impide II
EXCOMUNIÓN Y VIDA ETERNA (II)
JOSÉ Mª RIVAS CONDE, corimayo@telefónica.net
MADRID.
ECLESALIA, 09/03/10.- De la iglesia societaria de la que seamos miembros, sí que se nos puede excomulgar de hecho. Esto podrá traernos inconvenientes serios; pero nunca acarrearnos la condenación eterna. Primero, por ser como tengo repetido, de índole temporal la excomunión y, luego, porque quienes creemos en la piedra angular, escogida y preciosa, puesta por Dios, no podemos quedar confundidos (1Pe 2,6). De manera que nadie puede separarnos del linaje escogido, del sacerdocio regio, de la nación santa, del pueblo de su patrimonio (1Pe 2,9). O, lo que es igual, nadie puede expulsarnos de la Iglesia de Jesús, como no hay quien pueda apartarnos del amor de Dios (Rom 8,38-39).
Digo de hecho, porque ha sucedido y puede seguir sucediendo, a pesar de no parecer atadura harmonizable con la misión encomendada por Dios a sus colaboradores en este mundo. Me refiero a la pergeñable por lo menos, a través de parábolas muy conocidas.
La salvación no ha dejado, en efecto, de parecerse al banquete de bodas del hijo de un Rey. Éste es el que invita, sin que pueda haber otro que lo pueda hacer. ¡Suyo es el banquete! Los hombres y sus asociaciones, no pasan de siervos suyos, enviados por Él a las encrucijadas y caminos de la vida para convocar a cuantos hallaren. Es lo que se limitaron a hacer los siervos aquellos, sin distinguir entre malos y buenos. La expulsión del que no dio razón de no llevar traje de boda, fue el Rey quien la ordenó (Mt 22,8-13). De igual modo se puede decir que la tarea de los pescadores de hombres es echar al mundo la gran red que arrastra toda clase de peces; no ponerse a separar los malos de los buenos. Ésta es tarea a realizar cuando la red sea sacada a la orilla, en la consumación del mundo (Mt 13,47-50). Lo mismo puede decirse en relación a la parábola de la cizaña.
No parece por ello que sea misión de nadie en la tierra excluir a nadie de la invitación del Rey, ni de la red, ni del sembrado. Es que esto no lo hizo ni el propio Jesús (Jn 6,37), ni siquiera con Judas; sino que éste fue el que él solo se apartó. Y a todos los demás no les impidió irse; sino que dejó libertad hasta a los Doce para que se fueran (Jn 6,67-68). Y respetó la voluntad de quienes no quisieron acogerle (Mt 8,34-9,1), sin aceptar por ello condena para nadie en el presente (Lc 9,53-56), sino sólo en el último día: la que cada uno se hubiere infligido a sí mismo al no creer en su palabra (Jn 12,47-48).
Pues entonces, ¿cómo pueden considerarse la excomunión y el anatema competencia evangélica de la autoridad eclesiástica, aun cuando a ésta se la afirme puesta por el Amo al frente de su casa? ¿No debería ella comportarse más bien como despensero (traducción también literal del oikonómos usado en la parábola: Lc 12,42), puesto para repartir a su tiempo la ración de trigo a los demás? ¿Es que por ser despensero o, como suele decirse, administrador, se deja de ser tan carne y tan hombre como el resto (Hch 14,15); tan siervo como los demás (lo reitera la propia parábola: vv. 43.45.46.47); tan inútil como todos (Lc 17,10)? ¿Podrá, quien tiene recibido del Padre el encargo de velar por los de su casa en este mundo, echar fuera de ella a alguno de sus hermanos, tan hijo del amor de Dios como él? ¿Es que el enviado por Jesús (Jn 20,21) puede hacer lo que ni siquiera fue misión que el Padre le encomendara a Él mismo al enviarle al mundo (Jn 3,17)?
Las excomuniones producidas es imposible entenderlas todas publicación o puesta en luz de autoexclusiones implicadas en conductas personales. Son muchas las que se han debido a disentir de pronunciamientos derogables, y ahora ya derogados en gran número; no a incumplimiento del mandato que tenemos recibido del Padre: que creamos en la persona de su Hijo Jesucristo y nos amemos los unos a los otros (1Jn 3,23). La ofensa contumaz al prójimo, pese al requerimiento de la comunidad propia, es lo único que parece justificar la excomunión, sólo del ofensor; es decir, tenerlo por gentil y pecador (Mt 18,17). Las otras excomuniones ¿no sugieren los golpes con que el despensero confiado en la tardanza del Amo, podría maltratar a los mozos y muchachas y, en todo caso, no es negarles la oportuna ración de trigo que se les debe?
La distinción entre Iglesia de Jesús e iglesias societarias, evoca el reproche de Pablo por las facciones surgidas, ya en su tiempo, por interpretar con criterio humano y carnal el hecho de la incorporación a la Iglesia de Jesús y el del perfeccionamiento en la fe (1Cor 3,3-7). Como si de los dos fueran autores los hombres a través de los que nos llega el mensaje de Dios y no sólo Él. Lo mismo habría que decir de las facciones actuales: mientas que los creyentes somos labranza y edificación de Dios (1Cor 3,9), ellas no pasan en cuanto tales de colaboradoras suyas en su obra. Nadie debería gloriarse en ser de ellas, ni de Pablo, Apolo, o Cefas ; sino sólo de Cristo y de Dios (1Cor 3,21-22).
El dogma básico de la imposibilidad de haber salvación fuera de la Iglesia, además de entenderlo, como digo, a la luz de la distinción entre Iglesia de Jesús e iglesias societarias, parecería preferible que no se diera nunca pie a pensar que se le concibe como pedrada de pastor a los que se alejan o desvían; sino como apremio pastoral que urge a las propias iglesias societarias, tanto más cuanto más se sienta cada una plasmación cumbre de la Iglesia fuera de la que no hay salvación. Apremio, no para combatir a quienes no están en la suya (Mc 9, 40); sino para salir en busca de las ovejas perdidas y de las que, siendo de Jesús, no están aún en ningún aprisco suyo (Jn 10,16). A fin de que, liberadas de las tinieblas por la fe en Él, proclamen las grandezas de Dios (1Pe 2,9), gocen de la esperanza en la herencia incorruptible reservada en los cielos, para la que ya están reengendrados los ya creyentes (1Pe 1,3-4) y vivan el sincero amor fraterno para el que son purificados (1Pe 1,22), incluido el de la alegría de saberse uno con cuantos creen en Jesús de Nazaret. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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