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RETOS PARA NUESTRA MISIÓN EN LA NUEVA SITUACIÓN ECLESIAL
JOSÉ SÁNCHEZ, jesuita, doctor en teología, j.sanchez.z@jesuits.net
MÉXICO.
ECLESALIA, 05/07/05.- Millones de personas seguimos de cerca el deceso del papa Juan Pablo II y vimos llegar a su fin un pontificado sumamente largo y acontecido en medio de un sinnúmero de vicisitudes eclesiales e históricas. Fuimos testigos del homenaje no sólo eclesial sino mundial, cualesquiera que hayan sido sus proporciones, de este papa polaco, quien marcó de una manera particular a las generaciones del último cuarto del siglo XX. La llegada de Joseph Ratzinger al pontificado, ahora como Benedicto XVI, ha generado, tanto antes como después de su elección, diferentes acercamientos a la situación de la Iglesia y a los retos que enfrenta ésta de cara a una sociedad que ha evolucionado vertiginosamente y que plantea a la Iglesia preguntas desafiantes e interrogantes a los que ésta no ha acabado de responder.
Si analizamos con cierto detenimiento los desafíos que se le presentan a la Iglesia, caeremos en la cuenta de que no son sólo numerosos, sino tan complejos como ineludibles. Si ya el mismo número de fieles de la Iglesia católica, con todo su aparato burocrático, hace ya de por sí difícil una reforma rápida y adaptada a las circunstancias actuales, la tendencia a apegarse a prácticas tradicionales, tanto válidas como obsoletas, hace todavía más complicado mover una comunidad mundial que no sólo contiene diferentes comunidades locales que se mueven a velocidades diferentes, sino que contienen en sí tradiciones culturales muy variadas y multiformes.
Por ello resulta tan atrevido plantear los retos que tiene la Iglesia católica hoy. Consciente sin embargo de la provisionalidad y de la parcialidad del contexto desde el cual hablo, y ayudándome de varios analistas que han aportado su propio punto de vista al respecto, resumo en seis los retos principales que tiene la Iglesia católica hoy. Pienso fundamentalmente en la Iglesia católica occidental, y considero en el conjunto nuestro contexto latinoamericano. No obstante, dada la distribución geográfica de los creyentes católicos en el mundo, la respuesta adecuada a estos retos tendrá repercusiones en la Iglesia universal y podrá ser una palabra que dé esperanza a la humanidad en su conjunto.
Primer reto: la mundialización. La primera afirmación que podemos hacer de esta presentación es que la Iglesia es una de las instituciones mejor preparadas para afrontar los retos de la mundialización. Ésta puede ser una afirmación sorprendente considerando la perplejidad que nos invade frente a un mundo en donde se están derrumbando todas las fronteras. Sin embargo, existen y han existido siempre en la Iglesia católica dos perspectivas que la posibilitan para afrontar esta realidad ineluctable: su propia catolicidad y la perspectiva histórica y escatológica del Reino de Dios. Desde la primera perspectiva, la catolicidad, en su esencia misma, consiste en el sentido universal e incluyente de la misión cristiana, alimentada por la perspectiva del amor universal de Dios, que quiere que todos los hombres se salven. Aunque hayan existido ciertos grupos e incluso, desgraciadamente todavía existan dentro de la misma Iglesia que hayan creado un espíritu de ghetto o que hayan condenado a ciertas poblaciones o creencias distintas a las suyas, el cristiano siempre se verá cuestionado por el Evangelio en sus intentos de levantar muros frente a su propio hermano. La perspectiva de la fraternidad universal y de nuestra filiación fundamental con respecto a Dios Padre-Madre servirá siempre como un punto crítico de cualquier tipo de exclusión. Visto desde una perspectiva positiva, el movimiento de inclusión que debe caracterizar el movimiento cristiano hacia el otro como otro ha de impulsar y despertar su creatividad en toda actividad en la que esté involucrado con sus semejantes. Esto está intrínsecamente ligado a una segunda perspectiva, la del Reinado de Dios, que no sólo reafirma la perspectiva católica, sino que la complementa, al retomar el Evangelio como utopía a realizar en el mundo y al servir como referencia crítica a toda realización parcial en que se verifique del Reinado de Dios. Por otra parte, la perspectiva escatológica del Reinado nos hace renunciar a todo voluntarismo o pelagianismo que crea que este Reinado es obra nuestra; al contrario, nos abre a este Reinado como don recibido de lo alto, lo cual nos somete a la fidelidad a la palabra divina y a una escucha permanente de los signos que Dios nos revela en la misma historia humana, reconocidos en Vaticano II como signos de los tiempos.
Por lo anterior, la Iglesia está en una posición privilegiada para llevar adelante lo que Howland Sanks llama la misión social de la Iglesia. Esta misión social, en la situación actual eclesial, tiene cuatro vertientes desde la perspectiva universal:
- Promover el desarrollo de la particularidad de las iglesias locales, en donde se realiza la universalidad de la Iglesia. Cada iglesia deberá realizar en su propio contexto cultural, social, religioso, político, la misión inclusiva de la Iglesia siguiendo principalmente el modelo evangélico y no el modelo romano. La apertura a nuevas formas de inculturar el Evangelio y de dialogar con las culturas locales es indispensable para que la iglesia local realice su propia forma de encarnar la palabra de Dios.
- Promover el despliegue de carismas personales y colectivos en la comprensión de que la auténtica realización humana se realiza en comunidad y en comunión con los demás seres de la creación.
- Ampliar permanentemente la perspectiva de las comunidades locales hacia marcos regionales, nacionales e internacionales, haciendo dialogar frecuentemente la realización local con otras realizaciones y mostrando la validez de unas y otras (con ello se fortalece y se relativiza al mismo tiempo la propia identidad).
- Hacer caer en la cuenta de la dialéctica entre la unidad humana o eclesial parcialmente realizada y la escatológica. Esto puede ayudar particularmente en el diálogo ecuménico, donde se pueden seguir encontrando puntos de entendimiento y realizando algunos signos de comunión y de reconciliación.
Segundo reto: la democratización. Aunque la Iglesia no sea una democracia, el impulso creciente de la sociedad occidental y la relación que siempre ha existido entre los modelos sociales vigentes y la historización de la Iglesia en esos contextos obliga a extender los beneficios de la sociedad occidental hacia las estructuras internas de la Iglesia. ¿De qué modo y en qué áreas podemos vislumbrar esta democratización? Esta democratización está en relación proporcional con la promoción de la participación del creyente en las instancias eclesiales. La apertura a esta participación implica:
Darle mayor palabra a los laicos en la vida pastoral, principalmente en las instancias decisorias, como los consejos diocesanos y parroquiales. Aunque el obispo o el párroco tengan un rol esencial a jugar en estos consejos, la apertura a la participación de los laicos en la toma de decisiones de lo que incumbe a la parroquia o a la diócesis habría de ser una práctica eclesial habitual.
Conceder y promover ministerios más diversificados. La extensión de la palabra ministerio a los servicios proporcionados por los laicos en el ámbito eclesial no es en la práctica una batalla ganada. De hecho, éste es uno de los puntos espinosos actuales en la relación entre la Iglesia jerárquica y los bautizados, porque se está dando en la práctica una transición entre un modelo construido sobre el binomio sacerdote-laico a un modelo de una Iglesia pluri-ministerial. Sin entrar aquí en una discusión a detalle sobre las dificultades teológicas concretas en torno a este tema, podemos sin embargo adelantar los terrenos en los que la Iglesia ha de extender su ministerialidad:
(1) Ministerios litúrgicos. Si ahora sólo son reconocidos como ministerios instituidos el lectorado y el acolitado, los ministerios litúrgicos habrían de extenderse en su aplicación (y de hecho ya lo están en la práctica en algunos lugares) a otros ministerios que enriquecen la celebración comunitaria: canto, peregrinaciones, religiosidad popular, oraciones, rosarios, novenarios, etc.
(2) Ministerio bíblico. Aunque las Comunidades Eclesiales de Base promovieron en un tiempo la lectura bíblica, se requiere además preparar al pueblo de Dios con seriedad no sólo para que conozca mejor la palabra de Dios, sino para que asuma este ministerio particular de darla a conocer en sus ambientes específicos.
(3) Ministerio ecuménico. Habría que preparar a agentes pastorales para el estudio de las diferentes confesiones cristianas y de la propia confesión, así como para realizar el diálogo y la colaboración conjunta con diferentes creyentes, cristianos y no cristianos.
(4) Ministerios de solidaridad. Los ministerios son identificados con servicios que se realizan a la Iglesia misma. La extensión de los ministerios a ámbitos sociales ya era considerado por Pablo VI en Evangelii Nuntiandi (EN 73), pero los ministerios en este terreno no han sido reconocidos oficialmente por la institución. Habría que reflexionar sobre la pertinencia de esta concesión a los cristianos que colaboran en la defensa de los derechos humanos, económicos, políticos; de igual modo tendríamos que pensar en las consecuencias de nombrar ministerio eclesial a la participación del creyente en organizaciones sociales o políticas que tengan que ver con un mayor bien común también como un ministerio eclesial.
(5) Ministerios pastorales. Cada vez más laicos participan, sobre todo en parroquias europeas, en sustitución de sacerdotes para suplir la atención pastoral en diferentes rubros: visita y cuidado sacramental de los enfermos; organización de la caridad; oraciones para difuntos, bautismos, preparación para matrimonios, catequesis. Sin embargo, en los países del Tercer Mundo la identificación de este tipo de servicios con el sacerdote o el diácono dificulta la participación del laico en estas áreas tan abandonadas. Por ello las propuestas que se les hagan para que vengan en ayuda del clero en estos dominios requerirán un cuestionamiento de la identidad del clérigo y del laico, así como la delegación de estas funciones tradicionalmente identificadas con el presbítero. Implica, entre otras cosas, una conversión de la jerarquía eclesial, un cambio de mentalidad en los fieles, una cesión del poder por parte del presbiterado y el establecimiento de nuevas normas de funcionamiento de estos nuevos agentes pastorales.
Intercambio de experiencias parroquiales y diocesanas. La mundialización nos obliga a salir de nuestros cotos cerrados para comenzar a construir una comunión plural y la riqueza de la sinfonía de carismas que el Espíritu concede a la Iglesia.
No hay que olvidar que, en el Tercer Mundo, el pobre es el sujeto protagónico de esta construcción comunitaria. Esto se puede vislumbrar desde distintas ópticas:
(1) Socialmente: es el más necesitado de los otros. Es fuente de unión de los esfuerzos por construir un mundo nuevo.
(2) Humanamente: es el más necesitado de una afirmación existencial y de una aceptación de su valía y de su persona, y de encontrar un lugar en el mundo.
(3) Eclesiológicamente: aunque esté sólo nominalmente bautizado, conserva una fe vigorosa, alimentada por la misma tradición cultural latinoamericana.
(4) Teológicamente: su propia experiencia de sufrimiento, de fragilidad y de condición humana quebrantada le da un potencial de expresión de la presencia de Dios en su vida. Claro está, si es que lo ayudamos a vivir una experiencia de redención.
Ayudar a otros agentes (clases medias, universitarios, intelectuales) a que entren en contacto con esta construcción desde abajo, para que puedan influir en sus ambientes respectivos (sabiendo que su presencia en medio de los pobres no durará tal vez mucho tiempo).
Considerar que los cambios en la Iglesia no se han alcanzado, salvo raras ocasiones, desde la jerarquía. Las transformaciones eclesiales han sido provocadas principalmente por los santos, por los investigadores, por las órdenes religiosas o por transformaciones sociales que cuestionan a la Iglesia desde fuera.
- - -> Fin de la primera parte (segunda parte publicada en ecleSALia el 8 de julio de 2005)
JOSÉ SÁNCHEZ, jesuita, doctor en teología, j.sanchez.z@jesuits.net
MÉXICO.
ECLESALIA, 05/07/05.- Millones de personas seguimos de cerca el deceso del papa Juan Pablo II y vimos llegar a su fin un pontificado sumamente largo y acontecido en medio de un sinnúmero de vicisitudes eclesiales e históricas. Fuimos testigos del homenaje no sólo eclesial sino mundial, cualesquiera que hayan sido sus proporciones, de este papa polaco, quien marcó de una manera particular a las generaciones del último cuarto del siglo XX. La llegada de Joseph Ratzinger al pontificado, ahora como Benedicto XVI, ha generado, tanto antes como después de su elección, diferentes acercamientos a la situación de la Iglesia y a los retos que enfrenta ésta de cara a una sociedad que ha evolucionado vertiginosamente y que plantea a la Iglesia preguntas desafiantes e interrogantes a los que ésta no ha acabado de responder.
Si analizamos con cierto detenimiento los desafíos que se le presentan a la Iglesia, caeremos en la cuenta de que no son sólo numerosos, sino tan complejos como ineludibles. Si ya el mismo número de fieles de la Iglesia católica, con todo su aparato burocrático, hace ya de por sí difícil una reforma rápida y adaptada a las circunstancias actuales, la tendencia a apegarse a prácticas tradicionales, tanto válidas como obsoletas, hace todavía más complicado mover una comunidad mundial que no sólo contiene diferentes comunidades locales que se mueven a velocidades diferentes, sino que contienen en sí tradiciones culturales muy variadas y multiformes.
Por ello resulta tan atrevido plantear los retos que tiene la Iglesia católica hoy. Consciente sin embargo de la provisionalidad y de la parcialidad del contexto desde el cual hablo, y ayudándome de varios analistas que han aportado su propio punto de vista al respecto, resumo en seis los retos principales que tiene la Iglesia católica hoy. Pienso fundamentalmente en la Iglesia católica occidental, y considero en el conjunto nuestro contexto latinoamericano. No obstante, dada la distribución geográfica de los creyentes católicos en el mundo, la respuesta adecuada a estos retos tendrá repercusiones en la Iglesia universal y podrá ser una palabra que dé esperanza a la humanidad en su conjunto.
Primer reto: la mundialización. La primera afirmación que podemos hacer de esta presentación es que la Iglesia es una de las instituciones mejor preparadas para afrontar los retos de la mundialización. Ésta puede ser una afirmación sorprendente considerando la perplejidad que nos invade frente a un mundo en donde se están derrumbando todas las fronteras. Sin embargo, existen y han existido siempre en la Iglesia católica dos perspectivas que la posibilitan para afrontar esta realidad ineluctable: su propia catolicidad y la perspectiva histórica y escatológica del Reino de Dios. Desde la primera perspectiva, la catolicidad, en su esencia misma, consiste en el sentido universal e incluyente de la misión cristiana, alimentada por la perspectiva del amor universal de Dios, que quiere que todos los hombres se salven. Aunque hayan existido ciertos grupos e incluso, desgraciadamente todavía existan dentro de la misma Iglesia que hayan creado un espíritu de ghetto o que hayan condenado a ciertas poblaciones o creencias distintas a las suyas, el cristiano siempre se verá cuestionado por el Evangelio en sus intentos de levantar muros frente a su propio hermano. La perspectiva de la fraternidad universal y de nuestra filiación fundamental con respecto a Dios Padre-Madre servirá siempre como un punto crítico de cualquier tipo de exclusión. Visto desde una perspectiva positiva, el movimiento de inclusión que debe caracterizar el movimiento cristiano hacia el otro como otro ha de impulsar y despertar su creatividad en toda actividad en la que esté involucrado con sus semejantes. Esto está intrínsecamente ligado a una segunda perspectiva, la del Reinado de Dios, que no sólo reafirma la perspectiva católica, sino que la complementa, al retomar el Evangelio como utopía a realizar en el mundo y al servir como referencia crítica a toda realización parcial en que se verifique del Reinado de Dios. Por otra parte, la perspectiva escatológica del Reinado nos hace renunciar a todo voluntarismo o pelagianismo que crea que este Reinado es obra nuestra; al contrario, nos abre a este Reinado como don recibido de lo alto, lo cual nos somete a la fidelidad a la palabra divina y a una escucha permanente de los signos que Dios nos revela en la misma historia humana, reconocidos en Vaticano II como signos de los tiempos.
Por lo anterior, la Iglesia está en una posición privilegiada para llevar adelante lo que Howland Sanks llama la misión social de la Iglesia. Esta misión social, en la situación actual eclesial, tiene cuatro vertientes desde la perspectiva universal:
- Promover el desarrollo de la particularidad de las iglesias locales, en donde se realiza la universalidad de la Iglesia. Cada iglesia deberá realizar en su propio contexto cultural, social, religioso, político, la misión inclusiva de la Iglesia siguiendo principalmente el modelo evangélico y no el modelo romano. La apertura a nuevas formas de inculturar el Evangelio y de dialogar con las culturas locales es indispensable para que la iglesia local realice su propia forma de encarnar la palabra de Dios.
- Promover el despliegue de carismas personales y colectivos en la comprensión de que la auténtica realización humana se realiza en comunidad y en comunión con los demás seres de la creación.
- Ampliar permanentemente la perspectiva de las comunidades locales hacia marcos regionales, nacionales e internacionales, haciendo dialogar frecuentemente la realización local con otras realizaciones y mostrando la validez de unas y otras (con ello se fortalece y se relativiza al mismo tiempo la propia identidad).
- Hacer caer en la cuenta de la dialéctica entre la unidad humana o eclesial parcialmente realizada y la escatológica. Esto puede ayudar particularmente en el diálogo ecuménico, donde se pueden seguir encontrando puntos de entendimiento y realizando algunos signos de comunión y de reconciliación.
Segundo reto: la democratización. Aunque la Iglesia no sea una democracia, el impulso creciente de la sociedad occidental y la relación que siempre ha existido entre los modelos sociales vigentes y la historización de la Iglesia en esos contextos obliga a extender los beneficios de la sociedad occidental hacia las estructuras internas de la Iglesia. ¿De qué modo y en qué áreas podemos vislumbrar esta democratización? Esta democratización está en relación proporcional con la promoción de la participación del creyente en las instancias eclesiales. La apertura a esta participación implica:
Darle mayor palabra a los laicos en la vida pastoral, principalmente en las instancias decisorias, como los consejos diocesanos y parroquiales. Aunque el obispo o el párroco tengan un rol esencial a jugar en estos consejos, la apertura a la participación de los laicos en la toma de decisiones de lo que incumbe a la parroquia o a la diócesis habría de ser una práctica eclesial habitual.
Conceder y promover ministerios más diversificados. La extensión de la palabra ministerio a los servicios proporcionados por los laicos en el ámbito eclesial no es en la práctica una batalla ganada. De hecho, éste es uno de los puntos espinosos actuales en la relación entre la Iglesia jerárquica y los bautizados, porque se está dando en la práctica una transición entre un modelo construido sobre el binomio sacerdote-laico a un modelo de una Iglesia pluri-ministerial. Sin entrar aquí en una discusión a detalle sobre las dificultades teológicas concretas en torno a este tema, podemos sin embargo adelantar los terrenos en los que la Iglesia ha de extender su ministerialidad:
(1) Ministerios litúrgicos. Si ahora sólo son reconocidos como ministerios instituidos el lectorado y el acolitado, los ministerios litúrgicos habrían de extenderse en su aplicación (y de hecho ya lo están en la práctica en algunos lugares) a otros ministerios que enriquecen la celebración comunitaria: canto, peregrinaciones, religiosidad popular, oraciones, rosarios, novenarios, etc.
(2) Ministerio bíblico. Aunque las Comunidades Eclesiales de Base promovieron en un tiempo la lectura bíblica, se requiere además preparar al pueblo de Dios con seriedad no sólo para que conozca mejor la palabra de Dios, sino para que asuma este ministerio particular de darla a conocer en sus ambientes específicos.
(3) Ministerio ecuménico. Habría que preparar a agentes pastorales para el estudio de las diferentes confesiones cristianas y de la propia confesión, así como para realizar el diálogo y la colaboración conjunta con diferentes creyentes, cristianos y no cristianos.
(4) Ministerios de solidaridad. Los ministerios son identificados con servicios que se realizan a la Iglesia misma. La extensión de los ministerios a ámbitos sociales ya era considerado por Pablo VI en Evangelii Nuntiandi (EN 73), pero los ministerios en este terreno no han sido reconocidos oficialmente por la institución. Habría que reflexionar sobre la pertinencia de esta concesión a los cristianos que colaboran en la defensa de los derechos humanos, económicos, políticos; de igual modo tendríamos que pensar en las consecuencias de nombrar ministerio eclesial a la participación del creyente en organizaciones sociales o políticas que tengan que ver con un mayor bien común también como un ministerio eclesial.
(5) Ministerios pastorales. Cada vez más laicos participan, sobre todo en parroquias europeas, en sustitución de sacerdotes para suplir la atención pastoral en diferentes rubros: visita y cuidado sacramental de los enfermos; organización de la caridad; oraciones para difuntos, bautismos, preparación para matrimonios, catequesis. Sin embargo, en los países del Tercer Mundo la identificación de este tipo de servicios con el sacerdote o el diácono dificulta la participación del laico en estas áreas tan abandonadas. Por ello las propuestas que se les hagan para que vengan en ayuda del clero en estos dominios requerirán un cuestionamiento de la identidad del clérigo y del laico, así como la delegación de estas funciones tradicionalmente identificadas con el presbítero. Implica, entre otras cosas, una conversión de la jerarquía eclesial, un cambio de mentalidad en los fieles, una cesión del poder por parte del presbiterado y el establecimiento de nuevas normas de funcionamiento de estos nuevos agentes pastorales.
Intercambio de experiencias parroquiales y diocesanas. La mundialización nos obliga a salir de nuestros cotos cerrados para comenzar a construir una comunión plural y la riqueza de la sinfonía de carismas que el Espíritu concede a la Iglesia.
No hay que olvidar que, en el Tercer Mundo, el pobre es el sujeto protagónico de esta construcción comunitaria. Esto se puede vislumbrar desde distintas ópticas:
(1) Socialmente: es el más necesitado de los otros. Es fuente de unión de los esfuerzos por construir un mundo nuevo.
(2) Humanamente: es el más necesitado de una afirmación existencial y de una aceptación de su valía y de su persona, y de encontrar un lugar en el mundo.
(3) Eclesiológicamente: aunque esté sólo nominalmente bautizado, conserva una fe vigorosa, alimentada por la misma tradición cultural latinoamericana.
(4) Teológicamente: su propia experiencia de sufrimiento, de fragilidad y de condición humana quebrantada le da un potencial de expresión de la presencia de Dios en su vida. Claro está, si es que lo ayudamos a vivir una experiencia de redención.
Ayudar a otros agentes (clases medias, universitarios, intelectuales) a que entren en contacto con esta construcción desde abajo, para que puedan influir en sus ambientes respectivos (sabiendo que su presencia en medio de los pobres no durará tal vez mucho tiempo).
Considerar que los cambios en la Iglesia no se han alcanzado, salvo raras ocasiones, desde la jerarquía. Las transformaciones eclesiales han sido provocadas principalmente por los santos, por los investigadores, por las órdenes religiosas o por transformaciones sociales que cuestionan a la Iglesia desde fuera.
- - -> Fin de la primera parte (segunda parte publicada en ecleSALia el 8 de julio de 2005)
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