frescor
CONOCER EL FONDO...
ENCAR GONZALEZ-CAMPOS JIMÉNEZ, agustina misionera
VALLADOLID.
ECLESALIA, 26/07/07.- Es curioso, en el seno materno estamos inmersos en una bolsa de agua y cuando nacemos ninguno de nosotros sabemos nadar.
Sólo tenemos la oportunidad de aprender a nadar cuando la vida pone cerca de nosotros un río, un mar, una piscina o un lago en el que podamos practicar nuestros primeros chapoteos y cuando alguien nos invita a sumergirnos con la seguridad de que está a nuestro lado y no va a pasarnos nada.
Frecuentemente estas experiencias las tenemos cuando somos niños, es como dar nuestros primeros pasos es un hábitat que no es el nuestro: el agua.
Las primeras experiencias con el agua suelen ser de miedo, de temor ante lo desconocido, ante la sensación de no hacer pie y no poder controlar nuestros movimientos para que el cuerpo flote. La sinrazón nubla la razón del proceso mental que hay que hacer rápidamente para serenarnos y ser capaces de mantenernos a flote.
Por eso, para nadar... para vivir... hay que hacer un proceso, un camino que a veces se presenta suave y tranquilo y otras áspero e inseguro... pero hay que hacerlo.
Te invito a comenzar a nadar, si no sabes, o no te sientes con seguridad para mantenerte a flote busca ayudas. Existen flotadores, cuerdas, corchos, soportes que nos inician en ese entrenamiento y a los que siempre podremos acudir si nos sentimos más débiles. Pero, nunca dejes de nadar pues... nadar es vivir.
Nadar supone "lanzarse al fondo" no saber lo que allí vas a encontrar pero tener la seguridad de que vas a emerger del agua porque la fuerza interior que tienes dentro te va a llevar hacia arriba.
Nadar supone "dejarse hacer por Dios", es decir, saber que en cada brazada que das Dios y tú estáis unidos, Él nunca nos abandona y, menos aún cuando le buscamos desde nuestra debilidad e inseguridad.
Nadar supone "exponerte a mareas calmadas o fuertes oleajes" que pueden zarandearte despistándote del trayecto que debes hacer para llegar a la orilla, esto supone un gran riesgo que no todos estamos dispuestos a correr por temor a las consecuencias que nos pueda traer lo desconocido.
Nadar supone "perder la temperatura corporal", estar expuesto al frío o el calor de los hermanos que nadan en tu vida.
Nadar supone "ser fuertes" para bracear y aletear con energía. Esta fuerza sólo nos puede venir de lo alto y esa fuerza nos ayudará a avanzar, al ritmo que sea, eso es lo de menos, lo importante es no sucumbir y seguir nadando.
Los más adiestrados son capaces de bucear, los más arriesgados son aquellos que no se conforman con la superficie del agua que ven sino que se sumergen hacia la profundidad desconocida en el mar.
Quiero ser, y te invito a ser, de aquellos que se lanzan a la oscuridad del mar, aquellos que son capaces de descubrir las riquezas y los tesoros que se albergan en el fondo. Quiero descubrir los corales blancos y fuertes que esconden peces de colores entre sus extremidades. Quiero descubrir la vida que fluye en la profundidad, valorar cada cosa, extasiarme con la belleza de cada una de las criaturas que viven en el fondo. Quiero encontrar la estrella marina que con sus aspas me indique el camino para encontrarte a ti tal y como hizo la estrella de Belén en el cielo para mostrarnos el camino que nos llevó a Jesús.
Si encuentro seres vivos agresivos me esconderé hasta que pasen, es mejor no enfrentarse con quien no merece la pena luchar. Si encuentro animales dóciles y cercanos me asomaré tímidamente para encontrar en ellos la belleza de la creación que Dios hizo como regalo a nuestras manos, ojos, pies, oídos...
Tengo que aletear deprisa para moverme como un pez, para sentir en el rostro la suavidad y el frescor del agua, para creer de verdad que "es posible nadar, es posible avanzar sin sucumbir".
La diversidad está en el mar, miles de seres y partículas diferentes viven en un mismo hábitat a pesar de ser distintos en tamaño, color, forma de vida, reproducción,... pero... son capaces de convivir y de no romper la armonía de la creación.
Para bucear hay que entrenar, no basta con lanzarse temerariamente, creyendo que podemos llegar al fondo sin esfuerzo ni pericia. Para bucear, nadie mejor que Dios guiando nuestro nado hacia el fondo marino, hacia el fondo de nosotros mismos. A veces necesitaremos amigos, compañeros de viaje, que nos ayuden a alcanzarlo, que nos envíen oxígeno cuando nuestra bombona se vaya agotando, otras veces nos tocará bucear solos pero sabiendo que Dios y nuestros amigos están arriba, en la barca, atentos al movimiento del agua y deseando vernos emerger con una sonrisa en los labios.
Cuando llegues a la orilla ponte depié y mira de frente al mar. No temas su grandeza, admira su color, su sonido, siente la brisa en tu piel... es Dios que te habla y te susurra al oído: "Hijo mío, que estás en la tierra, se fuerte, que tu valentía te impulse a lanzarte hacia tu interior para encontrar lo grande y maravilloso que eres. No te dejes vencer por el desánimo y la incomprensión. Nada hijo mío, nada siempre para no hundirte y para decirle al mundo que sabes, que puedes y que quieres seguir nadando todos los días. Ayuda a tus hermanos en sus brazadas, que no sucumban. Todos son importantes porque a todos os he creado para ser felices. Hijo mío, si te paralizas te hundirás... si mueves brazos y pies resistirás, si confías en mí te deslizarás como una criatura más del mar que conoce el fondo, porque -conoce su fondo-... y si ayudas a otros en su trayectoria Yo, tu Dios, seré inmensamente más feliz". (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
0 comentarios