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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

mujeres y hombres

MUJERES Y HOMBRES, PUEBLO DE DIOS*
EULÀLIA GORINA y SEFA AMELL
BARCELONA.

ECLESALIA, 06/03/06.- En el seno de la Iglesia católica hay, desde hace tiempo, un deseo expresado por las mujeres de ser tenidas en cuenta de manera seria. En el siglo XXI parece obvio que ya no se puede decir que las mujeres sean un macho frustrado (Tomás de Aquino) ni que su objetivo en la tierra sea el de proveerla de hijos. El feminismo, que apareció de la mano de les primeras mujeres universitarias europeas y norteamericanas, ha impregnado toda la sociedad con ideas que les dan seguridad ante los infundios estereotipados que durante siglos se han dicho de ellas. A causa de este pensamiento misógino se han construido teorías nefastas para las mujeres y se han avalado comportamientos masculinos que hoy en día vemos que no están fundamentados de ninguna manera en el Evangelio. Pensemos en frases como: el hombre es la cabeza de la mujer; la mujer ha de estar sometida al marido, o el sacerdocio ministerial esta esencialmente reservado a los hombres, etc. dichos que reflejan más la conveniencia de mantener el control masculino (clerical o laical) sobre la mujer que un pensamiento surgido de las enseñanzas de Jesús. Hoy, mujeres católicas de todo el mundo reclaman con insistencia a la jerarquía de la Iglesia poder formar parte, como los hombres, del estamento eclesial. A menudo se afirma, para demostrar la imposibilidad de ésta demanda, que la tradición demuestra que nunca se ha dado un hecho así y por tanto la Iglesia no se siente autorizada a admitir mujeres al sacerdocio ministerial (J.P.II)

Pero resulta que investigaciones arqueológicas, hechas por mujeres, demuestran que sí que ha habido mujeres que han ejercido cargos importantes dentro de la Iglesia. Teresa Forcades nos informa[1] que en un estudio publicado el 1996 por Ute Eisen, afirma que de las 2.000 inscripciones cristianas de los primeros siglos de cristianismo revisadas por ella, 350 tienen como protagonistas mujeres, cosa que significa el 17’5%. Están escritas en griego o latín y son de los siglos II hasta el final de la época bizantina e inicio de la Edad Media. La mayoría indican el nombre y el título o cargo de la difunta. En el calendario del 2006, la arqueóloga Dorothy Irvin[2] presenta el mapa donde se han encontrado las tumbas de estas mujeres que fueron obispos, diáconos o presbíteras, con el nombre de cada una: Flavia, Basilisa, Artemidora, Sophia, Apollonia, Epikto, Timothea, Phoebe, Leta, Kale, Veneranda, etc. La revista Golias (Hors serie n.2 junio 2005) publica un extenso reportaje sobre las mujeres que ejercían con autoridad en las comunidades cristinas primitivas con un amplio estudio sobre los restos arqueológicos que avalan su existencia: Presidían las iglesias y en las lápidas funerarias encontradas al lado del nombre aparecen nombrados sus cargos, epíscopa, diacono o presbítera. El Concilio de Laodicea en el siglo IV y el Papa Gelasio I, siglo V, aconsejaron no ordenar mujeres, lo cual demuestra que había obispos que lo estaban haciendo.

Se ha celebrado en París (20 y 21 de Enero 2006) un encuentro a nivel internacional que bajo el título Colloque femmes prêtes, enjeux pour la société et por les Eglises, Coloquio de mujeres presbíteras, retos para la sociedad y para las Iglesias. El tema de las ordenaciones de mujeres se ha puesto de manera descarada sobre la mesa después que algunas hayan sido ordenadas dentro de la Iglesia católica. De momento tres de elles son obispos que ordenan a otras mujeres.

Afirman que de manera consciente han transgredido una ley que consideran injusta, no una ley divina, señalan, sino una ley humana dictada por personas únicamente de sexo masculino. Si creemos, aseguran, que hay una ley injusta es necesario buscar estrategias efectivas para cambiarla. Patricia Fresen, ordenada en Bellaterra (Barcelona) en el transcurso de la celebración del II Sínodo Europeo de Mujeres (5, 10 d’agosto 2003)[3] dice que no se trata de una desobediencia profética sino más bien de una obediencia profética que implica tomar partido por la justicia ante la injusticia y la discriminación que existe dentro de la Iglesia que continua considerando, siguiendo a san Agustín, que las mujeres son intrínsecamente inferiores a los hombres. Esta manera de pensar esta reflejada en la estructura de la Iglesia y reglamentada en el Código de Derecho Canónico que, como todas las leyes, se puede modificar, pero no se puede decir que esté fundamentada ni bíblicamente ni teológicamente.

Las mujeres ordenadas hasta ahora manifiestan que han sido llamadas porqué son Iglesia, Pueblo de Dios, y que siguen a Jesús dentro de una comunidad de iguales. Geneviève Beney, ordenada el mes de junio 2005, en Lyón, Francia, decía: yo no me he hecho capellana yo misma, soy demasiado vieja. Me han llamado. Cristo llama también a las mujeres a tomar la palabra.

Entrar a formar parte de la clerecía no es una cuestión inocente. Hay el peligro, señala la obispo Fressen, de comprometerse y hacerse cómplice de un sistema corrompido por el abuso de poder de la clerecía sobre el laicado. Durante siglos las mujeres han estado excluidas injustamente del sacerdocio, así pues ordenar mujeres es restituirles aquello que es de justicia y les corresponde porqué también la humanidad se expresa en las mujeres y las mujeres también son responsables como miembros, no únicamente, ni forzosamente, pasivas, de la marcha de la Iglesia en el mundo. Efectivamente es necesario renovar la teología de los ministerios pero no en función de los sexos sino en función de los servicios. Pero las mujeres no han de esperar que los clérigos, cuando les parezca oportuno o necesiten efectivos humanos, dispongan de las mujeres, sino que desobedeciendo la injusticia establecida se dejen llamar y puedan escoger libremente diciendo sí a la llamada que sienten en su interior. El sacerdocio ministerial tiene que estar al servicio del sacerdocio real de todo el Pueblo recibido en el bautismo. Estamos viviendo una etapa nueva que invita a la reflexión porque, como se puso de manifiesto, hay más de centenar de mujeres preparadas con formación teológica y dispuestas a ponerse inmediatamente al servicio de la comunidad.

Partimos de la idea ampliamente extendida de que la mujer no puede ser icono de Cristo a causa de tener un sexo distinto al de él. Jesús históricamente vivió su vida como verdadero hombre. Pero fue glorificado por el hecho de formar parte de la Trinidad de Dios. Jesús es Dios y Dios no es un ser sexuado. El sacerdote no ha de representar a Cristo por su sexo sino por su persona y como hemos visto la persona “Jesús” es Dios. Nunca un varón, por digno que sea, estará a la altura de Dios solamente por ser varón. No hay, por tanto, ninguna excusa para continuar diciendo que solamente el varón, por indigno que sea, puede ser icono de Cristo (Pablo VI) y representarle, porqué Cristo ya no es humano sino divino. Si el sacerdote está “In persona Christi”, tan persona es la mujer como el varón. Efectivamente para los protestantes el sacerdote no es el icono de Cristo, simplemente preside la comunidad.

Parece evidente que la Iglesia, como la humanidad, solamente puede ser verdaderamente fecunda si cuenta por igual con el hombre y la mujer. Michèle Jeunet, religiosa de la comunidad de Notre Dame du Cénacle, dijo que ama a la Iglesia porqué le ha dado Cristo. El día que conoció a Cristo tuvo el impulso de ser capellana: Doy gracias a la Congregación y estoy contenta porqué me permite vivir una vida de apóstol y pastora. Añoro la vida religiosa y pastoral que viven los hombres como los jesuitas o dominicos que pueden ser religiosos y sacerdotes a la vez. Yo estoy disponible para el ministerio presbiteral. Es un derecho que siento mío y que reivindico. Ahora lo que me impide ser sacerdote es una ley eclesiástica, no una ley divina. A la Iglesia católica, cuando dice esto, le falta credibilidad.

Yvonne Bergeron afirmaba que la ordenación de las mujeres es un reto muy importante que tiene la Iglesia y se pregunta si la Iglesia católica considera determinante el partenariado integral entre mujeres y hombres, ya que en la realidad no lo es; decía: ¿Es que no hemos sido creadas iguales? Pero denuncia la incoherencia del discurso sobre la igual dignidad de los humanos con la práctica de la paradoxal discriminación de las mujeres. Alice Gombault[4] fue muy clara cuando dijo: no queremos un trozo del pastel. Queremos otro pastel y queremos hacerlo con más ingredientes y distintos para que salga un nuevo pastel al gusto de todos y todas. Es necesario cambiar la teología de los ministerios. Esta es la reflexión que tiene pendiente la Iglesia que va alargando el tiempo sin afrontar de cara este reto urgente. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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*Artículo publicado en catalán en la revista quincenal El Pregó.
[1] Quadern Espai Obert n. 16
[2] Doctora en teología por la Universidad de Tübingen, especializada en Biblia y Arqueología, ha estudiado en París, los EEUU y Jerusalén.
[3] P. De Miguel y Mª Josefa Amell, Atreverse con la diversidad. Segundo Sínodo Europeo de Mujeres, Verbo Divino, 2004; www.synodalia.net
[4] Teóloga, directora de redacción de la revista Parvis

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