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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

denario justo

denario justo LA IGUALDAD: DENARIO DE LA JUSTICIA DE DIOS
Mt 20, 1-16

JOSÉ RAFAEL RUZ VILLAMIL, jrrv@sureste.com
YUCATÁN (MÉXICO).


ECLESALIA, 18/10/05.- La situación socioeconómica del sector agrícola de la Galilea del siglo I viene a ser el contexto natural de la parábola que me ocupa, conocida como “los obreros de la viña”; situación que —según la mayor parte de los estudiosos actuales del medio de Jesús de Nazaret— tiene como rasgo característico la desigualdad traducida en “la fuerte polarización entre el rico propietario y el jornalero miserable en una situación realmente precaria. Incluso el pequeño propietario independiente, que explotaba su terruño para alimentar a su familia, no se encontraba al abrigo de la miseria. Los impuestos a pagar eran sin duda pesados: había que llenar las cajas de los romanos y de Herodes, y podemos pensar que a ellos se añadían con frecuencia otras tasas ocasionales. Bastaba una mala cosecha o una enfermedad, para que se degradase el estatus social del campesino; desposeído de sus tierras, podía convertirse en colono de las mismas si tenía suerte; si no, entraba él mismo en la categoría de jornalero agrícola” (así J. Schlosser, Jesús, el profeta de Galilea, Salamanca 2005). Vale añadir que la formación de latifundios es consecuencia directa de haber convertido en papel mojado la Ley del Año Jubilar, ordenada por Yahvé en el Levítico: «La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra» (25,8-55).

En el mismo orden de cosas, el denario, moneda romana estándar en la cuenca del Mediterráneo en el siglo I y acuñada en plata por el emperador romano, acaba siendo la unidad monetaria corriente usada como referencia para el valor de cambio en el incipiente sistema monetario-capitalista de la Palestina de entonces: un denario es la paga habitual por un día de trabajo a un jornalero. Así, para una familia con cuatro adultos dos denarios suponen 3,000 calorías diarias durante cinco o siete días, o 1,800 durante nueve o doce. Este cálculo se refiere sólo a la alimentación; no tiene en cuenta otras necesidades, como ropa, impuestos, deberes religiosos, etc. (así B. J. Malina, R. L. Rohrbaugh, Los evangelios sinópticos y la cultura mediterránea del siglo I, Estella 1996).

Dando por sentado que en ésta, como en otras parábolas, Jesús no consagra el statu quo sino que apela a la experiencia inmediata de sus oyentes para estimular la reflexión, no deja de llamar la atención que el terrateniente de la parábola luego de contratar —por, obviamente, un denario— trabajadores al comenzar la jornada, e incluso ya entrado el día, en una segunda vuelta, a eso de la 9 de la mañana y ofreciendo a éstos “lo que sea justo”, regrese, de modo inusual, a la plaza a medio día y a las tres de la tarde con la misma oferta. Más extraño resulta que, faltando una hora para terminar las labores, llame a la viña a quienes encuentra parados en la plaza por que nadie los ha contratado. Esta contratación habla, por un lado, del hecho de que la vendimia requiere rapidez en la cosecha para recoger la uva a punto y aprovechar lo más posible la producción de la viña; pero, por otro, revela también una situación de desempleo, totalmente factible para entonces y que el agricultor en cuestión pudo haber aprovechado para obtener mano de obra por abajo del costo.

De modo sorprendente no resulta así: siendo habitual la paga al término de la jornada (cf. Lv 19,13; Dt 24,14), la orden dada al administrador de cómo pagar a los trabajadores indica que el dueño de la viña tiene alguna intención, que no es por cierto tanto que los últimos reciban su salario en primer lugar, cuanto que a todos se ha de pagar el jornal completo, cosa que produce la irritación consiguiente de quienes han tenido que fastidiarse durante doce horas, a diferencia de quienes lo hicieron solamente una, a más de haber soportado el calor del siroco, mientras los otros lo pasaron en el frescor de la tarde: doble injusticia que provoca la protesta airada en boca de uno del jornaleros agraviados (así J. Jeremias, Las parábolas de Jesús, Estella 1997).

Es esto, evidentemente, el núcleo de la parábola: con una indudable inversión de valores Jesús de Nazaret rompe la lógica que asocia recompensa con mérito, rendimiento con premio, y que priva tanto en el ámbito económico como en la esfera religiosa —de entonces y de ahora— para proponer que la medida de la retribución es, por una parte, la pura gratuidad que signa el Reino de Dios, y por otra el hombre en sí, la necesidad y el bienestar humanos más allá de la productividad en cualquier orden, siendo la premisa para semejante propuesta la praxis del mismísimo Jesús: “igual que se portó el agricultor con los últimos, se porta Jesús con aquellos que, en una evaluación normal, no tienen derecho a recompensa alguna de Dios: Jesús se dirige en nombre de Dios a los pecadores que no observan la Torá; a las mujeres y a los pobres que no pueden observarla del todo, por diversas razones; a los enfermos que son excluidos de la comunión del pueblo; y al ‘am ha’arets [miserable entre los miserables] inculto que nada sabe de la Torᔠ(así U. Luz, El evangelio según san Mateo, Salamanca 2003).

Ante el resultado evidente de la globalización del modelo económico neoliberal que aumenta, minuto a minuto, la brecha entre países pobres y ricos —y, dentro de ellos mismos, entre segmentos sociales diferenciados por la injusta distribución de la riqueza— no cabe duda que hay que leer esta parábola —de modo perentorio y urgente— como un texto privilegiado que muestra la decisión de Jesús de Nazaret de abrir el horizonte de la igualdad radical como rasgo esencial del Reino de Dios y, correlativamente, de la praxis de sus discípulos orientada, por cierto, a ajustar tanto la vida de la Iglesia como lo la dinámica socioeconómica de la sociedad a la mirada del Padre para quien todas sus criaturas valen lo mismo: el denario de Su justicia.

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