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LA IMPOSICIÓN DE LA VERDAD
RAÚL H. LUGO RODRÍGUEZ
MÉRIDA (MÉXICO).
ECLESALIA, 06/10/06.- No hay posibilidad de dialogar con él. Es un hombre que posee la verdad. Así, con fina ironía, conversaba conmigo un amigo entrañable refiriéndose a su jefe en el trabajo. Este comentario me trajo a la mente la reciente discusión desatada por el discurso del Papa Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona. La búsqueda de un nuevo equilibrio entre racionalidad y fe, una renovada y fecunda interrelación entre estos dos ámbitos, que fue la temática abordada en el discurso papal, se ha visto oscurecida debido al manejo mediático y a la reacción de algunos grupos de países islámicos, motivada por la desafortunada cita hecha por el Papa al inicio de su alocución de una discusión tenida en 1391 entre un emperador cristiano y un sabio persa.
Si el discurso llevó el nombre de Fe, razón y universidad es porque el Papa intentaba afirmar la pertinencia de una facultad de teología en el marco de la búsqueda de la verdad que debería desarrollarse a diario en la universidad. Si la noción de ciencia, como algo empírico y verificable, es el único punto de referencia para la búsqueda de la verdad, una pobre verdad encontraremos. Sólo un sentido más amplio de razón, que no puede evadir la cuestión del Misterio, la cuestión de Dios, es la que puede conducirnos a un diálogo fecundo en el que la verdad total se revela.
Esto, como muy bien señala el Papa, excluye la violencia y cualquier uso de la fuerza, porque implica estar dispuesto a escuchar la verdad que se esconde en el discurso del otro, del distinto. El Papa puede haber cometido una incorrección política al insinuar que el Islam puede ser proclive a la violencia, pero la conclusión de que actuar en contra de la razón es actuar contra Dios, particularmente en lo que toca a las conversiones forzadas, que era el tema de discusión entre los dos sabios antiguos, está impecablemente demostrada.
Lo que me extraña es que el discurso haya hecho mella solamente en el mundo islámico. Las conclusiones del Papa deberían ser consideradas también desde todos los distintos fanatismos que se yerguen como poseedores de la verdad. Y aquí viene la relación de la irónica frase con la que comenzaba yo este artículo: detrás de todo tipo de violencia e imposición está alguien que se cree dueño de la verdad, que reniega de la capacidad racional de sus semejantes, que se siente con el deber de imponer su pensamiento porque, simple y sencillamente, es la verdad.
Y esto, aunque lo haya dicho el Papa, o mejor aún, precisamente porque lo ha dicho el Papa, debería motivar una seria reflexión en quienes somos cristianos. El pasado 14 de septiembre vio la luz una vigorosa denuncia del P. Hugo Cáceres Guinet, de la Congregación de los Hermanos Cristianos, publicada en esta misma tribuna (El diálogo en la Iglesia hace bien, Eclesalia 14/09/06), en contra de varias e injustificadas prohibiciones ejecutadas por el Arzobispo de Lima, Cardenal Cipriani. Comenta con dolor el documento acerca de amigos sacerdotes a quienes se les ha prohibido ejercer sus funciones eclesiásticas, amigos profesores que no pueden ejercitar su enseñanza en la parroquia donde se ubica la universidad en que trabajan, conozco instituciones que, en seminarios y jornadas de teología, han sido presionadas a cambiar temas y conferenciantes. Sé de la prohibición explícita del teólogo peruano de mayor prestigio internacional sobre el que no existe ninguna pena canónica ni condenación de Roma para hablar en público en la arquidiócesis de Lima. Estas situaciones aparecen tan arbitrarias y carentes de sustento que creo que detrás de estas prohibiciones no hay ningún celo por la verdad, ni el bienestar pastoral de los fieles, que son los fundamentos del principio episcopal de autoridad, sino sólo el ejercicio de un poder visto como un absoluto, enceguecido por el afán de imponer una noción eclesial que no corresponde a la asumida por el Magisterio en el Concilio Vaticano II.
Curiosamente, el sacerdote que levanta esta valiente denuncia, cita un texto del Papa Benedicto cuando era todavía el teólogo Ratzinger, en el que definía así la tarea del teólogo: La verdadera obediencia no es la obediencia de los aduladores, que evitan todo choque y ponen su intangible comodidad por encima de todas las cosas. Lo que necesita la Iglesia de hoy y de todos los tiempos no son panegiristas de lo existente, sino hombres con quienes la humildad y la obediencia no sean menores que la pasión por la verdad; hombres que den testimonio a despecho de todo ataque y distorsión de sus palabras
Es también fanatismo recurrir a razones de autoridad para enfrentar todas las interrogantes humanas: Esto es así, y si dudas o no estás de acuerdo es que no tienes fe. La teología cristiana, como bien señala el Papa en su discurso, nació como una ciencia en diálogo con su tiempo. El diálogo hace bien, y como sostiene el P. Cáceres Guinet, más bien aún a aquellos que se sientan en la cabecera. El Cardenal de Lima tendría que escuchar con mayor detenimiento las reflexiones de Benedicto XVI. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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