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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

globalización y fe

EL MEOLLO DE LA GLOBALIZACIÓN Y LA FE
El reto neoliberal y sus efectos religiosos
JOSÉ IGNACIO CALLEJA, Facultad de Teología de Vitoria-Gasteiz
VITORIA.

ECLESALIA, 04/11/05.- Quisiera ofrecer un análisis en torno al fenómeno que llamamos la globalización y ver cómo este cambio general y estructural condiciona la vida de tantas personas y pueblos y, por tanto, su fe. El estilo que adoptaré será de divulgación media y, el propósito, más descriptivo que valorativo.

1. Comprender y explicar el proceso de globalización en la sociedad actual: Comencemos explicando el concepto “globalización” y cómo el neoliberalismo lo convierte en una ideología sobre la historia y el progreso; más aún, en una falsificación “religiosa”, en una “idolatría” con sus dioses, sus dogmas y sus víctimas.

La globalización es, a primera vista, un proceso social por el que mundo se convierte en una ALDEA pequeña y única, debido a dos factores fundamentales: las nuevas tecnologías, aplicadas a la comunicación de datos y a la producción de cosas; y la libre competencia de unos “mercados” cada día más extendidos y únicos. Sumados ambos elementos, y otros de importancia subordinada, el viejo mundo, grande y distante, se hace, poco a poco, pequeño y único. Una ALDEA pequeña de las ideas, de los bienes, de las personas, de los números y, si posible fuera, del dominio político y militar.Pero esto mismo, de inmediato, hay que condicionarlo al hecho de que es un proceso muy desigual. Los mercados son únicos y libres, en mayor o menor medida, según se trate de dinero, cosas o personas. En realidad, más que una Aldea, el mundo es un gran barco de ricos, en medio de un mar de barquillas y náufragos. En otro sentido, por lo especulativo del mismo, el mundo es un casino.

1.1. Pero, ¿cómo explicar a fondo esa globalización economicista de nuestras sociedades? Una tesis sobre el actual capitalismo para pensar nuestra realidad.

Se dice que la causa de las causas de este mundo globalizado es la revolución tecnológica y “los mercados”. Pero no deberíamos olvidarnos de la pregunta de si esa innovación tecnológica y esa apertura de los mercados obedecen a alguna intención de fondo en sus gestores. Es decir, quiénes las dirigen y a dónde; cuáles son las fuerzas sociales y económicas más influyentes en ellas. Hablamos de influir y condicionar, no de determinar. Y ¿qué nos sale? Un capitalismo que en los años 70 y 90, dirigido por las élites económicas, políticas y culturales, se reorganiza en los países centrales para recuperar su tasa de beneficio en declive. En declive como consecuencia de haber basado anteriormente la productividad en dos factores: mano de obra abundante y energía barata. Encarecidos ambos factores durante los años 50 y 60, el capitalismo se recompone en los países centrales para abaratarlos. ¿Cómo? Inventando modos de producir “lo mismo” en procesos ahorradores de mano de obra y energía (nuevas tecnologías), ganando mercados lejanos (todo el mundo es un mercado) y ofreciendo productos nuevos para consumidores nuevos. ¿Quiénes? Gentes que buscan diseño, innovación y distinción en cualquier lugar del mundo. Es la globalización desigual, economicista y para pocos, los que tienen capacidad de consumir. El que no puede consumir, no existe. El que puede consumir, existe, y hay que buscarlo allí donde esté. Interesa, sobre todo, el consumidor del “lujo”.

1.2. Algunos efectos muy característicos de esta globalización, en el Norte y en el Sur. Al fondo, la descohesión o fragmentación social, y el vacío de sentido.

El último efecto de esta globalización economicista y para pocos, pues el problema es quién gestiona la globalización y, por eso hablamos, de esta globalización para pocos, el último efecto, decíamos, es la profunda descohesión social que provoca. La gente del pueblo, en la mayoría de los sitios, se ve más insegura y desconfía de la organización social capitalista y sus instituciones. Entre nosotros, pueblos del Norte, vemos debilitarse la presencia del Estado de Bienestar; tememos perder derechos sociales y servicios; la democracia nos parece muy formal. El mismo Estado nos parece pequeño ante muchos problemas y demasiado grande ante otros. En economía, vemos que “los mercados” justifican la pérdida de derechos laborales y que las empresas se marchan a otros sitios o nos amenazan con hacerlo... En cuanto a las instituciones sociales, pierden prestigio los sindicatos, las universidades, la prensa, las iglesias... En cuanto a la cultura, entra en crisis el concepto de progreso y hasta los derechos humanos se interpretan a partir de nuestros intereses y ciudadanía... En fin, muchas claves de la globalización neoliberal que nos hacen sentirnos más a la intemperie. El capitalismo global muere de éxito al quebrar los lazos de cohesión social que lo venían haciendo posible en nuestros pueblos (del Norte).

A este efecto descohesionador, y al miedo social que introduce, añadamos otros efectos muy visibles en el Norte y en el Sur. En el Norte, lo que llamamos ruptura de la sociedad en dos sociedades, la de los integrados en el sistema y la de los vulnerables, amenazados y excluidos. Dos sociedades que se relacionan casi como las ampollas de un reloj de arena. Una distancia insalvable. Añadido a esto, un modo de ver la democracia por mucha gente como sistema al servicio de sus objetivos productivos: “hay que descargarla –dicen los ricos- de su sobrecarga social”; además, se extiende por doquier la idea de cierta inevitabilidad de los procesos sociales y hasta de inculpación de las víctimas; por fin, la tendencia al localismo tribal exacerbado, para defendernos de “los otros y distintos”, y el gusto por un ecologismo de corto alcance, que no cuestione el desarrollismo, cierran una lista de consecuencias peligrosísimas de esta gestión neoliberal de la globalización.Y en el Sur, el desplazamiento de pueblos enteros a la exclusión y el olvido, pueblos sobrantes que no interesan ni para ser explotados. Si no tienen dinero, ni riquezas, ni agua, ni petróleo, ni están situados en un lugar estratégico, para qué interesarán. Su consecuencia, la violencia en todas sus formas, hacia dentro y, ahora vemos, hacia fuera; la emigración, los planes de ajuste severísimos, la pérdida general de todas las formas tradicionales de vida, etc.

Pero, ¿no tiene efectos positivos la globalización? Sí, tiene algunos y podría tener muchos más, pero es cuestión de quién los gestiona o controla. La cuestión es, ante todo, el control democrático de la globalización. Una globalización para todos, frente al control neoliberal de esta globalización para pocos, presentada bajo el supuesto de que son “los mercados de libre competencia” los que la rigen y esto por respeto a las leyes naturales de la historia. Una ideología.

2. Especial atención a la clave cultural o ideológica de la globalización (neoliberal) y su incidencia en el arraigo cultural del cristianismo:

2.1. Algunos efectos culturales de esta globalización. Son muchos los citados y debatidos. Algunos efectos vienen de lejos, con la modernidad sin más.

Hay dos que destacan como “hijos” predilectos del neoliberalismo. El primero, esta globalización presentada como teoría social de “lo que puede y tiene que ser, porque es inevitable”, de “lo moderno, científico, lógico, eficaz e, históricamente, justo para todos”, de “lo que te hace contemporáneo frente a posiciones trasnochadas”, de lo que “te da acceso al secreto de las cosas en su ley interna”. En suma, como una ideología. El segundo es la exculpación de los pueblos y sectores sociales mejor situados en la globalización. La teoría de la dependencia entre pobreza y riqueza queda olvidada y sustituida por la de la inevitabilidad del proceso social y la inculpación final de “los pobres”.

Y ¿cómo reacciona de hecho la gente? La cuestión es compleja, según cada caso en el Norte y en el Sur. Por lo general tendemos a decir que, entre nosotros, la mayoría de la gente se acomoda a la tesis de la inevitabilidad: Si el mundo tiene que ser así, habrá que aceptarlo. ¡Qué le vamos a hacer! Siempre pagamos los mismos.

Pero no todo el mundo está de acuerdo en esta inevitabilidad, ni se deja “uniformar” por ella. Pensemos en nuestra experiencia. Hay otras reacciones, sean de huida y desconcierto, de no querer saber (“yo no sé, yo no puedo, yo no soy culpable”), sean de crítica desorientada y de acciones aberrantes (autoritarismo y represión, fanatismo, integrismo, fundamentalismo, racismo, violencia, nacionalismo excluyente, etc) o de crítica mucho mejor enfocada (ciudadanos comprometidos y críticos en el Norte y en el Sur, por la democratización y un modelo social más justo para todos). Volveremos sobre el tema al hablar del compromiso liberador de los cristianos.

2.2. En ese horizonte, los efectos culturales de la globalización afectan a las raíces mismas de la evangelización.

A) Para el Evangelio es vital el crecimiento histórico del Reino de Dios, en todos los planos de la realidad, personales y sociales, espirituales y materiales. Sin embargo esta teoría social neoliberal concluye que toda utopía social, por limitada y contenida que sea, es ensoñación y quimera. Las cosas son como son. Podemos mejorar el funcionamiento de los mercados, pero obedeciendo sus leyes de “libre competencia mundial”. Intervenir para mejorar la suerte de los pobres, es falsear el proceso y, enseguida, empobrecernos todos. La gestión neoliberal de la globalización es el único camino de la libertad posible.

Sólo sobrevive, así, la más antiutópica de las ideas: esta globalización para pocos es inevitable y, en lo históricamente posible, la mejor. Ella es la consecuencia “natural” del respeto a “los mercados de libre competencia”. Pobreza y riqueza no tienen relación de causa a efecto, sino que son procesos, fundamentalmente, distintos. La teoría social neoliberal exculpa a los ricos ante la pobreza de las personas y los pueblos. Simplemente, están ahí. Es la vida y son sus reglas de mercado libre quienes corregirán las injusticias en lo posible.

La teoría social neoliberal, añado por mi parte, legítima como opinión pero intrínsecamente discutible, se convierte así en ideología de una verdad indiscutible. De la “ciencia” hemos pasado, sin advertirlo, a la “metafísica” de la sociedad y evolución. Insistamos: se puede ser neoliberal a la hora de argumentar, es una posición política legítima, aunque yo no la acepte; pero lo brutal es decir que esa posición política es, además, la única realista por científica. Esto es una barbaridad ideológica. Ninguna teoría social alcanza este grado de certeza. Todas tienen que ser científicas y éticas, es decir, responder a los datos y, además, a la pregunta por los más pobres y las víctimas.

B) Otra razón. Habiendo acogido buena parte del público neoliberal, me refiero a los neoliberales de mentalidad moderna o “abierta”, el descreimiento y hasta nihilismo o, en otro lenguaje, el vaciamiento ético y ontológico, que ha caracterizado a la modernidad occidental en los últimos tiempos, la evangelización en clave liberadora lo tiene muy difícil.

C) Y otra más. Habiendo rechazado el neoliberalismo conservador ese vaciamiento ético y ontológico de la realidad, y habiendo reclamado el valor incuestionable de la religión, la vuelta de una religiosidad “intimista” lo tiene mucho más fácil que no la religión de Jesús y sus bienaventuranzas. Inspirar la evangelización en el mesianismo liberador de Jesús, en sus opciones samaritanas, no puede interesar a una ideología política que proclama la primacía científica de “los mercados”, con sus consecuencias en desigualdad y explotación.

2.3. Profundicemos un poco más en el “debate” sobre los efectos culturales que acompañan a esta globalización y veamos cómo interpela a la evangelización.

Los teóricos sociales hablan de “relación de interdependencia” entre la cultura y las estructuras socio-económicas, y apelan para explicarla a tres versiones muy significativas para uno u otro modelo de evangelización: la versión neoliberal conservadora; la versión neoliberal moderna; la versión crítico-utópica.

Otras tantas versiones del arraigo cultural del cristianismo. La versión neoconservadora y su concreción como “nueva cristiandad”: un lugar para la fe y la moral religiosa, al servicio de la identificación de los ciudadanos con el sistema neoliberal globalizado. La versión liberal moderna y su concreción como “modernización del cristianismo”, es decir, aprender a vivir la fe y su moral como mundo privado y autónomo, lejos de la vida pública. La versión crítico-utópica y su concreción como cristianismo samaritano y liberador: traer al movimiento cívico alternativo la tradición cristiana liberadora, y hacerlo sin complejos, tanto hacia los otros cristianos como hacia los otros movimientos alternativos (discernimiento dialéctico).

3. La aportación de unos “compromisos liberadores” al arraigo “cultural y político” del cristianismo (“al arraigo evangelizador del cristianismo”, arraigo liberador). Tentaciones, coherencia interna y aspiraciones.

- Hablamos de una aportación al arraigo “cultural y “político” del cristianismo, lo cual no es todo el problema del “arraigo”, pues éste tiene dimensiones personales e interpersonales, ¡y no sólo sociales!, irrenunciables. No separaremos, pero sí diferenciamos.

- Aclaremos antes lo siguiente: Estado, sociedad civil e Iglesia. Sólo quiero decir esto: Laicidad no es lo contrario de creencia o fe, sino lo previo. La laicidad es lo común a todos los ciudadanos en una democracia, es decir, la afirmación de la dignidad y los derechos humanos, de su la libertad e igualdad. Después, la laicidad toma la forma privada y pública de creencia para unos (los creyentes), o no, (los no creyentes). La laicidad, en suma, no compite con la religión, sino que la precede y la estima como un valor social más, en un Estado aconfesional o laico. No es la ideología “oficial” del Estado.

El laicismo, por el contrario, sí compite con la religión; el laicismo es contrario a la fe, la considera perniciosa para la convivencia y no admite su aprecio público por la sociedad. La religión es un asunto de conciencia y de expresión privada. El laicismo, por tanto, es la ideología oficial del Estado, su confesionalismo particular. Su contrario es el confesionalismo religioso militante, el que postula una fe oficial de la ciudad declarada desde el poder político.

El Estado es la organización política de una sociedad. Está a su servicio, como poder organizado y democrático. La sociedad civil es todo el conjunto de personas, asociaciones e instituciones de una sociedad que no son Estado.

La Iglesia forma parte de la sociedad civil. Las iglesias son instituciones de la sociedad civil, con los mismos deberes y derechos que todas las demás[1]. La Iglesia, si cumple la ley, tiene ante el Estado iguales derechos a los de otras iniciativas sociales. Sólo la parte religiosa de las Iglesias, es decir, su credo, liturgia y sacramentos, escapan a la sociedad civil, y por ende, tampoco cabe esperar apoyo del Estado. Esa parte es responsabilidad de los “fieles” (los socios) de cada Iglesia. En lo demás, las iglesias postulan en la sociedad unos planteamientos morales, educativos o asistenciales, y como tal tienen los mismos derechos de otras iniciativas y los mismos deberes, en el libre juego de la democracia laica. Dicho de otro modo, la democracia no hace bueno lo malo, moralmente hablando, pero es el único cauce para concretar las leyes y, en su caso, corregirlas. Si algo es inaceptable, cabe la objeción de conciencia. Habría que ver cada caso.

- En cuanto a ese arraigo cultural y “político”, comprendemos esa globalización para pocos; y apoyamos un movimiento cívico general, en nuestras sociedades y en las sociedades del Sur, con este recorrido: 1) trabajamos por una globalización para todos, en símbolos y valores (concienciación-educación); 2) en acciones, campañas y redes; 3) en un movimiento civil alternativo, que aspira a convencer a la mayoría de la sociedad civil y a que ésta se exprese por otro pacto político en nuestras democracias y, por qué no, en las sociedades del Sur. La democratización de éstas ha de ser algo definitivo, frente a sus élites corruptas. El último destino por tanto es “político” y no sólo, “cívico”.

¿Quiénes? Impulsamos ese movimiento cívico como solidaridad ética y política de “los pobres de todos los lugares”, primero, entre ellos y, a la vez, con los más concienciados de nuestras sociedades y los más sensibles ante las necesidades de democratización y ante la insostenibilidad desarrollista del sistema. Es el “movimiento civil”, en todas sus expresiones “cívicas y políticas”, empeñado “por una alternativa histórica para todos”. También esto, los actores, hay que discernirlo, moral y políticamente, para hablar de cada uno, caso por caso. La cuestión de la primacía real de los pobres, la cuestión de la democratización mínima del Sur y la cuestión de la no-violencia activa han de ser muy importantes.

¿Cómo? Activamos ya proyectos de educación liberadora, sobre todo en el Sur, y, a la vez, proyectos de desarrollo concretos, justos, eficaces, posibles, austeros, suficientes y sostenibles. Ambos compromisos los desarrollamos en el Norte y en el Sur.

Estos proyectos han de suponer, además, el rechazo de la mayoría de las acciones de la OMC, el FMI y el BM, pues la cuestión primera no es dar dinero sino cambiar las estructuras comerciales y financieras del mundo neoliberalmente gestionado. Su complemento natural, el rechazo inequívoco de las dictaduras del Sur.

Por tanto, en el Sur, ante todo, educación, salud y democracia; y, en el NORTE, control social de los mercados de bienes, servicios y dinero... gestión justa de la deuda externa... compromisos de la AOD... democracia en las organizaciones multilaterales, etc.

Estamos de lleno en la misión evangelizadora de la Iglesia y su arraigo cultural y político.

¿Las otras caras del arraigo de la fe? Decíamos que el arraigo “cultural y político” del cristianismo, no es todo el “arraigo de la evangelización”. ¿Qué queremos decir? Que el arraigo evangelizador tiene ante sí todas las dimensiones de la vida: personales, interpersonales y sociales; y tiene ante sí la armonía entre todas las acciones eclesiales: la creación de comunidad (koinonía), el servicio a los pobres de la comunidad y del mundo en su concreción de individuos únicos (diakonía), el anuncio o testimonio de la Palabra (martyría) y la celebración de la fe (leiturgía).

Por fin, esa “armonía” la entendemos no como “proporción” sino, ante todo, como una “impregnación” muy característica de la vida de fe. ¿Dónde? En la experiencia de Dios como misericordia radical con lo más débil de cada ser humano; y, especialmente, con los pequeños y excluidos. Nuestra “metodología” teológica y nuestra “práctica pastoral”, y hasta nuestra práctica cívica y política, tienen su “humus” en nuestra espiritualidad encarnada.




Para más información: algunas lecturas introductorias

- Pueden verse los Cuadernos de Cristianisme i Justicia. Colección del conocido Centro de Estudios catalán, con 125 números en su haber. El 69 lleva por título, ¿No hay nada que hacer?

- Luis GONZÁLEZ CARVAJAL, Los cristianos del siglo XXI. Interrogantes y retos pastorales ante el tercer milenio, Santander, Sal Terrae, 2000.

- ID., En defensa de los humillados y ofendidos. Los derechos humanos ante la fe cristiana, Santander, Sal Terrae, 2005.

- ID., Cristianismo y secularización. Cómo vivir la fe en una sociedad secularizada, Santander, Sal Terrae, 2003.

- Eugenio ALBUQUERQUE, Ética social. 100 preguntas, Madrid, CCS, 1996.

- José Ignacio CALLEJA, Una Iglesia evangelizadora. Indicadores para una radiografía de la sociedad, Santander, Sal Terrae, 1990. ID., Moral Social Samaritana, I. Fundamentos y nociones de Moral Económica, Madrid, PPC, 2004. II. Fundamentos y nociones de Moral Política, Madrid, PPC, 2005. ID., Diez preguntas a propósito de la globalización (económica) y un apunte de moral cristiana, en Lumen 53/6 (2004) 491-527.

- Juan Antonio GUERRERO y Daniel IZUSQUIZA, Vidas que sobran. Los excluidos de un mundo en quiebra, Santander, Sal Terrae, 2003.

- José María MARDONES, La indiferencia religiosa en España: ¿qué futuro tiene el cristianismo?, Madrid, HOAC, 2003.

- ID., Recuperar la justicia. Religión y política en una sociedad laica, Santander, Sal Terrae, 2005.

- Rafael DÍAZ SALAZAR, Justicia global. Las alternativas de los movimientos del Foro de Porto Alegre, Barcelona, Icaria, 2002.



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[1] Se dice que esto no es así, dado que la Iglesia tiene detrás al Estado Vaticano y unos Acuerdos de Derecho Internacional. Habría que decir que si la Iglesia es Sociedad Civil, y en una sociedad democrática no puede ser otra cosa, los Acuerdos Iglesia-Estado, los que sean, éstos u otros, nunca deberán suponer privilegio alguno de los cristianos en su sociedad. Ni la soberanía jurídica de un Estado podría aceptar otra cosa, ni el cristianismo podría hallar en la Revelación Cristiana justificación para una posición social de privilegio. Así que la cuestión no es, a mi juicio, qué nos permiten exigir unos Acuerdos Iglesia-Estado, los presentes u otros, sino si son necesarios, éstos u otros, y cómo pueden concretarse sin suponer privilegio alguno. Por tanto, las reservas puestas a cómo la Iglesia, y sus organizaciones, son sociedad civil, dados los Acuerdos Iglesia-Estado, corresponde salvarlas a quienes defienden la legitimidad de esa condición “estatal” de la Iglesia y el modo cómo plasma en España. En suma, mostrar que no hay privilegio alguno en ellas ni en su concreción histórica. Yo creo que esto así, y no al contrario como suele exigirse.

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