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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

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EL RÍO DE LA PALABRA I
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JAIRO DEL AGUA, jairoagua@orange.es

ECLESALIA, 12/11/07.- Mi amiga Mercedes es una mujer madura, culta, piadosa, con muy buena formación y, sobre todo, con un personalísimo trato con el Resucitado. Ella no consiente que le den gato por liebre. Se levanta muy digna y se va a la calle, hasta que las lecturas bíblicas contaminantes han terminado.

Otros católicos sufren, se inquietan, se desconciertan. Se preguntan por qué los "sabios" liturgistas nos proponen lecturas cuyo contenido es contrario a la doctrina cristiana y al rostro del Padre revelado por Cristo. La respuesta es sencilla: La "clase sabia" de nuestra Iglesia, celosa de que ninguna letra se pierda, se empeña en freírnos el pescado sin limpiar. Y el Pueblo a comer lo que le pongan sin rechistar.

El error parte de considerar "toda" la Escritura "palabra de Dios". Esta exageración, causada por un exceso de celo, nos llevó a la interpretación literal y con ella al ridículo, como ha quedado demostrado con el paso de los años[1]. Una interpretación acrítica es la cuna del integrismo[2] y del fundamentalismo[3], que son una negación del don de la racionalidad y de la asistencia permanente del Espíritu, realidades imprescindibles en un cristiano[4]. Oficialmente existe un rechazo absoluto de la lectura fundamentalista[5]. Pero, en la práctica, nos arrojan en sus brazos al ordenarnos repetir: "palabra de Dios", después de cada lectura litúrgica, aunque ésta sea bochornosa para un cristiano.

En la raíz de ese exceso (y de otros muchos) está el miedo a lo nuevo, la falta de fe en el individuo y, en definitiva, la falta de fe en el Espíritu. Es la tentación de cualquier madre con hijos que proteger: "para que no entren los insectos y las alimañas conservemos las puertas y ventanas bien cerradas". Sin darse cuenta de que sus hijos se volverán raquíticos por falta de sol y aire. De hecho, una mayoría somos cristianos raquíticos, menores de edad, niños asustados. El dolor que me causa esta situación me empuja a escribir, aún desde las brumas de mi ignorancia. Y es lo que me motiva a solicitar, una y otra vez, mayor cuidado a los que nos dirigen.

Hay teólogos y escriturarios actuales que se esfuerzan por abrirnos ventanas. Pero el aire no llega a todo el Pueblo. A algunos nos han ayudado a fiarnos de las intuiciones profundas, del gusto por la verdad, de la determinación de progresar, de la búsqueda ardiente de la Palabra. Nos han incitado a recordar que "el aire perfumea", que "mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura / y yéndolos mirando / con sola su figura / vestidos los dejó de fermosura"[6]. Nos han empujado a vencer el miedo de profetizar una religión humanizadora, positiva, luminosa y alegre, que nos ayude a volver al Padre con humildad e ilusionada certeza. Una larga etapa rígida y tenebrista nos hizo olvidar aquellas palabras, pronunciadas paradójicamente en la despedida, justo antes de la Pasión: "Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa" (Jn 15,11). O aquellas otras del primer epílogo de Juan: "Éstos (los milagros) han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20,31).

Pero volvamos a la Palabra. Es muy importante caer en la cuenta de que toda la Escritura no es Palabra. Más bien la Palabra discurre entre la Escritura, la riega como un río de agua sanadora, fecunda, orientadora, que recorre una concreta historia humana (la de los judíos y primeros cristianos), durante un concreto tiempo[7].

No podemos confundir el río con sus orillas agrestes, ni con sus monstruos, ni con la vegetación invasora. Hay que distinguir claramente entre el río y la historia que riega. En muchas ocasiones esa historia está habitada por hombres perversos, rudos, ignorantes, que tan pronto reniegan de Dios como le creen inspirador de sus propios crímenes. Algunos pasajes -totalmente secundarios que no explicitan el mensaje central del Primer Testamento- son pura bazofia y su lectura no es recomendable. Esa es la razón por la que la Biblia fue un libro prohibido o no divulgado durante muchos años. Conviene decirlo porque parece, que ahora, todo está bendecido por el hecho de estar en el Libro.

Tampoco podemos pensar que la mano que escribe es sabia, incontaminada, guiada al dictado. Todo lo contrario. Está limitada por su personalidad, por su ambiente humano y material, por su nivel cultural, etc. Es decir, la Escritura no sólo está contaminada por la precariedad o bajura de la historia humana que describe, sino también por los subjetivismos y condicionamientos de quien la escribe. Esto ocurre de forma relevante en el PT (primer o antiguo testamento) porque el primitivismo era mayor y menor la evolución humana. Pero también puede afirmarse del NT. Es más, esto ocurre y ocurrirá siempre, porque los humanos somos limitados e incapaces de agotar la Palabra. Sólo podemos recoger algunos de sus destellos para iluminar nuestra humana oscuridad.

En San Pablo, por ejemplo, es evidente la influencia de su formación judía ultra ortodoxa, que a más de un teólogo confundió, como a San Anselmo. Este obispo del siglo XI, a pesar de su santidad, formuló la nefasta y extendida doctrina de la redención -recogida después por Santo Tomás- como "precio infinito pagado por nuestra ofensa infinita". Ha durado siglos y aún permanece en el subconsciente colectivo y en nuestra liturgia.

¿Qué hacer entonces? ¿Se nos ha roto la Escritura? ¿Renunciamos a ella? Conozco alguno que ha caído en esa tentación. ¡Pues no! Solamente se ha abierto nuestro apetito por buscar, encontrar y digerir la Palabra. Cuando un río discurre por un lecho fangoso y se enturbia, cuando serpentea entre vegetación salvaje y se hace inaccesible, cuando se esconde para aparecer después, cuando se precipita por barrancos imposibles… ¿Hemos de renunciar a su agua? ¡Decididamente no! Solamente es mayor el reto de alcanzarla. Nos va en ello la vida. "Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).

Intentaré humildemente en el próximo artículo dar algunas pistas para conseguir el agua del río y, si fuera preciso, filtrarla. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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[1] Véase, por ejemplo, el origen en la mujer del mal y del pecado (Gn 3,12) que tantos prejuicios históricos hacia la mujer ha protagonizado.
[2] Integrismo: Actitud de ciertos sectores religiosos, ideológicos, políticos, partidarios de la inalterabilidad de las doctrinas.
[3] Fundamentalismo: Aplicación rigurosa y estricta de las escrituras y las doctrinas tradicionales.
[4] Véase, por ejemplo, una alusión a la racionalidad: "Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras" (Lc 24,45).
[5] Véase "La interpretación de la Biblia en la Iglesia" de la Comisión Bíblica Romana. Ed. PPC – 1994.
[6] San Juan de la Cruz: Cántico Espiritual, estrofa 5.
[7] Véase, como ratificación de que la Palabra trasciende la Escritura, el precioso texto: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos…" Is 55, 8-13.

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