no derivan del conjunto de la Biblia, rectamente entendida, ni de la vida y mensaje de Jesús. El tema es difícil de resolver de un modo objetivo (¿para qué resolverlo en ese plano?) y es posible que en muchos normales las uniones homosexuales resultan más complejas y «difíciles» que las heterosexuales, porque en ellas puede costar más el descubrimiento y despliegue de la alteridad, sobre todo en relación al nacimiento y educación de los hijos (donde la alteridad de figuras paterno-maternas parece necesaria). De todas formas, en muchos casos, precisamente esa misma dificultad, con la problemática social de fondo, puede hacer que las uniones (matrimonios) homosexuales pongan mejor de relieve algunos rasgos de gratuidad y alteridad personal que Pablo ha destacado en Rom 1, 18-31 y en el conjunto de su carta a los Romanos. Desde ese fondo, queremos añadir que nos parece fuera de sentido (exegéticamente falso y cristianamente equivocado) el intento de aquellos que quieren negar a los homosexuales el acceso a los ministerios de la iglesia, mientras que ellos quedan reservados a los célibes. En este campo, el magisterio ordinario de la iglesia romana está tomando un camino contrario al evangelio (cf. M. Borg, «Homosexuality and the New Testament»: Bible Review 10 (1994) 20-54; D. Martin, Arsenokoites and malakos: Meanings and Consequences. Biblical Ethics and Homosexuality, Westminster, Louisville 1996). (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


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