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ecleSALia del 11/04/07 al 31/07/10

fe joven

LA FE Y LO RELIGIOSO EN LA VIDA DEL JOVEN

RAMIRO LASO B.
SANTA ANA DE LOS RÍOS DE CUENCA (ECUADOR).

ECLESALIA, 13/05/05.- Intento ponerme en el zapato del joven, para mirar desde allí una realidad que me golpea profundamente, al escuchar todos los días, la violencia con que actúa el adolescente para terminar su vida porque no hay nada ni nadie que procure sentido a su existencia y porque no responde la sociedad y sus instituciones -incluida la religiosa- a sus inquietudes de la vida humana.

Quiero bajarme de mi sillón de ‘persona adulta y madura’ y escuchar el grito y el lamento de un mundo juvenil que, en materia de religión, pasa de todo y sin importancia alguna, pero que, en su propuesta de fe, abre sus puertas a los muchos interrogantes e inquietudes variadas.

Creo y, estoy convencido, que no es lo mismo en el corazón del joven, vivir la fe y mirar la vida desde religión alguna.

En este artículo, dejo a la reflexión del lector, con la apertura a la crítica y a la discusión, las ideas que continúan: algunas frases de nuestros jóvenes que van y vienen; los gritos frente a la religión y su mundo y, la percepción personal del joven creyente cuando se abre a la fe y a lo trascendente.

Algunas frases

“Creo en Dios, pero… no en religión alguna”.

“Soy cristiano, pero… no católico ni otra cosa”.

“Creo en Dios pero yo creo que a él no le interesaría esto: además creo en mí mismo y en las oportunidades que me dé la vida, y no en el futuro, solo en el presente y en el pasado”.

“Yo no creía en la maldad pero ahora sí, no creo que somos inmortales; pero sí creo en Jesús porque fue un tipo pilas que después de 2000 años sigue causando revuelo”.

“Creo en él. En un ser que es capaz de crear un mundo. Pero eso sí, no creo en ninguna religión, porque seguro me ataría a algo. Restringen espacios vitales…” (Generación Z en HOY 20-10-02).

Otras frases que van

Frases que vienen. Las dicen los jóvenes de nuestro entorno. Las refieren aquellos que miran la vida desde otra óptica. Las pronuncian los más receptivos de la sociedad. Algunos, más radicales que otros (CERBINO, Mauro, Pandillas juveniles. Cultura y conflicto de la calle. El Conejo. Abya Yala, Quito, 2004, p. 71).

“… no tengo identificación política y si me llaman a elecciones, creo que no votaría por nadie solo si baja Papá Dios, votaría por él…”

“… Para mí ser cristiano no es ser, no estar en una lista de ‘sis’ o de ‘nos’. Ser cristiano es seguir a Jesús y punto; tener como pana a Jesús”

“Yo creo en mi Dios, mi Dios para mí y en mi Virgencita del Quinche que es sagrada”

“Yo creo en Dios… pero también he dudado, a veces”

“Con tanta huevada que se ve, se llega a dudar de Dios. Pero no.. no.. todavía lo tengo…”

“Yo creo en Dios, porque bueno no tengo plata, soy pobre, pero mi Dios siquiera le da salud a mi mami, a mi papi y a mi familia, por eso yo creo en Dios. Siquiera tenemos qué comer…”

Y una más larga

“¿Qué siento cuando ‘celebro’ una eucaristía católica? Siento generalizar, pero salvo en honrosas excepciones, me siento profundamente triste, despojada de mis sentimientos, fría y desesperadamente intelectual. Me agota la necesidad de seguir un esquema tan tremendamente largo y complicado… Tantas palabras me pierden. Tengo pocos espacios para conectar desde la vivencia. Siento como si mi alma no pudiera respirar. No encuentro paz. Me siento presionada por los esquemas y las estructuras, que me zarandean de un lado a otro, estresando mi espíritu: ahora de pie, ahora sentada, ahora escucha, ahora repite, ahora repite más fuerte…Y todo esto lo vivo no como una enamorada perdida de amor, sino como una fiel que tiene el ‘deber’ de entender aquello como la mejor manera de vivir la fe en comunidad” (Moreno, Sonia, Gospel y oración. Celebración y tristeza en Eclesalia 6-09-04).

Lo religioso y la fe

No necesitamos ser unos expertos para discernir que esta es la realidad en la que se mueven los jóvenes de nuestra sociedad ecuatoriana. Ellos han sido castrados en su sed de orientación y referencia puntual por algo o por alguien; no así, en su extraordinario apetito de trascendencia y apertura al infinito.

Creen en sí y en Dios; en la Virgen y en los santos, pero no creen en un dios que se hace institución: donde es más importante la palabra del Papa que la palabra de Jesús.

Nuestros jóvenes son profundamente creyentes y críticos de sus creencias. Pero no aceptan con facilidad lo que proviene de las instituciones religiosas, en su verticalidad. Lo uno, se identifica con la fe y su nivel de trascendencia creyente. Lo otro, con la religión y lo religioso.

Lo religioso

La realidad juvenil nos grita desde el ángulo más institucionalizado que ha presentado nuestra iglesia católica: lo religioso.

No quieren los jóvenes un referente de orientación que genere normas y provoque risa por la incoherencia de sus líderes; por lo teórico de sus propuestas; por la desfachatez de sus declaraciones; por la inoperancia de sus obras; por la acumulación de riquezas; por el desborde de poder que obnubila y confunde; por la grande desproporción entre lo que vive el joven de a pie y el consagrado de a calzado. Por el machismo desbordante que no deja paso al posicionamiento de la mujer como imagen y semejanza de Dios, más madre que padre.

La realidad del joven clama desde la hipocresía de una religión mantenida para ser puro culto y pantomima elegante desbordada en ritualidades. Le sobran los títulos y anexos para las cosas y personas. Su mundo pasa del cura y de la monja, del hermano y de la hermana. ¿Quién es el obispo, el párroco o como se llame? Desconoce el mundo del culto a personas, formadas para el servicio pero orientadas para otras cosas.

Genera apetencia por aborrecer el halo de misterio y estatus que se inscriben en nuestras instituciones religiosas. Sin lugar a dudas, mantenemos la dicotomía platónica del hombre visto dividido, cortado: lo sagrado y lo profano; lo religioso y lo secular; lo que pertenece a este mundo y lo intocable; lo consagrado y lo impuro. El hombre individualista en contra del hombre comunitario. El joven y el adulto.

La fe, es otra cosa

El hombre es único y la realidad juvenil reclama unicidad, sinceridad y coherencia de ser; no acepta privilegios que ahonden una realidad ya de por sí injusta.

El joven reclama fe profunda en sí, en los otros y en el Otro. Cree con radicalidad cuando se le presenta la vida con sentido; cuando descubre (lastimosamente no hay alguno que le ayude) que vale la pena vivir en el amor. Cree con nobleza cuando su energía se orienta al servicio de los demás. Crece en plenitud cuando su referente es el Amor y la amistad. Cuando encuentra sentido y lucha con coraje desde la persona de Jesús y su proyecto.

Cree con los ojos cerrados cuando se comparte el pan y se crea comunidad y familia. Es noble –por nobleza natural- en el momento que se tiran por tierra las barreras y los pretextos de desunión entre los hombres. Cree, cuando los adultos le damos muestras de rechazo a la violencia y todas sus formas de actuación.

Cree en Dios cuando es el Dios de Jesús: un Dios de a pie, que pensaba más en el necesitado que en el que todo lo consigue desde el poder y el dinero. Un Dios que une y no divide para reinar; que acerca y busca la verdad; que sabe que el hombre y la mujer son únicos e iguales en su presencia; que mira con generosidad de corazón lo íntimo y profundo de nuestro ser.

Cree en el Evangelio –cuando lo conoce- porque le concede libertad de acción y de conciencia. El joven cree a su manera y desde ‘su globalización”, vive su fe, quizás en este momento más que ayer, con tanta abundancia de información, que le abre fronteras para valorar y comparar otros destinos y otras realidades.

Quizás, otra frase y final

Que la veo como peligrosa.

Nunca, como hoy, vivimos un momento en que se privilegia lo institucional por encima de lo carismático. Somos propensos a buscar y a justificar nuestras vidas desde lo vertical y legalmente establecido y mandado ya que esto no permite equivocarnos y nos conduce por un camino seguro, trazado de antemano. Ni más ni menos.

Basta revisar los últimos documentos vaticanos sobre la eucaristía, el sacerdocio, el matrimonio y, por supuesto, las quejas de innumerables sectores de la Iglesia sobre el autoritarismo eclesial.

Y el peligro es, sobre todo con la fe de los jóvenes, que no la eduquemos para la libertad, sino para la esclavitud. Lo primero significa una vivencia del evangelio en su más amplia luminosidad. Mientras que lo segundo implica el vacío total y la educación en lo puramente religioso. ¿Farisaico?

Creo oportuno, en este momento y para nuestros jóvenes, que lancemos por los aires tanta mala educación religiosa e implementemos una manera de ser de acuerdo al evangelio. Que escuchemos los gritos de los jóvenes y que profundicemos en la persona de Jesús, su proyecto y utopía comunitaria.

Acabo robándome las palabras del organista del templo y antiguo seminarista, quien en diálogo con Sinclair en la extraordinaria Demian, de Hermann Hesse, le dice: “el impulso que le hace a usted volar es nuestro patrimonio humano, que todos poseemos. Es el sentimiento de unión con las raíces de toda fuerza. Pero pronto nos asalta el miedo. ¡Es tan peligroso¡ Por eso la mayoría renuncia gustosamente a volar y prefiere caminar de la mano de los preceptos legales o por la acera. Usted no. Usted sigue volando como debe ser. Y entonces descubre lo maravilloso; descubre que lentamente se hace dueño de la situación, que a la gran fuerza general que le arrastra corresponde una pequeña fuerza propia, un órgano, un timón. ¡Esto es estupendo¡”.

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