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CAMILLEROS
Le llevaron un paralítico, Mc 2, 1-12
MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@wanadoo.es
MADRID.
ECLESALIA, 18/01/10.- Si logramos meternos, como uno más, en los metros cuadrados de esta escena que nos propone el evangelio, lo mínimo que puede suscitarnos es un cierto agobio: había demasiada gente en aquellos metros cuadrados.
Jesús parece ser el centro de atención pues está hablando a los congregados. Pero de repente empiezan a notar movimiento en el techo de la habitación, divisan un boquete y por aquel agujero estrecho ven deslizarse un camastro con un hombre encima. Debieron quedarse perplejos. También Jesús observó con atención la escena, suspendiendo por unos momentos sus palabras al auditorio. La gente es estrujó más de lo que ya estaba, haciendo sitio a lo que bajaba del techo y ayudando en la operación.
Un nuevo foco de atención: el enfermo y los cuatro camilleros. De estos últimos ni siquiera podemos saber si lograron presenciar lo que sucedió después, pero como Jesús vio la fe que tenían los convirtió en el centro de su mensaje. Aquellos cuatro hombres, movidos por la compasión y no pudiendo sanar al enfermo, se pusieron en marcha para acercarle a la fuente de sanación: el propio Jesús.
Cuantas veces en la vida de cada uno hemos tenido que ser ayudados en nuestra propia sanación. Ha habido mediaciones en forma de camilleros que nos han movido para que pudiéramos recuperar la salud perdida. Y me estoy refiriendo a la salud espiritual. Si repasamos nuestra historia seguramente encontramos camilleros que se pusieron en marchar por nosotros para ayudar a que nos situáramos ante nuestra propia curación. El camillero no cura pero ayuda.
Es verdad que el enfermo tiene que dejarse hacer si no la situación es inamovible, pero también es verdad que los hay que no encuentran quien se implique y se complique en la vida del hermano y, sino, que se lo digan al de la piscina de Siloé
Pero no acaba aquí la historia: aparecen en escena los maestros de la ley que siempre están como sin estar y suelen atribuirse la facultad de poner las pegas. Como la mirada de Jesús era de largo alcance, aunque éstos no abrieron el pico, percibió lo que estaban pensando: hay muchos gestos que son más explicativos que las propias palabras. Les preguntó directamente, es decir, les hizo centro de atención sin dejar que se escondieran en sus propios pensamientos: ¿Por qué pensáis así?. Y sin detenerse más en ello, continuó generando vida que al fin es lo que significa que le perdonen a uno sus pecados.
Ojalá seamos camilleros unos de otros sin importarnos ni la expectación que se cree alrededor, ni las críticas o pegas que nos pongan los que sólo miran y dicen lo que hay que hacer sin mover un dedo.
A mí este evangelio siempre que lo leo me mueve a recordar a quienes una vez u otra en mi vida fueron atentos y sufridos camilleros y desde estas líneas quiero mostrarles mi agradecimiento. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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