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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

siervo bueno

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SIERVO BUENO
Francisco Javier Ibisate, jesuita, 1930-2007
JON SOBRINO, 24/04/07
SAN SALVADOR (EL SALVADOR).

ECLESALIA, 03/05/07.- El Padre Ibisate acaba de morir hace media hora. Era previsible, pero mucha gente está llorando. Ante todo, fue un hombre bueno y muy querido. Dios nuestro Señor le está diciendo: "Muy bien, siervo bueno. Entra en el gozo de tu Señor" (Mateo 25, 23).

Murió con la serenidad y dulzura con que había vivido. Se despidió de los presentes, el Padre Chema Tojeira y la Dra. Miny Ester Romero, y les pidió que le despidieran de su familia en España. Dijo que iba a unirse con Mons. Romero y con sus Hermanos Mártires. Y quedó en la paz del Señor. Verdad es lo que decían los primeros cristianos, nuestros hermanos mayores: “Dichosos los que mueren en el Señor”.

Javier Ibisate, el padre Ibis, llenó los 76 años de su vida de fidelidad a Dios. La hizo transparente de muchas maneras. Cualquiera que le viese celebrar la eucaristía y predicar homilías, quedaba convencido de que Dios fue una realidad muy real y muy cercana para él. No se le convirtió en rutina, sino que hasta el final fue referente esencial de su vida, fuerza en su debilidad y alegría que se hacía presente en tantas cosas buenas que vio en El Salvador. La vida le fue mostrando lo profundo del misterio de Dios, y creo que siempre mantuvo la honda sencillez religiosa que heredó de su familia.

Escuchó la llamada de Dios y entró de jesuita en Loyola. Un año después escuchó otra llamada y se vino a El Salvador. Aquí se encontró con Dios de muchas formas y en muchos lugares. En la aulas de la UCA y en las bombas y cateos en su casa, y siempre entre los pobres y los más pequeños. Con gran gusto, y con seriedad total, se dedicaba todos los fines de semana a celebrar eucaristías en varias parroquias pobres, en San José del Pino, en El Calvario, sin ninguna rutina, sino con la alegría de juntarse con sus hermanos y hermanas ante Dios.

Creyente en Dios, creyó también en el potencial de los seres humanos, de todos. Por Gorbachov -y la perestroika- sentía debilidad. La última vez que hablé con él, hace cinco días, me dijo: “Gorbachov es un gran creyente. Para él lo más importante es la persona humana”. Y el creyente Ibisate veía fe, sin ninguna duda, en el soviético Gorbachov

Su devoción a Monseñor Romero fue total, cariñosa y agradecida. Y en él veía a Dios, como bien lo dijo un compañero suyo Ignacio Ellacuría: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”. Ibisate fue un hombre de Dios.

Fue también hombre de Iglesia, con sencillez y sin fanatismos. Citaba con frecuencia a Medellín y Puebla, y las encíclicas sociales de Juan Pablo II. Se ponía contento cuando la Iglesia hablaba bien de los temas importantes para la gente: la justicia, la verdad y la vida para las mayorías pobres. Gozaba cuando la Iglesia se entregaba de verdad a los pobres. En los últimos días mencionó con frecuencia a María Julia Hernández, directora de tutela Legal del arzobispado, que acababa de fallecer, totalmente dedicada a los derechos humanos de los pobres y de las víctimas.

Le gustaba mucho la expresión “Iglesia de los pobres”, que hace años era llamada también “Iglesia popular”. A la institución lo pareció mal ese nombre, e Ibisate, con su humor característico, salió en su defensa: “Si la Iglesia “popular” no es verdadera Iglesia, ¿cuál será? ¿La “impopular”?”. No era irrespeto, sino veneración y agradecimiento a esos miles de pobres y oprimidos, víctimas y mártires, que forman las iglesias de nuestro país. Por ellos sintió siempre gran compasión.

Por el contrario sufrió mucho cuando veía que algunos -en ocasiones también antiguos alumnos de la UCA o discípulos suyos- no tomaban partido por los pobres, sino por los opulentos. Su profecía, dado su temperamento, podía parecer suave, pero era muy firme y certera. Al presidente de Estados Unidos y a la plana mayor de su gobierno los zahirió sin remilgos. Cuando sus manifestaciones en los periódicos le sacaban de quicio, desenfundaba el bolígrafo, dibujaba un círculo alrededor de los párrafos más irritantes y decía en voz alta: “mentirosos”.

En los últimos años escribió innumerables artículos sobre la economía mundial. La enjuiciaba no según creciese o decreciese, es decir midiendo la realidad humana en números, sino según diese de comer o no a los pobres, y sobre todo según humanizase o deshumanizase. Era la opción por los pobres de un intelectual. En ECA y en la revista Realidad publicaba artículos científicos. En Carta a las Iglesias y en Orientación publicaba artículos más comprensibles y al alcance de todos. No podía ocultar el gozo con que escribía estas cosas y la alegría cuando se las publicaban. Su ilusión era aportar un grano de arena para que prosperase la verdad y la vida. En Davos no vio solución, ni petición de perdón, ni arrepentimiento, ni propósito de enmienda. Porto Alegre, Mumbay, Nairobi le animaban a la esperanza. Llegará el día en que “otro mundo será posible”.

Como economista hablaba con mucha verdad y desde un gran amor. Y también con mucho gracejo para decir las cosas con toda claridad. “El problema del país no es el salario mínimo, sino el salario máximo. Sobre éste hay que legislar -y ponerle límite”. Y con gracejo remedaba a los sesudos que inventan nuevos lenguajes, como si con ello se arreglasen bien las cosas. Han inventado, por ejemplo, los “petrodólares”. Pero el Padre Ibisate inventó otro lenguaje más humano: los “pobredólares”. Al dólar se le puede ver desde el petróleo, un hidrocarburo, pero antes que nada hay que verlo desde el pobre, un ser humano. Que las remesas -dinero- de los emigrantes no hagan olvidar el sudor y la sangre de tantos salvadoreños y salvadoreñas.

Creo que el Padre Ibisate ha sido el jesuita más conocido y más querido dentro de la Universidad, y ningún compañero suyo lo pondrá en duda. Por sus cuarenta años en la UCA, por el gran número de estudiantes que pasaron por sus aulas y el decanato de Economía, muchos y muchas le recuerdan como el Padre Ibis. Gozaba dando clase, animándoles -“hijita”-, rompiéndose la cabeza en buscar aulas para todos en años de precariedad de locales. Con las secretarias, las señoras de la limpieza, los trabajadores más sencillos fue especialmente atento. La gente pobre se le daba bien. Eran como de la familia.

Y como si no tuviese pocas cosas que hacer, aceptó ser párroco de la Capilla de la UCA. Su nombre oficial es la de “Jesucristo Liberador”, aunque se le solía conocer como “Capilla Monseñor Romero”. Allí están enterrados sus seis compañeros mártires, y desde hace año y medio el Padre Jon Cortina. Con todos ellos vivió y trabajó.

Lilia, la encargada de la capilla, “la buena de Lilia”, como él solía decir, estaba llorando esta mañana. “Cuántas veces he preparado la capilla para que el Padre Ibisate recibiese a un difunto. Y ahora le vamos a recibir a él”. Nos cuenta también que, por más ocupado que estuviese, siempre encontraba un tiempo para un bautizo o un entierro. Lilia no olvidará cuando su hija cumplió quince años. El Padre Ibisate le dijo: “tengo una reunión, pero igual salgo antes”. Salió y celebró la misa. Y también tenía tiempo para casar a estudiantes. Un día, bajo la lluvia, esperó a la novia, que llegó con cuarenta minutos de retraso. Su paciencia en esos casos era proverbial.

Quiero terminar con un recuerdo personal, que comprenderán los de mi generación, los jesuitas sobre todo. En los años setenta, después de Medellín, no todos los jesuitas pensábamos igual. A Ibisate le asustaba un poco la radicalidad de Ellacuría con las nuevas ideas sobre la misión de la Iglesia, la denuncia profética, y todo lo que iba dejando Medellín, en 1968, y la Congregación General XXXII, en 1975. En lo sustancial estaba de acuerdo, pero a Ibisate, de carácter sensible, le hacían sufrir las tensiones internas que eso generaba entre nosotros, fenómeno bastante repetido en aquellos días. Pero todo cambió el 12 de marzo de 1977, el día en que asesinaron a Rutilio. El amor de Rutilio Grande por los campesinos y su sangre derramada nos dio a todos más luz y nos hizo a todos los jesuitas más hermanos. Las antiguas tensiones se tornaron en una amistad más profunda. La persecución no distinguía entre jesuitas. Amenazas y cateos para todos, y las bombas cayeron sobre todas nuestras casas.

El 16 de noviembre Ibisate encontró a primera hora de la mañana los cuerpos sin vida de sus hermanos muy queridos, y los de las dos mujeres. Los lloró de veras. Ahora todos ellos descansan en la misma capilla de la UCA. De distinto temperamento, unos más duros, otros más afables; de distintos conocimientos, unos más filosóficos, otros más económicos; de distintos apostolados, unos ejerciendo más el ministerio sacerdotal, otros analizando más la palabra de Dios, todos fueron hermanos. Esa es la herencia que nos dejan a todos. Y creo que es una herencia muy especial para los jesuitas de El Salvador. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Cuando asesinaron a las ocho personas de la UCA, hubo que buscar una bienaventuranza para cada una de ellas. Me acaban de pedir una cita bíblica para la esquela del Padre Ibisate. Valdría cualquiera de las ocho bienaventuranzas, pero como ya tienen dueño me he decidido por las siguientes palabras de Jesús con las que he comenzado:

"Muy bien, siervo bueno. Entra en el gozo de tu Señor" (Mateo 25, 23).


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