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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

eclesalia se suma

DECLARACION SOBRE LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD
VV.AA.*

ECLESALIA, 27/10/05.- Una buena parte de los católicos tienen hoy la sensación de que la Iglesia en su conjunto no acaba de encontrar su lugar y su papel en una sociedad democrática, plural, laica y secularizada. Parece como si esa tarea se hubiera de reducir sólo a buscar apoyos políticos, para imponer a la sociedad su propia moral y evitar desautorizaciones y críticas, despiadadas a veces.

Por ello puede ser bueno comenzar esta reflexión evocando que la iglesia primitiva supo ir encontrando su sitio en una sociedad mucho más pagana y en un clima mucho más hostil. Hubo, por supuesto, posturas muy diversas y a veces enfrentadas, unas más atinadas que otras. Pero con frecuencia, y al revés que hoy, las posiciones más abiertas estuvieron representadas por eminentes miembros del episcopado. Y, a pesar de las polémicas, no ocurrió como hoy que sólo una de esas posturas diese voz a la Iglesia.

En cualquier caso, estamos convencidos de que esa tarea es hoy tan posible como lo fue antaño. Y que es errónea la postura del que piensa que sólo en una sociedad favorable y sumisa puede la Iglesia encontrar su sitio[i].

1. SÍNTOMAS DE INCOMODIDAD

La preocupación moral

Una de las causas (quizá la más importante) de esa incomodidad antes aludida, parece ser la que tiene relación con temas morales y, más en concreto, con algunos asuntos de moral pública. Ahora bien: precisamente en este punto, creemos que la Iglesia católica ha retrocedido hoy por detrás de muchas enseñanzas clásicas de su tradición.

En la moral clásica, en efecto, existen tesoros de sabiduría en los llamados "principio del doble efecto", "mal menor", "epiqueya ante la ley", prudencia pastoral[ii] y otros que, aunque estaban formulados a niveles de conducta individual, tienen su campo de aplicación también a niveles sociales. Lo mismo vale de la enseñanza clásica de Tomás de Aquino sobre la misión del legislador, que no es juzgar de la moralidad e implantar por ley el orden moral, sino buscar el bien común; y que, en aras de ese bien común, puede a veces no penalizar conductas inmorales: pues los valores morales son a veces contrapuestos (y mucho más en niveles colectivos) sin que sea posible dar plena cabida a todos en el nivel abstracto de la ley. Y eso lo dice Tomás de Aquino en una sociedad confesional, no en una sociedad laica como la nuestra.

Aclaremos que la deformación en este campo nos parece que afecta a otros muchos sectores de nuestra sociedad, sean creyentes o no. Hay una tendencia a rechazar un principio fundamental para toda sociedad laica, a saber: que comportamientos inmorales no son exactamente aquellos que están legalmente penalizados, y que la no persecución legal de una conducta no significa sin más su ratificación moral. La confusión entre lo moral y lo legal desborda por tanto las fronteras de lo eclesiástico. Y un ejemplo de ello lo encontramos a veces en reacciones airadas que se producen ante determinadas decisiones del poder judicial, al que se le pide ser una especie de dios "premiador de buenos y castigador de malos", olvidando que la misión de los jueces es simplemente aplicar el derecho y la jurisprudencia establecida, y no constituirse en garantes de la moralidad. Este estado de cosas, por supuesto, puede dar lugar a veces a difíciles conflictos personales, pero si no somos capaces de asimilarlo nos jugamos la laicidad de nuestra sociedad y el vernos abocados a cualquier forma de confesionalismo (cristiano o no) impuesto por decreto.

No pretendemos que la preocupación moral no sea legítima en la Iglesia: en fin de cuentas nuestras obras configuran la calidad de nuestra convivencia. Pero un cristiano debe saber que sólo es auténtica bondad aquella que brota de la más profunda libertad y no de la coacción. Y que esa libertad sólo la alcanza el ser humano cuando (más allá de imposiciones exteriores) llega a paladear la mayor calidad humana de muchas conductas y, a pesar de la propia debilidad y contando con ella, se identifica con esa calidad y trata de buscarla.

La sexualidad

Una segunda causa del malestar que tratamos de analizar parece estar en la sensación de que los únicos campos de aplicación de la moral cristiana son el de la sexualidad, y el del comienzo y fin de la vida. Creemos que los dirigentes eclesiásticos contribuyen inconscientemente a difundir esa sensación, tan poco cristiana por otra parte. Hasta el extremo de que, una "buena nota" en estos campos, ya parece suministrar un salvoconducto para comportamientos muy discutibles o despreciables, en otros campos de la moral.

Por poner un único ejemplo: no tenemos nada que objetar al hecho de que algunos obispos, a nivel personal, acudan a una manifestación en favor de la concepción clásica de la familia: es un derecho de todo ciudadano y no cabe acusarles por ello de crear división. Pero nos resulta profundamente incoherente que esos mismos obispos ni acudieran ni dijeran al menos una palabra de apoyo, cuando las manifestaciones en contra de aquel crimen organizado al que se llamó "guerra de Irak": un crimen revestido además de mentiras tanto en la falsa interpretación de un texto de Naciones Unidas, como en las causas y en los efectos de la guerra (un año después los agresores reconocieron que no había armas de destrucción masiva en Irak; y otro año después se ha reconocido que Irak no está mejor ahora que antes de la agresión...). Pues bien: la agresión armada a un pueblo es un pecado social mucho mayor que una distorsión en el concepto de familia.

Se puede comprender que, para un cristiano, el amor conyugal sea un tema particularmente sagrado, por su concepción del matrimonio como signo del amor "esponsal" de Dios hacia la humanidad: una concepción que no tienen otras cosmovisiones. Pero esto no justifica ni el afán de imponer esa concepción a los no cristianos, ni la ausencia de voces proféticas de los responsables eclesiásticos ante los grandes temas de la moral pública: como el espantoso crimen del hambre (en el que son beneméritas muchas personas e instituciones cristianas, a veces mal comprendidas por los obispos), o el privilegio cristiano de los pobres, los abusos frecuentes de los poderosos y la oposición radical ("idolátrica" según Jesús) entre Dios y la Riqueza privada.

Los dos temas citados no son los únicos. Quedan muchos otros como el de la educación, donde existen posturas sectarias en ambas partes, y que otros países han resuelto con menos crispación. O el de la financiación de la vida y de las estructuras de la Iglesia (no de sus obras sociales), donde hay que reconocer que la Iglesia católica ha sido tibia y perezosa en el compromiso que contrajo hace ya más de veinte años, de ir buscando caminos de autofinanciación para no depender del Estado.

Pero no son necesarios más ejemplos. Los que hemos comentado son muestras suficientes de lo que hemos calificado como síntomas de un malestar. Nuestra reflexión no pretende aportar nada a la solución de esos problemas concretos, sino proponer el marco creyente en el que pensamos que deberían ser abordados por la Iglesia.

2. FUNCIÓN DE LA IGLESIA

No sabemos si en las distorsiones antes citadas late una falsa concepción de la Iglesia. Ésta no es una guardiana del orden moral que, por eso, necesitaría del poder para cumplir su tarea; es una señal viva del amor de Dios a la humanidad: de un amor que, dado el deterioro de nuestra condición humana, resulta a la vez exigente, perdonador y liberador[iii]. La Iglesia tiene que anunciar que Dios, en Jesucristo, "ha reconciliado a este mundo consigo [a este mundo cruel y autosatisfecho], y le ha confiado a ella ese ministerio de reconciliación" (cf. 2Cor 5,19-20 y Jn 3,16.17).

A su vez, Jesús el Cristo, Fundamento de la Iglesia, puso como condición de toda relación con Dios el empeño por dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y ayudar a los presos y enfermos (Mt 25,31ss). Y sólo fue duro con dos actitudes humanas: el fariseísmo, que pretende servir a Dios en provecho propio, manteniéndole a raya con "sacrificios en lugar de misericordia" (ver Mt 9,13 y 12,7); y las opresiones de los hombres a sus semejantes hechas en nombre de Dios.

Todo eso, sin duda, no decide sobre los mil asuntos concretos en los que deben entrar las mediaciones humanas a la hora de juzgar; pero sí nos indica la actitud con que debemos abordarlos. Como escribió Juan Pablo II: "el camino de la iglesia es el “ser humano” (RH 14): no al revés como parecen pensar muchos eclesiásticos. Y ello quiere decir que la Iglesia es absolutamente para todos, y no sólo para sus fieles: su misión será exigir misericordiosamente a éstos, pero ayudar solidariamente a todos los demás[iv]. Buscando siempre proponer y convencer, pero no imponer.

Esa reconciliación que la Iglesia debe anunciar y ofrecer se da en todos los niveles humanos. Primero en la interioridad de cada cual, como una síntesis entre nuestro "ser de necesidades" (así definía K. Marx al ser humano) y nuestro "ser de gratuidad" (fórmula que puede condensar casi toda la experiencia creyente). En esta síntesis radica la verdadera libertad y no en hacer lo que a cada cual le dé la gana.

Pero no sólo ahí: la reconciliación debe ser anunciada también a niveles de relación personal, buscando una convivencia en la que las diversidades sean respetadas al máximo posible sin que engendren ni justifiquen desigualdades: pues en eso consiste la verdadera fraternidad.

Y finalmente, la reconciliación debe anunciarse en el nivel más difícil que es el de las estructuras sociales y económicas de cada comunidad, que son base de la verdadera igualdad. En este campo la iglesia católica es hoy muy deficitaria en fidelidad a aquellos profetas que pueblan la Biblia y cuyas voces, antaño muy conocidas y repetidas, se van olvidando hoy entre nosotros: "venden al pobre por un par de sandalias"; "amontonan mansión sobre mansión", o "Dios desprecia vuestros cultos y vuestros ayunos cuando no consisten en partir el pan con el hambriento", etc.

Si no despliega así la riqueza de su mensaje, la Iglesia estará siempre amenazada de convertirse en sal que ya no sala y no sirve para nada, o en luz que no ilumina. Dejará de ser aquello que ella misma dice de sí una señal de la comunión de los seres humanos con Dios y entre sí (LG 1). Si consigue desplegar toda esa riqueza podrá desatar hostilidades porque resultará molesta. Pero también podrá ofrecer a la sociedad una palabra modesta, al tiempo que profunda: que esa felicidad tras la que cada cual corre a su aire no es, en su plenitud, destino de esta vida; y lo que de ella puede alcanzarse en esta vida no se obtiene desentendiéndose de las necesidades de los demás, sino más bien como regalo, cuando procuramos olvidarnos de la propia felicidad y pensar en la de los hermanos. Cosa cada vez más difícil entre nosotros, metidos como estamos en una sociedad de consumo desenfrenado y de urgencias inmediatistas, que es lo que exigen nuestras estructuras económicas. De ahí se pasa fácilmente a una sociedad sin otras preguntas ni otros valores que la propia voluntad de ser más o tener más.

3. ACTITUD DE LA SOCIEDAD

A su vez, los poderes públicos no deberían aplicar sus respectivos "rodillos" (evocamos con esta palabra las acusaciones de "rodillo socialista" que fueron superadas más tarde por el "rodillo de PP"). Los poderes públicos deberían pensar más en el bien común que en el de sus propios votantes. Deberían saber que muchas decisiones no son de hecho compartidas por millones de ciudadanos, creyentes o increyentes, ni todos miembros de la jerarquía eclesiástica, ni todos miembros de la oposición. Y por ello deberían buscar fórmulas que sean no plenamente satisfactorias pero sí suficientemente soportables para todos o la inmensa mayoría. Ese sería el núcleo no sólo de una sana laicidad sino también de un auténtico cristianismo. Pero de hecho, estamos asistiendo a la paradoja de que los partidos se comportan públicamente como iglesias, de las cuales cada cual se considera "la única verdadera"; y toleran en su interior menos libertad de opinión y expresión de la que se da en el seno de la misma Iglesia católica.

Todo ciudadano debe saber que la democracia auténtica no es la imposición inapelable de unas mayorías que muchas veces son exiguas y de poca calidad numérica. A su vez, nuestra sociedad percibe que la democracia, hoy en día, es todavía deficiente. Hubo una época en que (paradójicamente si lo miramos desde hoy), la Iglesia funcionaba mucho más democráticamente que la sociedad, como expresión de su "ser-comunión". Y entonces, durante el Imperio romano y la Edad Media, aprendieron los cristianos que sólo cuando se ha dado la unanimidad podían pronunciar exclamaciones como aquella de "ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros"...

Pero como la unanimidad es prácticamente imposible en cualquier sociedad, las democracias deben intentar cierta integración de las minorías: y esto vale sobre todo del poder legislativo que es el más permanente en sus decisiones. Ello no significa un derecho de veto otorgado a las minorías: pues ellas saben que la mayoría es más fuerte y puede imponerse legalmente (la ONU y la UE han puesto de relieve la profunda injusticia de esos derechos de veto). Pero tampoco significa que la mayoría pueda arrogarse la representación de la totalidad, sobre todo cuando esta mayoría es sólo parlamentaria: pues, dolorosamente, los parlamentarios representan mucho más a su partidos respectivos que a los ciudadanos que les votaron. Y tampoco cabe apelar a los programas electorales para justificar imposiciones sin diálogo de parte de las mayorías: pues es bien sabido que los votantes no se identifican casi nunca con todos los puntos del programa de un partido, sino sólo con algunos de ellos; o bien votan simplemente para deponer a quienes en aquel momento ejercen el poder. Nosotros, como cristianos, creemos que una de las cosas por las que más debemos pedir perdón a la sociedad española es porque nuestra Iglesia no supo educar a la sociedad en este respeto a las minorías, cuando ella era mayoritaria.

Sólo de esta manera se evitará que crezca el actual clima de crispación. Pensamos que la Iglesia debería tener un enorme cuidado de no contribuir a dicho clima y para ello debería tratar de difundir una cultura del perdón que no desfigure el hambre de justicia en sed de venganza.

Nada de lo dicho en este apartado significa que neguemos a la sociedad el derecho a criticar públicamente a la Iglesia. Al revés: el concilio Vaticano II reconoció que la Iglesia necesita esa crítica de la sociedad, y que muchas veces le ha sido de gran utilidad. Lo único que creemos poder pedir en el tema de la crítica, es que no se confundan intencionadamente conductas individuales o grupales (ni aunque sean de altos dignatarios) con la totalidad del hecho religioso, del hecho cristiano o de la misma Iglesia.

4. UNA AMENAZA Y UN CAMINO

A este respecto, puede ser bueno recordar que, hace algunos años, se acusaba a un sector de la Iglesia de actuar como "tontos útiles" de la extrema izquierda: no por los contenidos de sus posturas de cercanía a los pobres (se decía), sino por la forma en que pretendían llevarlos a la práctica. Pues bien, sería triste que, independientemente también de los contenidos que creen necesario defender, algunos responsables eclesiásticos se convirtieran hoy en "tontos útiles" de quienes, invocando la religión a veces, sólo pretenden servirse de ellos para conseguir el poder. Los políticos están tentados de creer que cualquier medio vale para llegar al poder. Creemos que esta idolatría del voto debe ser denunciada por ciudadanos y colectivos eclesiásticos o laicos.

Creemos que Iglesia y sociedad podrían encontrarse más fácilmente si ambas prestaran mucha mayor atención de la que prestan al gran problema de nuestro mundo: la inmensa cantidad de dolor y sufrimiento que lo habita y que, a veces, no es fácil combatir porque nos falta voluntad para ello y porque está estructurado en nuestras leyes y estilos de convivencia. Si ambos, Iglesia y sociedad, tuvieran el valor de poner todo ese dolor sobre la mesa, se rebajarían muchas relaciones conflictivas. La sociedad se haría más humana y la iglesia más cristiana. Si la Iglesia fuera perseguida por hacer eso, podría sentirse orgullosa porque eso sería señal de fidelidad a su Señor.

En lugar de ello, los poderes eclesiásticos son a veces cómplices (voluntarios o no, y al menos por omisión) de fuerzas que tratan cada vez más de estructurar la sociedad en torno al "tener más aunque otros tengan menos", y en torno al desprecio del que piensa distinto. Y de estructurar la vida económica en torno a una exacerbación del deseo (necesaria para nuestro consumo incesante) que nos vuelve no más felices, pero sí más crueles. Hasta el punto de que, hablando en caricatura, podría decirse que existen entre nosotros tres clases sociales: los oprimidos, los deprimidos y los inconscientes[v].

Si intentaran encontrarse ahí, la Iglesia y la sociedad se encontrarían a la vez con ese sector de la humanidad, admirable, minoritario y a veces maltratado pero incansable, que vive remando contra corriente en busca de una paz que brota de la justicia, en busca de una justicia que brota de la misericordia y la solidaridad, y en busca de un respeto a la creación que viene dado por añadidura cuando los humanos somos a la vez pacificados y solidarios. A algo de esto se refería Ignacio Ellacuría cuando habló de la necesidad de una "civilización de la pobreza". La expresión puede discutirse pero sus contenidos nos son absolutamente imprescindibles a todos, creyentes y no creyentes. A lo mejor podríamos hablar simplemente de una civilización de la sobriedad solidaria.

* * *

Estas reflexiones son fruto de un sentimiento de responsabilidad como ciudadanos y como cristianos, y los colectivos firmantes quisiéramos ser sólo una voz, que merece respeto y atención en lugar de desautorizaciones rápidas y pasionales. No vivimos una situación fácil; pero de las circunstancias difíciles han brotado muchas veces las mejores soluciones. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

26 de octubre de 2005

*FIRMAN LA PRESENTE DECLARACIÓN

Colectivos

Área de Asuntos Religiosos de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB); Associaciò Cristiana de Gais i Lesbianes (ACGIL); Asociación Laica para la Opinión en la Iglesia y en la Sociedad (LAICOS); Asociación de Teólogos Laicos; Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII; Centro Evangelio y Liberación; Colectivo de Religiosas en Barrios Obreros y Ambientes Marginados; Colectivo Dominicano Verapaz; Col.lectiu Dones en l’ Església (Catalunya); Comité de Solidaridad Monseñor Romero de Madrid; Comunidades Cristianas Populares del Estado Español; Comunidades Cristianas Populares de Albacete; Comunidades Cristianas Populares de Valencia; Comunidades Cristianas de Base de Murcia; Comunidades Cristianas de Base de La Calzada y El Bibbio (Gijón); Comunidad de Ursulinas de Jesús de Ventanielles (Oviedo. Asturias); Convocad@s. Punto de encuentro Cristiano en Asturias; Cristianisme al Segle XXI (Catalunya); Cristianisme i Justícia ; Cristianos por el Socialismo; Equipo de Comunicación Educativa (ECOE); Església Plural (Barcelona); FECUM-Buen Consejo; Foro Ágora (La Rioja); Foro Religioso Popular de Vitoria ; Iglesia de Base de Madrid; Juventud Obrera Cristiana (JOC); Movimiento Pro Celibato Opcional (MOCEOP); Movimiento de Apostolado Seglar (MAS); Otra Voz de Iglesia (Palma de Mallorca); Seminario de Teología Feminista (Madrid); Somos Iglesia; Vanguardia Obrera

Revistas

Alandar (Madrid); Eclesalia Informativo (Madrid); Encrucillada (Galicia); En Sintonía (Murcia); Éxodo (Madrid); Frontera (Valencia); HEMEN. Erlijio gogoetarako aldizkaria (Vitoria); Irimia (Galicia); Selecciones de Teología (Barcelona); Tiempo de Hablar. Tiempo de Actuar (Albacete); Utopía (Madrid).

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[i] "... el mandato de escuchar los interrogantes del hombre de hoy como tales y, partiendo de ellos, repensar la teología y, por encima de todo esto, escuchar la realidad, 'la cosa misma' y aceptar sus lecciones" (J. RATZINGER, El nuevo pueblo de Dios, pg. 319).

[ii] "La Iglesia debe hablar, pensar y ser de manera que los otros puedan percibir y entender la palabra que les dirige" (ibid, p. 318).

[iii] Por eso: "una teología magisterial que naciera del miedo al riesgo de la verdad histórica o al riesgo de la realidad misma, sería cabalmente una teología apocada, una teología de poca fe desde su punto mismo de partida y, en último término, una evasión ante la grandeza de la verdad. Sería una teología conservadora en el mal sentido de la palabra, preocupada sólo del hecho de conservar y no de la realidad" (ibid, p. 322).

[iv] "Estamos dispuestos para servir a los hombres como tales, no sólo a los católicos, a defender en primer lugar y ante todos los derechos de la persona humana y no sólo los de la Iglesia" (Pablo VI, Discurso de clausura del Vaticano II).

[v] "El 'sacramento del hermano' aparece aquí como el único camino suficiente de salvación, el prójimo como 'la incógnita de Dios', en que se decide el destino de cada uno. Lo que salva no es que uno conozca el nombre del Señor (Mt 7,21); lo que se le pide es que trate humanamente al Dios que se esconde en el hombre" (J, RATZINGER, op. cit. p. 391).


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