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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

hablemos del papa

- HABLEMOS DEL PAPA
- CASUALIDADES Y CAUSALIDADES
- VERDAD OBJETIVA Y COHERENCIA DE VIDA
- RATZINGER TEÓLOGO Y PREECTO ANTES DE PAPA
- BENEDICTO XVI, NUEVO PAPA DE LA IGLESIA CATÓLICA
- PAPA
- LA ESPERANZA ESTA ABAJO
- BENITO 16 Y CULTO DEL SOBERANO
- ¿Y AHORA QUÉ ?

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HABLEMOS DEL PAPA
JOSÉ LUIS GALLO HIDALGO, cristiano de base
BURGOS.
ECLESALIA, 04/05/05.- Llevamos unos tiempos preocupados y ocupados con la muerte del anterior Papa y el nombramiento de uno nuevo. Nuestra sociedad está atenta y opina desde sectores muy distintos, lo que quiere decir que está viva y que genera en ella una gran esperanza. Quien sea designado el sucesor de Pedro no le es indiferente a nadie, con independencia de la creencia que cada uno tenga. Yo diría que no es tan importante quien sea el Papa sino que este sea un gran servidor del Evangelio, que esté abierto a la realidad de hoy.
Y resulta que ye tenemos Papa, Benedicto XVI, dicen que es el guardián de la ortodoxia católica. Y se comenta a viva voz que es muy conservador y dogmático y muchas más cosas. Creo que tenemos que madurar un poco y pensar que la relación con Dios es personal e intransferible.
En medio tenemos a unas personas, hombres y ¡por qué no! también mujeres, que dirigen o guían a las fieles. Pero bueno, hay que dejarse de zarandajas y pensar que los caminos de Dios son eso, que no siempre coinciden con los designios de los hombres. Seamos sensatos y conviene pensar que la Iglesia, que dicen que somos todos, la debemos hacer entre todos, no solo desde arriba hacia abajo, sino que los creyentes de a pie tenemos que seguir haciéndola cada día y a veces empujando para que vaya cambiando un poco más deprisa, por muy milenaria que sea.
Jesús fue un hombre de su tiempo, plenamente integrado en aquélla sociedad y supo dar respuesta a todos los problemas que aquélla tenía. Más aún, nos habló de presente y sobre todo de futuro. No eludió ningún problema.
Deseamos que esta sea su forma de actuar, que sea un papa evangélico y que encare los problemas que el mundo tiene planteados, sin anclarse en el pasado y en el inmovilismo. El papa tiene que ser un hombre de su tiempo y que junto con el resto de los cristianos sea capaz de que venga para todos el Reino de Dios.
Una Iglesia ajena a los problemas reales del mundo, como la pobreza de tantos hombres, la violencia y las guerras, las profundas desigualdades de todo tipo, la explotación y el tráfico de personas, la inmigración, el papel de la mujer fuera y dentro de la iglesia, la misión de los laicos y su participación activa en la Iglesia, el derecho de todos a la información y educación sexual , la relación responsable , la prevención de enfermedades de transmisión sexual, la planificación de la maternidad, el respeto a la diversidad sexual ,el celibato como opción personal voluntaria de las personas servidoras de la Iglesia, el acceso de la mujer a los ministerios, el dialogo permanente con otras confesiones religiosas, los problemas de la genética y su contacto permanente con la ciencia.
Es necesaria una Iglesia plural y abierta a la realidad social, que muy diversa en el mundo, con una presencia activa de todos a través de las Conferencias Episcopales como un órgano de participación de las Iglesias locales.
Es preciso que la Iglesia se renueve por dentro, que desarrolle el Concilio Vaticano II y que sea capaz de dar respuesta a los grandes interrogantes que cada día les surgen al hombre y a la mujer. Una Iglesia abierta a la vida, y a todos, sin exclusión de nadie.
Bueno, pues creo que hay tarea, y que esta esperanza que suscita este cambio histórico y el nuevo mileno que empieza, estén presentes y que esta etapa que se abre no la matemos antes casi de haber nacido.

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CASUALIDADES Y CAUSALIDADES
ALEJANDRO CASTILLO MORGA, ofm, Oficina de JPIC
ROMA (ITALIA).
ECLESALIA, 04/05/05.- La tarde era un poco fría. Son días en los que el invierno ha querido irse pero, por alguna razón, cualquier viento hace que las nubes vuelvan y se desate una lluvia repentina; es como si el invierno quisiera habitar por siempre entre nosotros. Justo cuando más nubes negras eran empujadas por el viento frío, que golpeaba sobre la Plaza de San Pedro, salió al balcón de la Basílica Mons. Medina Estévez –quien ha cultivado excelentes relaciones con Pinochet y camarilla- y con voz solemne proclamó: “Habemus Papam”. Era verdad que todos esperábamos esa noticia, por lo mismo un gran aplauso y gritos de alegría estallaron entre la multitud ahí reunida; luego de esto se hizo un silencio impresionante. El Cardenal Medina prosiguió: “Josephus Cardenal Ratzinger”. Sería mi estado de ánimo o mi prejuicio ante el nombre, pero además de los aplausos y gritos de alegría yo oí más pronunciado el tremendo ¡uh! que exclamó una parte de la gente que tenía cerca.
“¿Es el Cardenal alemán?”, preguntaba una familia española que llegó entera para conocer la noticia. Otros decían: “¿hablará igual de bonito que Juan Pablo?”. Pasaron unos minutos y salió la procesión del Pontífice recién anunciado, quien, en buen italiano, se dirigió a la multitud para dar un saludo y su primera bendición al pueblo allí reunido. El viento comenzó a soplar más fuerte y las nubes cubrían por entero la Basílica; sólo en algunos momentos los rayos del sol, que se ocultaba en el horizonte, dejaban ver unas luces tenues sobre la inmensa cúpula de San Pedro.
Hablemos de las causalidades. Ratzinger no llegó al ministerio petrino sólo por pura obra y gracia del Espíritu Santo; podríamos afirmar que su elección es, parafraseando a García Márquez, la crónica de una elección anunciada. Si ponemos cuidado en cómo se desarrollaron los hechos después de la muerte de Juan Pablo II, nos damos cuenta que, el entonces Cardenal decano del Cónclave, ocupó un lugar privilegiado dentro de las exequias. Esto fue una clara estrategia para mostrar al Cardenal en momentos clave no sólo a los medios de comunicación, sino también al resto de los Cardenales.
Pasadas las exequias de Juan Pablo II, Ratzinger más bien se mantuvo al margen, sin pronunciar alguna palabra significativa sobre las condiciones del nuevo Pontífice. Paciente, guardó silencio. De hecho, durante el consistorio -que en cierto modo fue un pre-cónclave-, Ratzinger no tuvo una participación significativa, no se mostró a los Cardenales. El diario “Il Tempo” afirma que al abrirse el consistorio, el 12 de abril, todos tenían el derecho a hacer uso de la palabra por siete minutos; así, se abrió la primera ronda y no se apuntó nadie más que el Cardenal Martini. Como buen crítico del conservadurismo y del centralismo de Juan Pablo II, sabiendo de la tentación en la que podían caer sus hermanos del cónclave, exigió que se retomara el aspecto de colegialidad episcopal en que tanto había insistido el Concilio Vaticano II. Terminó sus siete minutos y regresó a su lugar. Nadie se inscribió en la lista para participar. Entonces, nuevamente el Cardenal Martini se apuntó para hablar de los desafíos que tiene la Iglesia frente al mundo actual y de frente a la posmodernidad. Al terminar el tiempo establecido, nadie se había anotado en la lista, de modo que el ex Arzobispo de Milán volvió a hacer uso del micrófono y entonces expresó con franqueza que también el Papa debe jubilarse como lo hacen el resto de los obispos, y de manera especial debe hacerlo cuando una enfermedad le impide desempeñar su labor. Esto encendió la mecha entre los demás Cardenales, que inmediatamente fueron a enlistarse para responder a la intervención del Cardenal Martini. El cónclave se dividió entonces entre los que apoyaban la Colegialidad –aquí estaban Cardenales que simpatizan con la Comunidad de San Egidio- y los que más bien otorgan al Pontífice Romano todas las facultades para conducir la Iglesia, a pesar del riesgo del centralismo –aquí estaba la mayoría de los simpatizantes de Ratzinger.
Puede ser que la crónica del periódico “Il Tempo” no sea del todo precisa, pero sí deja ver que la mayoría de los Cardenales no está interesada en dialogar a profundidad con los problemas del mundo actual, en cambio a los señores Cardenales sí les preocupa seguir sosteniendo la buena imagen que el Romano Pontífice tiene en los medios de comunicación y su significado para el mundo moderno. Esta aparente división en el Cónclave, en realidad no fue tal, porque Ratzinger fue electo en la tercera ronda. Ello quiere decir que la Comunidad de San Egidio, como ya lo han señalado otros analistas, no representa una oposición real a quienes están a favor de la centralización del poder en manos del Pontífice, acaso manifiestan algunos matices. La oposición real, el sector progresista, está más bien anulado en el colegio Cardenalicio y de ello fue un artesano paciente Juan Pablo II, con la colaboración indiscutible de Ratzinger y de otras instancias, como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo, Comunión y Liberación y, por supuesto, la Comunidad de San Egidio.
No hubo, pues, sorpresas; nada de casualidades, sólo causalidades. Pero ¿por qué fue tan fácil el consenso? No se trató solamente de acordar la elección de un Papa de transición; más bien en todos existía la certeza de que era necesaria la continuidad en la obra iniciada por Juan Pablo II, y quién mejor que su más cercano asesor para continuar dicha obra. Ahora podemos apreciar que hubo cierto sentido pragmático en la elección, y que no tenemos un Papa de transición. Este apelativo se usó particularmente en otros momentos de elección del Romano Pontífice, para indicar que el Cónclave requería tiempo para condensar cambios. En este caso es evidente que no se pretenden grandes cambios; más bien se quiere la continuidad, sobre todo la consolidación del proyecto de Juan Pablo II. Nada de factor sorpresa. Es un plan que el sector conservador e influyente de la jerarquía católica tiene muy bien pensado, y cuenta con agenda para un buen rato.
Así pues, tenemos a Ratzinger como Papa Benedicto XVI.
No vale la pena remarcar más su trayectoria conservadora o su inexplicable conversión a la Teología contra el Vaticano II, en el cuál destacó su participación como un prominente teólogo. Acaso vale la pena mencionar que su análisis de la Teología de la Liberación se basa en un prejuicio a la filosofía marxista, que ni siquiera es usada por todos los teólogos de la Liberación. Fundado en la certeza de que todo lo divino es perdurable, se muestra enfadado con todo lo que parezca contingente o relativo en el discurso teológico, considerando que las categorías históricas disminuyen la importancia del contenido de trascendencia de la salvación y de los dogmas cristianos, de ahí que el sustento de la Teología de la Liberación sea reducido a un mero sentido ideológico de la fe. Mucho han escrito al respecto connotados teólogos. Lo que llama la atención es que esa valoración teórica de la Teología de la Liberación, olvida la práctica de muchos cristianos que han llevado hasta las últimas consecuencias el testimonio de su fe sellado con el martirio; no obstante, ese testimonio de vida está ya reconocido en la memoria del Dios de Jesús.
Propiamente Ratzinger no ha delineado un programa de su pontificado, pero a partir de lo que ha dicho en sus diferentes interlocuciones de los días pasados, podemos señalar los puntos neurálgicos hacia los que quiere dirigir su atención como Pontífice:
1.Invitación a los jóvenes para que sean agentes activos en su cruzada neoconservadora. Vale la pena recordar que el nombre Benedicto es un símbolo de la evangelización de Europa; así, la Cruzada emprendida por Juan Pablo II continuará con más fuerza en la recristianización de la sociedad europea secularizada.
2.Llamado a la unidad de los obispos, como condición de la eficacia en la obra evangelizadora de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Claro que este llamado a la unidad puede resultar ambiguo, porque no se habla de la inculturación del evangelio y sólo tiene la connotación de comunicar a Cristo a toda la humanidad; no podemos olvidar que la misma convocatoria, lanzada por Juan Pablo II, implicó en gran medida una creciente centralización y un mayor control del actuar de las Iglesias locales.
3.Exhortación a los sacerdotes, en torno al cuidado que deben tener con los sacramentos y de manera especial en la celebración de la Eucaristía, al mismo tiempo que invita a la devota celebración cotidiana de la misa como centro de la misión del sacerdote.
4.Llamado al diálogo ecuménico e interreligioso, enfatizando sobre todo el diálogo teológico como una manera de “purificar la memoria histórica”.
5.Invitación a todos los cristianos a que contribuyan en un auténtico desarrollo social, fundado en la dignidad humana y signo de un futuro nuevo. Hasta el momento, el respeto al ser humano ha atraído la atención de los medios de comunicación y de muchos de sus críticos, de modo que aquí encontramos una vía de entrada para poder discutir sus diferentes llamados.
6.Algo que llama la atención en su homilía del domingo 24, es la catequesis e interpretación de las insignias papales, con ello deja ver buena parte del proyecto de su Papado, del cual he señalado algunos aspectos en los puntos anteriores.
Ahora bien, aunque parezca irónico, el peligro no está en Ratzinger, teólogo guardián de la doctrina de la fe, el problema lo constituye la gran mayoría de aduladores del poder romano presente en los grupos conservadores, que está desarrollando no una teología sino un espiritualismo a ultranza, aparentemente fundado en los Dogmas de la fe, pero que en realidad no es otra cosa que un cristianismo sin más práctica que la piedad abstracta. Este cristianismo favorece el infantilismo de los fieles y su sujeción al clero, promoviendo una fe que no es adulta, sino que confía su conciencia a un superior mayor que le indica en todo momento lo que debe hacer.
Ante las críticas en el sentido de que Ratzinger es adusto, serio, sin la simpatía de Karol Wojtyla, sus asesores ya están tomando providencias, haciéndolo aparecer como un Pontífice bueno, un anciano sabio que gusta de acercarse a los niños y, sobre todo, que goza de los “baños de pueblo”; alguien que no sólo disfruta la soledad de las bibliotecas, sino que, a pesar de no haber vivido intensamente una labor pastoral, ahora está dispuesto a acercarse al pueblo y tocarlo. Al menos eso es lo que en estos primeros días nos han mostrado los medios.
Ahora bien, más que quedarnos en el pasmo ante las causalidades organizadas hasta ahora por los sectores conservadores, debemos pensar más bien cómo seguirá nuestra resistencia dentro de la Iglesia, en la cual hemos sabido vivir a pesar de la tendencia al neoconservadurismo que impulsó como nueva cruzada Juan Pablo II. Si tenemos un obispo conservador y centralista en el Ministerio Petrino, con una estructura mediática y grupos de católicos que están dispuestos a seguir la estrategia neoconservadora, ¿cuál podría ser nuestro marco de acción y nuestro mejor escenario para seguir la caminada al lado de los pobres? Me atrevo a delinear algunos aspectos que necesariamente tendrán que ser enriquecidos.
1.Actualizar y mantener nuestra fidelidad a la opción por los pobres y contra la pobreza. En muchas partes hay frutos y grupos activos inspirados en esta opción; hay que darnos ánimo y fortalecernos en el compromiso, además de manifestarnos el apoyo mutuo en los ámbitos de acción en los que acompañamos a los pobres en la reivindicación de sus derechos.
2.La solidaridad internacional ha crecido en diferentes direcciones y niveles. Hay que estar atentos a la creación de redes y al fortalecimiento de nuestros procesos.
3.Reactivar el profetismo desde el pueblo, no esperarlo desde las jerarquías. El sector del clero, la vida religiosa y la formación de los seminarios, en su mayoría han optado por alinearse a las condiciones impuestas desde Roma, de diferentes modos y con variadas estrategias. El objetivo de esa tendencia es la formación de servidores obedientes a las jerarquías, que carezcan de un punto de vista crítico a la estructura que sostiene a la Iglesia jerárquica. Probablemente no tendremos obispos, religiosas, religiosos y sacerdotes profetas; claro que si existen hay que apoyarlos y dar gracias a Dios por ello, pero en los ámbitos clericales se repite con frecuencia que la profecía en la Iglesia de los pobres se entendió de una manera equivocada y ello llevó a la polarización. De modo que tomando en cuenta una postura conciliadora, pero fiel a la causa de los pobres, más bien hay que fortalecer al sector de los laicos para que éstos ejerzan su profetismo. Como decía Mons. Romero: “el pueblo es mi profeta”; sin embargo no basta con reconocerlo, hay que vivirlo y promoverlo. No podemos esperar que el profetismo llegue desde la estructura o desde la jerarquía, hay que construirlo desde el pueblo, por supuesto ayudando a la conversión de nuestros pastores.
4.Continuar con la lucha por los derechos humanos. Es importante que se mantenga a nivel de la sociedad en general, pero ahora más que nunca tenemos que promover los derechos humanos en el interior de nuestras comunidades y dentro de nuestra Iglesia. Es urgente que, como testimonio vivo, nuestras comunidades de fe sean un lugar simbólico para la referencia concreta de la cultura de los derechos humanos.
Claro que con estos aspectos no pretendo agotar la agenda pendiente de la Iglesia de los Pobres. Sin embargo sí quiero resaltar que, ante la tendencia al neoconservadurismo y la centralización, hace falta impulsar más la formación y la acción de cristianos maduros en su fe, ya que en este momento toca a los laicos asumir un papel protagónico que no puede esperar. Si de esto damos testimonio ante nuestros pastores, les podremos ayudar y brindar la oportunidad de que se conviertan. No caigamos, pues, en la desesperanza; más bien caigamos en la cuenta que el camino nos espera para seguirlo andando.
El día del anuncio del nuevo pontífice, había nubes negras, un viento frío y muy pocos rayos de sol; todo ello reflejaba muy bien mis sentimientos al conocer la noticia. Sin embargo, quiero mencionar ahora lo que Benedicto dijo esa tarde: "Dios sabe actuar con instrumentos aunque sean débiles". Ojalá los rayos del sol sean suficientes para iluminar una nueva alborada.

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VERDAD OBJETIVA Y COHERENCIA DE VIDA
JUAN DE DIOS REGORDÁN DOMÍNGUEZ
ALGEZIRAS (CÁDIZ).
ECLESALIA, 04/05/05.- No me lo esperaba. Sabía que había dos cardenales, quicios fundamentales de la Iglesia actual, Ratzinger y Martini, pero que, por sus 78 años habían pasado el nivel de renuncia de una acción pastoral directa establecido a los 75 años. Por otra parte, las biografías del resto de los cardenales, a pesar de ser ricas en preparación y entrega, no impedían que los electores, guiados por el Espíritu Santo, miraran hacia la gran valía de otros posibles candidatos que, sin ser cardenales, existen en la Iglesia Universal, en Occidente y en Oriente. Cuando enfermó gravemente Juan Pablo II parece que algunos no aceptaban su muerte. Cariño y fanatismo se confundían y se le ponía alto el listón al próximo Papa. Sin embargo, “a Papa muerto, a los pocos días, Papa puesto”. La Iglesia continúa y un nuevo Papa, Ratzinger, ha tomado el timón. De él se espera lo que se necesita, que sea un Pastor Universal fiel al Mensaje de Cristo y abierto a la realidad de nuestros días. Desde ahora deja de ser “guardián de la fe” para convertirse en Pastor Universal. Su nuevo ministerio le exige contar y contrastar pareceres. Apacentar, según sus palabras, quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien, el alimento de la verdad, de la Palabra de Dios, el alimento de su presencia, que Él nos da en el Santísimo Sacramento..
Su lema “Colaborador de la verdad” toma ahora una nueva dimensión. Habrá de abrirse a comprender la “verdad” de culturas diversas y situaciones sangrantes, creadas por dictaduras de “verdades parciales impuestas”. En 1998, en la Sorbona, Ratzinger afirmó que la crisis del cristianismo es un aspecto de una crisis más profunda: la crisis de la verdad objetiva. Hasta entonces el hombre pensaba que pisaba firme en el pensamiento, en religión, en la ciencia: saber de sí mismo, saber de Dios, saber de la verdad. Quebrada esa convicción, surge el pragmatismo, la soberanía absoluta del poder y la oportunidad diaria como criterio de comportamiento. Pero el hombre sabe que se mide y dignifica no por su gusto o poder, sino por la verdad real. El cristianismo ha sabido establecer la conexión entre la verdad, nacida de la realidad analizada, y el bien, acreditado en la vida personal. Verdad y Bien se reclaman y apoyan mutuamente.
Frente a la superstición, la política, la riqueza o un pluralismo vago y falso, el cristianismo rechaza opiniones particulares y reclama las exigencias universales de la verdad, tal como los hombres las podemos descubrir y Dios nos la ha dado a conocer. La crisis del cristianismo en Europa es la crisis de la verdad y de la racionalidad. No se resuelven los problemas de las instituciones y de las personas, ni en la sociedad ni en la Iglesia, sin el retorno a la pregunta de la verdad. Para Ratzinger la verdad es la fuente de la convivencia, cuando los hombres no se enseñorean de ella y la buscan no como arma contra el prójimo, sino como sendero hacia la fuente y futuro común. Cuando esa verdad no es buscada, surgen un pluralismo salvaje y un consenso político, cortados a la medida de los que tienen el poder en sus múltiples formas.
Junto a Ratzinger, mente vigilante que no cesa de indagar la verdad, originalidad y coherencia del cristianismo, otra cabeza privilegiada, guía de la conciencia cristiana en Europa, es el Cardenal Martini. En sus pastorales como Arzobispo de Milán proponía a los cristianos reflexiones sobre política, aquejada de abulia, indolencia e indiferencia ante los verdaderos problemas de fondo, que nublan y vulneran la conciencia humana.
A los cristianos no les es suficiente lo democráticamente válido y políticamente correcto. Decía que la “indolencia política es todo lo contrario de lo que la tradición griega y el Nuevo Testamento llaman “ libertad de llamar las cosas por su nombre”. Las grandes apuestas del ser humano, la idea de la vida misma , la sexualidad, la familia, el trabajo, la precariedad social, no son objeto de una reflexión a fondo, sino que son engullidas por una neutralidad apática en la que todas las opiniones adquieren el mismo valor; por un sistema de pensamiento que no da prioridad al conocimiento y al intelecto, y que confunde la fortaleza con el consenso de masas.
El cardenal invita a la moderación, pero una moderación que supere el modelo radicalmente individualista y libertario, sólo atento a los derechos individuales, a la perduración en el poder, a la perduración en el poder, a la supervivencia en el bienestar propio, olvidadizo de los hombres últimos y de las últimas cuestiones. La verdad real y la solidaridad comunitaria son hoy las dos instancias normativas de las personas y los dos desafíos supremos de la sociedad. De la respuesta a ellos dependen el futuro de la Iglesia, el porvenir moral de Europa y la dignidad del hombre mismo. Rantzinger y Martini, tan lejanos en sensibilidad, pero coincidentes en que verdad y eficiencia, confesión de fe y práctica de la caridad son inseparables, han sido dos quicios en torno a los que han girado las preocupaciones de los católicos más lúcidos. En resumen podemos decir que son el anverso y reverso de la realidad católica. Ratzinger invita a “vivir la vida en la verdad” y Martini a “vivir la verdad en la vida”.

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RATZINGER TEÓLOGO Y PREECTO ANTES DE PAPA
BENJAMÍN FORCANO, sacerdote y teólogo
MADRID.
ECLESALIA, 04/05/05.- No sé si el cardenal Ratzinger podía sospechar la que se le avecinaba. Pero, ciertamente, se va a ver convulso en un clima distinto. Por mucho tiempo el cometido le era tranquilo y preciso: el estudio de la teología, antes del concilio y hasta unos años después. De hecho, llego al concilio como teólogo perito del cardenal Frings. Luego, se revolucionó por dentro y el horizonte era otro: volcado a vigilar y controlar la ortodoxia católica. Juan Pablo II lo nombró Prefecto de la Sagrada Congregación para la doctrina dela Fe (ex - Santo Oficio) en el 1981.
Pero una y otra cosa fueron internas, casi desapercibidas para el gran público. Juan Pablo II llenaba con su imagen el interés de la opinión pública y no daba tiempo para que la gente, a través de los medios, supiese de la involución intraeclesial que se estaba operando por la Curia y por el Prefecto Ratzinger. ¿Fue connatural o calculada esta estrategia? ¿Connatural con la misión carismáticamente viajera y misionera de Juan Pablo II y/o al mismo tiempo hábilmente propulsada para hacer pasar inadvertidos los estancamientos y retrocesos en la Iglesia?
Hoy, sobre Ratzinger ya Papa, se cierne implacable el escrutinio insaciable de los “medios” y van a sacarle lo que, por mucho tiempo, transcurría medio escondido. Su minoría activamente protectora, se verá desbordada y no podrá evitar que esa vida entornada se abra y aparezca en los escenarios públicos de la voraz demanda pública. Ya Ratzinger, antes de Papa, estaba en la calle, en los bares, en los colegios, en las plazas, en las academias, en las familias, en todas las bocas. Y, como siempre, aparecerán los panegiristas -verán cómo esa caricatura de duro y conservador se desvanece poco a poco- y los severos críticos, que no le concederán margen de espera y confianza –verán cómo se endurece y asfixia a la Iglesia-.
Hay un Ratzinger, teólogo progresista, que dura hasta pocos años después del concilio. El mismo no ha dudado en escribir en su libro “El Nuevo Pueblo de Dios”: “El concilio manifestó e impuso su voluntad de cultivar de nuevo la teología desde la totalidad de las fuentes, de no mirar estas fuentes únicamente en el espejo de la interpretación oficial de los últimos cien años, sino de leerlas y entenderlas en sí mismas; manifestó su voluntad no sólo de escuchar la tradición dentro de la Iglesia católica, sino de pensar y recoger críticamente el desarrollo teológico en las restantes iglesias y confesiones cristianas y dio finalmente el mandato de escuchar los interrogantes del hombre de hoy como tales , y , partiendo de ellos, repasar la teología y, por encima de todo esto, escuchar la realidad, la cosa misma y aceptar sus lecciones” .
Y en otra parte: “Un cierto reduccionismo amenaza con colocar al Papa en un puesto que en verdad sólo corresponde a Cristo. El Papa no es vicarius Christi en el sentido de que esté ahora en el lugar del Cristo histórico”. “La tensión del sucesor de Pedro entre piedra (roca de Dios) y escándalo (tropiezo) pertenece a la tensión fundamental de la fe”. “En modo alguno, el primado puede ser entendido, como acontece ahora, en el sentido del centralismo estatal moderno, esto no pertenece a su esencia”. “El concilio declaró herético pensar que los obispos son órganos meramente ejecutivos del Papa y que no representan ningún orden especial en la Iglesia”.
Para el año 85, la restauración estaba más que en marcha. Ratzinger ya es otro, y piensa que la Iglesia se halla en una nueva encrucijada de civilización, que exige un nuevo rumbo. Llegaba la tercera restauración, después de la del siglo XIX con Gregorio XVI y de la del siglo XX con Pio X. Y Joseph Ratzinger, Prefecto del ex - Santo Oficio, era la figura clave de ella.
Ratzinger hizo en 1953 su tesis doctoral sobre la figura de la Iglesia en San Agustín; en 1968, publicó una “Introducción al cristianismo”, en la que asume el “agustinismo”. San Agustín le acompañaba como sustrato de su pensar teológico y esto, escribía el teólogo español José Mª González Ruiz, “quiere decir conflicto radical con los valores mundanos, pesimismo teológico, exclusivismo religioso sobre la salvación humana y consideración desvaída sobre la naturaleza en el camino de la Gracia”.
En nuestro mundo el Ratzinger-Prefecto veía amenazada la consistencia y especificidad del Cristianismo y se proponía frenar la influencia negativa de algunas teologías modernistas que buscaban una acrítica adecuación con el mundo. Elaboraba así una plataforma rigurosa de antimodernismo católico sobre base agustiniana.
Es en ese año 1985 cuando, en su Informe sobre la fe, da a entender que se propone “retomar las riendas que a la Iglesia se le escaparon, no a pesar de, sino a causa de la libertad introducida en por el “espíritu del Concilio”.
Se encendieron las controversias entre conservadores y progresistas, pero la tercera restauración estaba en marcha. Había que establecer una tercera fuerza entre un capitalismo consumista y ateo y una socialismo ateo. Para ello, un tipo de Iglesia “Sociedad Perfecta” y no “Pueblo de Dios” (modelo del Vaticano II) era la que podía ofrecer respuestas específicas a todas las preguntas humanas; una Iglesia a tal fín compacta, bien jerarquizada, con todos los controles en manos de los que la dirigen.
Ahora, estamos en tiempos de un Ratziger ya Papa. Ciertamente los vientos de la exigencia de la renovación van a seguir soplando y acaso esté cercano el tiempo en que los intentos restauracionistas se conviertan en una bomba que haga estallar el conformismo y provoque un cambio radical en la Iglesia, porque “el conservadurismo , en general, intenta conservar a lo más cien años de historia: es la tradición la que es revolucionaria” (Charles Peguy).
¿El nuevo Papa, como obispo de Roma, podrá liberarse de la prisión del Vaticano, del peso del constantinismo,y podrá estar y moverse entre la gente sin guardaespaldas y sin el asedio de las cámaras de la televisión y sin el compromiso de la diplomacia? ¿Dejará de tener miedo a las consecuencias desestabilizadoras de una postura evangélica?

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BENEDICTO XVI, NUEVO PAPA DE LA IGLESIA CATÓLICA
La sombra de Ratzinger: ¿mirando al pasado?
CARLOS ESCUDERO FREIRE, licenciado en Ciencias Bíblicas
ECLESALIA, 04/05/05.- El cardenal Ratzinger acaba de ser elegido Papa por los cardenales de la Iglesia. No me lo esperaba. Me sentí profundamente desilusionado, porque creía en la posibilidad de un Papa pastoral y reformista. No obstante me uno a la alegría de otros muchos católicos, esperando que Dios escriba derecho con renglones torcidos, y sabiendo que “para Dios no hay nada imposible” (Lc 1,27).
Todos conocemos la trayectoria del cardenal Ratzinger, porque ha llevado veinticuatro años en la cúpula del poder de la Iglesia, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Los que lo han rechazado por integrista, no han hecho ninguna caricatura de él, como acaba de comentar el cardenal de Sevilla. Se conoce muy bien su trayectoria teológica: ha ido dando la espalda al Concilio Vaticano II, y durante el papado de Juan Pablo II se convirtió en el cancerbero de la ortodoxia a ultranza, condenando la teología de la liberación, que hunde sus raíces, no en el Derecho Canónico, sino en el Evangelio, y ha combatido la línea aperturista de muchos teólogos de nuestro tiempo. Es decir, ha hecho el papel de gran Inquisidor ¡Ojalá acierte Mons. Amigo al decir supongo que en sentido positivo- que Benedicto XVI nos va a dar muchas sorpresas! Pero esto está por ver, ya que pertenece al futuro. Por otra parte, Juan Pablo II fue ortodoxo porque lo llevaba en los genes, dada su manera de ser y su experiencia político-religiosa en Polonia que lo dejó profundamente marcado. Ratzinger, por el contrario, es un intelectual ortodoxo. Los intelectuales suelen leer sobre asuntos controvertidos, y desean discutir sobre los problemas más importantes e intrincados de la actualidad. Por eso cabe la posibilidad de que, al no tener coacciones por ser Papa, Benedicto XVI vaya percibiendo con mayor claridad los grandes retos que la Iglesia actual tiene planteados. Sin embargo, este cambio aperturista a una teología renovada y al mundo actual no es fácil, dada su edad, y porque leyendo con atención la homilía que Ratzinger pronunció en la misa que inauguraba el Cónclave, me dejó perplejo el siguiente párrafo: “La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos se ha encontrado con frecuencia vapuleada por la olas (…) del marxismo al liberalismo, hasta llegar al libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, y así sucesivamente”. Sin embargo el cardenal Ratzinger no nombró el modernismo, que fue condenado radical y globalmente por la Iglesia jerárquica en el siglo XIX, pero la misma Iglesia en el siglo XX tuvo que ir admitiendo y aceptando como bueno casi todo lo que había condenado en el siglo anterior. Me ha llamado también la atención que no haya mencionado el capitalismo neoliberal, causante de los más graves problemas que sufre la humanidad, como son el hambre, la mortalidad infantil, la extrema pobreza, el vivir en niveles infrahumanos, frente a la riqueza y ostentación de muy poca gente. Tampoco nombró el conservadurismo y el inmovilismo de la Iglesia actual, consecuencia de haber mirado más al Código de Derecho Canónico y a un mundo que ya no existe, en lugar de mirar al Evangelio, destinado a personas de toda raza y nación. Tampoco tiene la vista puesta en los problemas que agobian y en gran medida atenazan a la sociedad actual. Por lo demás, condenar globalmente todos estos “-ismos” sin matización alguna no es propio de una persona intelectual.
Jesús de Nazaret, no a través de las leyes, sino a través del Espíritu de Dios, nos ha invitado a ser cada vez más adultos y responsables, y a poner como referente esencial el Evangelio que debe dar respuestas a los grandes problemas del mundo actual. Por eso Jesús, su actividad y mensaje deben seguir constituyendo la buena noticia y una gran alegría que contagie el optimismo cristianismo a creyentes y no creyentes en nuestros días. Hoy hay muchos creyentes en los que se va apagando la fe, y una gentilidad enorme que espera la buena noticia de Jesús. Voy pues a recordar los puntos esenciales del Evangelio que nos atañen a todos los discípulos de Jesús, también a la Iglesia jerárquica.
1.- Jesús ungido por el Espíritu para dar la buena noticia a los pobres.
Jesús proclama en Nazaret el programa que va a llevar a cabo en su vida pública. Dice así:
El Espíritu del Señor descansa sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres,
a proclamar la libertad a los cautivos,
y la vista a los ciegos,
a poner en libertad a los oprimidos,
a proclamar el año favorable del Señor (Lc 4,18-19).
Este pasaje está tomado de Is 61,1-2. Lucas lo retoca para aplicarlo a Jesús, y queda claro que la tarea primordial de Jesús –que él se encargará de confirmar con su actividad y mensaje-, no se refiere ni al templo ni a actos de culto, sino a liberar a los marginados y oprimidos de su estado de postración, devolviéndoles la dignidad humana y aliviando sus sufrimientos. Hechos de los Apóstoles resume la actividad de Jesús diciendo que “pasó haciendo el bien” (Hch 10,38). Éste es un punto esencial del reinado de Dios. Así cuando quieren retener a Jesús en Cafarnaún donde había obrado numerosas curaciones, él les dice: “También a otras ciudades tengo que llevar la buena noticia del reinado de Dios, pues para eso he sido enviado” (Lc 4,43). Ten en cuenta que las escenas de Nazaret y Cafarnaún forman un todo, en ambas se encuentre la expresión la buena noticia, y esta expresión se refiere tanto al mensaje de Jesús en Nazaret, como a su actividad curativa y restauradora en Cafarnaún.
En esto consiste la verdadera religiosidad para Jesús, que no fue sacerdote ni obispo ni cardenal. Fue un simple laico. La verdadera religiosidad para él no pasaba por el templo, sino por las obras de misericordia hacia los necesitados. Ahí está la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37), en la que deja malparado al sacerdote y al levita, y enaltece al samaritano que tiene compasión del hombre malherido que se estaba desangrando al borde del camino. Esto tiene un releve especial si consideramos que los samaritanos para los judíos eran herejes y gente despreciable. De hecho el insulto más grave que hacen a Jesús los dirigentes judíos es este: “¿No tenemos razón en decir que eres un samaritano y que estás loco? (Jn 8,48). Estaban discutiendo con Jesús sobre el mito del linaje de Abrahán. Sabemos por los evangelios que Jesús fustigó duramente a los sacerdotes de su tiempo porque se habían corrompido y habían convertido el templo de Jerusalén en una cueva de bandidos. El Templo era una autentica maquinaria de hacer dinero. El juicio de las Naciones (Mt 25,31-46) mantiene esta misma religiosidad de ayuda al necesitado, al que sufre, al oprimido: “Venid, benditos de mi Padre (…), porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme” (Mt 25,34-36). La respuesta de Jesús a la samaritana tiene la misma orientación en relación con el templo: “Créeme, mujer, se acerca la hora en que no daréis culto al Padre ni en este monte –el templo Garizim de Samaría-, ni en Jerusalén (…). Dios es Espíritu, y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y lealtad” (Jn 4,21-24).
Este es el apoyo evangélico a la teología de la liberación, que se ha desarrollado en Centro y Sur América, porque allí están por millares esos pobres, oprimidos, humillados y masacrados por las clases dirigentes. Allí hay obispos, sacerdotes, monjas y seglares que viven intensamente esta religiosidad evangélica, dando incluso la vida por los hermanos. En el Salvador, por orden de las Altas Autoridades, acabaron con la vida del obispo Romero y más tarde también asesinaron a Ellacuría, a otros jesuitas y a tres mujeres. Estos creyentes son proclamados dichosos por Jesús, “Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan, y os calumnien de cualquier modo por causa mía” (Mt 5,11). Esta bienaventuranza se aplica con mayor motivo a los que han sido mártires a causa de Jesús. Son los mártires de nuestros días ¿Dónde estaba, pues, Juan Pablo II en el entierro de estos mártires, él tan viajero por esos mundos de Dios? Él y Ratzinger habían condenado repetidamente la teología de la liberación, por eso su ortodoxia les impidió reconocer a los mártires de nuestro tiempo. Además, el boato del templo, de las grandes ceremonias y los ritos religiosos los tenía entretenidos. ¿Será Benedicto XVI capaz de aceptar que la teología de la liberación hunde sus raíces en el corazón mismo del Evangelio? Esto sería un milagro, pero “para Dios no hay nada imposible” (Lc 1,37).
2.- Jesús, signo de contradicción: piedra angular sobre la que construir, o piedra de tropiezo para los que lo rechazan conscientemente.
Jesús sigue siendo hoy como siempre signo de contradicción. Esto quiere decir que ante él no se puede ser neutral, hay que tomar partido. Los discípulos de Juan Bautista le preguntan: “¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro?” (Lc 7,20). La razón de la pregunta es que ellos perciben una gran diferencia entre la misión de Juan y la de Jesús. El Bautista increpa duramente a los pecadores y exige su conversión. Jesús, por el contrario, simpatiza con los pecadores, y su amistad y el cariño exquisito con que los trata es suficiente para que ellos dejen la vida de pecado, acepten a Jesús y se hagan sus discípulos. Ante los discípulos de Juan, Jesús hace lo mismo que anunció en Nazaret y realizó en Cafarnaún: “En aquel momento curó Jesús a muchos de enfermedades, tormentos y malos espíritus, y dio la vista a los ciegos” (Lc 7,21). Es decir, alivia el sufrimiento de la gente curándolos de las más variadas dolencias. Luego, interpreta con palabras y metáforas proféticas la liberación de aquellas personas que él está llevando a cabo, y que tenían diversas necesidades y carencias: “Id a informar a Juan de lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Lc 7,21-22). Llama de nuevo la atención que el mismo Jesús, a todos estos actos de liberación que él está realizando, los califica como anunciar la buena noticia a los pobres, lo mismo que hemos visto en Lc 4,18s.
Pero la cita no se queda aquí. Jesús añade: “¡Dichoso el que no se escandalice de mí!” (Lc 7,23). Esta exclamación de Jesús reviste la forma de una bienaventuranza, ¡Dichosos! Es decir, el que acepte que esta actividad liberadora, que él realiza, responde al designio de Dios es proclamado dichoso. Por el contrario, escandalizarse de Jesús es rechazarlo, como si él fuera un obstáculo en nuestro camino para llegar al Padre, cuando en realidad Jesús es el camino para llegar a Dios. En él se cumple la Escritura: “la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Todo el que cae sobre esa piedra se estrellará, y si ella cae sobre alguno, lo hará trizas” (Lc 20,17-18). La conclusión es clara, rechazar conscientemente a Jesús o su actividad liberadora, que en Lc 7,21-22 se identifica con su mensaje, es ir contra el proyecto de Dios que lo ha convertido en piedra angular para edificar con él la comunidad de discípulos. Así lo entendió el mismo Pedro que dirigiéndose a los jefes del pueblo y senadores proclama que la salvación-liberación del lisiado se ha realizado por obra de Jesús Mesías. Después de echarles en cara que ellos han sido los culpables de la crucifixión de Jesús, añade: “Ese Jesús es la piedra que desechasteis vosotros los constructores y que se ha convertido en piedra angular”, y añade: “la salvación no está en ningún otro” (Hch 4,11-12). Pablo se expresa de idéntica manera: “Ahora que atención cada cual a cómo construye, porque un cimiento diferente del ya puesto, que es Jesús Mesías, nadie puede ponerlo” (I Cor 3,11).
Si Jesús es la única piedra angular y camino de salvación para sus discípulos, ¿cómo se puede seguir afirmando hoy que Pedro es la roca, y que el Papa también lo es, por ser sucesor de Pedro? ¿Cómo se puede estar fomentando desde el Vaticano sin decoro ni recato alguno esa papolatría, que es una auténtica idolatría, como se estuvo haciendo durante el papado de Juan Pablo II? ¿Dónde queda Jesús en ese enorme “show”, promovido por Roma y por todos los medios de comunicación? ¿Dónde está Jesús en las cuatro Basílicas Mayores de Roma? Lo que prevalece en ellas, además del arte y magnificencia que encierran, son las grandes estatuas de Pedro, Pablo y los Apóstoles, y las palabras con letras enormes: “TU ES PETRUS”…, por las que se pone a Pedro como piedra angular de la Iglesia de Jesús?
Ha habido una teología tradicional, intencionada desde sus comienzos, para darle a Pedro una autoridad y un poder absoluto, que nunca tuvo ni en los evangelios ni en Hechos de los Apóstoles. Veámoslo brevemente por partes. Pedro, como los demás apóstoles, no acaba de entender que Jesús no sea el Mesías con poder para barrer a los romanos. Con el triunfo guerrero y político de Jesús, él tendría un puesto preeminente al lado de su Maestro. Jesús predice en tres ocasiones su pasión, muerte y resurrección, pero los apóstoles “no entendían y les daba miedo preguntarle” (Mc 9,32), porque temían que la respuesta de Jesús echara por tierra sus expectativas de poder. En uno de esos anuncios, Pedro protestó y fue reprendido por Jesús de manera contundente e impresionante: “¡Ponte detrás de mi, Satanás!”, es decir, ponte en tu lugar de discípulo, que yo soy el Maestro. Jesús llama a Pedro Satanás, porque lo quiere apartar de su misión, lo mismo que el demonio en el desierto. La desilusión de Pedro es enorme cuando comprende que la muerte de Jesús es irremediable, y por miedo reniega de él hasta tres veces. Luego no cree a las mujeres que le anuncian la resurrección del Maestro, y tarda bastante tiempo en abandonar las leyes y normas del judaísmo, porque no acababa de entender que con Jesús comenzaba algo radicalmente nuevo. Sólo la visión del lienzo que contenía animales puros e impuros, y la lección que le da el Señor, “lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano” (Hch 10,15), referido a los paganos, unido a la venida masiva del Espíritu Santo sobre Cornelio y su casa, le hace comprender a Pedro que Jesús ha venido a salvar a toda la humanidad sin pasar por la religión judía con sus leyes y normas. Fue entonces cuando intervino en la asamblea de Jerusalén: “Dios, que lee los corazones, se declaró a favor de ellos –los paganos- dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. (…) ¿Por qué, entonces, provocáis a Dios ahora, imponiendo a esos discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos tenido fuerzas para soportar? (Hch 15,8-10). Ésta es a grandes rasgos la breve biografía de Pedro. Es innegable que en el libro de Hechos se le reconoce una autoridad especial para ayudar y orientar a los hermanos, nunca un poder sobre ellos, ni un domino sobre sus conciencias. Pedro tampoco aparece nunca como piedra angular de la Iglesia. La única piedra angular, como hemos visto, es Jesús. ¿De dónde viene, pues, que Pedro sea la roca sobre la que construir la Iglesia?
Brevemente, como corresponde a un artículo, voy a tratar de desmitificar este tema, siguiendo el evangelio de Mateo. La teología tradicional recurre a Mt 16,18-19, aislándolo del contexto, para poner a Pedro en el puesto de privilegio que ha venido teniendo hasta nuestros días. Jesús, después de que Pedro lo ha reconocido como “Mesías, Hijo de Dios vivo” (v.16), le dice: “Tú eres Pedro, –“petros” en griego, que significa piedra de lanzar, no roca- y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad”- ahora se usa en griego el término “petra”, que quiere decir roca.. ¿Qué significa, pues, este juego de palabras? El contexto de este pasaje viene desde v. 13. Jesús les pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos le responden: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías” (…). Jesús prosigue: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro espontáneamente toma la palabra y dice: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (vv.13-16). Pedro hace una profesión de fe en su Maestro, y con la fe, que en un don gratuito del Padre a la gente sencilla (cf. Lc 10,21), se construye la comunidad. La fe, que es adhesión a Jesús, confiere a todo creyente la solidez de la roca, ya que por la fe nos apoyamos en Jesús, que es la única piedra angular. Esto queda confirmado por las palabras de Jesús: “¡Dichoso tú Simón (…), porque eso –su profesión de fe- no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo! (v.17). Por lo demás el poder de atar y desatar que aquí se confiere a Pedro en singular, poco más adelante se confiere a la comunidad en plural, Mt 18,15-18. Cada uno saque las propias conclusiones. Quizás la consecuencia de lo dicho se podría resumir así: ya va siendo hora de desmitificar a Pedro y al Papa, y es el momento de poner a Jesús en el lugar que le corresponde, como piedra angular y único camino de salvación.
3.- Jesús, señal insignificante y desconcertante.
Con motivo del nacimiento de Jesús, y para reconocerlo, Dios les dio a los pastores esta señal: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12). Es una señal desconcertante y enigmática si la comparamos con los títulos con que viene adornado el recién nacido: “Salvador, Mesías, Señor” (2,11). Hay una relación innegable entre la condición trascendente del niño y este signo de pobreza y debilidad, a primera vista desproporcionado para llevar a buen puerto la misión que le aguarda. Es, pues, una señal de pobreza, debilidad e impotencia, pero encierra en sus entrañas la riqueza de Dios que se va a manifestar eficaz, como sabiduría, benevolencia y fuerza de Dios hacia el género humano. Por lo demás, en el plan de Dios no hay otra señal que encierre y manifieste como ésta la fuerza del Evangelio. Así lo afirma también Pablo:
“(…) Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan saber, nosotros predicamos a un Mesías crucificado, para los judíos un escándalo, para los paganos una locura. En cambio, para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Mesías que es portento de Dios y saber de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios más potente que los hombres” (I Cor 1,20-25).
El signo es de nuevo no sólo de pobreza e impotencia, sino también de despojo radical. Además de ser ésta la señal con la que irrumpe Jesús en nuestra historia y con la que termina ajusticiado, sigue siendo también un signo fundamental para sus discípulos. Es decir, Jesús se ha presentado exhibiendo esa señal desconcertante desde el nacimiento hasta la cruz, y los que quieran ser discípulos suyos deben presentar esas mismas credenciales. Esta es una de las enseñanzas centrales del Evangelio, porque además está unida a la primera bienaventuranza: “Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por Rey” (Mt 5,3). Desde la opción por la pobreza se sintoniza con los pobres y marginados de este mundo, y se les puede echar una mano para ayudarlos a salir de ese estado de postración, y para que puedan recuperar su dignidad humana. Para que Dios ponga su sabiduría, benevolencia y poder, es decir, su eficacia en la tarea evangelizadora, la señal tiene que ser de debilidad y pobreza. Sólo así será posible una verdadera evangelización, y como en el caso de Jesús, existirá una gran sintonía entre sus discípulos y la gente excluida, oprimida y menospreciada.
Ahora bien, ¿cuáles son los signos de la Iglesia oficial hoy? Los hemos descubierto y percibido sin dificultad durante el pontificado de Juan Pablo II. De manera especial, se han puesto de manifiesto durante la celebración de su funeral: poder, opulencia, alarde de ostentación sin sonrojo alguno, poder de convocar a los grandes de la tierra, connivencia total, y sintonía absoluta con ellos, Son, en efecto, los personajes con quienes la Iglesia oficial habitualmente se relaciona y se codea. Con toda esta parafernalia, propiciada por el Vaticano a través de todos medios de comunicación, se puede congregar a millones de personas, pero el mensaje de Jesús se hace opaco e ineficaz.
Además, hay que partir de una constatación. Un puñado de naciones poseen un poder económico voraz e incontrolable, el así llamado capitalismo neoliberal de libre mercado, y un dominio militar absoluto que causa pavor. Estas pocas naciones están provocando en el mundo una violencia y una situación de tragedia, miseria y dolor como jamás se había producido. Los culpables de esta violencia y de todo el mal que lleva en su seno son los así llamados grandes y privilegiados de la tierra, movidos por una ambición de riqueza sin límites, y fascinados por el prestigio y la ostentación que causa la opulencia. Esta situación constituye el caldo de cultivo apropiado para ejercer dominio y poder sobre la mayoría de los seres humanos. Podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que el capitalismo neoliberal de libre mercado, es decir, las estructuras económico-políticas de las consideradas “grandes naciones del primer mundo” –en su gran mayoría de origen cristiano-, están causando todo tipo de violencia al resto del mundo: opresión, explotación, marginación, hambre, miseria, dolor y muerte. Ni que decir tiene que estas estructuras son de signo contrario a la dignidad de la persona humana, y al mensaje fundamental del Evangelio.
Esta constatación sobre el neocapitalismo y el libre mercado, tan agresivos y perniciosos para la mayoría de los pueblos, tiene que buscar una justificación teórica, es decir, su propia legitimación ante la opinión pública. Esta legitimación la han encontrado en las religiones, tal como se manifiestan en nuestro tiempo. Las grandes instituciones religiosas reciben del sistema establecido no sólo dinero, sino, sobre todo, el reconocimiento, el prestigio y el rango que corresponden a las clases dominantes.
Muchos creyentes estaríamos convencidos de que la elección de Benedicto XVI ha sido obra del Espíritu Santo, si éste se fuera despojando – y despojara al Vaticano- de los múltiples signos de opulencia, ostentación y poder que encierra. Si Benedicto XVI fuera capaz de clamar con voz profética, como lo habría hecho Jesús en nuestro tiempo, dejando los privilegios que comparte con las clases dominantes, y pusiera en pie de guerra a toda la cristiandad contra el capitalismo neoliberal y el libre mercado, que es la causa de que haya tanta pobreza, miseria y sufrimiento en el mundo, entonces creeríamos que su elección a Papa fue obra del Espíritu Santo, y no de las intrigas de una mayoría de cardenales conservadores, elegidos por Juan Pablo II, y bien organizados para que nada cambie.
Este futuro inmediato está por ver. ¡Confiemos en el Espíritu de Dios!

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PAPA
FERNANDO BERMÚDEZ, misionero y profesor de Teología
GUATEMALA.
ECLESALIA, 04/05/05.- Ha sido electo Papa el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. No era de extrañar, pues la mayoría de los cardenales fueron asignados por Juan Pablo II, casi todos ellos de línea conservadora. Para la Iglesia de América Latina, donde radica la mitad de los católicos del mundo, ha sido un duro golpe. Ratzinger desacreditó la teología de la liberación, que es la esencia del Evangelio. No entendió a América Latina, un continente cristiano y empobrecido a causa de la injusticia y la ingerencia económica, política y militar de los Estados Unidos. Asimismo, Ratzinger desacreditó la teología autóctona que busca inculturar la fe cristiana en los pueblos indígenas y afroamericanos. Ha censurado a insignes teólogos y teólogas latinoamericanos que han sido consecuentes con los lineamientos pastorales de Medellín, Puebla y Santo Domingo desde la rica experiencia de fe de las comunidades eclesiales de base y el testimonio de los mártires. No es fácil entender a América Latina desde una mentalidad centroeuropea o romana.
Ratzinger, hasta ahora, ha priorizado el dogma y la norma sobre la “práctica de la misericordia, la justicia y la buena fe”, tal y como señala Jesús en su Evangelio. Evidentemente, es necesaria la “sana doctrina”, pero más importante es el amor, y éste exige entrega, compromiso, diálogo y respeto.
Tenemos fe que el nuevo Papa escuche al pueblo latinoamericano y sepa descubrir los rostros de Cristo que claman justicia, como señala el documento de Puebla. Y sobre todo, valore la sangre de nuestros mártires, hombres y mujeres, laicos, religiosas, sacerdotes y obispos, como Oscar Romero, Juan Gerardi o Enrique Angelelli, que por amor a su pueblo y en fidelidad al Evangelio entregaron su vida.
Aceptamos y respetamos al nuevo Papa Benedicto XVI, pero por encima de él confesamos que está la fidelidad al Evangelio de Jesús, al pueblo al que nos debemos y a la tradición más genuina de la Iglesia, con un espíritu de comunión eclesial.
Confesamos que la opción por el Reino, que es la razón de ser de la Iglesia, exige la unidad en la diversidad y, sobre todo, la profecía. No hay Reino de Dios sin profecía.

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LA ESPERANZA ESTA ABAJO
JOSÉ MARÍA GARCÍA-MAURIÑO, Cristianos por el Socialismo
ECLESALIA, 04/05/05.- Antes de reunirse el cónclave de la Iglesia Católica para elegir nuevo Papa, algunos mantenían una cierta esperanza de cambio. Otros, ninguna. Después de salir elegido el cardenal Ratzinger, apenas quedaba algún vestigio de que vinieran aires de renovación. Yo no tengo ninguna esperanza de que este Papa vaya a cambiar algo en la Iglesia. Los cambios serios nunca provienen de las cúpulas, sino de los de abajo. Estaba claro que dada la composición de la curia cardenalicia, escogida cuidadosamente por el Papa anterior, no podía salir ningún pontífice que pudiera realizar algún giro en la manera de gobernar esta institución. La cúpula de la Iglesia tiene que mirar al mundo, dejar de mirarse a sí misma, ponerse en contacto con otros modos de creencias, culturas y civilizaciones. No creo en absoluto que este Papa quiera profundizar en una serie de temas, como la paz, la justicia social, la defensa de los Derechos Humanos, etc. El Papa, si quiere de verdad alentar la misericordia y la liberación de la pobreza y la explotación, tendría que denunciar las causas de un sistema que produce tales lacras en el mundo actual. Tendría que bajarse del poder. Que abandone de una vez por todas ser Jefe de Estado y esté convencido que desde el poder político, y en alianza con otros poderes de este mundo, no se puede comunicar la “Buena Noticia a los pobres”.
Cuando el arzobispo Romero fue a Roma después de mandarle una carta comunicándole su visita, se enteró a su vuelta que esa carta fue filtrada desde la curia vaticana hasta la embajada norteamericana de San Salvador, y esto le hizo preguntarse a Romero: “Pero, entonces, ¿Roma de qué lado está? ¿del lado del pueblo y de la Iglesia del Salvador, o del lado del Gobierno asesino y la embajada de los EEUU?”., Cuando Juan Pablo II visitó Centroamérica, pasó de largo por este país, masacrado por los escuadrones de la muerte, sin agacharse a ver las heridas sangrantes de este pueblo. La Iglesia de la liberación latinoamericana sufrió una represión sangrienta por obra de los intereses capitalistas estadounidenses y mundiales, vivida bajo los regímenes militares de seguridad nacional como terrorismo de Estado en la mayor parte de los países latinoamericanos. En este conflicto la institución católica central abandonó a la Iglesia latinoamericana defensora de su pueblo y se alineó del lado de EEUU, en connivencia con las fuerzas capitalistas y antisocialistas y antipopulares occidentales. Chile, Argentina, Perú serían los casos más sangrantemente clamorosos de la connivencia eclesiástica jerárquica con este terrorismo de Estado; Nicaragua y El Salvador lo serían de su alineación con EEUU en el aplastamiento de los movimientos revolucionarios populares.
Lo iniciado en el Vaticano II ya está perdido. El anterior pontífice enterró esa primavera eclesial de los años 1962-1965, que tantas esperanzas abrió al mundo entero. Ya han pasado 40 años, y no han pasado en balde. Y aunque en teoría los principios, orientaciones y fundamentos teológicos, permanecen, la vertiginosa velocidad con que avanzan la sociedad y el mundo, hace que se replanteen nuevos problemas, nuevos interrogantes. A nuevos escenarios, nuevos paradigmas. No se puede seguir con la actual estructura de la Curia vaticana y el Derecho Canónico, que consagra en sus cánones un Papa absolutista.
Este Papa no puede conocer las preocupaciones de la gente si no se pone en contacto directo con ellas. La Iglesia oficial es incapaz de percibir los sufrimientos de los pobres. Son ellos, las masas populares, las comunidades de base de Brasil, del Salvador, de México, de Latinoamérica en general, de los numerosos grupos cristianos de África y Sudeste asiático, los que pueden iniciar un auténtico cambio en las estructuras de la Iglesia. Esta es nuestra esperanza. Es el auténtico movimiento de fe lo que mantiene la verdadera liberación de los oprimidos. No las estructuras de “cristiandad”. Podría ser hoy la continuación de ese movimiento que se manifestó hace treinta años entre las Iglesias cristianas la espiritualidad y la teología de la liberación, un movimiento de renovación que postulaba de hecho la reconciliación del cristianismo con sus propias fuentes evangélicas, una posibilidad de volver a ser lo que fue al principio el «movimiento de Jesús»: un movimiento libre frente a los poderes político y económico de este mundo, y liberador de todos los pueblos oprimidos. ¿Podría este movimiento transformar y renovar efectivamente a las estructuras de la Iglesia? El movimiento surgía además dentro del continente donde habita la mayoría católica, y prendió en él con mucha fuerza y con prometedoras realizaciones. Siempre me acuerdo de lo que dijo Ché Guevara, a Fidel al salir de Cuba, “el día que los cristianos se decidan a seguir el Evangelio, la revolución en América Latina será imparable”. Creemos que estos movimientos, este empuje de los de abajo, son los que pueden alentar algo de esperanza en el futuro de la Iglesia.

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BENITO 16 Y CULTO DEL SOBERANO
FEJ DELVAHE, escritor, educador, teólogo y emigrante en América Latina
ECLESALIA, 04/05/05.- En las últimas semanas le ha dado por decir a muchos intelectuales cristianos, a parte de los ya aduladores, que Ratzinger (Papa Benito 16), es uno de los teólogos de la Iglesia Católica con más fundamento y peso teológico de la actualidad.
Por supuesto es comprensible oír eso en boca de cardenales, obispos, teólogos oficialistas y en otros muchos vividores del modelo eclesiológico actual, es decir personas que interpretan y comulgan con evangelización = clericalismo, o dicho de otro modo, gente del sistema no dada a honrar el talante del apóstol Pedro -aquél que cuando se le arrodilló un centurión romano de nombre Cornelio, lo alzó de inmediato diciéndole: «Levántate que yo también soy un hombre» (Hch 10, 25)-, pero sí gente muy dada a inclinar la columna vertebral ante el patriarca de Roma y trabajar duro en la propagación del CULTO DEL SOBERANO.
El culto del soberano, rey, emperador, jefe, es algo que puede consultarse en cualquier enciclopedia de historia o fenomenología de las religiones. Lo encontramos en todas las religiones de gran notoriedad, tanto en la religión de Egipto, donde el faraón formaba parte de la divinidad, como en la religión de Babilonia, Asiria o Roma, donde los emperadores eran exaltados como divinos. Igualmente en China, allí el emperador era sagrado, en Japón era considerado descendiente directo de la diosa Amaterasu, y en la religión o sociedad budista tibetana el gran lama se traduce de igual modo como alguien sagrado-divino.
¡Claro está!, la Iglesia de Jesucristo no iba a ser menos, máxime cuando el emperador romano Constantino, siglo IV d.C., la elevó a la pompa de religión del estado romano y a sus obispos a las alturas de solemnes magistrados. Desde entonces, en la Iglesia católica se implantó el CULTO DEL SOBERANO, primero hacia el propio emperador Constantino y poco a poco hacia el obispo de Roma o Papa.
Así hasta llegar a lo tan habitual ahora, aunque nada teológico: ver a los cristianos católicos, más aficionados a la ANTITEOLOGIA = CULTO DEL SOBERANO que a la TEOLOGÍA = LIBERACIÓN.
Y en esto resulta que Ratzinger o Benito 16, ha evidenciado y sigue luciendo una demostrada y deficiente teología; es decir, muy poco fundamento y menos esencia teológica, ya desde sus años de cardenal y hoy por hoy desde su subida al trono papal.
Los indicios son bastante notorios: se mantiene en el título de «santo», que sólo pertenece a lo divino; en el título de «infalible», que también es algo sobrenatural; en el título de «elegido por Dios», que es una especie de divinización o filiciación deífica; amén de las grandes parafernalias, galas, decorados, protocolos y gastos suntuosos cuyo objeto es a todas luces el fomento y mantenimiento del CULTO DEL SOBERANO. ¿Dónde está, a ver, esa magistralidad que todos indican que tiene Ratzinger en Teología?
Sin ir más lejos, se pudo ver retransmitido por las principales televisiones del mundo el reciente día de la entronización de Benito 16, como después del acto público, el «famoso teólogo subido a Papa», fue recibiendo dentro del Palacio Vaticano a todos los Jefes de Estado y máximos dignatarios de los más diversos países, que iban pasando a pie para darle sus felicitaciones, los fue recibiendo en la postura de permanecer SENTADO en su trono, sin ofrecerles el noble gesto y la cortesía de levantarse para saludarlos.
Todo en una marcada e intencional línea vaticana de hacer que las altas autoridades y todo hombre en general se incline o arrodille ante el Papa, lo cual es una muestra rimbombante y nada teológica del llamado CULTO DEL SOBERANO, en este caso concreto y viniendo de quien dicen es tan buen teólogo, de AUTOCULTO DEL SOBERANO.
Ya desde mis años de estudiante en la Facultad Pontificia de Teología, pese al empeño de algunos profesores por hacernos tragar sin digerir los libros de Ratzinger, me pareció que el teólogo alemán daba muestras notorias de ser mejor clerigólogo que teólogo en el sentido profundo del concepto Teología.
Urge pues, y lo antes posible, que todos esos especialistas besa-anillos y dobla-rodillas, tan dados al CULTO DEL SOBERANO, nos aclaren si la conducta expuesta por el actual Papa-Teólogo se debe más a la mala educación o a la pésima teología del experto en teología.
¿A cuál de estas dos protuberancias se debe el evidente sostenimiento y propagación del CULTO DEL SOBERANO que hizo desde el primer momento Ratzinger-Benito 16?
Agradecería mucho una respuesta. ¡Ah!, y por favor, tengan presente que por plantear lo planteado no soy infraterno. Preferiría no acabar diciendo como Pablo en su Carta a los Gálatas 4,16: «Y ahora resulta que por decirles la verdad me he vuelto su enemigo».

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¿Y AHORA QUÉ ?
JUAN LUIS HERRERO DEL POZO, teólogo
LOGROÑO (LA RIOJA).
ECLESALIA, 04/05/05.- Dos días antes de la elección de Benedicto XVI escribí a los amigos una nota que fue publicada por Eclesalia el mismo día de la ‘fumata bianca’. Afirmaba en ella mantener la misma intuición que en la elección de Juan Pablo II, casi 27 años atrás: “¡cuanto peor, mejor!”. El modelo de iglesia amagado por Pablo VI confirmaba la traición secular de ésta al Evangelio. Si Juan XXIII y el Vaticano II habían fracasado en el intento sincero de reforma, parecía obvio que ésta no era posible desde el poder -el poder de verdad secuestrado por su núcleo duro, la curia vaticana- sólo interesado en cambiar lo imprescindible para que todo siga igual. Según esta lógica, un Papa reformista no lograría más que prolongar la decadencia del modelo, sin cambiarlo. Por ello era bueno agudizar las contradicciones internas para que fermentase la rebelión. Ha cumplido con este cometido el papa Wojtyla y, por su historial, cumplirá el papa Ratzinger. El modelo de iglesia de Wojtyla que no se ha desmoronado con él, esperemos lo haga con su sucesor.
H. Küng, amigo primero y luego despiadadamente perseguido por Ratzinger, ha pedido 100 días de moratoria. El obispo Casaldáliga, víctima igualmente del mismo Cardenal, ha afirmado ya que no caben muchas esperanzas, conocida la pertinaz trayectoria del gran inquisidor. Análisis humano para un asunto humano, o ¿tal vez ha intervenido el Espíritu Santo para ‘convertir’ la mente de los cardenales estratégicamente seleccionados en virtud de su conservadurismo por el papa difunto? El Papa Ratzinger ha sido durante un cuarto de siglo el artífice de la involución eclesial. Es una persona fría y obstinada pero muy inteligente. Y no le pueden las emociones. Podemos estar seguros que controla, mide, calcula y dosifica sus gestos y palabras, especialmente al comienzo: ojos escrutadores en un rostro inmóvil de sonrisa en cliché fijo. Ni una modulación en la voz. Ni un gesto descompasado. Ni un instante de cercanía física a la multitud al atravesar en coche la plaza de San Pedro. Ni una palabra espontánea al margen del texto. Muchos esperábamos su primera homilía. Analícese con detalle y sin pasión. El Ratzinger de siempre... ¡clavado! Salvo milagro, nada nuevo que esperar en circunstancias ordinarias.
Para mí personalmente la conclusión es clara. Asistiremos a algún gesto, alguna maniobra de distracción, tal vez, incluso, de relumbrón, pero sin fondo, o con idéntico fondo del cardenal conocido. Y las estructuras eclesiales seguirán apergaminándose hasta su implosión. La salvación del movimiento cristiano, es decir, del Evangelio de Jesús sólo procederá de las bases.
¿Cómo han recibido las bases la elección? Muchos en la línea que ya marcaron con la grandilocuente, estridente vacuidad de las últimas semanas: encandilamiento supersticioso, papolatría mágica, ejemplo vivo en lo religioso de la posmodernidad más light. Sin embargo, están apareciendo como nunca antes reacciones de la minoría crítica que señalan desencanto, consternación, rechazo, grito de rebeldía. Es un síntoma de esperanza. Con tal, al menos, de evitar la dispersión después de la cruz que aquejó a los discípulos en los primeros momentos: el Maestro, al igual que ellos experimentaron, sigue vivo entre nosotros ‘a la derecha del Padre’. Pero el “dónde te escondiste, amado” de los místicos nos advierte de que nada se hará que nosotros no hagamos. Nada. Todo retorno al Evangelio depende de los seguidores de Jesús, no de la Ley, del Templo, del Sacerdocio, del Poder Sagrado (jerarquía), de la Iglesia institucional. Tan sólo de los creyentes ‘en espíritu y en verdad’.
Todo esto significa que no podemos andarnos con estúpidos espiritualismos, con clichés manidos, con músicas celestiales. Es el momento de la rebelión. Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres, aunque sean autoridades. Es impío cualquier automatismo mágico por el que una autoridad religiosa detenta el poder y la verdad de Dios. El monumental tinglado organizativo de la iglesia ni siquiera en sus líneas maestras viene del Maestro; pudo haber sido otro, debió haberlo sido...
Sin duda, la crisis es de envergadura. No es cuestión de celibato opcional, ni de sacerdocio femenino, ni de comunión eucarística de los divorciados. Pese a la buena intención, me temo que con ello se pretenden ‘reformitas’. A mi entender, el problema es más de raíz como he defendido en varios artículos. Algunos se asustan y asustan a otros blandiendo el espectro del cisma para lograr la sumisión. Son los ‘hombres de poca fe’ a los que Jesús reprochaba el miedo. Sin embargo y al mismo tiempo nos advertía de que seríamos ‘zarandeados’. En efecto, el cisma es posible. No sería la primera vez. No obstante, si hoy lo hubiere sería sólo manifestación del ya existente. La ruptura dentro del catolicismo es una realidad. Grave, honda, sangrante.
Tan grave como el abismo que separa al mundo pobre del mundo rico. Me atrevería, incluso, a preguntar si aquella no es, a la postre, resultado secreto de ésta. En cualquier caso, no es tan dramática. El drama del hambre y del dolor de los pobres sí que es el locus eclesial, único indiscutible de encuentro. No la ortodoxia vaticana, no la ‘vuelta al redil’ tal como la entiende la homilía papal, no la sustitución de la ‘dictadura del relativismo’ por la más mortífera del fundamentalismo...
¿No se tratará en estas líneas de la pataleta de un cristiano librepensador? No lo creo. Somos muchos los que hemos empeñado nuestra existencia en la tarea apasionada por y con los pobres que es la única traducción hoy del estilo de vida de Jesús, mal que pese a la inquina ratzingeriana contra la teología de la liberación. Aunque esto supone -hemos de ser sinceros y coherentes- nuestra propia conversión al Evangelio, cada día. Por eso, al hablar de una refundición (no refundación porque sería volver al siglo IV) de la Iglesia, entiendo que la ‘conversión’ radical al evangelio por el camino de la oración y del silencio es el primer paso imprescindible de cualquier comunidad cristiana. El paso siguiente sería la liberación interior para, sin mirar siquiera con el rabillo del ojo a la jerarquía, ahondar en el seguimiento de Jesús para, entrelazadas las manos de creyentes y agnósticos, empeñarnos todos en construir un mundo menos hipócrita y más tiernamente humano.
Ánimo, hermanos, este papa u otro tiene menos trascendencia que la pervivencia, por ejemplo, del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional o de la Organización Mundial del Comercio. Estos sí que son la Bestia del Apocalipsis, hambrienta de pobres.

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