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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

les brilló

les brilló

LA (CONTRA)CULTURA DE LA ESPERANZA
JUAN YZUEL SANZ, teólogo y educador, juan@ciberiglesia.net
ZARAGOZA.

ECLESALIA, 11/12/09.- Desde niños nos enseñaron que hay tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. La fe la entendíamos bien y, más aún, la caridad, pero la esperanza se quedaba en poco más que una criada de la fe, una especie de corolario: si uno creía en Dios, era lógico que esperara en Él y confiara en su auxilio.

Pero, andando el tiempo, la esperanza y la fe se han ido distanciando. Según las encuestas, resulta que cada vez hay más personas –y cristianos- que, creyendo en que “algo tiene que haber”, o incluso en un Dios personal, hecho y derecho, andan flojos de esperanza. Muchos no esperan que haya un más allá, ni una resurrección, ni probabilidad de que Dios responda a sus oraciones. Así hemos ido aterrizando en un mundo de cristianos “desesperanzados”.

Parte de este fenómeno se debe a la visión que diversas ciencias proyectan. Antes creíamos que éramos el ombligo del universo, los únicos seres inteligentes en un universo creado para nosotros expresamente. Ahora sabemos que somos un granito de arena perdido en la inmensidad de nuestra galaxia, según se sale a mano derecha. Sobre este planeta, que podría estar tan seco y muerto como los demás, hay un fino musgo, de tamaño infinitesimal respecto a la Tierra, compuesto por un capricho evolutivo de la Materia llamado “Vida”. En él está el ser humano, una mutación genética de un primate al que, un día, se le ocurrió coger una quijada de burro y hacerse la primera herramienta. De allí al acelerador de partículas de Ginebra hay unos miles de años que, en tiempo geológico, es un abrir y cerrar de ojos. Con Google Earth nos vemos como células de un tejido que invade el planeta hasta asfixiarlo, derritiendo los polos y colocando a las castañeras al borde de la extinción. ¿Qué esperanza podemos tener si estamos a merced del comportamiento aleatorio de las placas tectónicas, el anticiclón de las Azores, el Euribor, la nueva Ministra, la parrilla de TVE, el responsable de selección de personal o la quiniela? Desde esta visión dejan de ser significativas una conciencia moral personal o un compromiso a largo plazo, desaparecen las utopías sociales y el trabajar por alentar cambios radicales que nos hagan mejores. Solo existe el Presente, donde hay que buscarse la vida, que es un ratico.

De allí que la Esperanza, con mayúsculas, sea hoy contracultural, casi “contrarreligiosa”. Porque la religión a la carta que impera hoy, la de la “nueva era”, habla más de voluntarismo personal (“Usted sí puede ser feliz -si quiere, claro-“) que de confianza y entereza cuando, a pesar de todo nuestro esfuerzo, las cosas salen mal y los inocentes sufren, mueren y caen en el olvido. No es fácil levantar los ojos a los montes esperando que venga el auxilio, reconociendo que Dios tiene la última palabra sobre nuestra maltrecha realidad y en Él podemos confiar. No es sencillo seguir dándole al mazo, construyendo Historia, mientras rogamos. A veces, como a los discípulos de Emaús, se nos ve por los bares tomando un café con los amigos mientras repetimos la letanía del “nosotros esperábamos…”. Escasean hoy quienes apuestan integralmente por Jesús y, cuando les asaltan las dudas, responden como los apóstoles: “¿A quién iremos, si sólo Tú tienes palabras de vida eterna?”

Para todas y todos los pequeños, los pobres, los sencillos, los limpios de corazón, los pacíficos, los perseguidos, los que lloran y los misericordiosos que esperan, resuenan frescas en este adviento las palabras del profeta: “El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz intensa: habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló” (Is 9,1). Metidos ya en el fragor de la navidad comercial, resistamos y esperemos hincando la rodilla. Otro mundo es posible. ¡Maranatha! (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia.

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