maría magdalena (6)
EL DOLOR DE UN ADIÓS (6)
(Mc 15, 14-47; Mt 27, 55; Lc 23, 49-55; Jn 20,13-15)
EMMA MARTÍNEZ
Religión y Escuela, Nº 188, marzo de 2005.- Después del encuentro con la persona de Jesús y después de la loca decisión de seguirle, tuve que mirar cómo lo crucificaban y experimenté un dolor que rompía las entrañas.
Uno de los momentos más duros de mi vida fue ese mirar cómo lo crucificaban, era un mirar que alcanzaba las entrañas y las rompía de dolor, era sentir en mi cuerpo la com-pasión que tantas veces había percibido en Jesús, sentir en tu cuerpo como propio el dolor del otro amado.
Con el corazón roto, pero con mis pies firmes, permanezco allí fijándome con detenimiento en todo lo que está pasando. Su sed, su dolor, su soledad me traspasan el corazón. Pero me consuela que él sabe que estamos allí junto a su cruz, recogiendo su herencia, aprendiendo a permanecer a los pies de todos los crucificados de la historia.
No sé dónde están los discípulos, allí estábamos las mujeres, juntas llorábamos e intentábamos consolarnos, pero no era posible.
Sí, lloraba mucho, no podía contener las lágrimas que brotaban a raudales, lloraba por su dolor, por la injusticia que se estaba cometiendo con él, por la pérdida de la persona que más amaba. Pero mi llanto no debilitó mi fortaleza para permanecer junto su madre al pié da la cruz.
Cuando se cerró la piedra del sepulcro donde quedaba enterrada la Vida, yo no podía creerme que así terminaría todo, volví a la ciudad pero sería por poco tiempo. Tenía que terminar el Sabbath y cuando acabó, escuchando mi corazón decidí volver al sepulcro, y junto a mis amigas (María la de Santiago y Salomé), al amanecer del primer día de la semana con los ungüentos y perfumes nos dirigimos al sepulcro.
No sabíamos qué íbamos a hacer con la mole de piedra que tapaba el sepulcro, pero nuestro dolor y las ganas de poder acariciar su cuerpo y ungirlo nos nublaba el realismo de la dificultad para moverla.
Era aún casi de noche, alumbraban las primeras luces pero en mi corazón reinaba la noche del desconsuelo.
El corazón se me salía del pecho, mi dolor de ese momento lo expresa muy bien Carmen Bernabé Cuando llegué al sepulcro y lo encontré abierto y vacío, se me nubló la vista y me derrumbé. Sentí que todo había acabado. Comencé a llorar y así estuve no sé ni cuanto tiempo. Él no estaba. No escucharíamos más su voz y sus palabras, ni volveríamos a sentir su presencia que nos llenaba de vida. Miré al sepulcro queriéndome morir yo también
Era necesario afrontar el dolor del adiós de la persona amada, saber hacer el duelo no reprimiendo mis sentimientos, ni queriendo amordazarlos, ni adormecerlos, sólo así podría, después, superar el vacío y el dolor.
El adiós es una experiencia humana por la que pasamos muchas veces en la vida y es bueno saber afrontarla lo mejor posible, dejar al llanto su palabra, buscar ayuda en las personas queridas que pueden entender tu dolor, hacer aquello que tu corazón te dicte por quienes amas y confiar en la fuerza interna del propio corazón y del Dios de la vida para poder resucitar y volver a decir hola, de nuevo, a la Vida.
María Magdalena.
- - -> Emma Martínez: EMMAMART@teleline.es
(Mc 15, 14-47; Mt 27, 55; Lc 23, 49-55; Jn 20,13-15)
EMMA MARTÍNEZ
Religión y Escuela, Nº 188, marzo de 2005.- Después del encuentro con la persona de Jesús y después de la loca decisión de seguirle, tuve que mirar cómo lo crucificaban y experimenté un dolor que rompía las entrañas.
Uno de los momentos más duros de mi vida fue ese mirar cómo lo crucificaban, era un mirar que alcanzaba las entrañas y las rompía de dolor, era sentir en mi cuerpo la com-pasión que tantas veces había percibido en Jesús, sentir en tu cuerpo como propio el dolor del otro amado.
Con el corazón roto, pero con mis pies firmes, permanezco allí fijándome con detenimiento en todo lo que está pasando. Su sed, su dolor, su soledad me traspasan el corazón. Pero me consuela que él sabe que estamos allí junto a su cruz, recogiendo su herencia, aprendiendo a permanecer a los pies de todos los crucificados de la historia.
No sé dónde están los discípulos, allí estábamos las mujeres, juntas llorábamos e intentábamos consolarnos, pero no era posible.
Sí, lloraba mucho, no podía contener las lágrimas que brotaban a raudales, lloraba por su dolor, por la injusticia que se estaba cometiendo con él, por la pérdida de la persona que más amaba. Pero mi llanto no debilitó mi fortaleza para permanecer junto su madre al pié da la cruz.
Cuando se cerró la piedra del sepulcro donde quedaba enterrada la Vida, yo no podía creerme que así terminaría todo, volví a la ciudad pero sería por poco tiempo. Tenía que terminar el Sabbath y cuando acabó, escuchando mi corazón decidí volver al sepulcro, y junto a mis amigas (María la de Santiago y Salomé), al amanecer del primer día de la semana con los ungüentos y perfumes nos dirigimos al sepulcro.
No sabíamos qué íbamos a hacer con la mole de piedra que tapaba el sepulcro, pero nuestro dolor y las ganas de poder acariciar su cuerpo y ungirlo nos nublaba el realismo de la dificultad para moverla.
Era aún casi de noche, alumbraban las primeras luces pero en mi corazón reinaba la noche del desconsuelo.
El corazón se me salía del pecho, mi dolor de ese momento lo expresa muy bien Carmen Bernabé Cuando llegué al sepulcro y lo encontré abierto y vacío, se me nubló la vista y me derrumbé. Sentí que todo había acabado. Comencé a llorar y así estuve no sé ni cuanto tiempo. Él no estaba. No escucharíamos más su voz y sus palabras, ni volveríamos a sentir su presencia que nos llenaba de vida. Miré al sepulcro queriéndome morir yo también
Era necesario afrontar el dolor del adiós de la persona amada, saber hacer el duelo no reprimiendo mis sentimientos, ni queriendo amordazarlos, ni adormecerlos, sólo así podría, después, superar el vacío y el dolor.
El adiós es una experiencia humana por la que pasamos muchas veces en la vida y es bueno saber afrontarla lo mejor posible, dejar al llanto su palabra, buscar ayuda en las personas queridas que pueden entender tu dolor, hacer aquello que tu corazón te dicte por quienes amas y confiar en la fuerza interna del propio corazón y del Dios de la vida para poder resucitar y volver a decir hola, de nuevo, a la Vida.
María Magdalena.
- - -> Emma Martínez: EMMAMART@teleline.es
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