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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

latidos

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LOS LATIDOS DE DIOS
MONJAS TRINITARIAS DE SUESA
SUESA (CANTABRIA).

ECLESALIA, 27/09/07.- Escuchar el corazón de Dios.
Reposar en sus entrañas.
Dejarme caer en sus brazos, cansada, sin miedo.
Y sentirme acunada por la comunidad que celebra la maravilla de saberse amada.

“¿Sabes algo de liturgia? ¿Te suena eso de laudes, vísperas...? Aunque sólo sea de las películas... ¿”El nombre de la rosa”?...” Así comienzo a explicar a algunas personas cuando me preguntan qué es eso de la Liturgia de las Horas. Y después les cuento lo del tiempo, lo de que intentamos, en la medida de lo posible, seguir nuestra vida con el ritmo de la luz. La alegría de la mañana, el esfuerzo del mediodía, la serenidad de la tarde y el descanso de la noche... Introducción, dos salmos, cántico, lectura bíblica... Depende del interlocutor cuentas lo mismo de forma diferente, procurando ser pedagógica, y, sobre todo, intentando explicar que cada encuentro litúrgico es un nuevo paso. Y que así es como se recorre el camino. Pero... lo que de verdad me sale, hablando, por ejemplo, de unas vísperas cualesquiera, lo que diría sería lo que encabeza esta reflexión:

Escuchar el corazón de Dios.
Reposar en sus entrañas.
Dejarme caer en sus brazos, cansada, sin miedo.
Y sentirme acunada por la comunidad que celebra la maravilla de saberse amada.

Pero a veces suena un poco cursi. Así que hoy no me contengo. Los latidos de Dios son rostros que se asoman cada día a mi mirada. Son palabras que se descuelgan, frescas, por mi garganta, y sonidos que me arropan, y otros que me hacen saltar, como cuando pisas la arena ardiente. Los latidos de Dios son los míos propios, lentos o acelerados, siguiendo el ritmo de mi vida. Por eso, participar en la celebración de la tarde con mi comunidad, tan pequeña, tan sencilla (la celebración y la comunidad) significa para mí el gran momento del fiat. Desde mi silla veo los rostros cansados de mis hermanas, pero... siguen cruzándose las miradas y las sonrisas cómplices.

Qué descanso, Señor, encontrarnos en este lugar, en esta pequeña capilla, que destila la santidad y la mediocridad de tantas mujeres y hombres que en ella han orado y han dejado su corazón aleteando por el aire. Qué descanso, mi buen Dios, saber que me esperas a esta hora, venga yo derrotada o exultante, que me acoges y abres tus entrañas, cálidas, para que en ellas me abrigue y te cuente.

Y, como la marea, me siento mecida por los cantos de los salmos, que se me pasan desapercibidos, porque la música va creando un estado de vaivén, que me lleva, me lleva, me lleva... Retomo tus latidos en mí, y me encuentro con frases que me muerden “que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti”. Si no me acuerdo de ti... pues sí es cierto que no estás tan presente como quisiera. Por eso estoy en camino. El encuentro de la tarde, en el silencio roto por los cuervos y las gaviotas, expresa la seguridad de tu mano extendida:

Reflejas en tu mano
la sonrisa del olvido
y me invitas con tus ojos
a seguirte nuevamente.

Acabar las tardes sentadas a tu lado, cantando, compartiendo, danzando, recordando, haciendo del momento oración es un regalo que intento agradecerte hoy.

Soy consciente de la riqueza de mi opción, que me facilita hermosas vivencias, por eso procuro llenar mi corazón, en la tarde, con los latidos y las vidas de otras personas, para hacerlas partícipes de la celebración, de la acción de gracias y del encuentro.

Descansar, mi buen Dios, en tus entrañas... es el suspiro de quien busca. Porque el camino del día, el de la vida, es muy largo o demasiado corto, y tambalean nuestros pasos en el proceso. Pero tú siempre pones bajo nuestros pies un camino ancho, para que quepamos varias, nada de ir solas. Porque es importante hacer el camino en comunidad, o en grupo, pero siempre de la mano. Es bueno equivocarse juntas, y avanzar juntas. Tú, mi buen Dios, no eres solo, eres comunión, encuentro, don y recepción.

“¿Sabes algo de Liturgia? ¿Sabes lo que son las vísperas?” Ahora me pregunto a mí misma.

Escuchar el corazón de Dios.
Reposar en sus entrañas.
Dejarme caer en sus brazos, cansada, sin miedo.
Y sentirme acunada por la comunidad que celebra la maravilla de saberse amada.

Y compartirlo.

Siempre.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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