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EL GRAN ABISMO*
JOSEP CASTELLÓ RÍOS, pepcastello@ya.com

ECLESALIA, 17/06/05.- Aquí donde yo vivo hay un profundo abismo entre el mundo religioso y el profano. Es difícil salvarlo. Querer aproximar esos dos mundos es como querer mezclar el agua y el aceite. Ya puedes remover, que al instante una y otro se separan claramente.

Sin entrar a analizar las causas de esa separación, porque sería largo y daría lugar a desacuerdos difícilmente superables, es fácil observar que mientras en el mundo profano se confía tan sólo en el hacer humano y se busca por encima de todo el bienestar material, especialmente el propio, en el mundo religioso, pese a que se viva más o menos de igual modo, se afirma la existencia de ese Dios que dicen rige el Universo y que cuida de sus humanas criaturas.

No voy a entrar en teologías, que no es lo mío, pero si no ando muy errado sé que hay maneras de entender la Fe que son capaces de hermanar el pensamiento religioso con el laico. No obstante, la doctrina oficial de la Iglesia Católica y Romana, principal representación cristiana en el ámbito geográfico desde donde escribo, sigue siendo la misma que abrió esa profunda brecha entre los dos mundos. La doctrina y la acción política, que si de la doctrina tan sólo se tratase poco daño tendríamos que esperar.

No me cabe la menor duda de que la Humanidad está desatendiendo peligrosamente la dimensión espiritual de la persona, esa dimensión de la mente que nos caracteriza como humanos. Vivimos cada vez más como animales inteligentes desde el individualismo, sin tener en cuenta nuestra pertenencia al cosmos del cual formamos parte ni a la gran familia humana de la que somos miembros inseparables. Y ese modo de vivir, que no es sino una clara muestra de poco raciocinio, tiene nefastas consecuencias para la Humanidad entera, ya que nos lleva directamente al enfrentamiento permanente de unos contra otros y a la destrucción ininterrumpida del medio natural del cual formamos parte.

El estado del mundo global en que vivimos exige con carácter de urgencia la colaboración de todos los colectivos con conciencia, religiosos y laicos. Nadie con sentido de responsabilidad debiera excluirse ni excluir a nadie de ese diálogo fraterno necesario para salvar la Humanidad en la medida que se pueda. Desde diversas esferas del mundo religioso y del profano se alzan continuamente voces alertando de cuanto aquí estamos diciendo, pero una falta de auténtica colaboración entre ambos favorece que no sean oídas, que no trasciendan a la totalidad de la población, como sería deseable, y que avance triunfante la ideología neoliberal que nos destruye. A mi ver, hoy el conocimiento humano no debiera prescindir de todo cuanto consideran esencial las diversas tradiciones religiosas, ni estas debieran prescindir de las explicaciones que la ciencia puede dar del fenómeno religioso. Pero en cambio, andan cada una por su lado. La Religión, aferrada a sus mitos ancestrales. El humano saber al pragmatismo por encima de todo, sin contemplar las consecuencias deshumanizadoras que este conlleva. O por lo menos, sin conceder demasiada atención a los valores espirituales que constituyen el gran bagaje que encierra el conjunto de las religiones.

El alto grado de intolerancia mutua a la vista está. Nombrar la religión en un ambiente laico genera, en los más de los casos, un rechazo tanto más evidente cuanto más distendido es el contexto. Del mismo modo que decir a los creyentes que la religión es una elaboración cultural, y que la neurología está investigando el proceso por el que la mente humana genera los estados místicos de los cuales procede la vida religiosa equivale, a su modo de ver, a blasfemar o si más no a proponerles cambiar su Fe por ateísmo. Es evidente que ambos mundos tienen el corazón en carne viva y una extrema sensibilidad a flor de piel, y esa es una dificultad inmensa para el diálogo.

Las religiones han hecho a lo largo de los siglos sobrados méritos para que desde una óptica humanista no se quiera saber nada de ellas, y los siguen haciendo, y eso sólo ya basta en principio para explicar la prevención que despiertan en el mundo profano. Y aunque no es menos cierto que desde ese otro bando se han tomado revanchas a veces excesivas e innecesarias, en buena lógica cristiana cabe preguntar: ¿quien debe dar en el presente el primer paso?

*Escrito para la lista de Tambo, foro de diálogo de los Servicios Koinonía (http://servicioskoinonia.org/tambo).

- - -> Fin de la primera parte (segunda parte publicada en ecleSALia el 21 de junio de 2005)

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