complementarios
María... Marta; oración... acción; contemplación... evangelización: eterno dilema
ETERNO DILEMA
Lc 10, 38-42
Mª PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@wanadoo.es
ECLESALIA, 11/05/06.- Hace unos años un amigo me regaló una fotografía de un periódico en la que aparecían dos hermanas siamesas. Dos niñas, de unos seis años de edad, unidas por brazo, cadera y pierna. Las niñas, recién salidas de la piscina, estaban húmedas y el brazo que cada una tenía libre, lo cerraba sobre la otra en forma de abrazo, para quitarse mutuamente esa sensación de frío después de un baño. La foto destilaba belleza y ternura. Mi amigo escribió detrás de la fotografía una frase que sintetizaba lo que le inspiraba la escena: Dos almas y un solo cuerpo para decirse que se quieren.
¿Puede alguien dudar todavía, a estas alturas, que contemplación y evangelización son dos hermanas siamesas tradicionalmente heridas por los intentos de separación? La Marta y la María que cada uno llevamos dentro, viven juntas, todos los días y toda la vida. La especialización radical genera problemas y separaciones que no ayudan.
La contemplación no ha de ser entendida como aislamiento hacia dentro sino como exposición de la intimidad de cada uno a la mirada de Dios... ¡luego ya veremos qué hacer!..., recordemos que Dios siempre lleva a mirar al hermano. Y me pregunto: ¿Qué voy a llevar al hermano si no me dejo llenar por Aquél que sabe lo que conviene a mi hermano? Un momento de entendimiento en la contemplación lleva irremediable y gozosamente a la acción, a mirar al otro desde ese instante de comprensión. Eso puede darse en una misión en África, en un monasterio o en la cocina de una familia numerosa.
La acción evangelizadora no debe ser la acción particular de cada uno. No es mi obra sino la obra de Quien dejo que me guíe en Su Obra. No vale la oración como bunker, ni la acción con pinceladas de rentabilidad, productividad e hiperactividad.
No estamos hablando de contrarios sino de complementarios. Si se viven desde el radicalismo sin matices, habrá ruptura y confrontación. Si se viven desde la unidad, se generará vida. Como las siamesas de la historia no pueden vivir separadas pues se rompen.
La oración egocéntrica, desvitaliza. La acción frenética, quema. La contemplación hedonista, pudre. La evangelización a machete, destruye. María... el día anterior estuvo en la compra. Marta... rezó Laudes antes de preparar el desayuno.
Cuando oigo a algún sacerdote, religioso o seglar comprometido diciendo: ¡Tengo tanto que hacer... no tengo tiempo para la oración!, confieso que me da un poco de miedo; por él, por ella y por los sujetos pasivos de su acción pastoral. Cuando veo a algún religioso o seglar con los ojos mirando al cielo y sin enterarse de lo que le ocurre al que tiene sentado al lado, también me da miedo.
Creo que la clave de la unión de los supuestos contrarios es el amor. En la frase que escribió mi amigo en la foto está el quid de la cuestión. El amor como nexo, lenguaje, cobijo y ternura. Exponerse ante Dios y los hermanos.
El carisma no es una especialización, es un don y, como tal, se recibe y se entrega. El don es gratuito y gratuitamente ha de darse. Quien está atento a la voz de Dios (oración) será lo suficientemente creativo en su misión (evangelización). Es muy posible que esto resulte contradictorio a los ojos de los hombres pero no en la visión de Dios.
Encontramos contemplativos en misión que dejaron su vida en ello. Es el caso de los monjes cistercienses del monasterio de Tibhirine, en Argelia (1996). El hno. Christophe anotó en su Diario (El Soplo del Don, Hno. Christophe de Tibhirine, Ed. Montecarmelo) el 3 de febrero de 1994: En el Evangelio de hoy (Mc 6), llamas para Ti y luego envías. El envío es desapego, desgarro, aventura.
La acción evangelizadora de aquella comunidad de monjes contemplativos consistió en permanecer en Argelia, quedarse junto a un pueblo sufriente como testigos activos de paz, silencio y oración. Su misión fue permanecer hasta la entrega de su propia vida. El don de la vida contemplativa transformado en acción a través de su opción: quedarse en el monasterio de Tibhirine junto a sus vecinos musulmanes. El claustro, en misión evangelizadora desde el silencio de lo escondido, sin renunciar al carisma donado.
Esto puede parecer un signo contradictorio, pero las separaciones las hacemos los hombres no Dios. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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