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¿RELIGIONES A LA GREÑA?
JOSÉ IGNACIO CALLEJA, profesor de Ética Social Cristiana
VITORIA-GASTEIZ.

ECLESALIA, 18/09/06.- Me preguntan por las palabras del Papa en Rastibona (Alemania), el 12 de Septiembre de 2006, en la parte del discurso que referida al inaceptable uso de la violencia en la propagación de la fe, da cuenta de un supuesto diálogo de un emperador bizantino (cristiano) del siglo XIV con un sabio persa (musulmán), y cómo el príncipe cristiano achaca a Mahoma y al islamismo el haber legitimado la violencia proselitista en la forma de “guerra santa”.

Está claro que en el discurso del Papa su intención y tesis explícita es que la fe como propuesta sólo puede y debe apelar a la libertad y a la razón de las personas. La cita culta, sin embargo, con la que adorna este lugar común al cristianismo de hoy, es, a mi juicio, desafortunada. Yo creo que es un error utilizar esa cita para el fin que se proponía el Papa. Entiendo que a muchos musulmanes pueda molestarles. Supongo que habrá formas de arreglar esto, pero no es la mejor aportación al diálogo interreligioso.

Otra cosa es si el islamismo en general, o interpretaciones del mismo, postulan la legitimación de la “guerra santa” o si, por el contrario, son versiones falsas en boca y mano de fanáticos que todos conocemos. Entiendo que no es al Papa a quien corresponde deslindar esta tesis. De hecho, su discurso, fuera de la cita de la discordia, es impecable en cuanto a cómo la violencia es contraria a Dios y al ser humano, y a cómo la conversión siempre es el fruto de la libertad personal y la razón. (Si acaso, alguien podría echar de menos un concepto más integral de la razón, incluyendo en ella el testimonio de vida. Llegamos a la fe por la razón y por el testimonio de vida).

Por tanto, bien podría decirse que el cristianismo reconoce que todas las religiones necesitan una revisión de su pasado y su presente, a la búsqueda de sus gérmenes de fanatismo. Sólo Dios es Absoluto decimos, y nada más lo es en la tierra, ni siquiera la religión. Y es Absoluto de un modo que no rivaliza con la valía incondicional de la persona, sino que, por el contrario, confirma y fundamenta su respeto y libertad sin comparación posible.

Esta revisión de todas las religiones ha de ser hecha desde la razón y los derechos humanos. La tolerancia religiosa y cívica tiene esa medida de su interpretación y praxis. Las diferencias culturales en modo alguno pueden significar diferencias sustantivas en cuanto a los derechos de las personas, hombres y mujeres iguales. De hacerlo, incurren en injusticia con el pretexto de la diversidad. Ésta es la tolerancia en la que se sustenta el diálogo interreligioso. Si alguien ha dicho que no habrá paz en el mundo sin que haya paz entre las religiones, más cabe decir que no habrá paz si no se pacifica el interior de cada religión y de todas juntas. ¿El modo? Una tolerancia religiosa y pública que reconozca los derechos humanos de todos como su mínimo común compartido. Ésta es la sustancia de la moral civil y la sustancia moral de las religiones civilizadas. De uno u otro modo, creo que esta tolerancia religiosa derivará hacia la aparición en todos los lugares de “sistemas públicos laicos”; que no laicistas, pero sí, laicos.

Las religiones, en suma, pueden hacer una gran aportación a la paz del mundo, purificadas de todo atisbo de intolerancia. Defiendo que esto es posible. La comparación entre ellas no me parece demasiado adecuada, sino la firmeza de todos en esos mínimos que nos humanizan en cada cultura y pueblo, y especialmente los que humanizan la vida de los (las) más débiles. El cristianismo postvaticano, modestamente, ha aprendido que la práctica de la no-violencia, activa, firme, realista y asociada, es el proceder más fiel a Jesús y al propósito de su liberación. Apelar a la no-violencia no es el buenismo moral que termina en la indiferencia de responsabilidades sociales ante la injusticia. El amor, la caridad, nunca dimite de la exigencia de justicia. Por el contrario, enseña que los que mantienen la verdad del pacifismo secuestrada en la injusticia, no pueden apelar a Jesús. Pero, dicho esto y primero, la libertad, la razón, la no-violencia es el santo y seña del anuncio de la fe cristiana y de la práctica de todo ciudadano de bien. Podemos entendernos. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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