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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

esta cuestión

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¿DÓNDE ESTÁN NUESTROS JÓVENES?
SANTIAGO D. CATALÁN OLARIA, 257santi@hotmail.es

En el lugar donde trabajo funciona desde hace unos años un recurso autoformativo que respondería a lo que llamaríamos “Escuela de Padres/Madres” y en no pocas sesiones sale esta cuestión.

Escuchar sus preguntas, sus experiencias de relación con sus hijos, sus angustias,… la expresión de la ansiedad que produce el “no saber qué está haciendo realmente ese hijo que apenas dice cuatro palabras seguidas y que vuelve a casa… cuando vuelve y como lo hace…” da sobradas pistas de lo que se cuece en ese substrato y que “pre-ocupa” más que “ocupa”… porque tampoco luego se observan cambios o formas de ir a la raíz de muchos desencuentros, rupturas,… o sencillamente pobreza en la comunicación, falta de honestidad o franqueza –por un lado- o desprecio total de lo que “los viejos” puedan decir, pensar o sentir si se enteran de esto o aquello o ven comportamientos para ellos difíciles o imposibles de digerir, por otra parte.

También hay testimonios en los cuales se observa una armonía envidiable, quizás nunca perfecta pero siempre constructiva, realizante para todos, auténtico camino de maduración y crecimiento mutuo, de todas las partes relacionadas; mas esto no es problema, no sale de estos ambientes la pregunta que encabeza este pequeño artículo.

UN VISTAZO A LA REALIDAD

Exalumnos que hoy están empezando estudios superiores o están trabajando ya –los que han conseguido esa lotería- suelen identificar lo de “ser joven” con: “divertirse, disfrutar de la vida al máximo, al día,… vivir despreocupados del futuro inmediato y aprovechar para el goce personal cuantas ocasiones se les presenten para ello; hay que estudiar, es verdad, o hay que currar… pero porque no hay más remedio”.

Algunos hay también que aunque no niegan esto anterior… tienen otras perspectivas y no ven el estudio o el trabajo como una carga sino como una oportunidad, un buen instrumento para su realización personal y para la corresponsabilidad en el seno de su familia (suelen ser aquellos chicos y chicas que desde siempre o desde cierto tiempo acá han asumido responsabilidades en el hogar, con su propia familia o en ambientes sociales en los que se requiere una enorme gratuidad y solidaridad).

Estoy estereotipando y sintetizando posturas (la realidad que trato de describir sería muchísimo más prolija y con infinidad de matices) pero en esto se podría resumir esto que observo.

Según lo expuesto se puede deducir fácilmente que “nuestros jóvenes están allá donde se sienten llamados, donde se sienten a gusto o creen que están mejor, allá donde se vean valorados, reafirmados en sus convicciones que tratan de diferenciar del mundo adulto, como un simple mecanismo de autoafirmación y de rebeldía –que no es tan insana en sí misma como muchos creen- ante un sistema del que no se sienten responsables aunque participen de él como el que más” (fuerte contradicción, por otra parte).

“Estar” se puede de muchas maneras pero me estoy refiriendo al “estar” no sólo con los pies sino también, y sobre todo, con la mente y el corazón; ése es el verdadero “estar”. (Lo matizo para ser mejor entendido).

Nuestro sistema social mercantilista –al que no le sirve código moral alguno- entiende mucho de esto y organiza de forma concienzuda los mecanismos para rentabilizar las apetencias e inquietudes juveniles. ¿Conocen ustedes algún recurso de ocio y tiempo libre en el que los jóvenes puedan disfrutar sin tener que desembolsar lo que tienen y lo que no también? –los hay, conozco alguno, pero… ¿es eso lo mayoritario o siquiera un 10% del total?- (sólo es un simple botón de muestra para darnos a entender la evidencia de que los jóvenes sólo son, para este sistema, “un mercado más”).

A nuestro sistema le encanta predicar el individualismo, el egocentrismo o hedonismo social y si alguna vez habla de “grupo” lo hace para vender sus productos que, supuestamente, responden a la necesidad natural que los jóvenes sienten de “sentirse parte de algo, tener un referente,… que les dé seguridad ante las naturales disensiones que tienen o puedan tener en su ámbito familiar”… y que se traducen en lo mismo: rentabilidad para bolsillos que no son los de estos jóvenes. Tiene para ello un fabuloso montaje totalmente a su servicio: televisión, prensa escrita, publicidad,… al que contribuyen también, por si fuera poco, ciertas leyes dictadas desde todas las ideologías.

Por otra parte, la campaña mediática que trata de relativizar todo y poner en solfa cualquier valor que pudiera obstaculizar esa rentabilidad material, efectivamente logra su objetivo en buena parte y los enormes esfuerzos de muchos padres y madres, educadores (en los centros docentes y no docentes),… en proponer otras maneras de enjuiciar la vida y de vivirla se ven no pocas veces frustrados, empequeñecidos e incluso ridiculizados.

Cierto que ante todo esto los y las jóvenes tienen siempre la última palabra y son quienes deciden en última instancia “a dónde van y dónde quieren estar” y, por lo tanto, las consecuencias de esas decisiones son suyas también, no tenenos porqué culpabilizarnos –por mucho que nos duela- cuando observemos ciertos resultados que son fruto de su libre opción… aunque eso no nos libra ciertamente de preguntarnos a nosotros mismos: “¿Qué está fallando en el referente familiar y educativo para que quienes debiéramos ser realmente creíbles y confiables no lo seamos o no demostremos contar con el peso que debiéramos tener?”.

NUESTRAS LAGUNAS E INCOHERENCIAS

Nadie es perfecto, sólo Dios es verdaderamente bueno (Mt.19,17). La “perfección” a la que alude Jesús de Nazaret y que nos propone como meta y camino al mismo tiempo es el amor (Mt. 5,48) pues al proponernos “ser perfectos como Él” nos está diciendo que vivamos la esencia misma de Dios de la cual somos imagen y semejanza.

Por lo tanto, es desde ahí y hacia ese modelo de perfección al que nos conviene orientar todos nuestros pasos, tanto por el BIEN de nosotros mismos como del de aquellas personas para las que, lo sepamos o no, somos referencia (los padres y madres lo son siempre de sus hijos, aunque las apariencias de ello a ciertas edades lo quieran negar).

Pero… solemos fallar en primer lugar por aquí: nos falta COHERENCIA con lo que pensamos que debiera ser; no podemos predicar trigo si lo que damos es otra cosa. Las palabras, cualquier mensaje -por hermoso que sea-, no sirven de nada si no son corroboradas por nuestros hechos y actitudes. No podemos pedir a nuestros hijos “que se sienten y nos escuchen si nosotros empleamos el poco tiempo que tenemos con ellos en sermonear más que en compartir pensamientos, sentimientos, vivencias,… preocupaciones, proyectos,…”. No podemos reclamar “respeto” si nos perdemos en descalificaciones o mofas sobre su modo de dar cauce a sus ansias de diferenciación respecto al mundo adulto que ven reflejado en nosotros. …

Nos sobran MIEDOS e inseguridad. No existen varitas mágicas, no hay recetas para “ser un perfecto padre/madre”: eso es algo que aprendemos con la experiencia misma, no viene en los libros de texto. Es natural que temamos al dolor, a la infelicidad de nuestros hijos porque identificamos su dicha con la nuestra y, con demasiada frecuencia… también confundimos sus caminos con los nuestros ¿necesariamente tienen que ser los mismos? Pero estos miedos y sentimiento de inseguridad… nos hace obsesionarnos tanto que nos impulsa a seguir tratándolos como a niños (nos cuesta tanto el irnos despegando de ellos…) y nos olvidamos de que están llamados no sólo a ser quienes realmente son sino a trazar por sí mismos su propio camino… en el que les podremos acompañar, ACOMPAÑAR.

¿Sabría Padre Dios antes del “Big-Bang” lo que haríamos nosotros hoy? Estábamos en su mente antes de aquel punto y nunca hemos dejado de estarlo. ¿Podía suponer que íbamos a rechazarle, despreciar su presencia e incluso negarle?,… la Biblia nos deja muy claro en multitud de pasajes que sí, ¡y tanto que lo podía suponer!, ¡como que nos hizo libres! y, por lo tanto, también responsables de nuestras decisiones.

No podemos educar a nuestros hijos en la responsabilidad si no tienen margen de libertad y ejercitar en ella la capacidad de hacer las cosas según sus propios criterios. “Es que mi hijo tiene unas formas de pensar y se le ocurre cada cosa”… podríamos decir muchos; mejor acompañémosles en su aventura pero con las riendas de su vida en sus manos. Igual que Padre Dios recorre con nosotros toda nuestra vida, con ese mismo amor y profundo respeto a la libertad que él mismo nos dio pero también con el mensaje y la coherencia que Él siempre nos demostró. Así… sí.

Nos falta COMUNICACIÓN espontánea y sencilla, valorar logros, proponer metas, expresar propuestas de crecimiento y no tanto imponer; comunicación con gestos más que con palabras, con susurros o silencios más que con gritos;… Nuestros jóvenes están en proceso de emancipación y necesitan seguridad en sus tomas de decisión pero si en nosotros no hallan eco a sus dilemas, dudas,… las tendrán que buscar de algún otro modo y… en otros ambientes, otras personas,…

Necesitamos FRESCURA para desprendernos de todo lo que sabemos y buscar respuestas junto con nuestros hijos, plantearnos cuestiones y reflexionar juntos, partiendo de la simple realidad que vivimos hoy y aquí y que conocemos ambos,…; la perspectiva del pasado y su aprendizaje debe servirnos para orientarnos no para imponer pre-juicios, nos debe ayudar a ser prudentes y no para el estatismo,… Se trata de imaginar constantemente “inéditos viables” en el que nuestros hijos sean verdaderamente los principales protagonistas de ese proceso de crecimiento personal.

TENEMOS ALTERNATIVAS

Todo esto nos indica que “no estamos tan perdidos como podría parecer”. Ningún hijo está tan lejos de nosotros ni tan lejos de Dios (hay que decirlo también: hay mucha expresión catastrofista que machaconea con la frase: “Esta juventud de hoy ya ni se acuerda ni quiere saber nada de Dios”… y tengo que decir que eso no es cierto y luego diré porqué)… como decimos en momentos de frustración o enfado al contemplar ciertas formas, comportamientos, etc… que obviamente no son de nuestro agrado.

Si nuestros jóvenes no están “donde a nosotros nos gustaría” preguntémonos: ¿es en sí malo ese “lugar” sólo porque no es en el que estaría yo?; si acaso la respuesta fuera “s픅 cabría estas preguntas: ¿qué ha podido inducirle a él /ella para tomar esa decisión?, ¿qué puedo hacer para saberlo y poder cambiar lo que haya que cambiar? Si la respuesta fuese “no” a la primera cuestión… cabe imaginar perfectamente que nuestro hijo/a tiene otras formas de construir su mundo de valores y de vivirlos y, si quiero comprenderlo bien o mejor… para eso está también la COMUNICACIÓN.

Hay que partir de la realidad, de nuestros propios hijos y de lo que piensan y sienten, de sus inquietudes y necesidades reales (no siempre coincidentes con lo que verbalmente dicen). Necesitamos aceptarlos tal y como son y son así desde el momento mismo de su concepción; todo su proceso evolutivo a partir de aquel instante es de constante crecimiento de eso que ya tienen y son, no necesitan que les cambiemos sino que les orientemos, que les ayudemos a desarrollar completamente su personalidad.

Aceptarlos tal y como son es una manera de demostrarles que son amados por sí mismos, mucho más que por sus logros, virtudes,… y defectos, contradicciones o incoherencias (esto se consigue más fácilmente si somos capaces también de aceptarnos a nosotros mismos y estimarnos por encima de nuestras cualidades, posesiones y pobrezas). Las diferencias de opinión o de enfocar la vida no sólo son algo natural sino necesario también para que los y las jóvenes alcancen su perfecta individualización.

Si queremos convencerles de sus errores… corrijamos primero los nuestros y desde la coherencia podremos “hablar” más y ser mejor comprendidos, más convincentes, creíbles,… sin miedo a las meteduras de pata (nuestros hijos ya saben de sobra que estamos hechos todos de la misma pasta y no fue ayer que se enteraron de eso, no necesitamos aparentar nada,… ¿qué cuesta ser humildes y reconocer ante ellos nuestros pecados e incluso pedir perdón por nuestras conductas cuando ellas han dejado que desear?, ¿qué podemos perder y qué ganar?).

“Está bien esto cuando tu hijo no ha tocado la droga o no ha llegado a pisar la cárcel,… pero cuando tras años de encontronazos, enorme sufrimiento, indescriptible “convivencia”… al final lo ves as텔 Es lo que dijo una tarde una madre durante una sesión en la que hablábamos de este modelo de COMUNICACIÓN; a ella le respondió otra madre que le animó diciendo: “Pero tú estás aquí y no mirando la telenovela, a mí eso me suena a que tienes esperanzas de recuperar a tu hijo y de querer ayudarte a ti misma para educar mejor a los dos que tienes en casa todavía”. … Hubo más, por supuesto, pero el lamento de la 1ª madre y la respuesta que reproduzco aquí… muestran una valiosísima alternativa más: “NUNCA perdamos la esperanza de redimir nuestras relaciones con nuestros hijos, de reorientarlas y hacerlas valiosas para ambos porque, repito, seguimos siendo –siempre será así- referencia constante para nuestros hijos y somos tenidos en cuenta mucho más de lo que nos creemos”.

NUESTROS JÓVENES Y DIOS

Hablar de esto lo hacen mejor, como todo lo anterior, muchos libros escritos al respecto pero valgan sólo algunas líneas para expresar aquí lo que pueda responder a la cuestión que encabeza este artículo.

Muchos se quejan también de que “no hay jóvenes en Misa o cada vez se les ve menos; también se les echa de menos en otras manifestaciones religiosas en las que sólo se encuentra gente mayor, cada vez con más años”. Su conclusión es simple: “Nuestros jóvenes ya no creen en Dios, no quieren saber nada de Él”.

¡Pues no! Nuestra juventud no deja de tener en cuenta a Dios sólo porque la inmensa mayoría no vaya a Misa ni participe de muchos actos religiosos. Antes de afirmar la total disociación jóvenes-Dios habría que preguntarse: “¿Qué imagen de Dios les hemos predicado nosotros los adultos para que se dé este “aparente” resultado? ¿Es lo mismo la “participación en actos litúrgicos y de piedad popular” de nuestros jóvenes y su “fe en Dios”?; lo primero es manifestación de lo segundo, ¡cierto!, pero no equivalente.

Como profesor de Religión puedo constatar que de 25 alumnos que tenga en una aula de 6º de Primaria –pongamos por caso- pueden haber uno o dos que van a Misa los domingos –y no todos los domingos-; lo de ir a un bautizo, boda o funeral… eso ya es otra cosa: a eso van casi todos. ¿Puedo deducir que la inmensa mayoría de mis alumnos que vienen a Religión son unos ateos (que los hay: tengo alumnos en Religión que dicen ser ateos) o no quieren saber nada sobre Dios?... pues categóricamente NO. Y cuando escucho sus preguntas en clase, los comentarios que expresan a diario al respecto y los motivos por los cuales hacen esas preguntas y comentarios… lo que descubro es que “Dios les importa MUCHÍSIMO”… pero a veces nosotros los adultos se lo desdibujamos, lo tapamos, se lo hacemos difícil de encontrar… cuando Dios está loco de darse a conocer, de amar y ser amado.

Les desdibujamos a Dios o se lo hacemos irreconocible cuando les inculcamos la idea de que “se va a Misa porque hay que ir” (¡ojo!, no quiero decir con eso que la Eucaristía no sea importante, otra cuestión sería –y en eso habría que entrar muy de lleno- que este sacramento se presentara de maneras más vivenciales, más cercanas a lo que es realmente y a lo que nuestras actitudes debieran ser en su celebración); hay elementos que se nos siguen pasando por alto y son de una tremenda trascendencia: todavía hay muchos que piensan que eso de ser “cristiano practicante” es “creer en Dios y participar de los actos religiosos”, como antes decía, cuando en realidad ser “practicante” es no sólo expresar la fe en esos actos sino también y sobre todo en la “vivencia coherente con los valores del Reino de Dios que son justicia, paz, perdón y la síntesis de todo: amor”. Peor aún es cuando decimos unas cosas de Dios y luego nuestras prácticas y actitudes están a años luz de que esa fe en Él tenga implicaciones en nosotros; esto ya no tiene ni que explicarse.

¿Puede ser ilusionante una fe y vivencia cristianas que esté basada sólo en obligaciones o formalismos cuando lo que en teoría celebramos es el mayor regalo que podremos disfrutar en la vida? ¿Tiene sentido que nos obliguen a ir a una fiesta a la que nos encantaría ir… si nos la presentaran de otras maneras?

Cuando entendamos y vivamos la idea de que “esta fe en Dios se evidencia en nuestro estilo de vida y en ella anunciamos el Reino de Dios… cobrará un mayor sentido celebrar esa fe y entenderemos la necesidad de expresarla en nuestra liturgia y en cualquier otra manifestación religiosa y, de regreso, esa celebración alimentará y dará fortaleza a nuestra vivencia de la fe en el día a día”. Si nosotros lo entendemos así y así lo vivimos… podremos hacer entender mejor nuestro interés en que ellos participen también de esta Gracia (porque es un don poder participar de esta vida, es un gozo enorme).

Nuestros jóvenes tienen sed de Dios y más de la que adivinamos. La cuestión es ver en qué condiciones les transmitimos nosotros ese conocimiento, con qué recipientes y cómo están esos recipientes (si en vez de darles el agua clara y limpia les damos agua turbia… difícilmente la podrán beber).

“Nuestros jóvenes están allá donde se sienten llamados, allá donde se sienten a gusto o creen que están mejor, allá donde se sientan valorados, reafirmados en sus convicciones que tratan de diferenciar del mundo adulto”… decía casi al principio de este largo comentario, pensamiento en voz alta.

Si nos quejamos de “ciertos lugares” o nos parecen inadecuados para nuestros jóvenes… está muy claro que tenemos no sólo mucho que decir sino sobre todo MUCHO QUE HACER para ir cambiando eso, hay ciertas actitudes a las que no podemos renunciar, hay una fe que debiera ser más viva, más activa, más coherentes nuestras prácticas con ella –especialmente con quienes fueron los predilectos de Dios desde siempre: los hermanos empobrecidos, los últimos en los banquetes humanos-… y hacer todo esto con ALEGRÍA, ¡corcho!, que parecemos a veces “santos tristes” y los “santos tristes”, hermanos, “tristes santos” son. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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