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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

enfrente

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UNO ¿MITO O META?
Jn 17, 20-26
MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@wanadoo.es
MADRID.

ECLESALIA, 08/05/08.- Jesús recoge un ancestral anhelo humano: el profundo y escondido deseo de unidad y, desde el reconocimiento de su propia identidad (“para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti...”, transforma el mito en meta.

A un paso de celebrar nuevamente la llegada del Espíritu Santo, que había de consolar y animar a aquella pequeña comunidad escondida y atemorizada, el evangelio de Juan me lleva a reflexionar que la meta propuesta por Jesús no es un lugar idílico donde todos, iguales y perfectos, nos reconozcamos como uno con Dios y con los demás. Jesús aporta algo esencial recogiendo el mito de la unidad y convirtiéndolo en meta de la vida en comunidad: el Amor.

En el Amor, los contrarios se transforman en complementarios; y como el amor está reñido con el miedo, surgen nuevos frutos que hacen vivir con paz y alegría, aún en medio de los problemas y dificultades de cada día.

En el Amor, dejamos de agruparnos por afinidades, cerrándonos a otros que a su vez de agrupan por otras distintas. Digo afinidades como algo genérico, pero habría que hablar de vocaciones, religiones, culturas, sexos... mientras resuena una y otra vez el eco de las palabras de Jesús: “para que sean uno, como nosotros somos uno”.

En el Amor, la meta es el propio camino.

Después de más de dos mil años de esta Buena Noticia, seguimos enfrente unos de otros, cuando no enfrentados o arrojándonos piedras, silencios o ironías. Sufriendo, consciente o inconscientemente, por lograr esa mítica unidad que no alcanzamos por que nos anclamos en lo superficial, lo exterior, sin dejar que el Espíritu de Dios actúe desde lo profundo de cada uno. Y Jesús nos acompaña paso a paso, desde el arcén, viendo con tristeza nuestras luchas y repartiendo agua y bocadillos, esperando que dejemos de perder eternamente el tiempo en luchas y divisiones y nos abracemos de una vez por todas.

A todo esto hay que añadir un tema que me sobrecoge: la gran responsabilidad que tenemos, cada uno y todos como comunidad de creyentes: “Padre Santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos...”. No hablamos el lenguaje de Jesús, el lenguaje del Amor, y esa es la causa de que se generen idiomas que nos alejan de la comprensión y la cercanía de unos con otros. Esto tiene un precio muy alto: boicoteamos el Mensaje y no llega a quienes podrían creer en Él a través de nuestro testimonio. Se necesita mucha humildad para ser mensajeros del Amor de Dios.

¡Ven, Espíritu Santo, qué falta nos hace! (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


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