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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

maternidad de Dios

maternidad de Dios

DIOS MATERNAL EN LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO
JUAN ZAPATERO, zapatero_j@yahoo.es
BARCELONA.

ECLESALIA. 24/07/07.- Creo que va siendo hora de comenzar a ver en la parábola del “Hijo Pródigo” una imagen maternal de Dios. El trasfondo de la parábola aparece tan claro que solo un sentido tan patriarcal de la sociedad y de la Iglesia durante tantos siglos nos haya impedido descubrir este mensaje maravilloso.

Una vez más nos hemos quedado con letra y por intereses o, ¡vete a saber por qué!, no hemos querido traspasar las fronteras culturales y llegar a descubrir que el lenguaje de la parábola en aquel momento era el único que podía ser para poder presentar el mensaje insuperable de la misericordia sin límites por parte de Dios. Nos ayudará a entenderlo un breve recorrido por la narración tal y como nos la presenta el evangelista Lucas.

En el Israel del tiempo de Jesús, como en tantos pueblos y países de hoy en día, la “Patria potestas” solamente la tenía el padre de familia (el hombre = sexo masculino). Por tanto, solamente él podía declarar heredero a un hijo o rechazarlo. De la misma manera el hijo solamente podía dirigirse al padre para reclamarle la herencia. Lo cual nos lleva a deducir que habría resultado por parte de Jesús, a la vez que la gente no lo habría entendido, el hecho de haber presentado la madre como la poseedora de la herencia y que el hijo se hubiera dirigido a ella para reclamársela.

“Todavía estaba lejos cuando el padre, al verle, se compadeció y, corriendo, se arrojó a su cuello al tiempo que le cubría a besos”. Si nos fijamos atentamente, nos daremos cuenta que ésta es una actitud totalmente maternal (sexo femenino). Ello no significa que un padre (sexo masculino) no sea capaz de compadecerse, de abrazar y de besar, entre otras cosas, ¡solo faltaba! Pero en el caso en la parábola, en un ambiente totalmente patriarcal que predominaba, vuelvo a recordar, habría costado más y, en todo caso, pienso que habría acabado cediendo una vez que la madre le hubiera insistido y después de haber visto restablecido su sentido de autoridad.

Una madre, en cambio, yo diría que casi nunca se siente herida, por muy grave que sea la acción que le haya podido hacer un hijo. Por tanto no resulta extraño que sea él (ella en el caso que nos atañe) quien dé el primer paso y salga al encuentro del hijo que vuelve. Haciéndolo además de manera totalmente gratuita, sin pasársela por la cabeza el hecho de que él (ella) había sido despreciado o herido anteriormente.

El fragmento que sigue corrobora aún más esta visión femenina: “el vestido, el calzado, el anillo, etc.”. No es que el vestido exterior no importara al padre respecto al hijo que había vuelto, y más aún si tenemos en cuenta las circunstancias en qué seguramente volvió. Pero la parábola no habla solamente de vestirlo para salir del paso, sino de estética (“el vestido mejor, la ropa mejor, la túnica más nueva”, según las diferentes traducciones); todo ello más próximo, creo, al sentido femenino.

Pero existe un detalle muy importante por lo que a la regeneración exterior del hijo pródigo se refiere: el anillo. Aquel hijo necesitaba recobrar la dignidad, es decir, volver a convertirse en hijo y diferenciarse de los criados. Creo que el anillo en el dedo es quizás una de las maneras más visible de manifestarlo. Cosa que solamente el padre (quien poseía la “patria potestas”) podía hacerlo: recibiéndole en casa y convirtiéndole de nuevo en heredero.

Jesús no podía significar este “restablecimiento” si no era a través del padre (sexo masculino). Aunque el verdadero restablecimiento ya se lo había concedido el padre (la madre) desde el momento que le había recibido con los brazos abiertos.

Finalmente nos encontramos con la escena de la celebración festiva y el rechazo por parte del hermano mayor. En primer lugar, nos dice la parábola que “el padre salió suplicándole que entrara”. Demasiado fuerte eso de “suplicar” por parte del padre para una sociedad patriarcal como la de entonces. En cambio, esta actitud estaría en perfecta sintonía con una madre que es capaz de rebajarse hasta el extremo, si con ello consigue la paz familiar y la reconciliación entre hermanos.

En cambio el último detalle, “Hijo mío, todo lo que tengo es tuyo”, Jesús solo lo podía poner en boca de un padre, porque es quien poseía la capacidad legal de los bienes. Detalle éste que, como todos los anteriores, no debe ser utilizado para desvirtuar o rechazar la perspectiva femenina de la parábola. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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