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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

la sierra

EL MITO DE LA SIERRA

JUAN CARLOS ESPINOZA

MICHOACÁN (MÉXICO).

ECLESALIA, 21/10/05.- “Para una auténtica promoción humana, la Iglesia quiere apoyar los esfuerzos que hacen los pueblos... a fin de garantizar el derecho que tienen de vivir de acuerdo a su identidad, con su propia lengua y costumbres ancestrales, y de relacionarse con plena igualdad con todos los pueblos de la tierra. Por tanto asumimos los siguientes compromisos: -Superar la mentalidad y la praxis de desarrollo inducido desde fuera, a favor del autodesarrollo a fin de que estos pueblos sean artífices de su propio destino...” (Sto. Domingo 251).

Esta historia tan cierta como el sol empezó muchas lunas atrás cuando la tortilla y el pan servían de alimento y de unión. Quisimos extender el evangelio (que significa Buena Nueva) hacia todos los pueblos de la tierra pues ése era el mandato principal de nuestro Hermano Mayor. Por siglos, el mensaje fue aceptado tal cual. Hicimos de los pobres nuestra opción preferencial (al menos en teoría) y enarbolamos la bandera de la comunión mediante la imposición.

Las comunidades poco a poco se fueron adaptando al mensaje o, lo que es lo mismo, se fueron sometiendo a la cultura, el lenguaje, las tradiciones y hasta a una nueva manera de experimentar a Dios. Paulatinamente las tradiciones ancestrales fueron dando paso a la verdadera y única religión (que irónicamente significa atar). Los símbolos y sentidos propios de su cultura fueron desapareciendo ante el peso de la Palabra y se fueron enriqueciendo con algunos aportes cristianos. La concepción que manifiestan ante los principales problemas de la existencia y su relación con Dios Padre-Madre se fue depurando y pasó por el filtro de la ortodoxia. Una cultura tan compleja y variada en contenidos éticos fue condenada a desaparecer en nombre de la vera religión.

La conciencia implícita de oprimido-opresor fue puesta en práctica con sus consabidas consecuencias. Abrimos los ojos y las conciencias de nuestras comunidades autóctonas para insertar en ellos la dignidad de ser hijos en el Hijo. Luchamos por mantener vivo el recuerdo de Aquél que un día vino y nos dejó pero que sigue estando entre nosotros en el otro. Los cielos nuevos y la tierra nueva prometidos por nuestros profetas estaban tomando ciudadanía y podíamos palparlos.

Y así... entre cantos de ironía y de tristeza, el mensaje llegó y se implantó.

Nació pues otra historia de despojo y de apoyo, de muerte y de vida, de odio y de amor. La historia vieja daba paso necesario a lo que venimos a ofrecer como nuevo... (y es que no se puede poner vino nuevo en odres viejos, es fundamental en todo proceso ofrecer el vino y los odres nuevos). La lengua desapareció igual que las ganas de estar. La identidad se vio entrampada en un laberinto del cual era difícil salir. Las costumbres se apagaron al igual que el sol al comenzar la noche...

...pero hubieron grandes hombres que lucharon por volver a las fuentes. Tomaron partido por los oprimidos concientizándolos de su labor importante dentro de la Iglesia. Grandes hombres que quedaron grabados en la memoria y en el corazón de nuestra gente. Hombres que siguieron con la misma patología básica pero que estaban con...

La teología de la liberación nacida en un contexto de opresión en nuestras comunidades latinoamericanas ha producido gran cantidad de textos sociales y teológicos que quieren iluminar el caminar de ellos con el pueblo y la posible liberación integral de nuestra gente. Entre los puntos a reflexionar está la liberación integral del hombre a la luz del Evangelio que se planta ante ellos como una propuesta humanizante y renovadora de la situación vigente. Claro está que tomada en serio la propuesta tendría unas consecuencias de confrontación con todo lo que huela a opresión-dominación. Y así, los sistemas clásicos empezarían a debilitarse por el peso del Evangelio y el sistema imperante se desquebrajaría poco a poco. Se identificarían los mecanismos que generan el empobrecimiento y con el planteamiento de problemas tan candentes debilitarían, necesariamente, la soberanía del poder reinante... y los sistemas comenzarían a desmoronarse. La crítica llegaría también a las estructuras internas de la Iglesia pues al hacer de los pobres una opción preferencial, implícitamente, se tendría que renovar toda la producción teológica que se realice y la consiguiente puesta en práctica en las comunidades.

Más actualmente siguen transmitiendo el Evangelio (que significa Buena Nueva) y se presentan ante nosotros como los luchadores que hombro con hombro, enfrentan las adversidades propias de la era trans-moderna (como algunos han llamado ya a esta época sin hilo conductor) y se erigen (nuevamente) en pequeños fetiches de carne y hueso que tratan de suplir a los verdaderos ídolos de piedra que antes veneraban. Y entre azul y buenas noches se comienza a trabajar en un "proceso" por el cual y mediante el cual se tratará de recuperar la dignidad perdida.

Se implantan nuevamente métodos que redundan en el beneficio de todos (al menos en teoría) y se elaboran las normas y líneas fundamentales que darán paso a una nueva Civilización que refleje la utopía de Isaías (65,17ss). La adaptación se respira en un ambiente apologético en ambos extremos. Se trata de liberar al pueblo pero desde una conciencia muy propia, con unos matices implantados en épocas anteriores que dejan de lado completamente a los miembros del pueblo. Algunos sacerdotes se convierten en una especie de Pantocrator que está generando la misma situación de oprimido-opresor solo que de una manera más comprometida (al fin de cuentas la situación persiste) en tareas propias del pueblo. Nacen caciques modernos sobre los cuales giran las acciones pastorales y sin los cuales el progreso no podría ser. Situación tan peligrosa y tan arraigada en nuestras comunidades purépechas.

El gran Jubileo celebrado en la Villa de Guadalupe el 9 de Diciembre del 2000 recordó a los pueblos indígenas su dignidad como seres humanos y se les invitó a que fueran ellos mismos sujetos de desarrollo. Se dijo que las semillas del verbo actuaban como aliciente en su cultura. Y aquello que se erigió (originalmente) como fermento de libertad y de progreso, de fraternidad, de unidad y de paz (Ad gentes 8; Cf. Evangelii nuntiandi 31) hoy sirve de justificación para formas de dominación.

El mito de la sierra toma un matiz especial y se convierte en especie de tabú hacia las estructuras internas de la Iglesia. La sierra aparece ante nosotros como el "verdadero" campo de trabajo y, con esta justificación poco común pero muy convincente en nuestro ambiente, se pueden estar elaborando las bases de una auténtica dominación eclesiocentrista muy contraria a lo que realmente se cree que se hace. Pero comamos y bebamos... (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


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