piropo
DE PIROPO A MISIÓN
Lucas 11, 27-28 en versión femenina y libre
MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@wanadoo.es
MADRID.
ECLESALIA.- Mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz diciendo: Dichoso el vientre que te llevo y los pechos que te criaron. Pero él repuso: Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
Aquella mujer supo que, un tal Jesús de Nazaret, andaba cerca del pueblo hablando a las gentes. Unos días antes, al acercarse a coger agua del pozo como solía hacer todos los días, unas vecinas le contaron apasionadamente lo que habían oído decir a aquel hombre. Sintió curiosidad por conocer al nuevo profeta y, aunque temió otra desilusión -¡había tantos pseudo-profetas y parlanchines en los tiempos que vivían!- decidió ir a escucharle y comprobar personalmente si eran verdad las maravillas que referían de él.
A las afueras del pueblo vio un numeroso grupo de gente atento a las palabras de aquel hombre. Se acercó y tomó asiento en medio del gentío. Al escucharle su curiosidad inicial pasó a sorpresa -¡jamás había oído a nadie hablar así!- y la sorpresa cedió paso a la entrega. Cada palabra escuchada ardía en su interior y, sin apenas darse cuenta, dejándose llevar por lo que sentía su corazón, gritó: Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.
Un piropo así no podía salir más que de la boca de una mujer que hubiera tenido la experiencia de generar vida. Una mujer que hubiera vivido el silencio de nueve meses de gestación y la disponibilidad de ser alimento, a través de su cuerpo, durante meses o años. Solamente una mujer que se sintiera orgullosa de su criatura y de ser madre, salta las barreras de la timidez, del qué dirán, hasta del ridículo, y osa expresarse como aquella anónima mujer lo hizo.
Al oírla, las cabezas de los oyentes se volvieron hacia el lugar de donde había salido la voz. La cara de la mujer se tornó púrpura pero, en un gesto de reafirmación, se irguió, colocándose graciosamente el manto que se le había deslizado por los hombros.
Jesús también levantó la vista para localizar a quien le había dirigido aquellas palabras y una amplia sonrisa iluminó su rostro, al tiempo que se dirigió a ella diciéndole: ¡Gracias, mujer!... ¡Vaya piropo!... mi madre que anda por aquí se sentirá muy orgullosa, pero he de decirte algo: Hay más dicha en los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
La palabra de Dios está sembrada en el corazón humano, es gestada en el silencio a la espera de ser escuchada y aceptada. Vivimos preñados de Dios, todos, seamos conscientes de ello o no, y en esto no hay diferencias de sexo, religión o cultura.
El proceso es el mismo que el de la gestación. Descubrir que tu interior está habitado, permanecer a la escucha -cómo crece, cómo transforma- y cumplir la misión escuchada: Dadles vosotros de comer dijo en aquella otra ocasión.
María, la madre de Jesús, efectivamente fue testigo presencial de la escena. Entendía lo que la mujer quería decir con esa forma de orgullo de una madre cuando alaban la persona de su hijo. No debieron dolerle las palabras de Jesús, conocía su sentido. La escucha, más la aceptación impulsan a la misión y ella llevaba muchos años a la escucha, guardando las cosas en su corazón cuando no las entendía y compartiéndolas cuando comprendía que no eran suyas. Así sucedía con su hijo, lo entregaba sabiendo que sería alimento para los que tuvieran hambre y sed de Dios. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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