esperanza de futuro
EL PAPA QUE YO DESEO
FRANCISCO SÁNCHEZ, director de la Universidad Cardenal Herrera-CEU en Elche
ELCHE (ALICANTE).
ECLESALIA, 18/04/05.- No se entienda este artículo en clave de revisionismo. Ni se quieran hacer comparaciones de pasado. Entiéndase desde la visión de un cristiano con esperanza de futuro en el nuevo Papa que viene.
Confieso que soy católico. Y que cada día me cuesta más. Pero en eso radica mi fe. En la duda. En aquella que los jesuitas me enseñaron. A dudar. A pensar desde la oscuridad para hallar la luz. No elegí tener fe. Me la donó el Señor. Y cada día me la planteo. La cuestiono y la maleo. Para poder emerger, desde el compromiso, el servicio a los demás que es el seguimiento de Jesús. Y lo hago mal. No soy perfecto. No busco la perfección. Con mi fe busco la felicidad, que no la perfección. Busco las respuestas, no que me las den.
Confieso que quiero un Papa ecuménico en su estricto sentido de universalidad católica. Confieso que quiero un Papa viajero, y que no se encierre en el Vaticano. Que pasee por las calles del lumpen más pobre de la urbe. Que visite a los presos en las cárceles periódicamente. Que sepa descifrar que la verdadera esencia del cristianismo, siempre es ayudar a los más desvaforecidos. Que no recrimine a los sacerdotes o laicos comprometidos con los desarraigados y zarrapastrosos. Que diga no a la guerra y no a la violencia de cualquier tipo, especialmente aquella que se dirige contra las mujeres y los niños. Que grite no al terrorismo y se arroje a lavar los pies de las víctimas, como hiciera Jesús con sus discípulos. Que lo haga el Papa, o que anime a que se haga, y anime a los cristianos que lo hacen en su nombre, en el de la Iglesia.
Confieso que quiero un Papa que no sacrifique las formas para llegar al fondo. Pero que llegue al fondo, independientemente de las formas. Que nunca busque pecadores, sino pescadores que infundan misericordia entre los pecadores, que somos. Que la caridad sea mandamiento de su génesis. No la solidaridad. Porque la caridad es un estadio más que la solidaridad, amor al otro que consideras más que tú. Y más necesitado.
Confieso que no tengo candidato. Y que no tengo ninguna autoridad moral o canónica para escribir este artículo. Pero tengo fe, una vez más, otorgada y regalada, que es igual, aunque débil, que la de cualquier cristiano. Que no me interesa una fe mediática si no va acompañada del compromiso personal de cada uno de nosotros. Que no me interesa que ningún movimiento eclesial se apodere de la Verdad o verdades personales o societarias.
Confieso que he pecado mucho de palabra, obra y omisión. Y que no siendo este artículo un pecado, ni una provocación, es la reflexión expectante e infantil del que espera un nuevo Padre. Alejado de las Jefaturas de Estado y volcado en el pastoreo menudo y silente de los que proclamamos el amor a la Iglesia. A la nuestra, a la de todos.
FRANCISCO SÁNCHEZ, director de la Universidad Cardenal Herrera-CEU en Elche
ELCHE (ALICANTE).
ECLESALIA, 18/04/05.- No se entienda este artículo en clave de revisionismo. Ni se quieran hacer comparaciones de pasado. Entiéndase desde la visión de un cristiano con esperanza de futuro en el nuevo Papa que viene.
Confieso que soy católico. Y que cada día me cuesta más. Pero en eso radica mi fe. En la duda. En aquella que los jesuitas me enseñaron. A dudar. A pensar desde la oscuridad para hallar la luz. No elegí tener fe. Me la donó el Señor. Y cada día me la planteo. La cuestiono y la maleo. Para poder emerger, desde el compromiso, el servicio a los demás que es el seguimiento de Jesús. Y lo hago mal. No soy perfecto. No busco la perfección. Con mi fe busco la felicidad, que no la perfección. Busco las respuestas, no que me las den.
Confieso que quiero un Papa ecuménico en su estricto sentido de universalidad católica. Confieso que quiero un Papa viajero, y que no se encierre en el Vaticano. Que pasee por las calles del lumpen más pobre de la urbe. Que visite a los presos en las cárceles periódicamente. Que sepa descifrar que la verdadera esencia del cristianismo, siempre es ayudar a los más desvaforecidos. Que no recrimine a los sacerdotes o laicos comprometidos con los desarraigados y zarrapastrosos. Que diga no a la guerra y no a la violencia de cualquier tipo, especialmente aquella que se dirige contra las mujeres y los niños. Que grite no al terrorismo y se arroje a lavar los pies de las víctimas, como hiciera Jesús con sus discípulos. Que lo haga el Papa, o que anime a que se haga, y anime a los cristianos que lo hacen en su nombre, en el de la Iglesia.
Confieso que quiero un Papa que no sacrifique las formas para llegar al fondo. Pero que llegue al fondo, independientemente de las formas. Que nunca busque pecadores, sino pescadores que infundan misericordia entre los pecadores, que somos. Que la caridad sea mandamiento de su génesis. No la solidaridad. Porque la caridad es un estadio más que la solidaridad, amor al otro que consideras más que tú. Y más necesitado.
Confieso que no tengo candidato. Y que no tengo ninguna autoridad moral o canónica para escribir este artículo. Pero tengo fe, una vez más, otorgada y regalada, que es igual, aunque débil, que la de cualquier cristiano. Que no me interesa una fe mediática si no va acompañada del compromiso personal de cada uno de nosotros. Que no me interesa que ningún movimiento eclesial se apodere de la Verdad o verdades personales o societarias.
Confieso que he pecado mucho de palabra, obra y omisión. Y que no siendo este artículo un pecado, ni una provocación, es la reflexión expectante e infantil del que espera un nuevo Padre. Alejado de las Jefaturas de Estado y volcado en el pastoreo menudo y silente de los que proclamamos el amor a la Iglesia. A la nuestra, a la de todos.
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