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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

a la comunidad

SÍNITE, Revista de Pedagogía Religiosa, Nº 139

¿CÓMO EVANGELIZAR DESDE LAS PEQUEÑAS COMUNIDADES A LA COMUNIDAD CRISTIANA?
JOSÉ LUIS GRAUS PINA*, miembro de una comunidad inserta en la parroquia de San Ambrosio, Vallecas, Madrid; trabajador social con la Tercera Edad

1. Declaración de intenciones

No deja de ser curioso que en este número de Sinite se intente abordar cómo la pequeña comunidad puede ser un instrumento de evangelización, dentro de la propia Iglesia. Eso supone que la Iglesia en cuanto realidad concreta e histórica también es sujeto de evangelización, de seguir escuchando una y otra vez la Buena Noticia de Jesús y de convertir su corazón y obrar a la propuesta de Dios.

La finalidad de este artículo no es otra que la de compartir. Compartir sentimientos que surgen de la experiencia vivida en el seguimiento de Jesús. Compartir intuiciones que precisan ser contrastadas y verificadas, pero que entienden que en algunas cuestiones fundamentales y desde la pequeña comunidad, la Iglesia puede ir encaminando sus pasos de un modo más claro y decidido tras los pasos del Maestro, impulsados por su Espíritu. Compartir ideas que van surgiendo fruto del diálogo y la reflexión con otras personas que son también seguidoras de Jesús.

Por tanto no existe en ningún momento la pretensión de que lo que aquí voy a plantear sea lo único bueno, ni tan siquiera lo mejor. No pretendo situar estas líneas en el campo moral. Tampoco pretendo excluir ni otros sentimientos, ni otras intuiciones, ni otras ideas que ya se están dando en el camino del seguimiento de Jesús.

Estas líneas pretenden, aunque quizás sea mucha la pretensión, contribuir a integrar una realidad eclesial que en muchas ocasiones está fragmentada en exceso. Pretenden contribuir a construir, pues no faltan descripciones y reflexiones que constatan una desintegración existente y también real en el seno de nuestra propia Iglesia.

Es cierto que me he fijado mas en los aspectos que son mejorables y quizás en ocasiones el discurso pueda parecer negativo y aunque lo sea, quiero remarcar que está hecho con espíritu fraterno y con mucha esperanza. La intención es poder presentar pequeñas propuestas desde la experiencia comunitaria que pueda ayudar a la Iglesia a convertirse en Buena Noticia para todas las personas.

Voy a presentar qué aportaciones pueden hacer las pequeñas comunidades desde una perspectiva cuádruple, nada novedosa, pero a mi modo de ver muy interesante; analizaremos está cuestión desde la Koinonia o comunión, desde la Diakonia o servicio, desde la Leitourgia o celebración y desde la Martyria o testimonio.

Previo a todo esto vamos a presentar un pequeño análisis de la realidad, tanto eclesial como social, de modo sencillo, pero teniéndolo como marco de referencia para cada una de las cuestiones que vamos a abordar.

2. Ahora es el tiempo...

Me parece muy importante hacer una pequeña reflexión de contexto. ¿Dónde están las pequeñas comunidades?, ¿Cuál es nuestro momento social y eclesial? Sin duda la respuesta a estas preguntas nos dará mucha luz para plantear nuestras ideas.

La primera consideración que me gustaría hacer es que nuestro momento actual es complejo. No resulta tarea sencilla tomar conciencia de todo lo qué está sucediendo y más aún por qué está sucediendo. Sin embargo hacer cada día este ejercicio es fundamental para las personas que queremos seguir a Jesús. Pues esa realidad es llamada a ser buena noticia.

Creo que vivimos un momento en el que es muy difícil poder darnos cuenta de todo lo que sucede, a pesar de la “globalización”, es complicado tener una idea de conjunto, hay una tendencia a parcelar las situaciones, a vivir de un modo fragmentado. Esto hace que no podamos captar lo que verdaderamente sucede.

Sin ánimo de dar lecciones me gustaría ofrecer algunas pinceladas que puedan ayudar a ir adquiriendo esa mirada global.

Estamos hablando de una realidad dónde en la actualidad hay abiertos 20 conflictos bélicos en diferentes partes del mundo, con todo lo que eso implica y sin perder de vista que el negocio de las armas es uno de los que más dinero mueve. Pero por si acaso a alguien esto, que siendo real, se le quede lejano, estamos viviendo un momento atravesado por la violencia. Todos los días, cerca o lejos alguna persona sufre directa o indirectamente las consecuencias de vivir en un mundo violento. Se habla de violencia de género, violencia callejera, malos tratos a personas mayores, de infancia maltratada...

Otra cuestión importante es la del consumo. En este momento es en el que más se está consumiendo de toda la historia. De hecho ya se han hecho estudios para ver qué implica esto y una de las conclusiones a las que se ha llegado es que si todas las personas consumiéramos al ritmo de cómo lo hacen en Estados Unidos, las reservas naturales, llegarían hasta el año 2050. Esto implica dos cuestiones; por un lado la injusticia que supone que no todas las personas podamos consumir de la misma manera, es más, sólo una minoría podemos consumir de un modo brutal y exagerado a costa de que otros no lo hagan, pero por otro que este consumismo voraz está siendo tan irresponsable que pone en peligro la continuidad de la raza humana sobre el planeta. Esto está muy relacionado con el tema de la ecología, nuestra relación con el mundo que nos rodea es cada vez más agresiva, contaminamos, destruimos, consumimos... No hace falta hablar de los problemas que están empezando a generar la falta de petróleo y de agua, por ejemplo. No va por ahí, a mi modo de ver, el encargo recibido de Dios cuando puso en nuestras manos el mundo y nos dijo “Creced, multiplicaos y poblad la tierra...”

Muy relacionado con el consumo y la ecología está el hambre. Hoy sigue muriendo gente a causa de esto, casi 70.000 personas cada día, sin contar a las personas que no tienen que llevarse a la boca. Lo más triste es que esto lo hemos producido nosotros mismos, el reparto desigual de los bienes de este mundo es una responsabilidad estrictamente de los seres humanos. Evidentemente a macro escala es responsabilidad de los dirigentes de las naciones, pero a micro escala es responsabilidad de cada uno de nosotros. ¿Cuánto alimento no se desperdicia de modo injusto en nuestras ciudades, en nuestra casa, cuando con eso habría personas que no perderían la vida? Es una responsabilidad enorme la que tenemos en esta cuestión.

Otro elemento importante dentro de estas pinceladas que estamos dando, es el tema de la mujer. Varias O.N.G. nos han recordado que el rostro de la pobreza es femenino. Sobre todo son mujeres las que padecen las consecuencias de todo lo que hemos comentado antes. Pero mas allá de todo esto me parece que es una tarea obligada junto con las demás citadas luchar para que las mujeres puedan vivir con la misma dignidad que vivimos nosotros por el hecho de ser varones. Se que este tema genera polémica, pero mas allá de ésta me parece fundamental que esta cuestión se pueda abordar en términos de dignidad e igualdad.

La salud, es otra de las heridas abiertas en nuestro momento social. La enfermedad sigue haciéndose presente en la realidad humana y eso no tiene remedio, aunque algunos peleen buscando la fuente de la eterna juventud. Lo que sí tiene remedio y es nuestra responsabilidad, es atajar todas las enfermedades que se producen fruto de la falta de alimentación, fruto de la falta de agua... fruto en definitiva del desigual reaparto de los bienes que anteriormente citábamos. O realizar investigaciones científicas al servicio de las personas y no al servicio de los grandes laboratorios farmacéuticos. Dice un cantautor actual “se preguntan si hay vida en marte y yo me pregunto si aún la hay en las Barranquillas”[1], en ocasiones parece que el sujeto de la ciencia anda algo desenfocado. Es muy necesaria la investigación, pero prioritariamente al servicio de las personas y de un modo más concreto de las personas que tienen mayor necesidad.

La última pincelada que quisiera destacar en este breve análisis de la realidad, es la de la economía. Parece que el dinero sigue siendo un elemento discriminador fundamental. Que 1.100 millones de personas sobrevivan con menos de un dólar al día, según el informe anual de la O.N.U., no es un dato anecdótico. Según dicen algunos, el dinero es el verdadero motor de la historia, el motor absoluto al que se supedita todo, hasta las vidas de las personas, por eso mientras en los últimos 40 años el PIB mundial se ha duplicado la desigualdad económica se ha triplicado. Me resisto a creer que la economía tenga un valor tan determinante, pero es cierto que los intereses que despierta pueden conducir la realidad a abismos complejos. Por cuestiones económicas se reduce gasto social, por cuestiones económicas se prejubila a personas con grandes capacidades, por cuestiones económicas se endeudan los países que ya viven suficiente pobreza, por cuestiones económicas...

Estas cosas y muchas otras que no se reflejan aquí, es lo que sucede en nuestras sociedades, pero este pequeño análisis debe enriquecerse con la respuesta a la pregunta de qué sucede en la Iglesia.

Voy a tratar de dar unas breves pinceladas. Soy consciente de que corro el riesgo de ser y parecer simplista en mis planteamientos, pero no trato de hacer dogma de estas pinceladas, sino tratar de describir de un modo sencillo algo de lo que está pasando, algo que es importante y que condiciona nuestro existir como personas y como creyentes.

Vivimos, a mi entender, un momento eclesial de cierta inquietud. El nombramiento reciente del nuevo papa Benedicto XVI no ha dejado indiferente a nadie dentro de la comunidad eclesial. Algunos piensan que es una decisión apropiada, otros lo viven con desánimo y otros sencillamente permanecen expectantes. En cualquier caso es un hecho lo suficientemente novedoso para poder aventurar cualquier cuestión al respecto. A este acontecimiento hay que incorporarle otros aspectos más arraigados en los últimos años de la Iglesia.

Un elemento que describe el momento actual de la Iglesia es la fragmentación en diferentes ámbitos; se está dando una fragmentación institucional: hay sectores que están en disconformidad manifiesta en cuanto a cómo se está ejerciendo la autoridad y eso genera ruptura. Por otro lado hay temas de importancia que siguen latiendo de forma diversa en el conjunto de los creyentes, por ejemplo con el papel que la mujer debe ocupar en el seno de la Iglesia, o el celibato opcional. También genera fragmentación la distancia que se genera en ocasiones entre determinados posicionamientos del magisterio frente a determinadas cuestiones y la vivencia cotidiana de estos mismos temas por parte de muchos creyentes. Otro aspecto donde se puede visualizar la fragmentación es en lo que se ha denominado el euro centrismo de la Iglesia, manifestando en ocasiones falta de sensibilidad hacia las personas creyentes de la periferia. No digo esto con el ánimo de avivar la polémica, pues inicialmente no me pronuncio sobre los motivos que generan la fragmentación. Lo hago con la intención de constatar algo que está sucediendo.

Otro elemento que a mi entender puede definir el momento eclesial actual es el exceso de ritualismo a la hora de celebrar la fe. Sin duda el rito es importante en nuestras celebraciones, pero nunca hasta el punto de que se conviertan en el fin de las mismas. El intento del Concilio Vaticano II, por medio de su constitución Sacrosanctum Concilium, me parece necesario, pero habría que exprimir mucho mas sus planteamientos y ser capaces de avanzar mas en la búsqueda de acercar la vida a Dios y Dios a la vida por medio de las celebraciones. Es muy importante que las personas se acerquen al Misterio de Cristo, muerto y resucitado, pero tiene igual importancia acercar el Misterio a las personas, hacerlo accesible, comprensible, pero sobre todo vivible.

Pienso, con humildad, que también se está produciendo una devaluación en la vivencia vocacional de las personas que intentamos seguir a Jesús. La falta de vocaciones tanto a la vida sacerdotal, como a la vida religiosa, como al matrimonio cristiano, con todo lo que eso implica y supone es una evidencia. Podemos buscar los motivos fuera de la Iglesia, en la sociedad, en el mundo actual y sin duda encontraremos bastantes, pero pienso que también debemos buscar motivos dentro de nuestra propia realidad eclesial, alguno también vamos a encontrar. No es complejo encontrar curas que viven su ministerio como un ejercicio de autoridad más que como un servicio, religiosos y religiosas más pendientes de mantener las estructuras creadas durante años, incluso siglos, que de volver y actualizar una y otra vez sus orígenes y su carisma, matrimonios más inquietos por solventar su futuro y el de sus hijos que impulsados a buscar un futuro mejor para todas las personas. No significa esto que no haya curas entregados al servicio, religiosas y religiosos movidos por el Espíritu en la búsqueda del reino de Dios en la periferia, dónde nadie quiere estar, matrimonios con una vida comprometida en la creación de una sociedad mejor; son estas personas gracias a Dios las que avivan el fuego de nuestra esperanza en el seguimiento de Jesús. Pero eso no deja de evidenciar que la crisis vocacional también tiene origen ad intra.

También aquí podríamos seguir con pinceladas que matizaran o ahondaran en la realidad. Pero considero que es suficiente para el propósito que nos planteamos.

He resaltado los aspectos más negativos tanto en el mundo como en la Iglesia, pero frente a este desolador panorama, me uno a lo que afirma Casaldáliga “hay mucho bien, venciendo al mal”, eso es signo inequívoco de que a pesar de todo y sin negar nada de lo que está sucediendo, la muerte en ninguna de sus expresiones, ni en ninguna de sus manifestaciones va a tener la última palabra. La última y definitiva Palabra es el Señor Jesús, resucitado de entre los muertos que sigue encarnado en la realidad, en la nuestra para darnos vida y vida en abundancia.

Este es el contexto en el que germinan las pequeñas comunidades, pero germinan y deberán morir para dar fruto. Ahora es el Kairós, ahora es tiempo de salvación.

Intentaremos ver ahora como la pequeña comunidad puede ser un elemento de evangelización en el seno de la Iglesia por medio de los siguientes puntos.

3. La pequeña comunidad y la Koinonia en la Iglesia, como propuesta integradora de vocaciones en el seno de la Iglesia Comunidad de comunidades

Si hay un aspecto en dónde como Iglesia debemos crecer es en la Fraternidad. A mi modo de ver es el aspecto más inmaduro, en el seguimiento de Jesús. Digo esto porque en el núcleo de la comunidad debe situarse la Fraternidad. Consideramos que ésta es también una apuesta del Concilio Vaticano II cuando en el capitulo segundo de Lumen Gentium, antepone el Pueblo de Dios a cualquier otra cuestión, lo primero es éste, luego ya hablará de la jerarquía, de seglares y de religiosas y religiosos.

Desde ahí me gustaría poder apuntar unas ideas que no me toca a mi desarrollar, pero me parecen fundamentales y no quiero dar por supuestas; por un lado, nuestra fraternidad hunde sus raíces en la experiencia de un Dios Trinitario, ahí encontramos a un Dios hecho familia, hecho comunidad que nos acoge y nos invita a ser y vivir como Él y desde Él. Por otro lado y partiendo de aquí, no podemos entender la propuesta de Jesús sin entender su dimensión comunitaria. La propuesta salvífica de Jesús es para cada una de las personas con las que se encuentra, pero realizada en común.

A lo largo de toda la historia mujeres y hombres impulsados por el Espíritu han tratado de encarnar el seguimiento de Jesús y de su propuesta de modos diversos, pero me atrevo a decir que en las diferentes vocaciones y de un modo más o menos explícito lo comunitario ha estado presente, la fraternidad concreta y universal a un tiempo han sido elementos vertebradores de ese discernimiento.

Es verdad que el momento social invita un individualismo exagerado que trata de venderse como personalismo, pero consideramos que eso es falso. Un proyecto personalista, que ponga a la persona en el centro debe encaminarnos hacia la realización en común unión, con las demás personas, a la comunidad de vida en el Espíritu y por tanto a unas relaciones auténticamente fraternas.

No me parece menos cierto que en el momento eclesial que vivimos, hay un déficit importante en la vida fraterna. Cuentan que un ilustrado francés criticaba a la vida religiosa del momento del siguiente modo; “los frailes entran al convento sin conocerse, viven sin amarse y mueren sin llorarse”. No importa mucho ni quién, ni cuándo lo dijo. Lo que me parece importante es la denuncia de una realidad que con humildad podemos reconocer. Hagamos más amplia esta afirmación “los cristianos entran a la Iglesia sin conocerse, viven sin amarse y mueren sin llorarse”.

Evidentemente una generalización de este calibre, de suyo es falsa, pero creo que hay mucho de esto en nuestra vivencia. Pensemos en una Parroquia normal y corriente, cualquiera, y sin ningún tipo de maldad, es común encontrar a personas que no se conocen y por tanto no se aman, cuánto menos cuando mueran se llorarán. Esto lo que indica es que en fraternidad andamos con mucha necesidad de madurar y de mejorar. Que la comunidad es una palabra o un concepto que se ha ido vaciando de contenido y es, sin duda, tarea urgente vivificarla.

Es necesario hoy al igual que lo ha sido a lo largo de toda la historia de la Iglesia que surjan personas movidas por el Espíritu a recuperar de un modo real y cotidiano la importancia de la fraternidad, de la comunidad con un aire nuevo y creativo.

A raíz del Concilio Vaticano II y de sus apuestas, parece que lo comunitario a cobrado mayor importancia. Esto lo veo en el intento de la vida religiosa por volver a sus orígenes, en grupos de sacerdotes que deciden unir sus vidas para prestar un mejor servicio al reino, en la apuesta de muchos seglares por concretar su seguimiento de Jesús en comunidad. Es un abanico importante el que se abre, pero es un camino en el que todavía se tiene que andar mucho.

Desde todos estos intentos y en el momento social y eclesial que vivimos pienso que la Iglesia puede ser vivificada desde proyectos integradores, donde pueda darse en el foro de lo local, la comunión de vocaciones, donde sin perder la especificidad de cada uno de los ministerios, pero siendo igualmente hermanas y hermanos en Cristo Resucitado, nos pongamos codo con codo en el trabajo de reconstruir nuestra Iglesia, como el encargo que recibió Francisco de Asís en San Damián, y reconstruyendo la Iglesia crear reino dónde las personas que viven pobreza y aflicción son las primeras en sentarse al banquete.

La Iglesia debe ir caminando a ser cada vez más comunidad de comunidades, respondiendo de este modo a la propuesta genuina de Dios. Si Dios es Trinidad y nosotros somos imágenes de Dios, tenemos, por el hecho de ser bautizados y bautizadas, la imperante necesidad de convertirnos en Icono visible de esa Trinidad de Amor, que son el Padre, el Hijo y el Espíritu. Esta idea la desarrollaremos un poco más en el apartado del testimonio.

Seglares, religiosas, religiosos y sacerdotes, tendríamos que ir encaminando nuestros pasos en esa dirección y afrontar desde ahí el momento social que nos corresponde vivir y que por otro lado no es mejor, ni peor que otros momentos históricos en los que se ha intentado dar respuesta a este grito de Dios hecho voz, hecho carne en las personas que mas sufren.

Cuando de nuevo en Lumen Gentium se reconoce de un modo explícito que la Iglesia es como un Sacramento, apunta en esta dirección: hacer presente de un modo real y comprometido en medio del mundo a Dios Trinidad, a Dios Familia, a Dios Fraterno.

Por tanto el llamado es a que cada persona desde su vocación, cada comunidad desde su misión en el seno de la Iglesia haga presente esta realidad, más allá de estructuras de poder, más allá de ritos vacíos, más allá de propuestas que no sean liberadoras.

Esto nos exige a todos iniciar un camino de conversión y de discernimiento para ver cómo podemos responder de un modo más claro y decidido a la propuesta de Dios.

La pequeña comunidad está llamada a ser en el seno de la Iglesia semilla de comunión. En el momento actual la comunión es una tarea importante, es una cuestión abierta que requiere de mucho trabajo.

Por eso la unidad de las personas que creemos, se tiene que generar en torno al seguimiento y no confundirla como se hace en ocasiones en torno a la uniformidad. Las formas son importantes, pero no dejan de ser un elemento, un instrumento más al servicio de la tarea cotidiana.

Otro elemento importante es que la comunión se debe generar desde unas relaciones fraternas, no desde relaciones de poder o desde relaciones desiguales, como ya hemos comentado. Creo que la intuición del Concilio Vaticano II de dar tanta importancia al Pueblo de Dios, apunta en esa dirección. Todos los creyentes nos hacemos pueblo en el Bautismo.

En determinados sectores de la Iglesia parece que esta idea no esta muy interiorizada y se siguen planteando las cuestiones en términos de relaciones de poder, se plantean las cuestiones desde quién puede y quién no puede hacer las cosas. La pequeña comunidad debe aportar otra forma de ver y de entender las relaciones, debe aportar unos planteamientos más fraternos y desde ellos generar otras dinámicas de corresponsabilidad, de compartir.

Por otro lado no quiero evitar un tema que en la cuestión de la comunión me parece fundamental, es el tema de la mujer. Creo que no falto a nadie si digo que en el seno de la Iglesia la comunión está generada básicamente por hombres, pero aceptada y asumida por todas las personas. No pretendo hacer una reivindicación al uso sobre la cuestión de género, sino que podamos afrontar de un modo serio y maduro, la misión y la tarea de las mujeres en el seno de la Iglesia y que en ese trabajo ellas sean las primeras protagonistas, sin tener que verse obligadas una y otra vez a aceptar decisiones no tomadas por ellas mismas.

En esta cuestión la presencia de la pequeña comunidad me parece fundamental. Si la pequeña comunidad es de religiosas puede aportar en el seno de la Iglesia local otras formas de hacer y de vivir las cosas. Si la comunidad es de seglares puede manifestar que la comunión entre mujeres y hombres es signo de esperanza, es semilla de reino, es posibilidad de entender las relaciones de otro modo y desde ahí fortalecer la comunión no sólo de los pequeños proyectos, sino también de toda la comunidad eclesial desde el seguimiento en Jesús.

4. La pequeña comunidad y la Diakonia en la Iglesia

No quiero perder de vista una referencia importante a la hora de abordar este punto, el primer Diácono ha sido Jesús, Él ha venido para servir, no para ser servido, desde ahí arranca, nuestra reflexión.

Una vez más, sin ánimo de ser derrotista, tengo que decir que considero que con relación al servicio también estamos viviendo una situación de déficit, tanto social, como eclesial, si no la situación del mundo que vivimos sería bien distinta.

El diaconado ejercido por la Iglesia debe tener en el centro a las personas más desfavorecidas, viendo en ellas el rostro de Cristo y deben estar tanto en el centro de nuestra vida comprometida, como en el centro de nuestra vida celebrativa.

Los pobres son el sujeto directo y prioritario de la diaconía de la iglesia, pero no sólo de una manera asistencial, que en ocasiones es muy importante y necesaria, sino también de un modo promocional, tenemos que trabajar para que las personas puedan vivir con la dignidad que les corresponde, para que sean ellas mismas las que asuman el protagonismo de su vida, pero también tiene que ser estructural es preciso un servio que contribuya a eliminar las estructuras injustas, allá dónde se encuentren, eso es el Reinado de Dios. La ausencia de injusticia logrará erradicar el pecado y el mal del mundo.

La diaconía de la pequeña comunidad en el seno de la Iglesia es fundamental. No debemos perder de vista la actitud humilde del Maestro lavando los pies de la primera comunidad, y desde ahí ponernos a servir como él. Que las pequeñas comunidades sean conocidas por su actitud de servicio sería muy significativo para la Iglesia y para el mundo, pero no de cualquier servicio, sino aquel de los que intentan ser cada vez más pobres y sencillos, y de este modo ayudan a que la Iglesia, comunidad de comunidades, vuelva su mirada al rostro del pobre, porque en él descubre el rostro sufriente de Cristo.

El primer modo en que la pequeña comunidad debe hacer esto es desde el testimonio vital, y de ello hablaremos cuando lleguemos a la martyria. Desde este testimonio hay que asumir la tarea de animar a la comunidad de creyentes a que el compromiso vital, no sólo el económico, con las personas desfavorecidas es sueño de Dios para nosotros. Aunque en ocasiones quizás antes que animar, sea preciso hacer un trabajo de sensibilizar los corazones endurecidos como rocas, como dice Ezequiel.

El segundo modo en que la pequeña comunidad puede hacer servicio con esta cuestión es haciéndose y haciendo consciente en medio de la Iglesia del dolor de Dios, Padre y Madre, por el sufrimiento de todas y cada una de las personas que a lo largo de la historia y en este momento se están viendo ultrajadas en sus derechos fundamentales. Ante la herida abierta del mundo me pregunto sobre cuales serán los sentimientos de Dios. Mirando a Jesús, a veces puedo acercarme a intuir algo y la experiencia resulta desbordante. Brota en ese momento la cuestión por sí sola, ¿cómo podemos permanecer tranquilos ante esta situación?..

La única respuesta es el servicio, servicio ad intra, que impulse, ayude, anime, exhorte, implique a todas las personas creyentes en la tarea de construcción del Reinado de Dios, aquí y ahora. Servicio para que nuestra fraternidad se vaya configurando desde el rostro doliente de Cristo en las mujeres y varones de hoy. Servicio para hacerlo desde la esperanza de la resurrección y no desde otro lugar.

Ahora este servicio sólo lo podremos hacer desde las pequeñas comunidades si estamos insertos en la realidad cotidiana del mundo sufriente y desde esa realidad nos dejamos construir como personas y como hermanas y hermanos.

Desde este planteamiento la fraternidad se convierte en instrumento clave, porque promover relaciones fraternas en el seno de la Iglesia es clave en este proceso. Si esto lo hacemos solos, acabaremos desbordados por el dolor y el sufrimiento. Si lo hacemos en comunidad podremos sostener y ser sostenidos, animar y ser animados, contrastar y ser contratados y estoy convencido de que una Iglesia mas fraterna irá contribuyendo a que este mundo también lo sea.

5. La pequeña comunidad y la Leitourgia en la Iglesia

La celebración en la vida de la comunidad y por supuesto en la vida de la Iglesia es un elemento fundamental. Poner la vida delante de Dios, llevar a Dios a la vida es imprescindible para que su Reinado sea una realidad.

Ya comentaba al principio de estas líneas que el excesivo ritualismo está dejando vacío el mundo celebrativo. No quiero parecer destructivo, pero también en este aspecto hay un gran déficit eclesial. Este déficit se manifiesta básicamente en dos cuestiones.

Por un lado en lo inaccesible de las celebraciones. ¿Cuántas personas no entienden lo que sucede en nuestras celebraciones?, porque el lenguaje no es accesible, porque todo se llena de palabras que no dejan manifestarse a la Palabra, porque se pierde la dimensión simbólica de muchos de los gestos ahogados en palabras, o porque los símbolos utilizados no son explicados, porque en ocasiones lo que parece que sucede es magia más que celebración, porque la dimensión comunitaria de nuestras celebraciones queda absorbida por el protagonismo excesivo de algunos curas... Podríamos añadir una larga lista de porques.

Por otro lado porque la dinámica de ida y vuelta, de la vida a la celebración y de la celebración a la vida, está totalmente anulada. Tengo la suerte de participar en la vida pastoral de mi iglesia local y cada día puedo ver bastantes madres o abuelas (porque parece que esto no es cosa de hombres), que se acercan a pedir el bautismo para sus hijos recién nacidos, con la única motivación de que siempre se ha hecho así, porque ni la madre, ni la abuela se acercan por la parroquia para nada. También puedo ver a muchas niñas y niños que se acercan a las catequesis de comunión, generalmente solos, los padres tienen cosas más importantes que hacer que acompañar a sus hijos. Comulgar para ellas y para ellos es estar un rato en la Iglesia y luego recibir muchos regalos. También me encuentro con la realidad de bastantes parejas que deciden casarse en la Iglesia porque viste más que en el juzgado, y es que la boda del juzgado en tres minutos no parece boda. O porque sino me caso en la Iglesia mi suegra me mata... ¿A dónde quiero llegar con esto?, pues con todo mi respeto y con todo mi dolor, la vida sacramental está totalmente devaluada, pero lo maás duro de esto es que nosotros somos cómplices de lo que está sucediendo. Los sacramentos y las celebraciones dónde tienen lugar lo único que hacen es cristalizar un rito básicamente social.

No estoy diciendo que esto es lo único que sucede en la dimensión celebrativa de la Iglesia, pero creo que esto existe y en número importante de tal modo que tiene que ser tomado en consideración.

La pregunta que surge inexorablemente es ¿qué puede aportar la pequeña comunidad a la dimensión celebrativa de la Iglesia?

En primer lugar que la celebración tiene un elemento festivo que hoy parece desterrado de muchas de nuestra celebraciones. El carácter festivo de nuestras celebraciones está muy relacionado con la alegría que supone el mensaje de Jesús, aún más, Él mismo, en nuestra vida. Por eso la fiesta es importantísima. Recordarnos unos a otros que nuestra vida debe estar impregnada de la “perfecta alegría” de Francisco de Asís es clave, y eso debe ser llevado a la celebración. Aún en las celebraciones más dolorosas, la alegría de Dios hecha fiesta debe hacerse presente, aunque sea en minúsculas, pues hacen presente el todavía no que es el Reinado de Dios.

Cuando Romano Guardini publicó la obra “El espíritu de la liturgia”, presentaba un capítulo titulado la liturgia como juego con intuiciones muy válidas que a mi modo de ver sintonizan muy bien con este planteamiento, pues recuperando el carácter simbólico de nuestras celebraciones se recupera mucho de su sentido festivo y profundo.

En segundo lugar que nuestra celebración es básicamente comunitaria, el Concilio Vaticano II en S.C. 26, incide en esto haciendo una apuesta por las celebraciones de carácter público, perteneciendo a todo el cuerpo de la Iglesia. En la celebración litúrgica la comunidad se constituye y configura en torno a su único Señor, Cristo resucitado. Por un lado pues la celebración es expresión de la fe de la comunidad, pero por otro la celebración es constitución y configuración de la comunidad en torno a su Señor. Que las celebraciones tengan un marcado carácter comunitario debe implicar que son celebraciones de todas las personas y sobre todo para todas las personas. Se debería apostar por un marcado carácter inclusivo de nuestras celebraciones, como una de las mejores expresiones del amor sin condiciones que Dios tiene para toda la humanidad.

En este mundo roto y mal herido la celebración y la comunidad que celebra debe adquirir una marcada apuesta escatológica. Celebramos en el hoy, que el mañana de Dios para la humanidad ya es realidad. Las pequeñas comunidades pueden contribuir a que nuestras celebraciones en tono festivo puedan ser comunitariamente para todas las personas, porque hoy celebramos que de algún modo la promesa de Dios ya se está realizando por medio de su gracia y de su amor en las personas que deciden seguir sus pasos.

Dentro de este contexto el rito y la propia liturgia, no dejan de ser un instrumento al servicio de la comunidad que celebra. Pero es importante que vaya existiendo comunidad que celebra y por eso la tarea de las pequeñas comunidades de ir creando ese “cuerpo comunitario”, que es la iglesia es fundamental. Podríamos decir de otro modo lo que ya dijimos en puntos anteriores; la iglesia también es comunidad de comunidades que Celebra la presencia salvífica y liberadora de Su Señor en medio de la realidad del mundo.

Por eso la pequeña comunidad tiene el reto de que la Palabra de Dios, se haga palabra para todas las personas y no sólo para unos pocos, pues la pequeña comunidad también tiene necesidad de la Palabra cada día, desde ella, que es Presencia real y auténtica de Jesús, Hijo de Dios por el Espíritu, se mueve, se contrasta y celebra.

Otro reto fundamental es recuperar la dimensión de lo simbólico. No hacen falta generar gestos grandilocuentes, sino recuperar los pequeños símbolos de la vida cotidiana para manifestar la presencia salvífica de Dios en medio de todas las personas.

A nivel más práctico, pero no menos importante, la renovación de la liturgia sigue teniendo cuestiones pendientes. Es preciso animar nuestras celebraciones con canciones apropiadas, pero no apropiadas al templo o a la solemnidad , sino apropiadas a las personas que participan en las celebraciones, para que con su canto puedan dirigirse a Dios, Padre de toda criatura. Por eso opino que un coro puede ayudar a orar, pero es nuestra voz, mejor o peor, la que contribuye a que la celebración se vaya haciendo una realidad. Otro elemento que está cobrando fuerza últimamente es la danza o ¿es que no podemos celebrar no solo con nuestra voz, sino también con nuestro cuerpo?, podemos pedir que Dios nos bendiga con nuestra voz, pero también podemos hacerlo con nuestro cuerpo, danzando como danzó el rey David. En estas cuestiones el trabajo cotidiano en las celebraciones de la pequeña comunidad me parece un elemento de carácter imprescindible.

6. La pequeña comunidad y la Martyria en la Iglesia

La palabra martyria, ha ido vinculada a lo que hoy conocemos como martirio, pero tiene su origen en un concepto mucho más amplio, como es el testimonio. Es en esta clave en la que vamos a desarrollar este punto. Vamos a tratar de ver cual debe ser el testimonio de la pequeña comunidad a la hora de contribuir siendo buena noticia al interno de la Iglesia.

El testimonio se produce cuando la otra persona percibe, siente, ve lo que uno, en este caso, dice, expresa, manifiesta, con su palabra o con su silencio, con su obra o con su omisión. Y partiendo de ahí, el testimonio está estrechamente vinculado a la imagen. Y me refiero a la expresión más íntima y profunda de la palabra imagen, no como mera superficialidad, sino como manifestación profunda de lo que habita en el interior de las personas y de las comunidades.

Desde ahí la Iglesia, las pequeñas comunidades y por supuesto las personas deben situarse en la dirección de Gn. 1, 27. Mujer y hombre, somos imagen de Dios. Cuando nos reunimos en comunidad también somos imagen de Dios, del mismo modo como Iglesia, tanto en cuanto la formamos y la constituimos.

No voy a hacer ningún análisis de la imagen que como Iglesia proyectamos “extra muros”, pues no es este el lugar, precisando además de muchas aclaraciones. Pero sí que quisiera referirme a la imagen que las personas que creemos tenemos de nuestra Iglesia.

Habiendo cosas positivas y valiosas en la imagen que transmitimos, también hay otras que no son imagen de Dios, sino más bien de nuestra propia miseria y pecado.

Retomando alguna de las pinceladas que hice al principio en la situación de la Iglesia, quiero destacar que una de las primeras cosas que surgen cuando nos miramos como creyentes es la falta de unidad, ya no con otras hermanas y hermanos cristianos, sino en la propia Iglesia católica. Hay puntos de importante desacuerdo entre las diferentes personas que estamos ubicadas en diferente lugares. Se habla de iglesias paralelas, de Iglesias en la base, frente a la iglesia institucional... Otras cuestiones ya han quedado aludidas cuando al principio de estas líneas tratábamos de definir la fragmentación que afecta a la Iglesia.

Ante esto, la pequeña comunidad debe aparecer como elemento integrador y promovedor de unidad, que no de uniformidad. En estas circunstancias la pequeña comunidad debe contribuir a que se manifieste la imagen de Dios, Uno y Tres a un tiempo. Tiene la pequeña comunidad una llamada importante a convertirse en icono de la Trinidad.

Es, evidentemente una tarea compleja, pero hay que ir trabajado desde esa llamada a ser icono de unidad por recuperar en nuestra vivencia cotidiana la esencia del evangelio, de la buena noticia de Jesús. Es muy importante promover la unidad desde las opciones fundamentales de Jesús y desde ahí irnos purificando de lo que es accesorio y nos impide como Iglesia hacer un seguimiento radical del Maestro.

Otro elemento de esa imagen que transmitimos es el poder. No es complicado encontrar en ocasiones términos vinculados con el poder a la hora de definir determinadas relaciones eclesiales. No quiero ahondar en esto pero creo que estoy planteando un tema obvio. Pues bien frente a la imagen de poder que en ocasiones transmitimos como Iglesia, también hacia adentro, la pequeña comunidad debe trabajar por promover una imagen de servicio. Debe ayudar a ser imagen, icono del maestro lavando los pies, imagen de la diaconía que comentábamos en puntos anteriores.

De hecho a mi modo de ver no podemos desvincular un icono de otro. Se promueve una imagen de unidad cuando lo que nos une es el servicio, y como nos enseñó Jesús, el servicio a las personas que mas lo necesitan. La unidad se genera cuando la tarea de construir el Reinado de Dios nos aglutina a todas las personas, (cada una con su tarea, cada una con su servicio, cada una con su compromiso...), pero convocadas en fraternidad al estilo de Jesús.

El servicio que la pequeña comunidad puede hacer a la Iglesia, comunidad de comunidades, es convertirse en icono de unidad y servicio, en la tarea de construir el sueño de Dios para todas las personas.

Conclusiones

A modo de cierre lo único que puedo decir es que creo que la Iglesia es sujeto de evangelización y que las pequeñas comunidades pueden aportar algo en esta dirección.

Que la cuádruple dimensión que hemos aportado no excluye cualquier otro planteamiento. Y que los cuatro elementos no están puestos así por orden de prioridad, sino que todos ellos se interrelacionan, no se pueden entender los unos sin los otros.

¿Qué comunión es esa que no lleva al servicio, que no se expresa en la celebración, que no es testigo de esperanza? ¿Qué servicio es ese que no se realiza desde la comunión, que no pone su limitación en la celebración, en espera del auxilio de Dios, que no se hace testimonio y denuncia para los corazones endurecidos? ¿Qué celebración es esa en que no se ve ni se vive la comunión, en la que no son centro las personas más necesitadas, que no testimonia Cristo Resucitado? ¿Qué testimonio es ese carente de comunidad, ajeno al servicio y ausente sin celebración?

Podemos decirlo en positivo, la comunión lleva al servicio, éste conlleva que estemos más unidos. Cuando hay comunión desde el servicio o servicio en comunión la celebración se llena de vida y a la vez, por lo que se celebra vivifica. Celebrando se realiza comunión y el servicio se llena de sentido. Y si todo esto sucede y la gracia de Dios nos sigue acompañando el testimonio se da por si solo.

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[1] Las Barranquillas es un poblado chabolista de Madrid dónde se trafica con droga y es frecuente que en ocasiones aparezcan personas muertas como consecuencia de sobredosis o ajuste de cuentas.

- - -> *José Luis Graus Pina: joseluisgraus@yahoo.es

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