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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

francia

FRANCIA NO ES DIFERENTE
JOSÉ IGNACIO CALLEJA, Facultad de Teología de Vitoria-Gasteiz
VITORIA.

ECLESALIA, 09/11/05.- La revuelta social en Francia, no por esperada, deja de sorprendernos. A la gente acomodada, más o menos acomodada, pues en esto hay grados muy distintos, las revueltas sociales, también las juveniles, siempre nos sorprenden. Si algo caracteriza a nuestros sistemas sociales democráticos es que los satisfechos con el orden social estamos dispuestos a ponernos la venda en los ojos o a mirar para otro lado antes de reconocer el descontento de los que viven en los márgenes de la ciudad. Porque de esto se trata, en primer lugar, del descontento de una población juvenil doblemente penalizada por su clase social y por su origen. Son franceses, sí, pero con esta doble dificultad de origen. Claro que no es absolutamente insuperable, cierto, pero ¿no es verdad que representa una desigualdad de oportunidades inaceptable, una losa, en una sociedad de ciudadanos y derechos?

Es fácil en estos casos elaborar interpretaciones de los hechos primando tal o cual aspecto de la cuestión. Y todavía es más fácil que cada fuerza política e ideológica juegue al despiste, destacando hasta deformar los aspectos del conflicto que más le favorecen. No voy a dar cuenta de la relación de pareceres teóricos y políticos que circulan por ahí. No me parecen erróneos la mayor parte de ellos. En cuestiones complejas, cuáles no lo son, hemos de acostumbrarnos a la multiplicidad de caras de la misma y única realidad. En mi caso, con todo, pienso que el elemento transversal que las unifica es el peso decisivo y creciente que adquiere la gestión neoliberal de nuestras sociedades desarrolladas en lo que conocemos como mercado único en la aldea única. La gestión, ésta es la cuestión política por excelencia, la gestión neoliberal de nuestras sociedades como consecuencia de que están en manos de los sectores sociales, financieros, políticos y culturales que más se benefician de esta apuesta. Así que el debate no es si más o menos mercado, si más o menos globalización; sino, sobre todo, quién los gestiona, hacia dónde los dirige y cómo los controla. Si las sociedades democráticas no pueden mantener un mínimo control social de todos sus mercados, la tiranía de este instrumento económico, no olvidemos, instrumento, no podrá negar esta verdad: Los mercados financieros nos gobiernan, y los gobiernos gestionan sus decisiones. No hay, así, más soberanía que la del dinero, sus necesidades y sus objetivos. Por eso, el debate sobre si la globalización es inevitable o no, está superado. La cuestión es, repito, quién gestiona la globalización y, por tanto, si son los pueblos soberanos los que marcan las pautas fundamentales de cuánto mercado, qué Estado y qué globalización. El mito de la inevitabilidad de esta manera de dirigir y organizar el mundo, concebida como ley de la historia y ley de la libertad humana, es, eso, un mito, una ideología política cuyo máximo mérito reside en haber vencido al socialismo de Estado.

Ahora bien, si los gobiernos subsisten como rehenes, más o menos voluntarios, de ese neoliberalismo irresponsable, y colocan en el centro de sus prioridades la seguridad, y si ésta les trae la benevolencia y los votos de los satisfechos, los preparados y los atemorizados, ¿qué queda de esperanza social y política para los que viven en los márgenes? Claro que hay otros factores de crisis social y cultural. Cierto. No desprecio los factores juveniles, culturales, religiosos, axiológicos y raciales que hacen muy difícil la convivencia democrática y pacífica en nuestras sociedades. No desprecio todo esto, pero digo que estamos entregando al poder económico, y a sus lacayos políticos e ideológicos, el derecho a regular, jurídica y moralmente, el espacio público. Nos lo reclaman como ley de la historia, como ley natural de lo debido al mercado y a la propiedad y, por si fuera poco, nos piden que pongamos la religión, la moral privada y la escuela al servicio de sus objetivos de “modernización y progreso”; es decir, que formemos ciudadanos que se identifican sin reparo con el orden social que supuestamente les favorece. Nunca ha habido un modelo social con más posibilidades y nunca un modelo social ha despilfarrado más impunemente sus logros. Las instituciones económicas, políticas, sociales y culturales que nos protegían de las peores incertidumbres, y las creencias compartidas en torno a los derechos humanos de todos, están siendo muy cuestionadas en sectores sociales, más aún entre los jóvenes, que no ven manera de abandonar la marginación. Son ciudadanos, poco a poco, a la intemperie. Todos quedamos progresivamente a la intemperie, cierto, pero los pueblos del Sur, los grupos sociales que son nuestro sur particular, los jóvenes sin cualificación y medios familiares, muchas mujeres y ancianos, reconozcamos que son carne de cañón en esta gestión neoliberal de la sociedades occidentales. Por eso hay tanto miedo. Miedo a saber, y de ahí la indiferencia; miedo a saber y no poder, y de ahí la resignación; miedo a saber, poder y sentirse culpable, y de ahí la defensa de la meritocracia; miedo a ser escupido del sistema productivo, porque se puede hablar así, y perderlo todo de la noche a la mañana. ¿Alguien se puede sorprender, en serio, de que los marginados estén perdiendo toda esperanza? No son mejores que nosotros, ni son inocentes siempre. Harían algo parecido a nosotros de estar en nuestro lugar. Pero no lo están. Estamos nosotros. Y nos toca a nosotros rectificar, someter a nuestra soberanía esta gestión neoliberal del mundo para hacer posible otra sociedad más justa en cualquier lugar de la tierra. Nos toca a todos, pero nos toca más a nosotros dar una salida justa a estas sociedades. Nadie nos la va a regalar. Requiere presión y capacidad de pacto en todas las direcciones. Requiere visión política y renuncias. Pero es posible y hay más medios materiales que nunca para lograrlo. La lucha es, fundamentalmente, política, es decir, se sustancia en la cuestión de qué estamos dispuestos a exigir, compartir y acordar, para convivir como personas y ciudadanos. Y todo esto no es gratis, porque a distintas posibilidades les corresponde diversas responsabilidades. Pero ésta es otra cuestión. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


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