avergonzar
DEL AREÓPAGO A LAS PLAZAS DE CHAMPELL Y CAMPO DE FIORI
BRAULIO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ, brauhm@gmail.com
TRES CANTOS (MADRID).
ECLESALIA,27/10/09.- Cuando Bertrand Russell fue elegido profesor de la Universidad de Nueva York, el obispo Manning (de la iglesia episcopal protestante) envió una carta de repulsa a todos los periódicos neoyorquinos, denunciando a la Junta por elegir a un reconocido propagandista contra la religión y la moral, y que defiende especialmente el adulterio. Una campaña de intimidación contra el profesor se desató en las revistas eclesiásticas, en los periódicos de Hearst y en muchos políticos católicos: aquella elección del profesor de paganismo, lo consideraban un insulto brutal a todos lo americanos viejos y verdaderos. El semanario jesuita, América, lo tildaba de reseco, divorciado y decadente abogado de la promiscuidad. Para más inri, a Russell lo acusaron de comunista. La Junta que lo eligió (por unanimidad) tuvo que hacer una segunda votación, y Russell salió de nuevo elegido. Pero de nada le sirvieron los apoyos del mundo de la ciencia, incluso de eclesiásticos más liberales: la querella de una dama provocó que el juez revocara aquel nombramiento. Los motivos que dictaminaron la sentencia eran que Russell era extranjero, no había pasado por un examen de competencia, y sus enseñanzas eran notoriamente inmorales.
Un hito importante del cristianismo es cuando Pablo de Tarso predicó a los atenienses en el Areópago. En estas fechas está exhibiéndose en las salas de cine Ágora, de Alejandro Amenábar, una crítica a los fundamentalismos religiosos, en este caso sobre la intransigencia de los cristianos del siglo IV, cuando el cristianismo ya gozaba de las prebendas de ser la religión oficial del Imperio. Russell recuerda que en toda época, desde la de Constantino hasta finales del siglo XVII, los cristianos fueron mucho más perseguidos por otros cristianos de lo que lo fueron por los emperadores romanos. Antes del cristianismo esta actitud de persecución era desconocida en el viejo mundo, excepto entre los judíos. Hace unos días el colectivo católico Redes Cristianas denunciaba como chantaje la censura impuesta por Roma al teólogo jesuita Juan Masiá.
En su libro Por qué no soy cristiano y otros ensayos, Russell (Nóbel de literatura en 1950) dice que las grandes religiones son un freno para el conocimiento, y en buena parte las responsables de tantas guerras, y sistemas de opresión y miseria. Agnóstico convencido, y pacifista comprometido, Russell reconoce ciertos valores del cristianismo, como la pobreza evangélica, (aunque, recuerda: unos franciscanos la pusieron en marcha, pero el Papa la condenó como herética). A pesar de que veía contradicciones en los textos evangélicos, las enseñanzas de Cristo, tal como aparecen en éstos, han tenido muy poco que ver con la ética de los cristianos. Crítico indomable y opositor a la carrera armamentística nuclear y a la violencia, presidió el llamado Tribunal Russell (no estatal) que juzgó los crímenes de guerra de Vietnam.
Precisamente el 27 de octubre es el aniversario de Miguel Servet, médico y teólogo aragonés, quemado vivo en 1553, junto a su manuscrito y su libro, en la plaza Champell de Ginebra: era el primer mártir hereje a manos del protestantismo. Por sostener opiniones teológicas diferentes a las de Calvino. Parecía impensable que, con el derecho a la libertad de conciencia (uno de los pilares de la Reforma), pudiera surgir, en la otra orilla, otra nueva Inquisición. A Servet lo quemaron dos veces. Primero en Roma, tras huir de sus cárceles (se sospecha que detrás de aquella denuncia podría estar el propio Calvino): quemaron su efigie, junto a sus libros. Después en Ginebra. Perseguir con las armas a los que son expulsados de la Iglesia y negarles los derechos humanos es anticristiano, había escrito Calvino, entonces un perseguido, antes de instaurar en Ginebra, donde se refugió, su dictadura espiritual. El 17 de febrero de 1600 en la Plaza Campo de Fiori de Roma sería quemado el dominico Giordano Bruno por negarse a retractarse de sus convicciones científicas.
Russell reconocía que el cristianismo de su época era menos tajante. Pero toda su moderación y racionalismo se debe a los hombres que en su tiempo fueron perseguidos, es decir: a las generaciones de librepensadores que, desde el Renacimiento hasta el día de hoy, han conseguido avergonzar a los cristianos de muchas de sus creencias tradicionales. Cita los casos de Galileo, de Darwin, de Freud combatidos por los cristianos ortodoxos. Y menciona el caso de una carta del papa Gregorio el Grande a un obispo, que comenzaba así: Nos ha llegado el informe, que no podemos mencionar sin rubor, de que enseñáis la gramática a ciertos amigos. El obispo, recuerda Russell, fue obligado a desistir de tan perniciosa labor.
No podemos recordar el asesinato piadoso de Servet, sin hacer justicia a la vez a Sebastián Castellio: el único que se atrevió a levantar la voz denunciando a su verdugo moral. Su frase: Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre, hacen de este humanista (para algunos, el más ilustre de su época), un profeta y apóstol de la tolerancia. (El mosquito contra el elefante. Eclesalia 8/11/07). Castellio, que no quiso someterse al yugo de la Inquisición romana, no tuvo la mano protectora de ningún príncipe o alto dignatario, para su defensa, como la tuvieron Erasmo o Lutero.
Castellio, gran biblista, sabe que la Biblia habla de los ateos o paganos, pero no de los herejes. Por tanto: un hereje es aquel creyente que no piensa como yo ( ) todas las sectas edifican sus religiones sobre la palabra de Dios y todas consideran la suya como cierta. Sabe que, si él calla, otros mil Servet irán a la hoguera detrás. Su escrito Contra libellum Calvini se convierte en el yo acuso de su época. A Castellio le tienden trampas, pasquines anónimos, atroces insultos, libelos difamatorios, como Calumniae nebulonis cujusdam: este libelo difamatorio de Calvino puede servir como uno de los más memorables ejemplos de hasta qué punto la furia partidista puede envilecer el espíritu de un hombre elevado dice Stefan Zweig (exiliado a causa del nazismo) en su espléndido ensayo, una referencia contra la intolerancia, Castellio contra Calvino. Conciencia contra Violencia. Lo escribió en 1936, coincidiendo con nuestra Guerra Civil (justificada como cruzada). Un libro que supuso para muchos una voz de aliento contra el nazismo en un momento decisivo.
De modo providencial, Castellio murió, repentinamente, el 29 de diciembre de 1563, a los cuarenta y ocho años, en la más extrema pobreza: sus amigos tuvieron que pagar el ataúd y pequeñas deudas. Acusado de ser cómplice y cabecilla de las más salvajes herejías, murió escapando de las garras de sus enemigos con la ayuda de Dios confiesa un amigo.
Desde el punto de vista del espíritu, escribe Stefan Zweig, las palabras victoria y derrota adquieren un significado distinto. Y por eso es necesario recordar una y otra vez al mundo, un mundo que sólo ve los monumentos de los vencedores, que quienes construyen sus dominios sobre las tumbas y las existencias destrozadas de millones de seres no son los verdaderos héroes, sino aquellos otros que sin recurrir a la fuerza sucumbieron frente al poder, como Castellio frente a Calvino en su lucha por la libertad de conciencia y por el definitivo advenimiento de la humanidad a la tierra. De Beze, el sucesor de Calvino, dirá que la libertad de conciencia es una doctrina del diablo (Libertas conscientiae diabolicum dogma).
Afirmo deliberadamente, dice B. Russell, que la iglesia cristiana, tal como está organizada en iglesias, ha sido, y es aún, la principal enemiga del progreso moral de mundo. Cita (tomándolas al pie de la letra, sin someterlas a exégesis) algunas frases contradictorias de la Biblia, y del mismo Jesús. Sin embargo, Jesús era el profeta de la compasión: no condenaba, tampoco callaba; y siempre marcó distancias con los sindicatos religiosos de los hombres de la religión. Una mujer, agnóstica, de origen musulmán, que sufrió la violencia contra su familia, reconoce que Jesús es el profeta más coherente. Jesús fue puesto contra las cuerdas tanto por los sumos sacerdotes o los fariseos como por los celotes. No es previsible que él saliera hoy a la calle con una pancarta o una bandera, presionando al Gobierno para que su moral impregnara el Boletín Oficial, obligando a todos los ciudadanos.
Cuando, en abril de 2008, Benedicto XVI viajó a EE.UU. y su avión aterrizó en una base militar, el pontífice fue agasajado con 21 salvas de cañón: "los cumpleaños se celebran entre amigos", le dijo el presidente Bush. Kathleen Battle, famosa soprano, cantó el Padrenuestro. Poco después, el 13 de junio, Benedicto XVI fue su anfitrión. En un encuentro inédito, sin precedentes, lo recibió en los jardines vaticanos con los brazos abiertos: "gracias, qué honor, qué honor". El Papa quiso agradecer al Sr. Bush su férrea defensa de los "valores morales y fundamentales. Marvin Olasky, uno de los consejeros de Bush, había dicho en una ocasión que La invasión americana de Irak creará nuevas y excitantes posibilidades de convertir a los musulmanes" (Casi todos hablan con Dios en Estados Unidos, artículo de Emilio Menéndez del Valle, embajador; El País, 26/05/08). También Joseph E. Stiglitz, premio Nóbel de Economía, declaró en su día que la Guerra de Irak es "una guerra que no ha tenido más que dos vencedores: las compañías petrolíferas y los contratistas de defensa". La guerra de Irak, impulsada por el ex presidente Bush, arropado por los presidentes T. Blair y J. M. Aznar (el trío de las Azores: los mismos que reclaman las raíces cristianas de Europa) ha dejado muchos miles de víctimas, muchísimas de ellas inocentes. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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