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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

reestructurar

SOBRE EL PAPEL DE LA IGLESIA HOY

JAVIER LÓPEZ DÍAZ, religioso amigoniano, javierlopezdiaz@hotmail.com

POLONIA.

 

ECLESALIA, 22/06/10.-  Los acontecimientos que estamos viviendo a lo largo de estos últimos meses, tanto a nivel social como eclesial, están propiciando en muchos sectores de la Iglesia una reflexión acerca del rumbo que ésta debe tomar en el contexto histórico actual. Muchos tenemos la percepción de que un gran salto cualitativo (a todos los niveles) está en marcha, un salto de consecuencias imprevisibles (no necesariamente negativas) e imparables fruto del vertiginoso desarrollo tecnológico y del imperio del mercado como motor de los acontecimientos de la Historia. Si en occidente el curso de dichos acontecimientos y avances produce perplejidad y ha puesto a la sociedad a remolque de éstos, en el tercer mundo la situación es aún más confusa. ¿Cómo asimilar todos estos cambios cuando el hambre y la miseria siguen siendo la asignatura pendiente de millones de seres humanos que ajenos a la evolución de la Historia malviven en un mundo donde la supervivencia diaria es a lo único que pueden aspirar?

La Iglesia está llamada a acompañar al hombre en su reflexión acerca de los límites de la ética aplicados al desarrollo tecnológico, a los avances de la medicina (logrados gracias a la manipulación genética) y a las consecuencias de este liberalismo salvaje del “todo vale” en el que la búsqueda del interés personal por encima de cualquier tipo de compromiso social está relegando al humanismo, y al humanismo cristiano en particular, al cajón de los recuerdos. De lo que se trata hoy día para muchos es de estar bien (o estar mejor) sin que importe lo que le pase al prójimo, perdiéndose así la noción del bien común.

Por eso, en la medida que nuestras sociedades redescubran los valores del humanismo cristiano (que son los valores del Evangelio) existe la esperanza en que ello repercuta en el compromiso de aquellos que tienen el poder en la lucha por un mundo más justo donde no se pisoteen los derechos de los más débiles y donde se trabaje por la superación del abismo de desigualdades entre los países del primer y el tercer mundo. Desde esa perspectiva, la labor de reevangelización que la Iglesia propone podría ser entendida en clave de esperanza si se orienta hacia la tarea de volver a poner de actualidad los valores del Evangelio y no tanto si está encaminada a salvaguardar su prestigio y su influencia como institución, y en la medida en que la cuestión de la justicia social y la opción por los pobres (claves en la lectura del Evangelio) tomen la delantera al obsesivo y recurrente tema de la moral sexual.

Un amplio sector del Pueblo de Dios (mayoritario en los países del tercer mundo y en aquellos en vías de desarrollo) espera que su Iglesia viva comprometida y coherente en la opción por los pobres y en la lucha por los derechos fundamentales de las personas, de los cuales el primero es el “derecho a la vida”, derecho del que se ven privados los millones de hombres, mujeres y niños que mueren víctimas del hambre (consecuencia del pecado de injusticia y de la falta de solidaridad de los que vivimos a este otro lado del mundo), de la guerra (alimentada cuando no provocada por países de occidente para controlar los recursos naturales de los países pobres), de la enfermedad (hay que notar la desidia de una comunidad occidental investigadora que no ha invertido los esfuerzos suficientes en la búsqueda de una vacuna contra enfermedades como la malaria, tal vez porque no son enfermedades que afectan a los centros de decisión), y de las catástrofes naturales (cuyos efectos en los países menos desarrollados se ven multiplicados por las condiciones de vida miserables y la falta de infraestructuras adecuadas en las que viven sus habitantes).

No podemos hacer demagogia al hablar de la cuestión de la pobreza, pero no olvidemos que la radicalidad del mensaje de Jesús (la originalidad del Evangelio de las Bienaventuranzas) supone una opción rotunda y radical por los pobres, “bienaventurados porque ellos serán llamados Hijos de Dios”, y un compromiso en la lucha contra la pobreza y contra la desigualdad creciente que está dejando a su suerte a un tercio de la humanidad (que se dice pronto). Un mensaje que fue toda una revolución y que le llevó a la muerte. Jesús, que por cierto no se ordenó sacerdote ni viajó por medio mundo, y por supuesto no dirigió ningún Estado, rompió con el orden establecido. Tampoco fue nombrado “superior” aunque quienes lo seguían le dijeran “maestro”, pero en cambio su voz y su mensaje provocaron una convulsión que dura hasta nuestros días. No podemos perder los ideales por lo que Jesús de Nazaret dió su vida y que tienen como destinatarios privilegiados a los pobres. Éste es posiblemente el gran reto al que deberíamos hacer frente los creyentes.

A lo mejor es el momento de empezar “a dar la vuelta a la tortilla”. De pensar en otro modelo de Iglesia menos institucionalizada y más carismática. De empezar a cambiar nuestro lenguaje, nuestras vestiduras, nuestras liturgias, nuestras ceremonias, nuestros rezos, nuestras eucaristías, nuestras normas canónicas y nuestras economías; de crear otras formas de vida en comunidad donde impere la libertad y el compromiso responsable y donde sean las propias comunidades de creyentes quienes gestionen nuestras parroquias, de revisar el sentido de algunas cuestiones que hemos elevado a categoría de fe (empezando por el celibato, el papel de la mujer en la Iglesia o el uso de los métodos anticonceptivos), de reestructurar nuestras jerarquías… En definitiva, que la vivencia de la FE ocupe el lugar central que le corresponde en la RELIGIÓN.

Cuál es el papel de la Iglesia en nuestro mundo, cuáles debieran ser sus prioridades y cuál la bandera a enarbolar son cuestiones a las que todos los que formamos la Iglesia debemos respondernos. Muchos creemos que desde el Evangelio el gran reto de nuestros días sigue siendo el mismo reto que lanzó Jesús cuando pronunció las Bienaventuranzas, cuando echó a los mercaderes del Templo, cuando perdonó a los que lo crucificaban o cuando multiplicó los panes y los peces. Esto es, anunciar un mensaje de amor y esperanza desde la convicción en la bondad paternal de Dios y la opción por los pobres, en lugar de concentrarnos en una Iglesia pensada en clave institucional, jerarquizada y dividida en clérigos y laicos y perdida muchas veces en incoherencias y en disputas y divisiones internas que nos alejan del núcleo central del mensaje de Jesús. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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