Blogia
ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

eucaristía comunidad

eucaristía comunidad

EUCARISTÍA Y COMUNIDAD
BRAULIO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ
TRES CANTOS (MADRID).

ECLESALIA, 16/01/06.- Bien sabemos… que cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo (señales) y convicción profunda (1 Ts 1,1-5b).

“Volver a la perfección” era para el papa Ratzinger el objetivo del sínodo en torno a la eucaristía: “La tarea más frecuente para los apóstoles es la de rehacer una red que ya no está en la posición justa, que tiene tantos agujeros que ya no sirve”. Uno de los objetivos declarados, el más aireado por los medios, era reparar los “excesos” y “desviaciones” (abusos) en la misa.

Volver a construir iglesias bellas y visibles: se cometen “errores” litúrgicos con la construcción de iglesias “que no son válidas”, reivindicaba un obispo auxiliar del vicario de Roma. Volver a “encontrar un nuevo canon estético”, como en el románico, reivindica a diestro y siniestro un famoso líder laico (el único español invitado por el papa al sínodo); porque hoy “cada párroco puede construir la Iglesia como quiere, hoy uno la hace con cemento, otra en forma de garaje... no hay una estética definida, y sin embargo la Iglesia antes sí que tenía una estética: ¡las iglesias románicas son siempre iguales!...”. Pone como ejemplo a esas personas que al contemplar sus murales, vidrieras o coronas mistéricas (incluso a medio pintar) sienten una llamada repentina a la conversión.

Jesús no dedicaría una milésima de segundo reivindicando esa estética; ni a una circular de procedimientos sobre cómo comulgar con la mano. Y sospecharía mucho de quienes se obstinan en encerrarle en el sagrario; muy posiblemente, “si volviera Jesús los correría a gorrazos”. Él también fue llamado al orden porque relativizaba la liturgia, sentándose a la mesa con los suyos sin cumplir el mandamiento del lavatorio de las manos (Mt 15,2). O porque relativizaba el sábado, y curaba (Lc 6,6-11); y por defender a su grupo de las acusaciones cuando, para matar el hambre, arrancaban (en sábado) espigas en los sembrados (Mc 2,23-28). Su manual de liturgia se resume en el pasaje, sublime, de Zaqueo, un separado, un jefe de publicanos y un pecador, cuando Jesús le invita a bajarse “pronto” del sicómoro “porque conviene que hoy me hospede yo en tu casa”, provocando el escándalo y la murmuración de todos contra Él (Lc 19,1-10). De aquellos diez leprosos curados, sólo uno, un samaritano, un extranjero, se volvió para darle las gracias (Lc 17,11-19)…

Días antes del sínodo Jesús nos recordaba que Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el camino del reino de Dios (Mt 21,28-32). Tanto hablaba Jesús del hombre, del prójimo, sobre todo del alejado y del que no cuenta, que los responsables religiosos y los doctores de la ley no aguantaron más y le pusieron a prueba, contra las cuerdas : “Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” (Mt 22,34-40). Se leía el día de la clausura del sínodo.

En el Mensaje del sínodo sobre la Eucaristía, los obispos invitan a rezar con más fervor a los cristianos de todas las confesiones, para que llegue el día de la reconciliación, en la celebración de la santa eucaristía, para “que todos sean uno” (Jn 17,21). Pero, mientras llega ese día, “Una sana disciplina impide la confusión y los gestos precipitados que pueden obstaculizar aún más la verdadera comunión...”. Durante los debates, varios prelados -hermanos separados- invitados por el papa al sínodo, lamentaron con amargura que “se rompan los criterios de reconocimiento mutuo”, esos gestos ecuménicos que fueron el gran sueño del Concilio Vaticano II. Esos días leía, casualmente, La Farola y dentro me encontré con un coleccionable, de cuatro hojas, del Nuevo Testamento. Estaba el evangelio de Lucas (Capítulos 17 al 20); como portada estaba un hermoso grabado, una ilustración, que resumía el menú de lo que había dentro: El fariseo y el publicano.

La crisis de la asistencia a Misa ocupa la recta final del sínodo, decían los medios. “La mayoría de los católicos no viene a misa. De los que vienen, muchos no entienden. Y de los que comulgan, muchos no se confiesan” declaraba el cardenal Arinze. “El problema más acuciante es la crisis de la asistencia a Misa en Occidente, que se sitúa en torno al 5 por ciento en Francia o en España”, afirmaba el arzobispo Foley, presidente del Consejo Pontificio de Comunicaciones Sociales. Esto ya se explicó (dando el porqué) a los trece años del Concilio, cuando en España agonizaba el nacional-catolicismo (el de los gobernantes custodiando la custodia bajo el palio), en el artículo “España, país de misión” (en la RED). No hay tejido comunitario en la Iglesia, decía el autor: “Muchos son los bautizados, y pocos los evangelizados”. Se puede ir a misa, o a la sinagoga, y no ser pueblo de Dios. Se ponía en cuarentena lo de la España mayoritariamente católica, a la que todavía hoy se aferran los obispos en sus batallas con el Gobierno. Rememorando aquello, hoy algunos, más celosos por la patria que por el evangelio, vuelven a poner el grito en el cielo: “La unidad inquebrantable de España está amenazada”. Y en su emisora de cabecera, lejos de crear comunidad, se favorece un clima de crispación y de división, contraviniendo los principios evangélicos (“produce un descrédito eclesial muy grande", dicen algunos obispos, en privado). Pero todo vale si se mantiene, y se eleva, la audiencia (habrá más publicidad = más rentabilidad), produciendo morbo con los chistes sobre los moritos y los inmigrantes subsaharianos que se juegan la vida en la alambrada. “No oprimirás ni vejarás al forastero, recuerda que tu fuiste...” (Ex 22,21-27), escuchábamos el día de la clausura del sínodo.

El domingo 21 de agosto de 2005, en la explanada de Marienfeld, Colonia, Benedicto XVI, arropado por un millón de jóvenes, clausuró, con una misa masiva, Las Jornadas Mundiales de la Juventud; aunque, según un sondeo realizado por el diario alemán Die Welt, sólo el 20% acudía por motivos religiosos. Casi la mitad, el 43%, dice viajar simplemente para encontrarse con otros jóvenes. La homilía del Papa fue precisamente sobre la eucaristía, sacrificando las lecturas propias del día de las que no dijo palabra (casualmente eran las mismas lecturas que se leyeron hacía 27 años la tarde del 26 de agosto, en que fue elegido papa Albino Luciani).

Benedicto XVI recomendó a los jóvenes conocer las sagradas Escrituras y “un libro maravilloso”: el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio, como al mismo nivel, (el Concilio Vaticano II no quiso un catecismo universal sino “un Directorio sobre la instrucción catequética del pueblo cristiano”). Y afirmó, en español: “Obviamente, los libros por sí solos no bastan. ¡Construid comunidades basadas en la fe!... La espontaneidad de las nuevas comunidades es importante, pero es asimismo importante conservar la comunión con el Papa y con los Obispos. Son ellos los que garantizan que no se están buscando senderos particulares, sino que a su vez se está viviendo en aquella gran familia de Dios que el Señor ha fundado con los doce Apóstoles”.

Subrayaba la espontaneidad como rasgo de las nuevas comunidades, aunque “En realidad, parece una consideración superficial y reductora... ¿Que falta reflexión y discernimiento?... Espontaneidades aparte, en una comunidad viva la participación está abierta a todos, como en un principio: Cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lengua, una interpretación,... podéis profetizar todos por turno para que todos aprendan y sean exhortados (1 Co 14,26-31). El discernimiento es también cosa de todos: Examinadlo todo y quedaos con lo bueno (1 Ts 5,21). Se trata de descubrir la voluntad de Dios (Rm 12,2), manifestada en su palabra. (...) La historia de los papas confirma con muchos ejemplos que se puede ser piedra de construcción, pero también piedra de escándalo”(catequesis ¿Piedra de construcción o de escándalo?, en la RED).

El día 4 de octubre, en pleno Sínodo sobre la eucaristía, Eclesalia remitía a una catequesis de adultos del cura Jesús (Comunidad de Ayala): “Eucaristía: reunión de la comunidad”, (www.comayala.es). En un breve repaso sobre la historia de la eucaristía, se recoge una clave fundamental de San Juan (el único evangelista que no incluye un relato de la institución de la misma) para entenderla: la inhabitación mutua. “La eucaristía es la reunión de la comunidad, ‘la actualización de la presencia de cristo en medio de la comunidad’ (Von Balthasar). Lo que llamamos pan, vino, mesa, comunión es inconcebible sin la comunidad”.

Y ¿quiénes hacen comunidad? Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (Lc 8,19-21): se leía doce días antes del sínodo. Durante el mismo, las lecturas dominicales hacían continuas referencias a la tensión de Jesús con los responsables religiosos y con los maestros de la ley a través de parábolas (El dueño de la viña, El banquete del hijo: Id por los caminos y a todos los que encontréis, malos y buenos, convidadlos a la boda con una sola condición: presentarse con el vestido nuevo, el de la renovación o conversión (Mt 22,1-14).

El Concilio Vaticano II surgió para devolver a la Iglesia los rasgos más simples y puros de su origen, el de las primeras comunidades (las realmente perseguidas como testifica la olvidada primera carta de Pedro, la primera encíclica. Sobre ella ha girado la primera catequesis del curso, No os extrañéis, en la RED). El humilde Pedro, lejos de encumbrarse en el centro, nos recuerda: “vosotros sois sacerdocio real”. El Concilió también surgió para impulsar el ecumenismo.

Como “llamada al orden”, el sínodo “reivindica la centralidad del sagrario, el arrodillarse en la iglesia, el canto gregoriano…”, se decía en los medios. Pero, al parecer, poco o nada se dijo acerca de que la mejor custodia, el mejor sagrario, es una comunidad viva que pone en el centro la Palabra. Ese tipo de comunidad es la que hace más posible, o al menos algo más creíble, lo del Reino. Sólo ese tipo de comunidad tiene autonomía para cortar, de una vez, el cordón umbilical con el Estado en la dichosa asignación tributaria para el sostenimiento de la Iglesia. Desde esa comunidad, pierden sentido las trifulcas y las batallas, en las calles o en los despachos, exigiendo ¡como asignatura! la religión en la escuela. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia). (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

0 comentarios