desde el desierto
2 Adviento (C), Lucas 3, 1 6
DIOS TIENE ALGO QUE DECIR
JOSÉ ANTONIO PAGOLA
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 06/12/06.- Hacia los años 28/29 de nuestra era, apareció en la escena de Palestina un profeta de Dios, llamado Juan, que recorría la comarca del Jordán «predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados». Así describe el hecho el evangelio de Lucas.
Aparentemente todo está en orden. Desde su refugio en la isla de Capri, el emperador Tiberio gobierna las naciones, sin necesidad de movilizar sus legiones. Imitando a su padre, Antipas va construyendo su pequeño «reino». Desde Cesarea, el prefecto Pilato rige con dureza la región de Judea.
En Jerusalén todo discurre con relativa paz. José Caifas, sumo sacerdote desde el año 18, se entiende bien con Pilato. Ambos logran mantener un difícil equilibrio que garantiza los intereses del imperio y los del templo.
Pero, mientras todo «marcha bien», ¿quién se acuerda de las familias que van perdiendo sus tierras en Galilea?, ¿quién piensa en los indigentes que no encuentran sitio en el imperio?, ¿adónde pueden acudir los pobres si desde el templo nadie los defiende? Allí no reina Dios sino Tiberio, Antipas, Pilato y Caifás. No hay sitio para nadie que se preocupe de los últimos.
Ante esta situación, Dios tiene algo que decir. Su palabra no se escucha en la villa imperial de Capri. Nadie la oye en el palacio herodiano de Tiberíades ni en la residencia del prefecto romano de Cesarea. Tampoco se deja oír en el recinto sagrado del templo. «La Palabra de Dios vino sobre Juan, en el desierto».
Sólo en el desierto se puede escuchar de verdad la llamada de Dios a «cambiar» el mundo. En el desierto las personas se ven obligadas a vivir de lo esencial. No hay sitio para lo superfluo. No es posible vivir acumulando cosas y más cosas. Nadie vive de modas y apariencias. Se vive en la verdad básica de la vida.
Ésta es nuestra tragedia. Instalados en una sociedad que para nosotros «va bien», disfrutando de una religión que da seguridad, nos vamos desviando de lo esencial. Nuestro bienestar está «bloqueando» el camino a Dios. Para cambiar el mundo hemos de cambiar nuestra vida: hacerla más responsable y solidaria, más generosa y sensible a los que sufren. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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