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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

sin imponer

sin imponer

CREER SIN IMPONER
"Mirad a mi siervo... No gritará, no clamará, no voceará por las calles...”.
BRAULIO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ
TRES CANTOS (MADRID).

ECLESALIA, 17/01/08.- El famoso texto, de Isaías, nos anuncia la llegada de un personaje importante, atípico, nada catastrofista. Anunciado y presentado como el siervo, Jesús es la antítesis del poder religioso, de esos príncipes de la Iglesia que, en sus parcelas de poder, actúan como señores feudales, aspirantes a monarcas absolutos. Porque un siervo nunca impone. Según los evangelios, “Jesús no enseñaba como los letrados, sino con autoridad” (Marcos 1, 21-28). Más sensible a la compasión que a la condena, hoy Jesús lo tendría tanto o más difícil que en su época. Como ciertos teólogos, puestos en el punto de mira de la Congregación para la doctrina de la fe, él también levantaría sospechas. Casi seguro que tampoco le confiarían ninguna cátedra en una universidad de la Iglesia.

En la polémica manifestación Por la familia cristiana del pasado 30 de diciembre (para un sector mayoritario de ciudadanos fue un acto politizado, según una encuesta), uno de sus oradores (“el más aplaudido”), famoso líder laico de un conocido movimiento neoconservador, llegó a decir, en tono apocalíptico, que los gobiernos ateos y laicos quieren destruir la familia. Curiosamente, este líder fue designado a dedo para pintar los frescos de la catedral de la Almudena; un trabajo a destajo, para que todo estuviera a punto el día de la boda real de doña Letizia, divorciada, y el Príncipe D. Felipe, el heredero de la Corona. (“Agua hubo mucha, pero faltó el vino del evangelio”, recuerdo que dijo un cura, nada sospechoso de integrista). En similar tono catastrofista se pronunciaron los tres cardenales que parecen marcar el paso de la Iglesia oficial en España. Para el cardenal que convocó la macro manifestación, “La salvaguarda del matrimonio” es el “principal problema social” en el que debe volcarse la Iglesia.

Llama poderosamente la atención, que, los mismos que acusan al actual Gobierno de querer destruir a la familia, la indisolubilidad del matrimonio entre un hombre y una mujer, hagan excepciones y no pongan impedimentos para que una persona divorciada, si su matrimonio fue por lo civil, pueda romper su antiguo vínculo de fidelidad (por tanto, ir contra la ley natural que tanto predica la Jerarquía) y pueda volverse a casar “por la Iglesia”. ¿Acaso no hay aquí fariseísmo eclesial? ¿Acaso estos “apaños” o filigranas del derecho canónico no pueden escandalizar la fe de los sencillos? ¿Acaso no fue válida aquella boda “civil” de Caná de Galilea?

En la manifestación por la familia cristiana, otro flamante cardenal (en su día un cura “progresista”, colaborador del carismático y renovador cardenal Tarancón; ahora, un apóstol del nacional catolicismo), declaró que, con la política del actual Gobierno de España sobre la familia, nuestra democracia está en peligro. Estas salidas de tono de algunos príncipes de la Iglesia (“una de las sociedades democráticas menos imaginables” dice J. L. Cebrián), hace que muchos cristianos no se sientan representados por estos pastores. "La obsesión persecutoria, la repetición de mensajes poco articulados... confirman que (la manifestación por la familia) fue un mitin electoral encubierto" (El País).

Ciertamente, cuántas “barbaridades” podemos llegar a decir cuando “perdemos” la memoria.

Un creyente lamentaba semejantes declaraciones, y puntualizaba que la democracia no es un invento cristiano, sino gentil, de los griegos. También pedía por la conversión de estos pastores. Ciertamente, la Jerarquía, ahora que ya no tiene aquel poder, casi omnímodo, sobre las conciencias, y sobre los Gobiernos, está empeñada en hacernos creer (a base de repetirlo) que en España la Iglesia, la familia, están perseguidas. Lo viene diciendo desde poco después de que las urnas eligieron al actual Gobierno (de izquierdas), en cuyo programa había un compromiso de promover leyes para extender derechos. La crispación de la derecha se amplificó con la crispación de algunos cardenales y obispos. “Desde los púlpitos no se puede condicionar la política, ni faltar a la verdad o al respeto afirmando que en España la familia o la democracia están en peligro” ha contestado María Teresa Fernández de la Vega, vicepresidenta primera del Gobierno. Hay como una doble vara de medir en la jerarquía, los pecados son más pecados cuando quienes gobiernan son más laicos.

“Jesús no impone, Jesús nos hace libres... Y ser suave en las formas, y dialogante con lo diferente, no quiere decir que uno tenga menos firmeza en las convicciones” decía hace unos días, en una celebración de la fe, un amigo creyente que declaraba sentirse “un hombre nuevo” gracias a la iglesia renovada que alumbró el Concilio. Como dice un cura, “ciertamente, no podemos imponer a los demás nuestra visión, pero sí manifestarla. En la conciencia cristiana, la vida humana es sagrada desde el comienzo: ‘Cuando en lo oculto me iba formando..., mi embrión tus ojos lo veían’ (Sal 139)”. Para vivir esto, no hay que salir a la calle a manifestarse con pancartas, ni bandeas vaticanas. Y menos aún perseguir a cristazo limpio a las mujeres que optan por ir a las clínicas. Como decía Ricardo Blázquez, Presidente de la Conferencia Episcopal Española: “No es sencillo ser cristiano en este mundo, pero la Iglesia no está siendo perseguida”.

Cada vez es más apreciable que hay una vuelta al integrismo, una añoranza de aquellas misas en latín, de espaldas al pueblo; un retorno al sistema medieval de cristiandad, donde todo ciudadano (o súbdito) se identificaba necesariamente como cristiano, donde era inimaginable que alguien pudiera declarase agnóstico o ateo. José María González Ruiz, uno de los mayores impulsores del Concilio Vaticano II, y gran impulsor del diálogo entre el cristianismo y el ateísmo, concretamente con el marxismo, llegó a decir que el Concilio Vaticano II fue “la tumba de la cristiandad”. Como suele recordar un cura, gran defensor del Concilio, de volver a las fuentes, a la Iglesia primitiva de las comunidades vivas: con el Concilio Vaticano II la Iglesia deja de ser iglesia de cristiandad para convertirse en comunidad, en medio del mundo.

La muerte prematura de Juan Pablo I dio paso a unos de los pontificados más largos de la historia, el de Juan Pablo II. Al restaurar la Iglesia de cristiandad, la Iglesia se convierte de nuevo en monolítica, nada plural: una abrumadora mayoría de los obispos y cardenales actuales fueron nombrados por él. Al contrario que Pablo VI, Juan Pablo II fue el “hombre sin dudas” que “dejó la herencia de una jerarquía, vuelvo a citarles al Nobel Soyinka, que aspira a la incursión de la religión en el amplio dominio de todo lo secular, apropiándose del terreno de la ética, las costumbres y la conducta social” (José Martí Gómez, Carta abierta a la Conferencia Episcopal, cadena SER).

El tono catastrofista de la Jerarquía española, según el cual las “las leyes vigentes” van en dirección contraria “a la Declaración Universal de los Derechos Humanos”, y “llevan a la disolución de la democracia”, me hacen recordar la valentía y clarividencia del papa Juan XXIII, refiriéndose a aquellos profetas de calamidades, que "inflamados de celo religioso, carecen de rectitud de juicio y de ponderación... sólo ven ruinas y desastres y anuncian siempre infaustos sucesos". Profetas que quieren erigirse como los únicos intermediarios entre Dios y el pueblo, puntualiza un cura quien (a propósito de la manifestación por la familia cristiana) nos recordaba muy oportunamente “la hipocresía institucional..., que dispensa ampliamente y con fervor divorcios camuflados bajo capa de nulidad”.

Como decía el teólogo José María González Ruiz: "La Iglesia no ha recibido de Cristo una misión de producir técnicas políticas, sociales o culturales..., por eso no tiene por qué crear una política cristiana, una cultura cristiana, una sociedad cristiana, un Estado cristiano, ni siquiera un partido cristiano" (J. L. Cebrián, El País, 10/0108). Jesús que puso en evidencia a los integristas de su época, llamándolos “sepulcros blanqueados” y cosas más fuertes, “no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”. No tenía una doble vara de medir. Porque, hablando de la defensa de la familia, ¿acaso podemos olvidar que por el mismísimo Vaticano han pasado, y recibido la bendición papal, en audiencia privada, divorciados de muy alta alcurnia... (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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