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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

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BAJARSE DEL CABALLO DE LOS VENCEDORES
BRAULIO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ, brauhm@gmail.com
TRES CANTOS (MADRID).

ECLESALIA, 20/07/09.- Queriendo “prestar un servicio a la verdad, que es uno de los pilares básicos para construir la justicia, la paz y la reconciliación”, el sábado 11 de julio, los obispos de Bilbao, Ricardo Blázquez y Mario Iceta; el de San Sebastián, Juan María Uriarte; y el de Vitoria, Miguel Asurmendi, celebraron una eucaristía conjunta para recordar la memoria de “los catorce sacerdotes ejecutados en los años 1936 y 1937 por quienes vencieron en aquella contienda”. Era un “deber pendiente” para purificar la memoria, manifestaron. Hace varios años, en un artículo en El Periódico de Aragón, Antonio Aramayona, profesor y articulista, recordaba que, “además de los sacerdotes vascos, hubo otros religiosos asesinados por el Bando Nacional que no han obtenido ni obtendrán reconocimiento alguno por parte de la jerarquía eclesiástica española”.

En septiembre de 1971, presidida por el carismático cardenal Enrique y Tarancón, tuvo lugar la “autocrítica y polémica” Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes, en la que se planteó el tema del papel de la Iglesia durante la Guerra Civil. La primera ponencia incluía esta conclusión: “Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso, y su palabra ya no está entre nosotros. Así pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque nosotros no supimos a su tiempo ser verdaderos ministros de reconciliación”. Para 70 de los presentes, “un reconocimiento de culpa y una petición de perdón” era conceder demasiado y no se aprobó. El texto tuvo que modificarse, quedando así: “no siempre hemos sabido ser verdaderos ministros de reconciliación” y se aprobó con la mayora suficiente. Fue un paso importante. Se concluyó que los pastores debían ponerse al servicio de la reconciliación de las dos “Españas”.

Después, con motivo del cincuenta aniversario del comienzo de la guerra civil, la CEE, en su instrucción Pastoral Constructores de la paz, dijo, entre otras cosas, que “No sería bueno que la guerra civil se convirtiese en un asunto del que no se pueda hablar con libertad y con objetividad. Los españoles necesitamos saber con serenidad lo que verdaderamente ocurrió en aquellos años de amargo recuerdo”.

Recientemente, con ocasión de la Ley de Recuperación de la Memoria Histórica, que el Gobierno llevó al Parlamento (atendiendo las peticiones de muchos familiares de represaliados por el franquismo), la Jerarquía y muchos obispos acusaron al Gobierno de practicar una “memoria selectiva” y de “reabrir heridas”. A la Jerarquía le pilló “con el paso cambiado” y, una vez más, aplicó una doble vara de medir: los obispos llevaban tiempo preparando una beatificación masiva (la más numerosa de la historia) de 498 'mártires' de la Guerra Civil que tuvo lugar en Roma el 28 de octubre de 2007 -ese domingo, “llama la atención”, en el evangelio estaba la parábola del fariseo y el (re)publicano-. “Pío XII se había opuesto en su día a una canonización indiscriminada y masiva. Postura que, en el espíritu del Concilio, mantuvieron y reforzaron Juan XXIII y Pablo VI, éste último ordenó la paralización de los procesos canónicos que desde el final de la guerra llegaron al Vaticano, pidiendo la canonización de los mártires de la cruzada. Las cosas cambiaron con Juan Pablo II, de quien se afirma que fue admirador de Franco”, recuerda el sacerdote Jesús L. Sáez.

Según declaraciones de monseñor Rouco, actual Presidente de la CEE, “para una auténtica y sana purificación de la memoria lo mejor es el olvido”. Sin embargo, discernir sobre cuál fue el comportamiento de la Jerarquía eclesial durante la guerra, y la posterior represión, no es contrario al evangelio. Lo adecuado hubiera sido que la jerarquía, durante la Ley de Memoria histórica, hubiera hecho una reflexión o catequesis sobre el papel de la Iglesia durante la guerra civil y la posterior dictadura. “Lo que pasó hace setenta años, cada vez se conoce mejor. Y es bueno conocerlo. Todo lo descubierto es luz (Ef 5,14) dice San Pablo”. Esta reflexión la hizo el sacerdote Jesús López Sáez en “Memoria histórica ¿Curzada o locura?”, alentado por la experiencia del salmo 85: “Dios anuncia la paz con tal de que a su locura no retornen”. También, “llama la atención”, este salmo es el que se leía en las Iglesias el sábado (por la tarde, en la liturgia dominical), justo el día que se celebraba en la catedral de Vitoria la eucaristía de los obispos vascos para rehabilitar a los sacerdotes vascos ejecutados por el franquismo. Y estaba la lectura del profeta Amós, a quien el sacerdote del templo nacional no pudo acallar (Am 7,12-15).

Entre los beatificados en Roma no figuraban ninguno de los curas vascos (ni, por supuesto, ninguno de los miles de católicos republicanos que murieron o fueron fusilados por los sublevados por el simple hecho de defender la legalidad vigente de la República). El portavoz episcopal, Martínez Camino, dijo entonces desconocer si tales hechos sucedieron. Pero “La existencia de múltiples documentos acerca de estos asesinatos revela la descarada hipocresía de la máxima jerarquía religiosa de España” (El Plural). El cura Jesús cuenta, por ejemplo, esta anécdota (entre otras): “Yo conocí en Roma a un sacerdote venerable, Albert Bonet, a quien pudieron matar en las dos partes, en Cataluña por ser cura y en Navarra por ser catalán. Claro, si le hubieran matado en Cataluña, podría haber sido beatificado hoy. No así si le hubieran matado en Pamplona. !Lo que son las cosas!” (“Beatificación en Roma, 28 octubre 2007").

El 16 de noviembre de 1938, en plena guerra civil, un decreto de la Jefatura de Estado (de los sublevados) establecía, “previo acuerdo con las autoridades eclesiásticas”, que, “en los muros de cada parroquia figurara una inscripción que contenga los nombres de los Caídos, ya en la presente Cruzada, ya víctimas de la revolución marxista”. Aquellas placas permanecen en las fachadas de las Iglesias, para inmortal recuerdo; mientras que por toda la geografía de España hay “territorios sembrados de horror”: decenas de miles de cuerpos de ciudadanos republicanos permanecen borrados de la memoria en fosas comunes en cunetas, barrancos, pozos y cementerios. Más de setenta años después, buena parte de la Jerarquía aún sostiene que desenterrar a estas víctimas olvidadas es “reabrir heridas”.

Claude G. Bowers, embajador de EEUU en España entre 1933-39, en su libro Misión en España (“un tesoro periodístico, diplomático y político”, dice el periodista Eric Sopena), denuncia el martirio de los vascos, o la atrocidad de los bombardeos sobre Durango y Gernika, un territorio de profunda catolicidad, nada sospechoso de “rojo”, pero leal a la República. Y se refiere a la Guerra no como una cruzada, sino como “la guerra del Eje contra la democracia española”. Los sublevados, y la Jerarquía de la Iglesia, invistieron el Alzamiento con un sello divino, como denuncia el capuchino Gumersindo de Estella, capellán de la cárcel de Torrero (Zaragoza). En su libro Fusilados en Zaragoza, 1936-1939. Tres años de asistencia espiritual a los reos, fray Gumersindo manifiesta que llamarla santa cruzada “fue un error que envenenó las almas”: lo que la Iglesia se empeñó en llamar santa cruzada no era otra cosa, dice, sino “una empresa pasional de odio y violencia”.

“Ciertamente, la violencia anticlerical fue terrible. Fueron 6.832 víctimas: 4.184 del clero secular, 2.365 religiosos, 283 religiosas. Pero la violencia anticlerical, recuerda el cura Jesús, debe situarse en el marco de la violencia general desatada por el sangriento golpe de Estado contra el orden legítimamente constituido de la República y por la guerra civil consiguiente”. La cifra la dio el sacerdote y periodista Antonio Montero (Historia de la persecución religiosa en España, 1961) que, “llama la atención”, llegó a ser arzobispo de Badajoz, una ciudad donde las atrocidades de los autodenominados nacionales, dirigidos por el coronel Yagüe, fue indescriptible: “los milicianos capturados en el coro de la Catedral fueron ejecutados ante el altar”, “los rebeldes celebraron la Asunción con una terrible matanza” (M. Tuñón de Lara). Un artículo publicado en el Manchester Guardian lo tituló “Masacre después de la captura de Badajoz”. Ante los rumores de la carnicería, el coronel Yagüe respondió: “Naturalmente que los hemos matado. ¿Iba a llevar a cuatro mil prisioneros rojos con mi columna?” (Las heridas abiertas de la guerra civil. Un viaje por la España desmemoriada” (Jason Webster).

Antonio Bahamonde (un hombre muy creyente y de derechas de toda la vida), a quien el general golpista Queipo de Llano lo nombró su secretario, tuvo que fugarse, horrorizado por la extrema violencia de los sublevados en zonas donde el golpe triunfó de inmediato, sin apenas resistencia; se exilió a Argentina donde escribió un libro con un gran valor testimonial Un año con Queipo. Confiesa que su fe llegó a tambalearse al ver el “beneplácito y la bendición de la Iglesia, de sus más caracterizados representantes” ante “la cantidad de crímenes cometidos para los que nunca, en ningún caso, han tenido la más ligera insinuación de protesta”.

En los diez años que siguieron al final oficial de la guerra, no menos de 50.000 personas fueron ejecutadas, denuncia Julián Casanova en La Iglesia de Franco. Hoy, decenas de miles de cuerpos siguen ignorados en fosas comunes, en cunetas, barrancos, pozos y cementerios.

Un superviviente singular de la represión de los vencedores es Fernando Macarro Castillo, más conocido como Marcos Ana: “el poeta de las cárceles de Franco”. Una Plataforma de intelectuales e instituciones lo está postulando para el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2009. Fernando es el preso político que más años pasó en las cárceles de la dictadura, veintitrés. Fue condenado a muerte dos veces, acusado de “auxilio a la rebelión”. Ingresó en prisión a los 19 años y salió con casi 42. En sus estremecedoras memorias, Decidme cómo es un árbol. Memorias de la prisión y de la vida (2007), a pesar de lo sufrido, no hay una sola palabra de rencor ni de venganza. Son “Una lección de humanidad”, dice el Premio Nóbel J. Saramago. Marcos Ana manifiesta que ”la recuperación de la memoria histórica no es para pedir cuentas a nadie… sino para situar la Historia en su lugar, arrancar al olvido a nuestras víctimas y cancelar de una vez los procesos y condenas incoados por un régimen ilegal, impuesto por las armas frente a la legalidad republicana”. Tiene 89 años: “El bosque de mi generación se va despoblando poco a poco, y yo sigo en pie como un árbol milagroso”. La próxima película de Almodóvar será sobre su vida.

Los obispos de las diócesis vascas también han querido “purificar la memoria” rehabilitando a los “presbíteros ejecutados por los vencedores y que han sido relegados al silencio”. “No queremos reabrir heridas, sino ayudar a curarlas, queremos contribuir a la dignificación de quienes han sido olvidados o excluidos y mitigar el dolor de sus familiares y allegados”. En 2007, monseñor Ricardo Blázquez, al finalizar su mandato como Presidente de la Conferencia Episcopal Española, dio “una grata sorpresa” a muchos en su discurso de despedida cuando afirmó que la Iglesia tiene que revisar su propio pasado: “deseamos que se haga plena luz sobre nuestro pasado”; “recordamos la historia no para enfrentarnos, sino para recibir de ella la corrección por lo que hicimos mal o el ánimo para proseguir en la senda acertada”.

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica manifiesta en una carta que “Mientras (la Iglesia) sólo asuma su parte de víctima y no la de verdugo, estará contribuyendo a una estéril culpabilización y a una utilización extremadamente parcial del pasado. Debe pedir perdón por su complicidad, por una actitud que causó enormes sufrimientos”. La Iglesia española, recuerda el cura Jesús, necesita memoria histórica, una confesión nacional y, quizá también, (¡todo un símbolo!) una caída de caballo. ¿Es que no se ha bajado todavía del carro de los vencedores? La guerra civil no fue una cruzada, sino una guerra fratricida, -una locura-. Se dice en el salmo 85, Dios anuncia la paz, con tal de que a su locura no retornen”. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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