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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

vida de Pedro

vida de Pedro

PERE CASALDALIGA, ‘XVIII PREMI INTERNACIONAL CATALUNYA’
BENJAMÍN FORCANO, sacerdote y teólogo
MADRID.

ECLESALIA, 14/03/06.- ’Premi Internacional Catalunya’ es otorgado anualmente por La Generalitat de Cataluña. Para el 2006 se han presentado 238 candidaturas. Por mayoría absoluta, en su edición XVIII, ha sido otorgado al obispo Pere Casaldaliga, obispo emérito de Sao Félix do Araguaia (Brasil) “por sus meritoria labor entre los más desvalidos, en especial de indígenas y los campesinos sin tierra, con los que ha colaborado en la transformación social del Mato Grosso Brasileño”. El premio, dotado de la escultura “La llave y la Letra” de Antoni Tàpies y dotado con 80.000 euros, le ha sido entregado en persona por el presidente Maragall el día 9 de marzo en el propio Sao Félix do Araguaia.

Es raro en nuestro mundo occidental que a un obispo católico se le conceda un “premio internacional”. Ha ocurrido ahora con Pedro Casaldáliga. Quizás porque los obispos no gozan de buena prensa ni tienen gran credibilidad. Pedro, apodado el “Che” por capitanear entre los claretianos la trinchera renovadora después del Vaticano II, tenía encantamiento y credibilidad. La juventud lo admiraba por su apertura, su compromiso con la justicia y los más marginados, su sensibilidad poética y su capacidad de dialogar con los problemas de la cultura moderna.

En la vida de cada persona hay semillas que preparan su futuro. Esas semillas brotaron en Pedro y le hicieron decir un día al regreso de unos Cursillos de Cristiandad dados en Guinea: “Siento furiosa la realidad y la llamada del Tercer Mundo. Traigo para siempre en mi corazón, confusamente, como un feto, África, el Tercer Mundo, y esa nueva Iglesia -la Iglesia de los pobres- que diríamos luego a partir del concilio”.

Uno encuentra natural que Pedro, ya en el Mato Grosso, en uno de sus primeros entierros -los sepultados eran cuatro niñitos de prostitutas- dijera a su compañero Manuel Luzón: “O nos vamos de aquí inmediatamente, o nos suicidamos, o hallamos una solución para todo esto”. ¿Esto es fruto de circunstancias extremas? Entonces, ¿por qué otros antes que él no se habían convulsionado?

La lealtad, la libertad y la profecía no se improvisan. Cada uno da lo que es. El radicalismo de Pedro proviene de dentro, como de un río secreto que irrumpe cuando circunstancias externas tratan de desviarlo, pararlo, acallarlo. Cuenta Pedro: “Una vez, tras enterrar a uno de esos peones asesinados, cogí un puñado de tierra de su sepulcro, lo puse sobre el altar y excomulgué a esas haciendas. Pero fue un acto contra las haciendas, no contra las personas”. Y, ante la presión de ciertos latifundistas muy “cristianos”, que lo invitaban a celebrar misa en las capillas de sus haciendas, decidió evitar toda ambigüedad: “El Evangelio es para los ricos, pero contra su riqueza, sus privilegios, su posibilidad de explotar, dominar y oprimir. Si cada semana voy a la casa de un rico y no pasa nada, no digo nada, no sacudo aquella casa, no sacudo aquella conciencia, ya me he vendido y he negado mi opción por los pobres”.

No es habitual el testimonio episcopal de Pedro. ¿Qué hace que una misma situación de injusticia a unos los subleve y a otros los deje tranquilos? La extraña discrepancia tiene quizás esta explicación: hay quien se toma en serio lo de que el amor a Dios se verifica en el amor a la persona, el respeto u ofensa de la persona es respeto u ofensa de Dios y, a mayor ofensa, más indignación y compromiso. Ahí veo yo la clave:: “Mi decisión última, escribe Pedro, fue el 1967. Había llegado mi hora. El testimonio laico del Che Guevara, muerto por entonces, era una nueva llamada. Elegí el Brasil. Por fin, había conseguido lo que tanto había soñado: un clima heroico para vivir heroicamente”.

Y, al poco, en el 70, Pedro firmó el informe-denuncia (secuestrado por la policía) que recogía en letanía trágica “los casos en carne viva de peones engañados, controlados a pistola, golpeados o heridos o muertos, cercados en la floresta, en pleno desamparo de la ley, sin derecho alguno, sin humana salida. Hasta el Nuncio me pidió que no lo publicase en el extranjero y uno de los mayores terratenientes me advirtió que no debía meterme en esos asuntos. Pero ahora debemos aplicar nuestra opción: no podíamos celebrar la eucaristía a la sombra de los señores, no podíamos aceptar signos externos de su amistad”.

Expresado en otras palabras: “Yo, Pedro, soy incapaz de presenciar un sufrimiento sin reaccionar. Yo nunca me he olvidado de que nací en una familia pobre. Yo me siento mal en un ambiente burgués. Siempre me pregunté que si puedo vivir con tres camisas por qué voy a necesitar tener diez en el armario. Los pobres de mi prelatura viven con dos, de quita y pon”.

Pedro arroja aquí cierta luz para quienes de verdad decidan ser revolucionarios: “Estoy doblemente convencido de que no se puede tener una sensibilidad revolucionaria y profética ni se puede ser libre sin ser pobre”.

No es habitual que un obispo no visite Roma, cuando tiene obligación de hacerlo cada cinco años; no es habitual oírle decir que él no viaja porque los pobres no viajan y él es un pobre (ni siquiera cuando murió su madre vino a España); no es habitual que un obispo no tenga vacaciones, pero él ha dicho que “las tendrá bajo los parrales de la gloria”; no es habitual que un obispo se entreviste con políticos “mal vistos”: Fidel Castro, Daniel Ortega, etc; no es habitual que a un obispo católico lo visiten, lo lean y le pregunten ateos, agnósticos, periodistas, científicos, gentes de otras religiones; no es habitual que alce su voz para corregir al Papa y denunciar los pecados del sistema eclesiástico: “A Juan Pablo II, escribe, al requerirme para que lo visitara, le hablé con mucho cariño, pero con mucha libertad, ejerciendo el derecho de mi corresponsabilidad eclesial y de mi colegialidad apostólica. Le dije: en el campo social no podemos decir con mucha verdad que hayamos hecho la opción por los pobres, pues no compartimos la pobreza real que ellos experimentan ni actuamos, frente a “la riqueza de la iniquidad”, con aquella libertad y firmeza adoptadas por el Señor”.

Resulta muy esclarecedor lo que comenta acerca de la teología de la liberación: “La teología de la liberación no es un invento moderno, ni está a punto de extinguirse. La teología de la liberación nació en América Latina porque cuando el teólogo pensaba se encontró con un clima de opresión y también de liberación. Las cabezas pensantes de los teólogos iban precedidas por los pies caminantes del pueblo. Han sido muchas las barbaridades colgadas de la teología de la liberación. Nosotros no hemos optado por Marx sino por el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su Reino y sus pobres. La teología de la liberación nos obliga a analizar la trágica situación de los dos tercios de la humanidad, señalarla como contraria a la voluntad de Dios y asumir compromisos prácticos. Sólo a los enemigos del pueblo no les gusta la teología de la liberación. ¡Celebrarían tanto que los cristianos pensasen sólo en el cielo...despreciando la tierra!”.

Exiliado de nuestra civilización, enclavado en el sertao a miles de kilómetros, rotas las amarras como quien dice con un mundo sin el que nosotros apenas podríamos vivir, Casaldáliga divisa y sigue lúcidamente el rumbo de nuestro mundo. Su mirada cobra fulgor del proyecto original, en el que seguramente más temprano que tarde habrán de confluir personas, pueblos y continentes. Una mirada que restalla profética en el vaivén desmadrado de propósitos imperialistas, siempre inhumanos y retrógrados.

Nos encontramos ante un cristiano singular, que ha disuelto la dicotomía entre Reino de Dios e Historia del mundo. Precisamente por hallarse entrañado en el mundo, Casaldáliga capta maravillosamente la inmisericordia del sistema capitalista, origen y garantía del mundo de los empobrecidos. Rara vez se ha visto en el mundo eclesiástico un lenguaje -vital, herido, sociológico, tan atinadamente político- que lo estigmatice con tanta fuerza. Pedro no es neutral, considera idolatría ser persona cristiana y flirtear con falsos dioses.

Generalmente los jerarcas eclesiásticos se han llevado bien de la mano del poder. Pedro no puede. Lo dejó bien escrito en su consagración episcopal: “Tu MITRA será un sombrero de paja; el sol y la luna; la lluvia y el sereno; el pisar de los pobres con quien caminas y el pisar glorioso del Señor. - Tu BACULO será la verdad del Evangelio y la confianza del pueblo en ti. - Tu ANILLO será la fidelidad a la Nueva Alianza del Dios Liberador y la fidelidad al pueblo de esta Tierra. - No tendrás otro ESCUDO que la fuerza de la esperanza y la libertad de los hijos de Dios. - No usarás otros GUANTES que el servicio del amor”.

Un obispo así iba a sentir como prioritario el problema de la tierra, una tierra sin ley allá en el Mato Grosso, donde el latifundio era área de inhumana desintegración de indios, posseiros y peones: “Malditas sean todas las cercas! ¡Malditas todas las propiedades privadas que nos privan de vivir y de amar! ¡Malditas sean todas las leyes, amañadas por unas pocas manos para amparar cercas y bueyes y hacer la Tierra esclava y esclavos los humanos! ¡Otra es la tierra, hombres, todos! ¡La humana tierra libre, hermanos!”..

La maltratada tierra hizo que el obispo poeta escribiera: “Yo digo siempre que cuando me hagan la autopsia me van a encontrar tierra en el corazón y en el hígado. En el corazón por el amor a la tierra, y en el hígado, por lo mal que la tierra me ha llevado siempre”.

Analizar, escribir y firmar todo esto era firmar la propia pena de muerte, un desafío. Cohonestar la injusticia ha sido un pecado demasiado ‘católico’. “Dejábamos, escribe Pedro, de ser amigos de los grandes. Si ser obispo es ser la voz de los que no tienen voz, yo no podía honestamente permanecer de boca callada al recibir la plenitud del servicio sacerdotal. Yo me rebelo contra los tres mandamientos del neocapitalismo, que son: votar, callar y ver la televisión”.

Y siguieron las advertencias, las amenazas y las persecuciones: “Voces latifundarias y eclesiásticas, “amigas”, me decían que yo no debía entrar en esos asuntos, porque podrían acusarme de subversivo. Podrían matarme. Y pusieron precio a mi vida, con insistencia. Daban por mi cabeza mil cruzeiros, un revólver 38 y un billete de salida a voluntad... En la dictadura militar, nos perseguían militares católicos. Nuestros presidentes eran católicos, comulgaban. Nuestros terratenientes, católicos. Echan alambradas para proteger sus tierras y, al mismo tiempo, inauguran en ellas una capilla”.

No hay cosa que más asuste a los espiritualistas y que más recelos provoque en muchos cristianos que el tema de la política. Es casi un tema tabú, que se demoniza sin más, como cosa incompatible con la fe. Sin embargo, pocas verdades tan claras en los Evangelios como la de que Jesús fue ajusticiado por el poder político y religioso -la sinagoga y el imperio-. Y lo fue por su intolerable parcialidad: “No se puede servir a Dios y al dinero”.

Hoy se pretende desleír la cruda realidad de que la sociedad es una inmensa pirámide de desigualdad, donde unos están arriba y otros abajo, unos son más y otros menos, donde unos viven en la abundancia y otros en la miseria, donde unos oprimen y otros son oprimidos. Y sería un verdadero sacrilegio querer atribuir esta composición piramidal a Dios, justo y nivelador por excelencia: “Todos vosotros sois hermanos”. El Dios de los señores no es igual al Dios de los pobres. “O se sirve al sistema o se sirve al pueblo. En todos hay un político: reaccionario, reformista o transformador”.

Cada quién verá como anda en política y hacia qué opción deriva. Casaldáliga lo dice claro: “Yo siempre he sido de izquierdas. Ya de pequeño era zurdo, pero en aquellos tiempos estaba prohibido y no nos dejaban escribir con la izquierda. De manera que incluso biológicamente soy de izquierdas. Yo he pasado a las opciones del socialismo. Por el contacto con la dialéctica de la vida, por las exigencias del Evangelio y también por algunas razones del marxismo. Qué socialismo, no lo sé a punto fijo, como no sé a apunto fijo qué Iglesia será mañana la que hoy pretendemos construir por más que sé que la queremos cada vez más cristiana”.

Hoy la realidad de los pueblos es global, mundialmente interconectada, pero se ha globalizado bajo el dictado y leyes del neoliberalismo. Ante esa realidad poderosa, Casaldáliga se mueve con un buen bagaje de racionalidad, dignidad humana, firmeza ética, libertad evangélica y, sobre todo, experiencia inapelable, la de aquellos que, con marcas, atestiguan la inhumanidad del rodillo neoliberal. Son suyos los apotegmas de no a la propiedad privada privadora, no al fundamentalismo del mercado, no al neoliberalismo que mata la vida de la mayoría. Casaldáliga llama a las cosas por su nombre: el neoliberalismo es, por esencia, pecado; la gran blasfemia de nuestros días es la macroidolatría del mercado total; el antidios es el dinero: “Creo que el capitalismo es intrínsecamente malo: porque es el egoísmo socialmente institucionalizado, la idolatría pública del lucro, el reconocimiento oficial de la explotación del hombre, la esclavitud de muchos al yugo del interés y la prosperidad de los pocos. Una cosa he entendido claramente con la vida: las derechas son reaccionarias por naturaleza, fanáticamente inmovilistas cuando se trata de salvaguardar el propio tajo, solidariamente interesadas en aquel Orden que es el bien... de la minoría de siempre”.

Si por algo resulta cautivante el lenguaje de Pedro Casaldáliga es porque hay, tras él, una vida digna, coherente, libre, insobornable.: “Yo moriré de pie, como los árboles // Me matarán de pie”.

Siempre lo he dicho: un obispo sin poder, sin economía, sin burocracia organizativa, ha sido capaz de poner en jaque a uno de los poderes políticos mayores de América. El ha utilizado unas armas distintas: la cultura. Sin cultura no subsiste ningún sistema, es la argamasa que lo cohesiona y legitima. Casaldáliga mete su espada en el corazón del sistema: “Se nos está queriendo imponer una cultura única. Una macrocultura, que nos la pasan por televisión, nos la pasan en la cama. En Brasil, en América Latina y en Europa, el 70 o el 77 por ciento de las películas son gringas, norteamericanas. Y yo digo que una macrocultura acaba siendo más asesina que muchas armas. Culturas impuestas, no sólo matan a los cuerpos, matan las almas, explosionan la salud de los pueblos”.

Vista la vida de Pedro, resulta veraz lo que ha escrito: “Yo me atengo a lo dicho: La justicia: a pesar de la ley y la costumbre, a pesar del dinero y la limosna”. Palabras estas que alumbran un poco las razones por las que se le ha a concedido el Premi Internacional Catalunya. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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