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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

picardía

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¿INGENUIDAD GNOSEOLÓGICA O PICARDÍA DEL PODER?
Comentarios rápidos y puntuales sobre algunas “palabras” de Benedicto XVI en Brasil
NICOLÁS ALESSIO, Centro de Formación de Catequistas Mons. Arnulfo Romero
CORDOBA (ARGENTINA).

ECLESALIA, 31/05/07.- Benedicto XVI sorprendió. Siguiendo coherente con la filosofía aristotélico tomista, “sierva de la teología”, nos habló con autoridad incuestionable sobre Dios. Y lo hace convencido que su “idea”, su “concepto” de Dios contiene, refleja, remite, señala con autoridad indiscutible, magisterial, dogmática al Dios real, verdadero, único, existente. Casi que confunde, identifica la “idea-concepto” qué el tiene de Dios con la mismísima realidad de Dios. ¿Es esto legítimo? ¿Hay alguna autoridad autorizada a decir que su “concepto” de Dios es el único auténtico, verdadero, absoluto? ¿Es posible que el lenguaje humano, por más racional y preciso que se pretenda, por más objetivo y científico que se postule, pueda pretender expresar acabadamente lo divino? ¿No podrían otros líderes religiosos cuestionar al líder del catolicismo por la pretensión gnoseológica, cognitiva, de poseer el concepto adecuado del Dios verdadero? ¿Acaso, los “otros y otras” que también nombran, invocan, respetan a “Dios” no podrían decir o pretender la misma prerrogativa, la de ser los detentores auténticos del único Dios verdadero?

No vamos a entrar en los detalles de estas cuestiones. No obstante, nos parece “demasiado” seguir insistiendo en que nuestro concepto cristiano-católico de Dios abarca adecuadamente al Dios real, al Dios en sí. Y esto es lo que ha hecho Benedicto XVI.

Es por todo esto que el “dios”, de cualquier otra religión, será siempre un “dios” en minúscula. Esos otros conceptos de dios, el las religiones de los pueblos originarios del Abya Yala, y de cualquier otra religión en el mundo, serán solo un acercamiento, un “preparativo”, un bosquejo, un prólogo, del auténtico Dios de la Iglesia Católica.

¿No sería más respetuoso de Dios mismo decir que todas las tradiciones, “revelaciones” de lo divino, juntas, apenas y con modestas analogías, nos acercan a este misterio insondable, inabarcable? Decir que Dios se nos ha revelado en Jesús no resuelve el problema. Jesús sigue siendo una mediación por más importante que sea. Y lo es para nosotros, los cristianos.

Cuando cualquiera de nosotros dice “Dios” lo está diciendo desde un lugar de comprensión, de intelección, desde un “situado”. No hay palabras inocentes, sueltas, todas tienen una historia, un lugar social, una imbricación con condiciones históricas concretas, que le dan a cada palabra “un más de sentido”. Así, las palabras tienen un “significado” que irremediablemente remite, se explica, por aquel contexto, y, ese contexto jamás está fuera de lo ideológico, no puede estar fuera de las connotaciones que el sistema de ideas, de intereses, de conflictos, de interpretaciones ofrece a cada palabra, a cada concepto. Pretender hablar ú ofrecer un discurso “neutro”, sin ese contexto de interpretación, sin “ideología” es una ingenuidad gnoseológica o una picardía del poder. Aunque esté hablando de Dios.

Una picardía del poder ya que se pretende hablar desde un lugar “inmaculado”, fuera de las coordenadas histórico-sociales, desde donde se pueda “juzgar” a todo otro lenguaje como “viciado”, “limitado”, como simples “aproximaciones” a “la verdad”, es un abuso de poder, una pretensión ilegítima. Es pretender apropiarse de un lenguaje “neutro”, poderoso, de un contenido indiscutible, cerrado, es expresar un relato con derecho de autoridad absoluta, incuestionable y, por lo tanto, con la “demanda natural” de “imponerse” a todo otro discurso que será necesariamente limitado, viciado, apenas “de semillas” de verdad y por lo tanto necesitado de ser purificado, elevado, redimido, completado. Este lenguaje “magisterial”, pretende hablar “desde fuera” del lenguaje simplemente humano, que obviamente será siempre condicionado, particular, mediatizado, se habla con la autoridad divina, desde “arriba”. Es creerse capaz, con derecho, con autoridad para pronunciar y proponer (muy cerca de imponer) un relato sin historia, sin contaminaciones humanas, sociales, ideológicas. Esta reivindicación, es típica de mundo religioso, porque las religiones remiten sus textos y mensajes a “revelaciones”, es decir, a sustentarse en Dios mismo que habla. Y si es Dios mismo el que habla, no hay nada que discutir, por eso son, en general, discursos tupidos, impenetrables, irrefutables, fundamentalistas.

Los avances en la genealogía de las palabras, la lingüística, las filosofías del lenguaje, los métodos histórico-críticos para analizar el origen situado de los textos… impiden estas demandas de “autoridad”, el querer ser portadores de contenidos “divinos” absolutos.

Curiosamente, al menos para los cristianos, cuando cualquier autoridad pretende enclaustrar a Dios, el Dios celoso se revela como “único”, solo Dios es Dios, y, de esta manera, salvaguarda de los intentos idolátricos. Es una defensa ante aquellos que cierran sobre sí mismos la pretensión de ser la única “voz” autorizada de Dios, aunque se trate de autoridades religiosas. Dios mismo es el que no quiere quedar encerrado ni en el templo, ni en la tierra, ni el los ritos. Así, todo intento “divinizante” de una autoridad, de una institución, de un concepto, de un texto, es idolátrico. Tal vez por eso el “nombre” de Dios, durante mucho tiempo en la historia de los hebreos, fue el de “innombrable”, y fuente de luchas ideológicas, hermenéuticas, porque no hay palabra humana que lo pueda encerrar, encapsular. Dios “solo es el que es”. La magia se cree capaz de esta manipulación de lo divino, de las fuerzas del “más allá”.

Vale la pena una aclaración. No estamos diciendo que entonces es absurdo un “lenguaje” sobre Dios, solo estamos diciendo que ese lenguaje debe ser modesto, abierto a otros lenguajes, inclusivo de otros textos y relatos, porque ninguno puede reclamar para sí una autoridad divina absoluta. Cuando la teología señala un “absoluto”,un punto de referencia “siempre más allá”, una reserva de sentido, un horizonte jamás alcanzado, un innombrable, una luminosidad total, aquello que llamamos “Dios” o no, es una manera de señalar los límites de todo emprendimiento humano, como lo es sermonear sobre “mi” Dios verdadero, que intrínsecamente será restringido. Esa perspectiva siempre lejana de infinito será siempre cuestionadora de todo modelo absolutista humano y, de ese “infinito” de sentido, nadie puede pretender ser dueño. Es decir, se puede cuestionar, desde aquella luminosidad total y de manera categórica, todo atisbo de idolatría en la medida que se mantenga “incontrolado”, “no manipulable”, no “domesticado” por nadie, aunque pretenda ser “magisterio”.

¿Por qué Benedicto XVI no usa entonces un lenguaje flexible, inclusivo, respetuoso, modesto?

No creo que sea una ingenuidad gnoseológica, Benedicto es un erudito. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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