ojos abiertos
GUÍAS TUERTOS
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA PÉREZ
MADRID.
ECLESALIA, 15/02/08.- Nuevamente, nuestros obispos han vuelto a centrar el debate político por unos días. Y ello a raíz de algunas reflexiones emitidas en una nota en torno al sentido del voto en las próximas elecciones generales. Como ya es costumbre, colocándose claramente a un lado del espectro político y provocando malestar en el otro y en muchos cristianos que estamos cansados del escoramiento permanente de nuestros obispos.
He leído la nota y, salvo matizaciones puntuales, no he encontrado en ella ninguna mentira. Pero tampoco he encontrado toda la verdad. Ni una referencia a una guerra ilegítima, inmoral e injusta, que ha causado ya al menos 150.000 muertos, y a un estilo de relaciones internacionales que ironiza sobre cualquier intento de conciliación, por utópico que sea. Ni una alusión a una forma de hacer periodismo que se caracteriza por la falta más absoluta de respeto al adversario y que tiene su máximo baluarte en una cadena de radio vinculada a la Conferencia Episcopal. Ni una alusión a la desconfianza en la justicia sembrada sistemáticamente por algunos en nuestro país.
Estamos, pues, ante una visión parcial de la realidad. Y si hemos de hacer caso de la introducción de la propia nota, habría que descartar cualquier tipo de malicia en ello. Se trataría, por tanto, de una incapacidad real para ver, de una limitación de la mirada que sólo permite ver una parte de la realidad. De una visión tuerta, en definitiva.
¿Cómo se podría haber llegado hasta esta situación? Dos mecanismos se me ocurren para ello, que no son excluyentes entre sí:
Uno constitucional o genético: la Iglesia está sociológicamente estructurada como una gerontocracia endogámica. La edad media de sus gobernantes/servidores es elevada, consecuencia de una elección que en el mejor de los casos se realiza en torno a la edad media de la vida, y que se mantiene hasta una avanzada edad. Por otro lado, el control que mantiene la estructura jerárquica de la Iglesia sobre sus nuevos miembros facilita la perpetuación de visiones que, a fuerza de repetirse de forma reiterada, pueden dejar de responder adecuadamente a la realidad. A nivel biológico, por poner un ejemplo, ninguna especie se caracteriza por el predominio de los más ancianos, que, generalmente, dejan su lugar a individuos más jóvenes y mejor adaptados; y la endogamia reproduce hasta el infinito los errores genéticos, lo que deteriora inevitablemente a la especie multiplicando sus malformaciones, lo que acaba en un debilitamiento evidente de la población. Ambos fenómenos unidos, en el caso de la jerarquía eclesial, favorecen la extensión de comportamientos inadaptados que, curiosamente, alcanzan la pretensión de normalidad.
El otro podría interpretarse, por el contrario, como consecuencia de un comportamiento adquirido: son tantos los guiños que la Iglesia ha dirigido al poder a lo largo de la historia, y a los partidos de derecha en el último siglo, que el ojo afecto puede haber perdido transitoriamente la posibilidad de abrirse.
De ninguna manera se debe entender lo anterior como una negación de la acción del Espíritu en la Iglesia. Más bien, considerando que la acción de Dios en la historia tiene lugar en muchas ocasiones a través de mediaciones humanas, tienen la intención de valorar las limitaciones históricas que pueden reducir la transparencia de estas mediaciones a dicha acción.
¿Qué podemos hacer, pues, quienes, como creyentes, queremos mantener los dos ojos abiertos? Pues aceptar también las limitaciones de las mediaciones humanas, y asumir la imperfección de cualquiera de los proyectos políticos que confluyen a las elecciones. Si desde la derecha política se suele mantener una alta sensibilidad a valores como la tradición, la libertad individual, el mérito y la dignidad de la vida humana en su comienzo y en su final, desde la izquierda se pone más énfasis en la justicia social, la igualdad, la dignidad del hombre entre el nacimiento y la muerte y la búsqueda de nuevos modelos de organización que posibiliten un desarrollo real de los derechos de las personas. Lamentablemente, unos y otros lo hacen a costa de negar al contrario y, con ello, de empobrecer la perspectiva.
Habremos de decidir a quién votamos conscientes de su limitación y, por tanto, de la limitación de nuestro voto. Con una consciencia responsable, que nos lleve a intentar compensar, en nuestra vida y compromiso cotidianos, aquellos valores que descuide la opción política elegida por nosotros, o la triunfante en las contienda electoral. Será posible que algunos podamos llegar a la decisión de no votar, o de hacerlo en blanco, pero eso no nos permite olvidarnos del compromiso personal y diario por una sociedad más justa.
De cualquier manera, nuestra opción electoral será humilde y consciente de su limitación. Y ello nos llevará a aceptar, y no rechazar, al que piense de manera distinta a la nuestra, aún cuando ello no lleve a que dejemos de defender las posturas que creemos más justas. Pero no, desde luego, al modo de los políticos: a costa de reducir la realidad a planteamientos maniqueos y de faltar al respeto político a quienes no piensan como ellos. Y eso que muchos de ellos se reconocen católicos. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Con esta postura estaremos contribuyendo, sin duda, a la construcción de una sociedad más justa y democrática, de una política más respetuosa y fiel a la realidad, y de una Iglesia más significativamente evangélica. Y, quién sabe, quizás acabemos consiguiendo guiar a quienes, obispos o no, se empeñan en vivir su vida y su fe con una percepción tuerta de la realidad.
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