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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

por luciani

por luciani “SON LAS LÁGRIMAS DE LA MONTAÑA”
Dice el Señor a Sobna, mayordomo de palacio: -Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo (Is 22,19-21)
BRAULIO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ
TRES CANTOS (MADRID).

ECLESALIA, 29/09/05.- Se cumplen 27 años de la muerte de Albino Luciani, el “Papa de la sonrisa”. De aquella madrugada del 29 de septiembre de 1978 cuando sor Vincenza, la primer testigo, encontró su cuerpo, aún tibio, sentado sobre la cama, iniciando una leve sonrisa, y con unos folios en la mano. Una muerte dulce, sin lucha, que no encajaba con la versión oficial: “infarto de miocardio”. La fatal noticia se anunciaba al mundo casi tres horas después. Sor Vincenza lamentaba: “no se ha redactado un verdadero certificado médico oficial sobre la verdadera causa mortis del Papa Luciani... como sin embargo se hizo con el Papa Juan y con Pablo VI”. Lo confesaba ante Camilo Bassotto, periodista, el amigo fiel de Luciani y “la principal fuente veneciana”. Él fue recogiendo el testimonio de la línea caliente de testigos que, con el tiempo, empezaron a hablar. “Un enfermo de corazón no escala montañas, como hacía el patriarca conmigo todos los años. Íbamos a Pietralba, cerca de Bolzano, y subíamos al Corno Bianco, desde los 1500 hasta los 2400 metros, a buena velocidad… Aquel verano del 78, con la muerte de Pablo VI, cambió su programa”, confesaba, años después, Mario Senigaglia, su secretario en Venecia. En 1998 el cardenal brasileño, Aloisio Lorsheider, tuvo el coraje de romper el silencio oficial: “Las sospechas siguen en nuestro corazón como una sombra amarga, como una pregunta a la que no se ha dado respuesta”.

Todo lo que rodea al papa Luciani es sorprendente, y misterioso. Pablo VI se quitó su estola papal para colocársela sobre los hombros. Sor Lucía, la vidente de Fátima, le auguró en su encuentro con el patriarca en Coimbra que él sería el próximo Papa pero que su pontificado sería breve. “Un hecho que me ha turbado durante un año… desde aquel día no he olvidado Fátima… Ahora la previsión de sor Lucía se ha verificado… Siento repugnancia por contar estas cosas… no he pensado nunca, y menos deseado, ser Papa”. Él mismo recalcó, misteriosamente, que su pontificado sería corto y que le sucedería “el papa extranjero”, “el que estaba sentado junto a mí en el cónclave”. Era el cardenal Wojtyla (el candidato del Secretario de Estado, Villot, del sector conservador de la Curia, y del Opus). Una mística, Erika, asegura en el último libro preparado por el famoso teólogo Urs Von Baltasar, Erika, haber tenido una revelación: ve a dos hombres entrando en sus aposentos e inyectan una medicina mortal al Papa Luciani… y “el Santo Padre lo sabe y lo cree”. Poco después, Juan Pablo II concedía el capelo cardenalicio a Von Baltasar. El periodista Mino Pecorelli, famoso por sus revelaciones en artículos crípticos en la revista OP, escribía, 16 días antes de la muerte del Papa Luciani, un artículo sobre la Gran Logia Vaticana y un artículo de ficción, sobre un Papa (Petrus Secundus) que muere tras un breve e infernal pontificado: “Está loco como Cristo y es tan peligroso, dijo el presidente del Consiglio...”.

Pero más sorprendentes, para un oyente de la Palabra, fueron las tres lecturas y el salmo del calendario litúrgico correspondientes al día 26 de agosto de 1978, el día de su elección. Hablaban de la destitución del mayordomo de palacio, de Isaías; de que “El Señor se fija en el humilde”, como decía el salmo 138; un salmo que, casualmente, también se leía el día de su muerte. “Qué insondables son tus decisiones, qué irrastreables tus caminos” decía la segunda lectura, de la carta a los Romanos (11,33-36). Y, como remate, el evangelio era el de la confesión (y la elección) de Pedro: “Tú eres el Cristo… Tu eres Pedro…” (Mt 16,13-20). Su última jornada como Papa, en la mañana del 28, recibió a unos obispos filipinos dándoles la bienvenida con el pasaje que se había encontrado en el breviario, casualmente el mismo que citó Pablo VI en su visita a Filipinas: Yo debo dar testimonio de su nombre: Jesús es el Cristo. Era la confesión de Pedro cumplida en Juan Pablo I..

En su funeral, la curia, a través del cardenal decano monseñor Confalonieri, “utilizó” en la homilía la segunda lectura de Romanos, la del día de su elección: “Qué inescrutables son tus juicios…”. A la vez que ponían impedimentos para investigar su muerte tan extraña. De forma tajante, el cardenal Oddi, ayudante de Villot durante la sede vacante, dijo que no habría ninguna investigación, ni se aceptaría el menor control por parte de nadie. La tan proclamada libertad profética del “¡No tengáis miedo!”, porque La verdad os hará libres (Jn 8,32) no tenía sitio en la sede de Pedro. Se cumplía, una vez más, el dicho de que en el Vaticano lo que no es sagrado es secreto. Después de la homilía, “un violento aguacero cayó sobre Roma: ¿Desde cuándo no se recuerda en Roma una cosa así?”, advertía, como detalle, un sacerdote.

Albino Luciani eligió llamarse Juan Pablo I por fidelidad al Concilio, asumiendo el nombre de sus dos predecesores. No lo hacía por imagen. Eligió HUMILITAS como lema papal: no quería ser un papa estrella, ni un monarca absoluto. “En estos días he sentido curiosidad de leer en el Anuario Pontificio los titulares con que está condecorado el Papa… Es un residuo del poder temporal. Falta sólo el título del Papa Rey. Los títulos verdaderos deberían ser: …elegido obispo de Roma y por ello sucesor del apóstol Pedro y por ello siervo de los siervos de Dios. ¿Cómo puede el Papa presentarse y dialogar, como hermano y padre en Cristo, con las Iglesias hermanas, investido de aquellos títulos?”. “Tengo la impresión de que la figura del Papa sea demasiado alabada... Hay un cierto riesgo de caer en el culto a la personalidad, que yo no quiero en modo alguno… La Iglesia no es del Papa, es de Cristo”.

Un Papa comprometido con la verdadera purificación del templo; diferente a esas purificaciones menores, de maquillaje, oportunistas (como la que pretende vetar el acceso al seminario a personas de orientación homosexual, ...). “Cristo Jesús, Pedro y Pablo y Juan no fueron jefes de Estado (…) La Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas (…) Yo no quiero escoltas ni soldados. Como no quiero que los guardias suizos se arrodillen a mi paso… Deseo que un pequeño sínodo permanente de obispos me conforte con sugerencias y consejos de modo que cuando el Papa se encuentre con los pueblos y las Iglesias locales pueda llevar el pensamiento religioso, eclesial y pastoral expresado y madurado por la colegialidad de los obispos… Yo soy el hermano mayor de los obispos (…) Son pensamientos que vuelven a mi mente en estas noches de insomnio”, le confía el papa Luciani a Germano Pattarro, su consejero teológico. Tras años de silencio, Germano daba testimonio (“aunque estoy seguro que suscitará en muchos, aquí en Venecia y en Roma, profundo estupor”): “El papa Luciani estaba en el camino de la profecía”.

Un cardenal amigo, Felici, le anticipó que tendría un “vía crucis”. “Un infierno entre dos cónclaves”, como se titula el capítulo 5º de El Día de la cuenta. “Sé que un obispo alto y robusto, siempre de esta casa, ha declarado que la elección del papa ha sido un ‘descuido’ del Espíritu Santo”, comentaba. “Puede ser”, se respondía con sorprendente humildad, y con humor: “No he sido yo quien ha querido ser Papa. Yo, como Albino Luciani, puedo ser una zapatilla rota, pero como Juan Pablo es Dios quien actúa en mí”. Del mayordomo de palacio se dijo que, tras la elección de Luciani, “había cambiado por completo. Estaba deprimido y desesperado...”. Para Bassotto, recoge Juan Arias, “Juan Pablo I preparaba una profunda reforma del Vaticano”, “un programa de cambios”. “En apariencia parecía sumiso. En sus intenciones tenía la firmeza de la roca de sus montañas” decía Villot a personas de su confianza (la “persona de Roma”).

Su elección no pareció un traspaso de poderes hecho en la trastienda. Hubo más detalles que silencios. Así lo vivieron los cardenales más comprometidos con el Concilio: “Era el candidato de Dios” (B. Hume, de Londres); “La elección la ha provocado literalmente el espíritu Santo” (L. Suenens, de Bruselas); “Nos pusimos de pie para aplaudir, pero no lo veíamos. Estaba acurrucado, se había hecho pequeño, pequeño, quería casi esconderse. Es una pena que no podamos contar lo que hemos vivido… mucho más hermoso de lo que os podéis imaginar” (E. Tarancón)...

Un punto y aparte merece el testimonio del cardenal argentino Eduardo Pironio: “Hemos sido testigos de un auténtico milagro moral”. Pablo VI lo nombró secretario de la Conferencia de Medellín. Fue presidente del CELAM. “Destacó en las sesiones del Concilio por su apertura conciliar y espiritualidad, por su transparencia y sencillez”. Él es la enigmática persona de Roma: “es Pironio. No puede ser otro; en Roma no hay otro”, concluía el periodista jesuita Pedro M. Lamet, conocedor del mundo romano. Compartía la opinión del sacerdote Jesús López Sáez autor de EL DIA DE LA CUENTA. Juan Pablo II a examen, de reciente edición pública (está en Internet: www.comayala.es).

A la persona de Roma está dedicado todo el capítulo tercero de El día de la cuenta: “quizá el testimonio más importante” dice su autor. Camilo Bassotto recibió, firmada a mano, fechada el 14 de mayo de 1989 la declaración de la “persona de Roma”. Era el día de Pentecostés. Todo un detalle para el cura Jesús: fue un impulso del Espíritu. “Su testimonio sobre lo que le dijo Juan Pablo I y, particularmente, sobre la comprometida situación que, a su pesar, como Papa, tuvo que afrontar (destitución de Marcinkus, degradación del IOR, posición firme y clarificadora ‘delante de todos’ frente a la masonería cubierta o descubierta y frente a la mafia) hace historia y, sobre todo, hace justicia al papa Luciani”. Camilo lo publicó, aunque sin dar el nombre de la fuente: “Los apuntes que le adjunto son para usted… Medito también la idea de publicarlos, pero el puesto que ocupo no me lo permite, al menos por ahora”.

Cinco años antes, en noviembre del 85, Pillar Bellosillo (que fue Auditora en el Concilio y en el Tercer Sínodo de Obispos, Presidenta nacional de Acción Católica y Responsable Internacional de Organizaciones Católicas) había estado en Roma invitada precisamente por su amigo Pironio a la conmemoración del Decreto Conciliar sobre Apostolado Seglar. Pero el verdadero motivo de su viaje era entrevistarse con Pironio (“una misión muy especial… enviada por la comunidad”) para entregarle un Pliego sobre la muerte de Juan Pablo I, del sacerdote Jesús López Sáez, publicado en la revista Vida Nueva. “Es un tema relacionado con la purificación del templo… hecho desde un discernimiento de la escucha de la Palabra… contrastada montones de veces (…) Se ha metido en la comunidad la presencia de Juan Pablo I, comparamos su muerte con la de santo Tomás Becket (…) Creemos que monseñor Pironio lo puede comprender, a él se le puede decir”. De regreso de Roma, Pilar contó la experiencia de su encuentro con el cardenal a su comunidad (La comunidad de Ayala). Su testimonio, grabado en cinta magnetofónica, se puede escuchar, y leer completo, en Internet (“Viaje de Pilar Bellosillo a Roma”).

Oscar Romero también es comparado con Tomás Becket. Juan Pablo I tenía muy presentes a hombres de iglesia, proféticos, que habían sentido la marginación de la Institución por denunciar los silencios y las tolerancias de la Iglesia en diferentes situaciones históricas. Habla del coraje del dominico De las Casas, “el padre de los indios del Amazonas, profeta no escuchado y perseguido”; de Antonio de Rosmini “que veía con claridad en las estructuras eclesiales los retrasos y los fallos evangélicos y pastorales de la Iglesia”; del cardenal Andrea Ferrari, “condenado por modernista por (san) Pío X”. Y de contemporáneos suyos, como Lorenzo Milani y Primo Mazzolari, “dos profetas dejados solos”…

Juan Pablo I no habría desmantelado la teología de la liberación. Ni habría auspiciado ninguna “Gran Alianza” con el poderoso del Norte. Dos católicos pueden tomar compromisos diversos, uno puede ser lícitamente democristiano y el otro lícitamente comunista, pero a condición de que en cada uno la fe sea la misma, decía a finales del 75. Él ve más compromiso en el Sur: “Pregunte, por favor, si es posible atrasar (“para febrero o marzo del próximo año”) la Conferencia de Puebla prevista del 12 al 28 de octubre… Yo deseo estar allí. Aquel continente lo llevo muy en el corazón. He estado y conozco los fermentos, las ansias, las esperanzas… Aquellas comunidades tienen muchas cosas que enseñarnos a los europeos. Viven un cristianismo de frontera pero dentro de la fe. Me traiga las Actas de la Asamblea de Medellín en el 68. Querría ver cuanto antes al presidente del CELAM, el cardenal Aloisio Lorscheider, a quien conozco desde hace años y a quien he dado mi voto en el Cónclave. Deseo que Pironio, que es el obispo de la esperanza, venga conmigo”.

“Mi primera carta será sobre la Unidad de la Iglesia… La segunda, sobre La Colegialidad de los Obispos… quiero potenciarla y extenderla efectivamente a todos. La tercera, sobre La Mujer en la sociedad civil y en la vida eclesial. Es hora de que el Papa diga… Demasiado desprecio, demasiados prejuicios y marginaciones…”. Y sobre los pobres: “Hablaré y escribiré sobre Los pobres y la pobreza en el mundo… los pueblos del hambre interpelan a los pueblos de la opulencia…”. Y, por supuesto, de los jóvenes: “Querría encontrarme frecuentemente con los jóvenes… Los jóvenes hoy no creen en la pobreza de la Iglesia, en su espíritu evangélico, en su despego de los bienes y poder del mundo…”. Las “CONFIDENCIAS DEL PAPA LUCIANI” (y “La extraña muerte de Juan Pablo I”) están en Internet.

Encaja que un Papa profético como Juan Pablo I, comprometido con la purificación de la Iglesia (con la expulsión de los mercaderes), se hiciera esta pegunta sobre el papado: “¿Piedra de construcción o de escándalo?”. Así se titula una reciente catequesis del sacerdote que más ha luchado por hacer justicia al papa Luciani cuya figura ha sido “distorsionada”, y silenciada. “Todo tu material es importante para la historia y para la purificación de la Iglesia” le escribe el Obispo Casaldáliga al autor de El Día de la cuenta.

El 26 de agosto de 1979, primer aniversario de la elección del papa Luciani, su sucesor, el papa Wojtyla, fue invitado al pueblo de Juan Pablo I, Canale dÁgordo, en las montañas dolomíticas. Casualmente, como en el día de su funeral, la misa fue en la plaza, y también estuvo pasada por agua. “...Estoy conmovido… son las lágrimas de la montaña” dijo Juan Pablo II.

Una monja también lloraba desconsoladamente, desde hacía más tiempo. Era como una madre para el papa Luciani, decía Camilo Bassotto, el amigo y testigo fiel, responsable de los archivos venecianos de Juan Pablo I. Así lo cuenta: "Hablé en dos ocasiones con sor Vincenza. La primera, con la provincial delante. La segunda, a solas. En esta ocasión, sor Vincenza se echó a llorar desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer. Sor Vincenza me dijo que la Secretaría de Estado le había intimidado a no decir nada, pero que el mundo debía conocer la verdad. Ella se consideraba liberada de tal imposición en el momento de su muerte (ya acaecida, en 1983). Entonces podría darse a conocer”. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia)."

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