interpelados
SANAR NUESTRA MEMORIA EN TIEMPO DE ESTRATEGIAS
CENTRO SOCIAL IGNACIO ELLACURÍA
BILBAO (VIZCAYA).
ECLESALIA, 07/06/05.- Pasadas las elecciones al Parlamento vasco y tras el debate sobre el estado de la nación, se han ido desplegando nuevas estrategias políticas sobre el modo de abordar las reformas territoriales, gestionar las demandas de los nacionalismos y acometer iniciativas que puedan propiciar el abandono de la violencia de ETA. El escenario parece desplazarse hacia un terreno en el que el término responsabilidad cobra, más que nunca, un especial significado. Más allá de las legítimas estrategias, aportamos en estas líneas algunos rasgos de la reconciliación cristiana por los que quisiéramos sentirnos interpelados. También con la confianza de invitar a la reflexión y al diálogo enriquecedor.
La representación de los márgenes de maniobra política puede componerse con distintos matices. He aquí una sencilla descripción sobre la base de algunas frases célebres:
a) La política puede y debe contribuir al fin de la violencia (José Luis Rodríguez Zapatero). Recogiendo el espíritu de consenso que entiende que estuvo presente en los pactos de Ajuria Enea y Madrid, pretende ofrecer un mínimo denominador común a todos los grupos parlamentarios. Por un lado, podría abrirse un escenario de contactos y diálogo entre los poderes competentes del Estado y ETA, siempre que exista una voluntad inequívoca de abandonar la violencia por parte de la organización. Conviene recordar que de esta manera, hace ya bastantes años, la ETA político-militar se incorporó a la normalidad democrática. Por otro, el debate político sobre las reformas territoriales del Estado se llevaría a cabo por los grupos políticos, comenzando por la búsqueda de un amplio consenso en la Comunidad Autónoma Vasca.
b) Lo que ha sucedido es que el Gobierno ha dado un paso, pero todavía no es el paso (Arnaldo Otegi). Otegi devuelve a Zapatero la misma declaración que el Gobierno español trasladó a la opinión pública tras las afirmaciones de Anoeta. Acepto el envite y lo doblo. Para la Izquierda Abertzale el conflicto se desactivaría abordando los dos focos que lo alimentan: la territorialidad y la aceptación de la decisión soberana del pueblo vasco.
c) Usted ha traicionado a los muertos (Mariano Rajoy). Según el dirigente del PP debe recuperarse la lucha frontal contra una ETA debilitada y su entorno político. También se eleva la voz de alarma ante la descomposición irresponsable de los pactos de la transición en la configuración del Estado español. Se moviliza la identidad nacional y los recelos territoriales que estaban ya en carne viva por algunas desafortunadas declaraciones sobre el carácter parasitario de algunas comunidades.
No hay duda, es tiempo de estrategias. Aparecen signos esperanzadores... pero teñidos de incertidumbre. ¿Serán capaces los partidos de trabajar por la paz y la normalización política sin buscar sus propios réditos?
Prudencia en los momentos de agitación...
Imaginemos que mi hijo padece una desmotivación seria con sus estudios. Como padre o madre, ante su desorientación adolescente, me parece importante afirmar mi autoridad estableciendo unos límites a su pereza y unos objetivos claros. Pero si mi exigencia es inflexible, y es percibida por el chaval como una meta imposible de alcanzar, lejos de lograr algún avance, estaré probablemente provocando su hundimiento. Si queremos generar algún cambio en momentos de dificultad, parece prudente valorar con realismo el margen de maniobra de quien tenemos delante. En la relación con los hijos, en las relaciones personales y laborales... También, aunque con mayor complejidad, en la vida política: ¿Hasta dónde mantener los principios sobre los que se fundamentan las diferentes ofertas políticas?, ¿hasta dónde exacerbar sentimientos que se presumen electoralmente rentables?, y ¿hasta dónde generar cambios con una inteligencia prudente? En este momento en el que la pelota ha salido por encima del frontis y rebota por todos los tejados, la prudencia aconseja no arrinconar al oponente y asfixiarlo sin espacio vital.
Las tres frases antes citadas delimitan el territorio: El partido socialista no puede ir más allá de una línea tras la que siente la amenaza del grupo popular acusándole de ceder al chantaje terrorista y descomponer la solidaridad del Estado. Cualquier fallo en la gestión de este proceso supone con verosimilitud un vuelco electoral. Por otra parte, tiene que acoger una demanda del nacionalismo que se mantiene vigorosa y persistente. El nacionalismo vasco, en todas sus vertientes, se sitúa en un clima social que demanda soluciones políticas y de pacificación. En función de la valoración de los logros que esté dispuesto a conseguir, el nacionalismo se juega avanzar en su legítimo proyecto o retornar a escenarios enquistados. Todo va depender de la capacidad de las partes para experimentar lo que se siente en la piel del adversario.
Comentaba Gurutz Jaúregi en una reciente entrevista que en nuestro país se ha producido un agravamiento en la polarización de las identidades contra todo pronóstico. Contra todo pronóstico, porque, en principio, el proceso de globalización ha ido desactivando la estructura uniformadora del Estado-nación, lo que debería facilitar la convivencia de identidades plurales en marcos políticos compartidos. En el proceso de integración en la Unión Europea parecería lógico que, por un lado, el Estado nacional dejara de pretender la homogeneidad cultural e identitaria en la que se ha forjado, y que, por otro, los nacionalismos minoritarios abandonaran su aspiración al modelo de Estado-nación. Para Jaúregi resulta lamentable que en lugar de articular soluciones viables en el actual contexto, los sentimientos identitarios sean utilizados como enganche electoral. Pero queremos tomar su comentario en su sentido más positivo. No vivimos en el siglo XIX. El clima cultural y político parece permitir con realismo histórico una convivencia de las identidades sobre unas bases distintas a las de los últimos siglos.
Más allá de la prudencia: aportaciones desde la reconciliación cristiana
Quizá para este logro haga falta algo más que estrategias. Somos conscientes de que presentar la aportación de nuestra espiritualidad va más allá de la convenciones y los mecanismos de la política. Pero confiamos en que puedan ser fermento de nuestra convivencia. Es nuestra apuesta y también nuestra invitación.
Antes de nada, debemos ser conscientes del terreno que pisamos. Apelar a nuestra fe cristiana en el análisis de los acontecimientos exige asumir una doble consideración como punto de partida:
a) No podemos sacralizar ninguna realidad. Sólo Dios es Dios. En un momento en que tantos programas, sueños, proyectos se toman como absolutos irrenunciables, podemos afirmar que sólo Dios es absoluto. Y, en el mismo sentido, todo es valioso en tanto en cuanto favorece construir el Reino de Dios. Y deja de serlo cuando no contribuye a él. Este hilo conductor de la espiritualidad es muy importante en un tiempo en que las reivindicaciones legítimas de distintos sectores son irreconciliables y, por tanto, renunciar se hace ineludible. El único Absoluto ayuda a relativizar nuestros pequeños absolutos y los sitúa en el lugar adecuado.
b) Y tampoco podemos esgrimir las grandes utopías de nuestra fe como valedoras y justificadoras de proyectos políticos. Por ejemplo, no podemos defender que necesariamente la fraternidad universal obliga a unidades políticas mayores, como algunas veces se hace, pues en ellas sabemos que, con frecuencia, las mayorías han intentado imponer su voluntad y su lengua, su historia, sus mitos, sus héroes... a las minorías. En nombre de esa misma fraternidad universal podemos aludir a la necesidad de diversidad, a la comunicación y el diálogo, al respeto del hermano, a reconocer en el otro a un verdadero semejante y no a un oponente. Un mismo argumento puede inclinarnos hacia un sentido u otro. Sirve como criterio y punto de apoyo para el análisis, pero no puede manipularse con ligereza. Así, no pueden bautizarse como cristianos ni el proyecto socialista, ni el conservador, ni el nacionalista... Ni consiguientemente anatematizarse... Hay que bajar más y discutir más sobre lo que esos proyectos, en su configuración concreta, implican hoy y aquí para la vida en dignidad de las personas y para garantizar la necesaria solidaridad humana.
La experiencia de la reconciliación es, en primer lugar, una experiencia de aceptación. El valor de aceptar nuestra propia realidad. No es tarea sencilla y suele verse acompañada de cansancio y, a veces, fracasos. Aceptar el relato de nuestra historia y asumir que venimos condicionados por experiencias familiares muchas veces transmisoras de interpretaciones heridas de la realidad. No deja de sorprender que miremos hacia Oriente Próximo confiando en presenciar signos de reconciliación entre judíos y palestinos, sin darnos cuenta de que en nuestra propia familia podemos estar transmitiendo aún heridas del franquismo. Transmitiéndolas y padeciéndolas.
El relato lúcido de nuestra historia abre espacio a la evangelización de nuestros sentimientos de identidad. A la evangelización de la interpretación, muchas veces inmunizada e inflexible, de nuestra propia historia colectiva, y de la inercia con la que nos hemos instalado en un ángulo de los conflictos.
Esta aceptación puede permitirnos ensayar otra mirada a nuestro alrededor e interpretar las prevenciones y rechazos de los oponentes políticos. Es necesario ponernos en la piel del otro y saber leer su "no" (el analista Javier Villanueva decía recientemente que la clave del momento actual estriba en saber interpretar la negativa de quien tenemos delante. Nuestra actualidad exige superar la concepción de la política como juego de intereses y asumir con decisión y voluntad la búsqueda del acuerdo. Javier Villanueva , No será fácil para nadie, en HIKA nº 164, marzo de 2005). Zapatero no puede eludir por más tiempo el no que el nacionalismo plantea a su encaje en el Estado, y aceptarlo como un derecho democrático. Y el propio nacionalismo tiene también que interpretar el no de los demás. Carece de sentido proponer un arreglo amable con el Estado en contra de las fuerzas que legítimamente lo representan de manera contundente. El punto de encuentro sólo puede estar en la interpretación correcta de ambas negativas y en la voluntad política decidida por alcanzar acuerdos.
Esta interpretación de las negativas tiene que ver con un cambio en la mirada. Una mirada en el que el otro es parte de mi proyecto, y no mi infierno y mi resistencia. Una mirada que ante la negativa es capaz de volver sobre sí misma y desacralizar el propio planteamiento. Nuestros obispos lo decían hace ya unos años: Esta pluralidad conflictiva de identidades está reclamando el hallazgo de una fórmula de convivencia en la que cada uno de los grupos modere sus legítimas aspiraciones políticas en aras de una paz social que es un valor notablemente más precioso y necesario que el imposible cumplimiento de todas las aspiraciones de todos los grupos. Preparar la paz, nº 5, Obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria, 29-5-2002.
Y por último, pero no menos importante, necesitamos sanar nuestra memoria. Pasar de una memoria del agravio a una memoria de la gratitud. Hay mucho por lo que empezar. El constitucionalismo que se dice vasquista debería reconocer que la cultura vasca ha pervivido por el esfuerzo, muchas veces abnegado, de las personas que han configurado el paisaje del nacionalismo vasco. Debería agradecer ese esfuerzo de años y reconocer la falta de sensibilidad por las minorías culturales que, desde su tradición universalista, ha percibido como bucólico folclore. Por su parte, el nacionalismo vasco debería reconocer que el proceso de normalización lingüística en el que nos hallamos no hubiese sido posible sin un pacto social del que han participado también quienes no son nacionalistas. Y reconocer que ese pacto lo ha dado por supuesto y no lo ha agradecido, cuando personas como los consejeros socialistas fueron los encargados de diseñar y poner en práctica el mapa escolar clave del proceso de normalización. Y así tantas otras cosas para unos y otros...
Hemos hablado de reconciliación política. Nuestra sociedad tiene por delante un reto aún más delicado: superar la historia de la violencia. Para acometerlo necesitaríamos haber consolidado un camino de acuerdo y mutuo reconocimiento.
Demasiado para nuestras solas fuerzas. Por eso sentimos que la reconciliación es un don. Un acontecimiento en el que toda la energía detenida en un pasado de sufrimiento se transforma en fuerza creadora de futuro. Esta es la experiencia que algunas personas han sabido transmitir. La experiencia acaecida en los corazones de personas que han sido víctimas de la violencia. Esta es también nuestra esperanza.
CENTRO SOCIAL IGNACIO ELLACURÍA
BILBAO (VIZCAYA).
ECLESALIA, 07/06/05.- Pasadas las elecciones al Parlamento vasco y tras el debate sobre el estado de la nación, se han ido desplegando nuevas estrategias políticas sobre el modo de abordar las reformas territoriales, gestionar las demandas de los nacionalismos y acometer iniciativas que puedan propiciar el abandono de la violencia de ETA. El escenario parece desplazarse hacia un terreno en el que el término responsabilidad cobra, más que nunca, un especial significado. Más allá de las legítimas estrategias, aportamos en estas líneas algunos rasgos de la reconciliación cristiana por los que quisiéramos sentirnos interpelados. También con la confianza de invitar a la reflexión y al diálogo enriquecedor.
La representación de los márgenes de maniobra política puede componerse con distintos matices. He aquí una sencilla descripción sobre la base de algunas frases célebres:
a) La política puede y debe contribuir al fin de la violencia (José Luis Rodríguez Zapatero). Recogiendo el espíritu de consenso que entiende que estuvo presente en los pactos de Ajuria Enea y Madrid, pretende ofrecer un mínimo denominador común a todos los grupos parlamentarios. Por un lado, podría abrirse un escenario de contactos y diálogo entre los poderes competentes del Estado y ETA, siempre que exista una voluntad inequívoca de abandonar la violencia por parte de la organización. Conviene recordar que de esta manera, hace ya bastantes años, la ETA político-militar se incorporó a la normalidad democrática. Por otro, el debate político sobre las reformas territoriales del Estado se llevaría a cabo por los grupos políticos, comenzando por la búsqueda de un amplio consenso en la Comunidad Autónoma Vasca.
b) Lo que ha sucedido es que el Gobierno ha dado un paso, pero todavía no es el paso (Arnaldo Otegi). Otegi devuelve a Zapatero la misma declaración que el Gobierno español trasladó a la opinión pública tras las afirmaciones de Anoeta. Acepto el envite y lo doblo. Para la Izquierda Abertzale el conflicto se desactivaría abordando los dos focos que lo alimentan: la territorialidad y la aceptación de la decisión soberana del pueblo vasco.
c) Usted ha traicionado a los muertos (Mariano Rajoy). Según el dirigente del PP debe recuperarse la lucha frontal contra una ETA debilitada y su entorno político. También se eleva la voz de alarma ante la descomposición irresponsable de los pactos de la transición en la configuración del Estado español. Se moviliza la identidad nacional y los recelos territoriales que estaban ya en carne viva por algunas desafortunadas declaraciones sobre el carácter parasitario de algunas comunidades.
No hay duda, es tiempo de estrategias. Aparecen signos esperanzadores... pero teñidos de incertidumbre. ¿Serán capaces los partidos de trabajar por la paz y la normalización política sin buscar sus propios réditos?
Prudencia en los momentos de agitación...
Imaginemos que mi hijo padece una desmotivación seria con sus estudios. Como padre o madre, ante su desorientación adolescente, me parece importante afirmar mi autoridad estableciendo unos límites a su pereza y unos objetivos claros. Pero si mi exigencia es inflexible, y es percibida por el chaval como una meta imposible de alcanzar, lejos de lograr algún avance, estaré probablemente provocando su hundimiento. Si queremos generar algún cambio en momentos de dificultad, parece prudente valorar con realismo el margen de maniobra de quien tenemos delante. En la relación con los hijos, en las relaciones personales y laborales... También, aunque con mayor complejidad, en la vida política: ¿Hasta dónde mantener los principios sobre los que se fundamentan las diferentes ofertas políticas?, ¿hasta dónde exacerbar sentimientos que se presumen electoralmente rentables?, y ¿hasta dónde generar cambios con una inteligencia prudente? En este momento en el que la pelota ha salido por encima del frontis y rebota por todos los tejados, la prudencia aconseja no arrinconar al oponente y asfixiarlo sin espacio vital.
Las tres frases antes citadas delimitan el territorio: El partido socialista no puede ir más allá de una línea tras la que siente la amenaza del grupo popular acusándole de ceder al chantaje terrorista y descomponer la solidaridad del Estado. Cualquier fallo en la gestión de este proceso supone con verosimilitud un vuelco electoral. Por otra parte, tiene que acoger una demanda del nacionalismo que se mantiene vigorosa y persistente. El nacionalismo vasco, en todas sus vertientes, se sitúa en un clima social que demanda soluciones políticas y de pacificación. En función de la valoración de los logros que esté dispuesto a conseguir, el nacionalismo se juega avanzar en su legítimo proyecto o retornar a escenarios enquistados. Todo va depender de la capacidad de las partes para experimentar lo que se siente en la piel del adversario.
Comentaba Gurutz Jaúregi en una reciente entrevista que en nuestro país se ha producido un agravamiento en la polarización de las identidades contra todo pronóstico. Contra todo pronóstico, porque, en principio, el proceso de globalización ha ido desactivando la estructura uniformadora del Estado-nación, lo que debería facilitar la convivencia de identidades plurales en marcos políticos compartidos. En el proceso de integración en la Unión Europea parecería lógico que, por un lado, el Estado nacional dejara de pretender la homogeneidad cultural e identitaria en la que se ha forjado, y que, por otro, los nacionalismos minoritarios abandonaran su aspiración al modelo de Estado-nación. Para Jaúregi resulta lamentable que en lugar de articular soluciones viables en el actual contexto, los sentimientos identitarios sean utilizados como enganche electoral. Pero queremos tomar su comentario en su sentido más positivo. No vivimos en el siglo XIX. El clima cultural y político parece permitir con realismo histórico una convivencia de las identidades sobre unas bases distintas a las de los últimos siglos.
Más allá de la prudencia: aportaciones desde la reconciliación cristiana
Quizá para este logro haga falta algo más que estrategias. Somos conscientes de que presentar la aportación de nuestra espiritualidad va más allá de la convenciones y los mecanismos de la política. Pero confiamos en que puedan ser fermento de nuestra convivencia. Es nuestra apuesta y también nuestra invitación.
Antes de nada, debemos ser conscientes del terreno que pisamos. Apelar a nuestra fe cristiana en el análisis de los acontecimientos exige asumir una doble consideración como punto de partida:
a) No podemos sacralizar ninguna realidad. Sólo Dios es Dios. En un momento en que tantos programas, sueños, proyectos se toman como absolutos irrenunciables, podemos afirmar que sólo Dios es absoluto. Y, en el mismo sentido, todo es valioso en tanto en cuanto favorece construir el Reino de Dios. Y deja de serlo cuando no contribuye a él. Este hilo conductor de la espiritualidad es muy importante en un tiempo en que las reivindicaciones legítimas de distintos sectores son irreconciliables y, por tanto, renunciar se hace ineludible. El único Absoluto ayuda a relativizar nuestros pequeños absolutos y los sitúa en el lugar adecuado.
b) Y tampoco podemos esgrimir las grandes utopías de nuestra fe como valedoras y justificadoras de proyectos políticos. Por ejemplo, no podemos defender que necesariamente la fraternidad universal obliga a unidades políticas mayores, como algunas veces se hace, pues en ellas sabemos que, con frecuencia, las mayorías han intentado imponer su voluntad y su lengua, su historia, sus mitos, sus héroes... a las minorías. En nombre de esa misma fraternidad universal podemos aludir a la necesidad de diversidad, a la comunicación y el diálogo, al respeto del hermano, a reconocer en el otro a un verdadero semejante y no a un oponente. Un mismo argumento puede inclinarnos hacia un sentido u otro. Sirve como criterio y punto de apoyo para el análisis, pero no puede manipularse con ligereza. Así, no pueden bautizarse como cristianos ni el proyecto socialista, ni el conservador, ni el nacionalista... Ni consiguientemente anatematizarse... Hay que bajar más y discutir más sobre lo que esos proyectos, en su configuración concreta, implican hoy y aquí para la vida en dignidad de las personas y para garantizar la necesaria solidaridad humana.
La experiencia de la reconciliación es, en primer lugar, una experiencia de aceptación. El valor de aceptar nuestra propia realidad. No es tarea sencilla y suele verse acompañada de cansancio y, a veces, fracasos. Aceptar el relato de nuestra historia y asumir que venimos condicionados por experiencias familiares muchas veces transmisoras de interpretaciones heridas de la realidad. No deja de sorprender que miremos hacia Oriente Próximo confiando en presenciar signos de reconciliación entre judíos y palestinos, sin darnos cuenta de que en nuestra propia familia podemos estar transmitiendo aún heridas del franquismo. Transmitiéndolas y padeciéndolas.
El relato lúcido de nuestra historia abre espacio a la evangelización de nuestros sentimientos de identidad. A la evangelización de la interpretación, muchas veces inmunizada e inflexible, de nuestra propia historia colectiva, y de la inercia con la que nos hemos instalado en un ángulo de los conflictos.
Esta aceptación puede permitirnos ensayar otra mirada a nuestro alrededor e interpretar las prevenciones y rechazos de los oponentes políticos. Es necesario ponernos en la piel del otro y saber leer su "no" (el analista Javier Villanueva decía recientemente que la clave del momento actual estriba en saber interpretar la negativa de quien tenemos delante. Nuestra actualidad exige superar la concepción de la política como juego de intereses y asumir con decisión y voluntad la búsqueda del acuerdo. Javier Villanueva , No será fácil para nadie, en HIKA nº 164, marzo de 2005). Zapatero no puede eludir por más tiempo el no que el nacionalismo plantea a su encaje en el Estado, y aceptarlo como un derecho democrático. Y el propio nacionalismo tiene también que interpretar el no de los demás. Carece de sentido proponer un arreglo amable con el Estado en contra de las fuerzas que legítimamente lo representan de manera contundente. El punto de encuentro sólo puede estar en la interpretación correcta de ambas negativas y en la voluntad política decidida por alcanzar acuerdos.
Esta interpretación de las negativas tiene que ver con un cambio en la mirada. Una mirada en el que el otro es parte de mi proyecto, y no mi infierno y mi resistencia. Una mirada que ante la negativa es capaz de volver sobre sí misma y desacralizar el propio planteamiento. Nuestros obispos lo decían hace ya unos años: Esta pluralidad conflictiva de identidades está reclamando el hallazgo de una fórmula de convivencia en la que cada uno de los grupos modere sus legítimas aspiraciones políticas en aras de una paz social que es un valor notablemente más precioso y necesario que el imposible cumplimiento de todas las aspiraciones de todos los grupos. Preparar la paz, nº 5, Obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria, 29-5-2002.
Y por último, pero no menos importante, necesitamos sanar nuestra memoria. Pasar de una memoria del agravio a una memoria de la gratitud. Hay mucho por lo que empezar. El constitucionalismo que se dice vasquista debería reconocer que la cultura vasca ha pervivido por el esfuerzo, muchas veces abnegado, de las personas que han configurado el paisaje del nacionalismo vasco. Debería agradecer ese esfuerzo de años y reconocer la falta de sensibilidad por las minorías culturales que, desde su tradición universalista, ha percibido como bucólico folclore. Por su parte, el nacionalismo vasco debería reconocer que el proceso de normalización lingüística en el que nos hallamos no hubiese sido posible sin un pacto social del que han participado también quienes no son nacionalistas. Y reconocer que ese pacto lo ha dado por supuesto y no lo ha agradecido, cuando personas como los consejeros socialistas fueron los encargados de diseñar y poner en práctica el mapa escolar clave del proceso de normalización. Y así tantas otras cosas para unos y otros...
Hemos hablado de reconciliación política. Nuestra sociedad tiene por delante un reto aún más delicado: superar la historia de la violencia. Para acometerlo necesitaríamos haber consolidado un camino de acuerdo y mutuo reconocimiento.
Demasiado para nuestras solas fuerzas. Por eso sentimos que la reconciliación es un don. Un acontecimiento en el que toda la energía detenida en un pasado de sufrimiento se transforma en fuerza creadora de futuro. Esta es la experiencia que algunas personas han sabido transmitir. La experiencia acaecida en los corazones de personas que han sido víctimas de la violencia. Esta es también nuestra esperanza.
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