de la palabra II
EL RÍO DE LA PALABRA II
Encontrar la Palabra
JAIRO DEL AGUA, jairoagua@orange.es
ECLESALIA, 20/11/07.- Nos habíamos quedado en una Escritura contaminada, con una serie de dificultades para beber del río de la Palabra que la riega. Te había propuesto continuar con algunas pistas para alcanzar el agua limpia. Veamos:
1. La Presencia: Es la que hace sagrada la historia de este Pueblo. Es como el sol que ilumina, calienta y fecunda una tierra oscura y primitiva. La historia es terrena, a veces perversa. La voz que la intenta regenerar es divina. A esa Presencia la he llamado río porque baña la historia de nuestra Familia desde el principio. Una Presencia que va ganando caudal hasta hacerse presente y visible. Entonces la Palabra misma nos llama cara a cara. Quienes dan testimonio adolecerán también de defectos pero su Testamento es más comprensible, limpio y fiable que el anterior.
Esa Presencia no ha acompañado sólo a nuestro Pueblo. Creo firmemente que ha acompañado, de una u otra forma, a todos los pueblos[1]. Que ha extendido su manto protector sobre todos los rincones de la tierra. La diferencia quizás esté en la fidelidad mayor o menor de cada pueblo a su llamada. Los cristianos nos sentimos "privilegiados", agradecidos, reconocidos a la Mano que nos creó y no nos abandonó. No por eso somos mayores, ni mejores. Lo que no resta nada a mi fe, ni a la fidelidad a mis raíces, ni al gozo de pertenecer al Pueblo de la Encarnación. En mi ignorancia sólo sé que he sido elegido "desde siempre y para siempre" a la Vida y que me han dejado escrito el Camino para no perderme en la oscuridad terrena. Me supera y estremece este regalo. Ardo en deseos de compartir mi alegría. Pero no caeré en la tentación de despreciar a otros desde mi credo y mi doctrina.
Pues bien, para encontrar el río enhebrado en la Escritura, te será de gran provecho haber encontrado dentro de ti esa Presencia. Me atreveré a decir más: de poco te servirá la Escritura si no te lleva a descubrir esa Presencia en tu historia, dentro y fuera de ti mismo. Estoy convencido de que mi historia, como la tuya, es tan sagrada como la de Jacob, David o Pedro. Esa Presencia la hace hoy, como ayer, "historia sagrada"[2].
2. La coherencia: Nos han creado coherentes, a su imagen (Gn 1,26). Es precisamente la coherencia de Dios la que explica las permisiones al desvarío humano. Por esa coherencia "la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14) para mostrarnos el camino de vuelta al Padre, en vez de suprimir de un plumazo nuestra malversada libertad.
La coherencia es, por tanto, una buena herramienta para filtrar las narraciones bíblicas y extraer el agua limpia. Es imposible que Dios pueda contradecirse. No puede afirmar algo en un párrafo para negarlo en otro. No puede dibujarnos un rostro de Dios aquí para disfrazarlo allí. Pero las incoherencias están (en el PT[3] sobre todo). Luego no son Palabra o hay que buscarles otro sentido que el literal. Por eso muchos clamamos que se deje el PT en su sitio y no se abuse de confusas o incoherentes lecturas en nuestras celebraciones. Estamos a años luz de aquellas percepciones gracias a la Buena Noticia. Es cierto que hay textos bellísimos en los que el río todo lo empapa. Debemos aprovecharlos. Pero no podemos abusar del PT como si no hubiera sido superado por la Palabra encarnada. "El vino nuevo se echa en odres nuevos" (Mt 9,17). "Aquel mismo velo sigue ahí cuando leen el AT y no se les descubre que con el Mesías caduca" (2Cor 3,14). Por tanto, coherencia en la búsqueda del sentido y en la selección de textos. Si un texto hiere tu coherencia cristiana o tu intuición interior, deséchalo de momento. No pasa nada, la Escritura es muy amplia. Busca lo que te alimente hoy.
3. La sed: Es la brújula de nuestras búsquedas (Jn 7,37). Hay tanta sed de Dios en el hombre que su Presencia es detectada tanto por nuestra siempre incompleta saciedad, como por el aumento de la sed a medida que nos acercamos. Ese instinto interior nos hará distinguir el agua del verdín flotante (Dt 32,2). O nos agudizará el ingenio para apretar el barro y extraer sus gotas. O nos impulsará a cavar para besar la corriente subterránea. Incluso nos dará coraje para golpear la roca y arrebatarle su corazón de agua. Esa sed aguda es prueba inequívoca de la existencia del Agua: "Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche"[4].
La sed reconoce instintivamente el agua, te guía mientras exploras la Escritura. Podrás distinguir la pecina o los sapos, con toda naturalidad, sin ningún escándalo, sin ninguna duda. Ya no preguntarás por qué hiere tu sentido cristiano esa concreta lectura. Sabrás filtrar, sabrás reconocer. No puedo resistirme a citar la sed de otro buscador: "¡Oh cristalina fuente / si en esos tus semblantes plateados / formases de repente / los ojos deseados / que tengo en mis entrañas dibujados!"[5]. Sólo el agua cristalina contiene los "ojos deseados". O si se quiere un ejemplo bíblico: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32). El ardor nos revela la cercanía del Fuego, como la sed nos lleva al Agua.
4. La promesa: ¿Quién podrá guiarnos en el descubrimiento del río de la Palabra mejor que la Palabra misma? (Jn 20,31) ¿Quién nos explicará la Escritura mejor que el Caminante de Emaús? Él nos lo dejó muy claro en su testamento: "Os he dicho estas cosas estando con vosotros; pero el defensor, el Espíritu Santo, el que el Padre enviará en mi nombre, Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho" (Jn 14,25). Y se va a la muerte diciendo: "Padre justo Yo te he revelado a ellos y seguiré revelándote, para que el amor que tú me has tenido esté con ellos y también yo esté con ellos" (Jn 17,26).
Por eso no hay que tener miedo de dejarse guiar por la intuición profunda, esa luz interior en la que se manifiesta el Espíritu. No temamos usar el alambique interior para separar el agua -abundante o escasa- de sus circunstancias, peripecias y contaminaciones. Si te huele mal, si te sabe mal, si te hiere la garganta, puede que estés queriendo beberte los lagartos de la orilla. Utiliza tu sentido común, tu coherencia y tu intuición. No dudes que en la honradez de tu fondo, en tu búsqueda sincera, en tu desasimiento, en tu abandono a la verdad, está el Paráclito prometido (Jn 14,26).
5. Los síntomas: Hay síntomas internos, sensaciones profundas, que te confirman si has descubierto el "agua del río" dentro de la Escritura: El gozo profundo (Mt 11,25); la paz interior, no exenta, a veces, de tensión o conflicto exterior (Lc 2,34); la coherencia con lo que mana en tu profundidad desapropiada, el Espíritu nunca se contradice (Lc 8,16); el realismo o posibilidad real de llevarlo a tu vida y la fuerza para afrontar lo descubierto. Son los mismos síntomas que te deja el descubrimiento de la voluntad de Dios auténtica (no la imaginada, condicionada, ideologizada o impuesta).
Si esos síntomas te acompañan, con toda probabilidad el Espíritu está contigo. No olvides que Él asiste a nuestro Pueblo en su peregrinar, pero también te asiste y te acompaña individualmente. ¡Él es tu heredad y tu copa! ¡Fíate! (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
En el próximo y último artículo abordaré los peligros en el acceso a la Escritura.
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[1] Véase, por ejemplo, la referencia a Efraín en Os 11,3 y Lc 13,29.
[2] Véase, por ejemplo, Mt 28,20.
[3] PT = Primer Testamento, antes llamado Antiguo Testamento.
[4] San Juan de la Cruz: Cantar del alma, estribillo.
[5] San Juan de la Cruz: Cántico Espiritual, estrofa 11.
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